Pastora Mira es un emblema del perdón y la reconciliación. Después de exculpar a los asesinos de su familia, ha dedicado su vida a construir una legión de sanación colectiva en Colombia, el país que ha padecido la guerra más larga del continente. En entrevista con Pie de Página, dice que para llegar a la paz tenemos que entender primero que estamos en un contexto en el que se perdió el respeto a la vida. Y que hay que luchar, no sólo para que la guerra se acabe, sino para que jamás se repita
Texto: José Ignacio De Alba.
Fotos: Pertti Pesonen -YLE TV Finlandia, Hacemos Memoria y José Ignacio de Alba
SAN CARLOS, COLOMBIA.- Pastora Mira García fue a buscar al hombre que asesinó a su padre. Con el corazón en el estómago llegó al filo de la puerta donde vivía el asesino. Allí vio una imagen que recordaría siempre: un hombre viejo, pobre, rodeado de niños descalzos, en un cuchitril. Pastora lo explica diciendo que cualquier plato de comida hubiera convertido aquel lugar en una fiesta.
Esa tarde la mujer regresó a su casa pensando que la venganza sería fácil. De cierto modo, sentía que tenía el derecho. Bastaría un pan envenenado para vengar el asesinato. Pero tuvo un pensamiento genuino: “soy incapaz”. Después, otro pensamiento mucho más profundo, casi ilógico, la asombró: podía ayudar a ese hombre.
Pastora empezó a frecuentar al asesino de su padre, le curó enfermedades. Le llevó comida y ropa a sus hijos. Consiguió que los vecinos y conocidos ayudaran a la familia a sobrellevar la pobreza. “Así como yo no había pedido ser hija de mi padre, ellos tampoco habían elegido ser hijos de un asesino”, cuenta ahora.
Senón, el hombre que en abril de 1960 había matado al padre de Pastora (como a muchos hombres en la guerra entre liberales y conservadores), murió de viejo en 1979. Ella dice ahora que, desde que supo de quién era hija, no la volvió a mirar a los ojos.
“Esa es la mayor lección que pude haber recibido en la vida, porque ahí entendí que la culpa pesa más que el dolor”, dice la mujer. “Creo que fue la compasión que me generaron los hijos de este señor. Ellos no habían pedido ser sus hijos. Eran niños descalzos, con una desnutrición descomunal. La mirada tierna de angustia y hambre”.
— Pero Serón debió de pagar por lo que hizo…
— Ese señor ya estaba podrido. No necesitó de ir a una cárcel para pagar por lo que hizo, murió en la pobreza. Justicia no es encerrar a alguien en una jaula, lo que este país necesita es justicia restaurativa.
Pastora Mira es un emblema de la paz en Colombia por ser una devota de la reconciliación entre víctimas y victimarios. Su historia personal le dio la autoridad para hablar del tema. La muerte alcanzó a su familia varias veces. Al asesinato de su padre le siguió el de su esposo, casi 10 años después. Luego fueron sus hijos y su madre. Y la desaparición de su hermano. Todos ellos por otro conflicto: el del gobierno colombiano, las guerrillas y los paramilitares en una guerra brutal.
Durante años, Pastora ha contado su historia una y otra vez, a pesar de que cada vez que la cuenta se vuelve a abrir la grieta del dolor.
Si le sirve a alguien para que de pronto reaccione, no es que sea lo más ameno, pero es necesario. Lo cuento para que otros que han pasado por situaciones similares no se echen a morir o que se venguen”, dice.
Pastora usa lentes, sus ojos negros parecen más chicos a través de los vidrios graduados. Para esta entrevista, que se realiza semanas después de que ganara en el plebiscito el No a los Acuerdos de Paz (octubre de 2016), me cita en un parque. Cada que una parvada de pájaros llega a zangolotear las ramas de algún árbol reflexiona: “ojalá algún día aprendiéramos de los pájaros. Nunca he visto un pájaro que lleve mochila, que tenga chequera, que tenga granero, ni que tenga cultivos… siempre que me despierto los pájaros ya están cantando”.
— ¿Por qué la historia de Colombia es sangrienta, Pastora?
