Al tomar decisiones de consumo podemos devolver las fiestas al suelo, apostando por los productos locales y campesinos, por la economía local, por el calor de lo cercano
Las navidades y las fiestas de diciembre son para disfrutarse en el presente, pero al hacerlo hay también una clave para garantizar que se las disfrute en el futuro: hay que devolver las fiestas al suelo, apostando por los productos locales y campesinos, por la economía local, por el calor de lo cercano.
Son pequeñas decisiones de consumo que pueden hacer una enorme diferencia para todos en casa y fuera de ella, y que permitirán que seamos muchos —y no nada más los dueños de las grandes cadenas de supermercados o de las grandes industrias— quienes tengamos una feliz navidad.
Presidiendo las navidades está la primera decisión que ya se tomó: de qué está hecho, y dónde se produjo, el árbol de navidad. Al respecto no hay duda: el árbol más sustentable es uno natural producido en México, y mientras más cerca de casa, mejor.
Un árbol de navidad tarda unos siete años en alcanzar la altura que necesita para su venta, y en ese tiempo requiere mucho trabajo que realizan comunidades forestales, tejiendo y podando las ramas para darle la forma adecuada. Eso ayuda a mantener con vida la economía de regiones muy remotas en las que hay pocas alternativas. Además, contribuye a fijar los suelos y combatir la erosión, regula el ciclo del agua y contribuye a capturar carbono.
Desde hace algunos años ha circulado un análisis de ciclo de vida de los árboles de navidad naturales contra los artificiales según el cuál, si un árbol artificial se recicla al menos cinco años, es más sustentable que uno natural, pero ese estudio tiene algunos problemas.
De entrada, el estudio está hecho en Estados Unidos, donde la producción agropecuaria es mucho más intensiva en agroquímicos que la mexicana, que se apoya más en el trabajo y menos en el capital.
El estudio no tomó en cuenta ni la totalidad de impactos de extraer el petróleo que se necesita para hacer el plástico del árbol artifical, ni las ventajas que tiene mantener vivas las economías forestales.
Las conclusiones de revisar los estudios disponibles son bastante claras: un árbol de navidad mexicano es mejor que uno importado, y un árbol natural importado es siempre mejor que uno artificial.
Hay, por el lado contrario, cosas que no hay que comprar. El musgo es un ejemplo de ello. Sabemos muy poco de su ecología, de cuánto tarda en regenerarse después de que se lo extrae y de las condiciones que necesita, de forma que es poquísimo el musgo disponible que fue extraído sin daño al medio ambiente.
Lo mismo pasa con el acitrón, que se obtiene de la bisnaga, un cacto globoso que tarda décadas en alcanzar el tamaño necesario para cosecharse y que está en peligro de extinción.
Más allá de estas tres decisiones clave -comprar árboles naturales y locales, no comprar ni musgo ni acitrón- hay tres principios generales que coinciden en muchísimas ocasiones y que sirven para orientar casi todas las decisiones que tienen que ver con comida y con plantas: comprar campesino, comprar local, comprar orgánico.
Comprar campesino —comprar de pequeños productores, que practican una agricultura poco intensiva en insumos y muy intensiva en trabajo, y sobre todo si están organizados— contribuye a combatir la desigualdad y la pobreza en el país.
Es una forma de redistribuir dinero y utilidades que se irían a engordar los bolsillos ya muy obesos de los dueños de las grandes cadenas de supermercados y de los grandes productores agroindustriales, y llevarlo a la base de la pirámide.
Comprar local contribuye además a construir una nueva relación con el entorno, a descentralizar la economía y librarla de la tiranía de la escala.
Cuando se compra algo producido en las cercanías de nuestro hogar, reducimos los costos en transporte y ayudamos a que ese dinero que gastamos se quede en manos de los productores -que son quienes, por lo general, reciben la menor porción del precio final de un producto. Esto tiene además una enorme contribución al combate a la crisis climática y a construir una sociedad más solidaria, más cálida.
Comprar orgánico, por último, es una forma de premiar a quien produce sin dañar el medio ambiente y que invierte su trabajo y su cuidado en ofrecer productos de calidad, garantizando que todos tengamos un futuro sobre la tierra.
Hay una veintena de entidades mexicanas que certifican ese tipo de producción, y su sello va acompañado por el de la Secretaría de Desarrollo Rural para asegurar que lo que se vende como orgánico efectivamente lo es.
Entre estos tres principios, además, hay una sinergia muy fuerte: los productores campesinos organizados suelen producir orgánico y muchas veces privilegian los mercados nacionales y locales. Hay inclusive un sello que ayuda a identificarlos con facilidad, el Símbolo de Pequeños Productores.
En pocas palabras, para que esta navidad y todas las que vienen sean felices para todos, hay que llevarla por los suelos, para cuidarlos, para que quienes los cuidan vivan mejor, para que nos puedan cuidar también a nosotros.
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Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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