La muerte de un estudiante en la Facultad de Medicina de la UNAM ha vuelto a encender las alarmas ante los crecientes casos de suicidio tras la pandemia y en torno a la salud mental. ¿Cómo podemos contener desde la comunidad?
Texto: Alejandro Ruiz
Foto: Rogelio Morales
CIUDAD DE MÉXICO. – Este jueves, un estudiante de la Facultad de Medicina de la UNAM murió tras lanzarse desde un edificio de su escuela. El joven cursaba su segundo año de carrera.
Tras el hecho, las autoridades de esa facultad informaron que dieron parte a la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México y suspendieron las clases.
Las autoridades de la Universidad aseguraron que están alertas ante el incremento del deterioro de la salud mental de las y los mexicanos. La cual, tras la pandemia de covid -19, se ha agudizado.
Precisamente la UNAM publicó un estudio hace apenas unos días, el 9 de junio. En él describe que la pandemia trajo consigo un aumento de suicidios en todo el país, principalmente entre adolescentes y jóvenes de 14 a 29 años de edad. Si en la actualidad el suicidio es la cuarta causa de muerte entre jóvenes de México y el mundo, se espera que para 2029 se convierta en la segunda.
Aunque el análisis identifica factores de riesgo y vulnerabilidad, la detección de las conductas o ideas suicidas no es una tarea fácil.
Pie de Página conversó con la psicóloga Alejandra González Marín, consultora en acompañamiento psicosocial a víctimas de violencias y graves violaciones de derechos humanos.
González Marín destaca que la ideación suicida no es repentina, va a venir siempre desglosada de algún estado en el que la persona encuentra un escenario desesperanzador.
“Es un contexto, algo en su proyecto de vida, de pronto un contexto de alguna manera sin salida, que se ha vuelto poco viable”.
Esto, recalca, está asociado a la depresión.
¿Cómo contribuir, desde la comunidad, a identificar y contener estos indicios?
La psicóloga explica que la depresión no es algo espontáneo, sino que se desarrolla a partir de vivencias.
“Ese estado de depresión, esa tristeza, esa desesperanza, desde luego que va a tener antecedentes”, afirma.
Estos antecedentes pueden ser discriminación; la falta de acceso a derechos o al acceso a una vida plena de ellos.
“Pero también puede deberse a situaciones cotidianas que desembocan en un estado de desesperanza o tristeza. El desamor; algún fracaso profesional; o un estrés por no cumplir expectativas externas que se tienen sobre las personas”.
Estos factores, explica González Marín, generan elementos químicos en los que la persona que la padece no puede salir de ese estado por voluntad propia.
La depresión va generando neurotransmisores que hacen que la persona vea imposible salir de ahí (…). Cuando ya hay una depresión mayor, estos estímulos responden a una situación química, por las mismas sustancias de los neurotransmisores. Es decir, no es una situación en la que la persona pueda salir de eso por voluntad propia. La depresión va generando neurotransmisores que hacen que la persona vea imposible salir de ahí”, explica.
Por ello, dice la especialista, es necesario que la depresión deba atenderse desde los núcleos cercanos de las personas que la padecen. Es en esos espacios, enfatiza, donde puede lograrse una detección y prevención a tiempo.
Muchas personas, por situaciones diversas, han atravesado vivencias que representan un profundo estado de tristeza o desolación. No obstante, aunque algunas puedan salir adelante de éstas, no todas pueden hacerlo.
Los factores que conducen a alguien al suicidio son diversos, pero hay ciertos rasgos que se pueden identificar. La psicóloga explica.
No solo se reduce a pensamientos, tendríamos que estar monitoreando en término de pensamientos, acciones, emociones, la expresividad… Alguien que está pasando por una situación con tendencia suicida va a estar cambiando en su conducta, no solo en sus pensamientos. Los pensamientos van a estar asociados a la derrota, a la desesperanza, a la profunda soledad, al miedo, a la vergüenza”.
Asimismo, estas ideas, expresadas en conductas cotidianas, pueden ser identificadas, en primera instancia, por la comunidad cercana que rodea a la persona: amigos, familiares, compañeros de escuela o de trabajo, profesores, parejas.
Por ello, invita la especialista, debemos estar pendientes de las personas que nos rodean, escucharles, acompañarles. Eso puede hacer una gran diferencia.
Nadie te lo va a estar avisando, aunque sí, desde luego, hay quien diga ‘no tengo ganas de vivir’, pero cualquiera hemos dicho eso. No solo va a estar en lo dicho, sino que va a estar en las acciones, en la conducta”.