— Desde los españoles nos quedó grabado en la sangre que el deber y el poder se tenían que tragar. Los españoles llegaron a usurpar tierras. Y ¿cuál es el origen actual de los problemas de Colombia?… La tierra. Nos conquistaron y dejaron tremenda herencia.
— ¿Las cosas cambiaron lo suficiente en Colombia para que ya no vuelva a ocurrir una guerra tan sangrienta?
— Mientras la gente no tenga oportunidades, es imposible que haya paz. Es muy diferente hablar tú y yo aquí de la paz, a tener aquí niños descalzos. Todo empieza con violencia intrafamiliar, mientras no haya justicia social es muy difícil que haya armonía. Esa debería de ser la verdadera prevención de los conflictos. Hay familias que tienen una persona extremadamente rica y un primo en la pobreza, no me explico cómo concilian el sueño… El mejor ejemplo está en los pajaritos: en la vida se necesita muy poquito para ser feliz, si aprendiéramos un poquito de esos seres de la naturaleza. Pero ese anhelo de tener, nos vuelve bárbaros. Si tenemos 50 pares de zapatos, somos capaces de decir que nos faltan.
Colombia y México han pasado por procesos similares. Pugnas entre liberales y conservadores, guerrillas, poderosos carteles de narcotráfico infiltrados en estructuras políticas. Pero México va un paso atrás: las desapariciones y homicidios aún no son contabilizados en muchas partes del país, y la impunidad y la poca independencia de los jueces y ministerios públicos han obstaculizado las búsquedas de desaparecidos.
En Colombia hay una fuerte conciencia de la memoria y la no repetición del conflicto. Ahora, buscando respuestas para la guerra mexicana, le pregunto cómo han hecho ellos para colectivizar el dolor.
Buscamos elementos que nos unan, lo que no se pronuncia intoxica. Intoxica a través de la rabia, el resentimiento y eso causa otros efectos. El desinterés. El hecho de hablar, no sólo de verbalizar, sino de externar los sentimientos, genera paz interior. Entender que aquello que te pasó, sucedió porque formas parte de un contexto donde lo que se perdió fue el respeto por la vida. Eso puede encausar los sentimientos hacia el perdón y la sanación”.
— Pero es una sanación personal y colectiva.
— Si, porque esta es una lucha porque jamás se repita lo que pasó. No se puede renunciar a la búsqueda de los desaparecidos. Todos tenemos derecho a una tumba y a la verdad. Y cuando nos unimos en el colectivo nos dimos cuenta de que todos tenemos un cachito de la historia”.
En 1998 Pastora tuvo que dejar San Carlos, donde vivía con su nuevo esposo y sus hijos. Los paramilitares y las guerrillas habían emplazado a la guerra a este pueblo de casi 10 mil habitantes, ubicado al oriente del Departamento de Antioquia. Los que tuvieron dinero para irse a lugares más seguros, se fueron. Los demás, se quedaron a ser testigos del horror: 23 masacres cometidas por paramilitares se cuentan en San Carlos a partir ese año.
Un año después de haberse ido, Pastora Mira regresó a su pueblo por el cadáver de su madre.
A ella también me la mató el conflicto, no necesitaron bala –dice, muy segura antes de narrar lo ocurrido-: supuestamente iban por unos milicianos que estaban enfrente de su casa, entonces, se confundieron y llegaron a la casa donde vivía mi mamá. Ella se asomó a las 3 de la mañana para ver qué sucedía y vio a todos esos hombres armados y le dio un infarto y se murió. Ni siquiera tuvieron que gastarse la bala para matarla”.
Para entonces, a Pastora ya le habían matado a su padre y a su primer esposo. Pero lo peor llegaría en el 2001: Sandra Paola, la hija a la que con cariño llamaba Monita, fue detenida, asesinada y desaparecida por paramilitares.
Ella buscó su cuerpo. Lo menos que podía merecer era darle sepultura. Comenzó a realizar búsquedas en los cerros, con pala y machete en senderos minados buscó bajo la tierra y arriba de los peñascos, como ahora han salido a hacerlo cientos de personas en México. Pero en esas estaba, cuando un año después, los paras también le desaparecieron un hermano. Pastora organizó brigadas de búsqueda y encontró a su hija después de siete años. En 2009, la Mona por fin fue sepultada.
