Se cumplen 9 meses de gobierno de Andrés Manuel López Obrador y el presidente sólo reconoce una falla: la violencia y la inseguridad. Con eso no ha podido. Se detuvo la escalada, pero no se ha revertido, dice. Es la “peor herencia” que le dejaron sus antecesores, repite, e incluso acepta que puede poner en riesgo su proyecto de transformación. Como ningún otro lugar del país, Tamaulipas muestra los saldos de una guerra que no cesa
Textos: José Ignacio De Alba, Daniela Pastrana y Duilio Rodríguez
Fotos: Duilio Rodríguez
Mier era considerado un “pueblo mágico”. Pero en 2010 quedó en medio de la guerra descarnada entre dos grupos criminales —Zetas y Golfo— que se peleaban el control de la franja fronteriza. Los que lograron sobrevivir huyeron antes de que terminara ese año. Nueve años después, Mier es un pueblo en el que el silencio se impone. Y donde el Estado no existe
Este municipio fue escenario de algunos de los capítulos más violentos de la mal llamada guerra contra el narcotráfico. En 10 años, la economía local colapsó, los productores de sorgo y camarón se volvieron «carreros», la población se redujo a la mitad. Los únicos negocios que prosperaron, además de las funerarias, fueron los de empresas trasnacionales dedicadas a la energía eólica y el fracking para gas shale. Ahora, no hay memoria ni reflexión que prevenga una nueva oleada de violencia
El enfrentamiento sucedió el 4 de agosto de este año y es el primero en esta comunidad. El poblado llamado el Barrancón del Tío Blas está en San Fernando y es el límite con la Laguna Madre, un litoral que ambicionan grupos criminales y políticos desde hace años. La cifra de heridos y muertos no es clara, pero de los rastros de la batalla quedó la escenografía de una guerra
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