“Hay que estar atentos y atentas de las personas que más queremos. Hay veces que las personas quieren evadir la relación social, y quieren encerrarse y no ver a nadie. Lo ideal es que cuando observemos o veamos cambios de conducta en los que la persona deja de querer convivir o encontrarle el gozo a la vida, así como deja de querer hacer las cosas que le gustaban, actuemos. Cada quien conocemos a nuestras personas cercanas profundamente”, dice.
Y agrega que “la red de apoyo tiene que hablar con la persona, su red más cercana. Tal vez la persona con la que menos quiere hablar es con quien lo ha detectado, o quien se ha dado cuenta de que ha estado mal; entonces, hay que actuar como red, es decir, las personas que circundan a esta persona. Hay que entrar en comunicación. Es decir, si decimos ‘conmigo no quiere hablar, está renuente; pero contigo sí’, hay que hablarnos; a ti su novia, su profesor, su compañero de clase, para que de manera conjunta y colaborativa estén al pendiente de esta persona”.
Cuando como red de apoyo hemos identificado las ideas o acciones de una persona que puedan desembocar en el suicidio, hay que actuar.
¿Cómo hacerlo? Procurar, cuidar, escuchar, estar al pendiente.
“Estar al pendiente de esta persona significa estimular. Salir a comer; escucharle hablar de sus frustraciones o sus problemas; comprender del desgano que está teniendo, y de ahí tomar acciones”.
Las acciones, por su parte, pueden ser muy diversas. La terapia psicológica no es la única opción.
“Podría ser escalar un muro; andar en bici; hablar con alguien; identificar qué es lo que le funciona a esta persona. Si es el psicólogo, si hace sentido, pues adelante; pero nunca podemos obligar a nadie que vaya con un psicólogo a hablar. Se necesita preparar para eso, para que la persona asuma esa idea y diga ‘sí quiero ir’, o decir ‘yo no puedo conmigo, yo no puedo decidir por mí, entonces llévame tú’.
No obstante, aunque es la comunidad y los cuidados colectivos quienes pueden atender e identificar de manera pronta estos casos; el papel de las instituciones educativas o laborales, no debe quedarse al margen, pues también son parte del entorno cercano de las personas. También ahí desarrollan sus vidas.
Al entrar a una institución, en este caso educativa, la mayoría de las veces se aplican exámenes psicológicos o psicométricos para evaluar la salud mental de las personas. La UNAM, por ejemplo, lo hace.
Estos procedimientos, más que filtros para el acceso, están diseñados para la creación de diagnósticos, y, en su caso, protocolos de atención.
“Todas esas cosas sí tendrían que estar operando y funcionando para dar un monitoreo a personas en las que observamos ciertos riesgos”, expresa Alejandra.
Pero, la tarea no es fácil. Menos en una institución tan grande como la UNAM donde miles de alumnos ingresan cada semestre para continuar con su educación. Esto, sin embargo, no exime a la institución a que realice estos monitoreos, al contrario, enfatiza la especialista, le exige ser más precisa en sus acciones.
“Sí se pueden hacer campañas. Sí tendrían que haber monitores que observen el desempeño de las personas. Como maestros, por ejemplo, nos toca la observación de nuestros alumnos”, expresa.
No obstante, la pandemia por covid-19, y con esto la virtualización de la educación; atrajo consigo nuevos retos para identificar estos factores.
A través de un monitor es muy difícil sentir y comprender los contextos de alumnos en situaciones vulnerables. Sin embargo, desde el regreso presencial a clases, la universidad debió afinar sus protocolos para acompañar los casos que debían tener identificados como riesgo.
“Estamos viviendo un contexto terrible en muchos sentidos, de muchísima disputa por los derechos, de mucha disputa por los espacios, de mucha disputa por la salud. Estamos mirando una juventud enfrascada en un chorro de cruces muy complejos; me parece que lo menos que podemos hacer como maestros, maestras, universidades, es no solo formar académicamente, sino acompañarles en el tránsito; ser sensibles en saber que cada una de las personas que llegó a la universidad, al menos en este tema, ha pasado batallas propias bastante fuertes”.
Pese a ello, la psicóloga deja en claro que, aunque algunas veces la depresión desemboca en el suicido, también es necesario eliminar los tabúes que existen en torno a esta práctica.
Por ejemplo, para algunas ramas de la psicología y la bioética, el suicidio es un derecho relacionado a la autonomía de las personas. Sin embargo, alrededor del núcleo cercano de la persona que decide llevarlo a cabo muchas veces experimenta culpa.
Por ello, enfatiza en que es necesario que se atienda de manera comunitaria.
Los factores que pueden llevar a alguien a pensar en el suicidio como una alternativa “son muchísmimos, pero van a estar asociados a cómo la persona tiene la capacidad de resolverlos, y también en el medio de apoyo que tengan para salir adelante de ellos”.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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