Cuando buscas a tu familiar no existe la concepción de peligro o soledad, porque hay sólo un anhelo y es poder saber qué pasó – cuenta-. Nosotros andábamos en territorios buscando a nuestros cadáveres donde había minas antipersonales. Uno se olvida de muchas cosas y no te das cuenta que recorres caminos peligrosos”.
— Pastora, ¿qué le recomiendas a alguien que le acaban de desaparecer a un familiar?
— Que no renuncie nunca a ese derecho que tiene de saber qué pasó y dónde está su desaparecido. Todos tenemos derecho a que nos entierren en una tumba digna.
En el 2004 la guerrilla detonó un carrobomba afuera de una tienda de abarrotes en San Carlos. Los mutilados, los muertos y los desaparecidos se contaron por cientos mientras eran divididos en bandos “era para”, “era guerrillero”, “era del ejército”. Sólo en el departamento de Antioquia fueron contabilizadas más de 800 fosas en los últimos diez años. En el río los pescadores sacaban ceibas y muertos con tiro de gracia.
Doce años después, Pastora Mira colabora con dos organizaciones: la Red Reconciliar y el Centro de Acercamiento Para la Reconciliación y la Reparación. La mujer se dedica a readaptar a paramilitares y guerrilleros “desmovilizados”.
Ella lo explica así: “Llegó el Estado, agarró a unos muérganos, les quitó los fusiles y les dijo desmovilizados. Para ellos desmovilizar es quitarles la herramienta de trabajo que ni siquiera era de ellos. Entonces no eran des-mo-vi-li-za-dos, eran desempleados… De esos nos mandaron 47 al pueblo, y un cojado así de víctimas. Entonces empezamos a movilizarnos para crear políticas públicas. Buscamos articular para que se identifiquen los desmovilizados con un proyecto de vida y con el de su familia y el de la comunidad”.
Parte de las actividades se realizan en un ex comando paramilitar en San Carlos. “Lo hacemos también con aras de desatanizar no solo la palabra, si no los lugares”, dice.
— ¿La paz y el perdón van de la mano?
— Necesariamente. Si no, vamos a acabar en la ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Yo no estoy en contra de que defiendan la tierra los que ya la adquirieron bajo las artimañas que sean, allá su conciencia. El que quiere jugársela con la justicia u ofrecer impunidad a unos y a otros, no hay problema. Pero que no utilicen a los más pobres, diciéndoles que van a perder beneficios. Porque, claro el campesino se siente súper angustiado porque le dicen: ‘lo que le iban a dar a usted, se lo van a dar a los otros’.
Pastora habla de los resultados del plebiscito, “la gran oportunidad que tuvo el país de avanzar un poco en zanjar sus diferencias, de pagar esa deuda histórica, este sin sentido de conflicto”. Es dura con los políticos y con las élites, que polarizaron a la población y dejaron excluidos, como siempre a los más pobres. Pero mantiene la esperanza.
Ya no es la hora de lamentarnos. Mucha de la gente que fue a votar por el No nada tiene que ver con el tema del perdón. Tiene que ver más con una cuestión política. Pensemos que de lo malo se puede condensar lo mejor, que con esto se haga una nueva unidad. Y sobre todo que la fuerza juvenil sea capaz de apoderarse de este país”.
Jorge Aníbal pensó en vengar la muerte de su hermana Sandra y fue asesinado por los paramilitares en el 2005. Un par de días después de su asesinato, Pastora Mira encontró en la calle a un joven de 17 años con una herida en la pierna. Lo llevó a su casa para curarlo y le ofreció un sitio para dormir. El muchacho sorprendido exclamó:
— ¿Qué hacen esas fotos aquí, si a ese lo matamos antier?
— Esta es su alcoba, esta es su cama y yo soy su mamá— respondió ella.
Al paramilitar le curó las heridas y después lo curó de la guerra. Es uno de los jóvenes rehabilitados por Pastora.
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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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