Hay mucho que no cambió entre 2016, cuando fui a mi primera marcha feminista, y hoy, pero hay cosas diferentes. Muchas de las que marcharon ayer lo hicieron por primera vez. Hay cada vez menos apatía para lograr un cambio profundo
@luoach
La primera marcha feminista a la que fui sucedió en abril de 2016. En ese entonces muchas pensábamos que la marcha era histórica (quizá lo fue) por la cantidad de mujeres que salimos a la calle. La nombramos Primavera Violeta. “A partir del 24 de abril de 2016, no nos vamos a volver a callar”, escribí en una crónica publicada sobre ese día.
Acababa de surgir en Twitter el hashtag #MiPrimerAcoso, con anécdotas estremecedoras que quizá muchas conocíamos entre susurros, pero nunca habíamos leído en foros públicos. Anécdotas ajenas que parecían propias cuando las encontrábamos reflejadas en las vivencias de otras. Pasó el tiempo, apareció #MeToo y sus variantes. Llegó #ComoHombres hace unos días. Hashtags diferentes narrando las consecuencias de la misma violencia, abordada desde diversas aristas.
Parece extraño pensar que han pasado cuatro años desde esa primavera violeta. A veces –sobre todo al evaluar los pocos (¿nulos?) cambios en la violencia machista institucional y cotidiana– pareciera que no ha pasado tanto tiempo. Otras veces –cuando pienso en ese día y en mis recuerdos teñidos de una suerte de ingenuidad entre algunas de las que marchábamos— parece que sucedió hace siglos.
Hay mucho que no cambió entre 2016 y hoy, pero también es cierto que sí hay cosas diferentes. Muchas de las que marchamos entonces marchamos ayer también. Miradas rápidas, asentir brevemente con la cabeza, reconocernos de inmediato. Pero muchas, muchas de las que marcharon ayer lo hicieron por primera vez en sus vidas o por primera vez en una marcha feminista.
Porque si bien la violencia machista sigue estando presente y la inequidad de género prevalece en espacios públicos, laborales y privados, también es cierto que hay mayor concientización del problema y más mujeres están hartas de no poder hacer lo que quieren; de aguantar violencias diversas; de vivir existencias injustas; de tolerar ser asfixiadas física o mentalmente por hombres. Y necesariamente eso viene de la mano con que haya más hombres desesperados por mantener esa posición de poder, esa estructura vertical de control, explotación y subyugación de las mujeres.
Si tuviera que elegir un elemento que distingue de manera significativa ambas marchas (la de 2016 y la de ayer), diría que es la disminución de la gente indiferente. Hoy hay más mujeres hartas y más hombres desesperados o conscientes de su responsabilidad en el problema, pero menos personas dispuestas a permanecer en el limbo de un área gris. Ante la polarización hay cada vez menos apatía. Para lograr un cambio profundo, ésa es una parte esencial: tomar posturas y defenderlas a ultranza.
Ayer, al terminar la marcha, en el Zócalo sobre unas gradas colocadas frente a la catedral, había un grupo de mujeres bailando. Una de ellas, en particular, tenía el cabello largo, la cara cubierta con un pañuelo verde, pantalones camuflados y playera negra. Bailaba con los brazos abiertos en un gesto entre retador, de reclamo, pleno y victorioso. Parecía un llamado a dejar la indiferencia.
Ayer marchamos. Hoy paramos. Me emocionaba la marcha; la protesta; el grito de consignas; el reclamo colectivo; la fiesta en las calles; el ocupar los espacios entre nosotras. Me entusiasma mucho también el paro de hoy. Me ilusiona la posibilidad de mostrar de manera tangible, en lo cotidiano, en lo privado, en lo público y en lo laboral, todo lo que hacemos las mujeres todos los días para que los hogares arranquen, para que muchos hombres funciones, para que el país se mueva. Me emociona la posibilidad de que, por medio de la protesta, orillemos a más mujeres a sumarse a la lucha feminista y logremos que más hombres dimensionen este sistema injusto del que se benefician todos los días a costa nuestra.
“A partir del 24 de abril de 2016, no nos vamos a volver a callar”, escribí hace cuatro años. Y no. No nos callamos. Al contrario: salimos a gritar más fuerte.
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Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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