Sin escuela presencial y bajo una apremiante necesidad económica muchas familias pasan penurias para atender a sus hijas e hijos. Algunos creen haberse adaptado este nuevo esquema de vida, pero otros temen consecuencias como la deserción o pérdida del año escolar
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Isabel Velázquez
CIUDAD DE MÉXICO.- Itzel Ramos tiene 17 años, y está estudiando la preparatoria en un plantel del gobierno. “Voy a las prepas del Peje”, dice con cierta jiribilla. Se refiere al Instituto de Educación Media Superior, una opción de bachillerato creada por el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Hoy, Itzel en vez de estar en su casa siguiendo sus clases en línea, está en las puertas del mercado de la colonia Portales, en la alcaldía Benito Juárez, tomando la temperatura de quienes entran y despachando alcohol gel para las manos. Dice que es mejor que estar en su casa sin hacer nada y así ayuda con los ingresos del hogar.
“Al principio sí duré como cuatro o cinco meses sin salir de la casa, con las clases y todo”, cuenta desde su puesto de guardia. El bullicio del mercado se mezcla con el reguetón que sale de su celular. Mientras habla, una amiga suya le delinea las cejas y le aplica un poco de sombra, así practica para después cobrar por ello.
“De cierta manera como que no aprendes casi”, se queja Itzel. “Es como que nomás te mandan las tareas y ya, solo te mandan y no explican, entonces no entiendes nada. A veces mandan trabajo y es de arréglense como puedan. Es que no es lo mismo a las clases presenciales, ahí convives y aprendes”, lamenta.
Itzel tiene dos hermanas. La mayor, de 23 años, terminó su carrera en gastronomía, pero con la crisis de los restaurantes por la pandemia, sólo encontró trabajo en una pizzería. La menor, de 14, no sale de la casa, en donde la cuida su papá, quien trabaja en una liga de basquetbol. Por la pandemia tampoco ha tenido trabajo y algunos días de la semana prepara y sale a vender alegrías o churros.
Selene Ortega, madre de Itzel, trabaja en una fonda del mismo mercado. “Mis niñas, ambas, estaban becadas, pero ahora con esto, perdieron varias materias. La verdad es que casi no les dejan tareas, los maestros no están calificando como debe ser y ellas no están estudiando de manera regular. En el grupo de la de secundaria, por lo menos 16 de sus compañeros –de un grupo de 32– están por reprobar el año”.
La historia se repite con muchos más locatarios del mismo mercado. Por ejemplo, Moisés Martínez que atiende un puesto de jarcieria, tiene cuatro hijos, una en prepa, otra en secundaria y dos en primaria.
“Es totalmente distinto a lo que es una situación normal, porque no aprenden igual. Es otro año perdido, porque no están aprendiendo lo que debieran. Yo creo que sí es un tiempo perdido en cuanto a las clases. Ellas hacen sus reuniones vía internet y mandan sus trabajos por Whatsapp, pero son solo dos horas al día, el resto del tiempo se quedan ahí con la abuela, le ayudan con los quehaceres, pero no aprenden más”.
De entre los trapeadores y las cubiertas que atestan el local, se asoma uno de sus hijos. Es tímido y no se anima a hablar. “Él no se halla en la casa, se pone mal si no sale. Ya desde aquí escucha sus clases en el celular y hace su tarea, pero más que nada nos ayuda en el negocio”.
Fernando Ramírez y su esposa atienden un local de pan en el mismo mercado con cartulinas de colores fluorescentes y rótulos hechos en casa, panes aplanados, brillosos y barnizados, salpicados con ajonjolí. Antes de la pandemia, ambos recorrían la ciudad en ferias y eventos vendiendo lo que horneaban. “Encontramos este local y aquí n
os venimos, fue lo mejor que encontramos”. Ahora recorren todos los días más de 70 kilómetros, desde Texcoco, en el Estado de México, a la alcaldía Benito Juárez, en Ciudad de México. Sus tres hijas se quedan en casa.
“Nosotros tenemos animalitos y haz de cuenta que ahorita se quedan ellas a cargo. Les dan de comer y los atienden. Tenemos puerquitos, caballos, y unos becerritos”, cuenta. Sus hijas, una de 18 y otra de 15 cuidan al hermano menor de 8, hacen de comer y mantienen la casa.
“Van muy mal”, cuenta el panadero respecto al desempeño escolar de las chicas. “Ya se fastidiaron y ya no quieren ni estudiar, ya les llegó un momento en el que les entró la desesperación por tanto tiempo encerradas, en la pantalla, haciendo tareas. Mi hija la más grande entró a la universidad pero ya ni le dieron ganas de seguir, porque no le gustó esta forma. Ella estaba estudiando zootecnia, pero la verdad es que es muy pesado y ya no quiso, ahora cuando todo se componga, va a ver si puede entrar a Chapingo –la universidad agrotécnica más vieja del país–, ojalá y se le haga y esto se arregle”.
Para Diego Alexis, de 13 años, dejar de ir a un salón de clases, casi no salir y pasar la mayor parte del tiempo encerrado en su casa son parte de una nueva dinámica diaria, con la que asegura, se siente muy cómodo. Zuleica, su mamá, asegura que la nueva normalidad le ayudó a su hijo a madurar más rápido. Ella, como miles de personas, aún asiste a laborar presencialmente. Esta es la primera vez que deja a su hijo tanto tiempo en la casa sin supervisión.
“Nos levantamos a las seis y media de la mañana. Se prepara, él, y se pone a tomar sus clases. Yo, desde una noche antes le preparo el desayuno, la comida y a veces hasta la cena por mis horarios de oficina”, cuenta Zuleica sobre la rutina diaria. Al regreso del trabajo de Zuleica, Diego Alexis ya tomó clases, comió, echó ropa a lavar, barrió y trapeó la casa. “Soy madre soltera y me toca todo el trabajo doméstico, pero la verdad es que ahora mi hijo me ayuda muchísimo, pero también es un pendiente de que no vaya a pasar algo”, relata.
Para Diego la motivación principal para acabar temprano sus deberes es jugar Playstation, una consola de videojuegos, la primera que le compró su madre junto con un celular, cuando entró a la primaria. Antes de esa edad no era partidaria de que su hijo pasara tanto tiempo pegado a electrónicos.
Ambos aparatos son ahora el medio a través del que convive con sus compañeros y amigos, sin contacto presencial. Para su mamá, ahora son herramientas básicas: “Le ha pegado mucho el encierro, y esa es la ventaja que le veo al play. Ahí habla con sus amigos de la escuela, hizo otro grupo de amigos y su red ha crecido por medio del juego. Es su único medio”.
La única condición para usar la consola es que Diego Alexis haya terminado todos sus deberes escolares, mismos que su mamá puede seguir desde una plataforma en línea que diseñó su escuela (privada) para eficientar la comunicación entre los docentes y los padres y madres de familia.
“Si no entregan un trabajo, me mandan un mensaje por la plataforma y nos avisan: tarea pendiente de Diego Alexis, y me meto y veo. Yo soy muy intensa con él”, dice sobre el seguimiento que hace. “En cuanto a calificaciones, ha subido en algunas materias, pero es porque se distrae menos, tiene que concentrarse más que en la escuela”.
Diego acepta que a veces, durante las clases en línea o cuando hace la tarea, se distrae con su perro, o con alguna otra cosa. Pese a ello, su enseñanza no se ha visto comprometida, sin embargo, la historia es muy diferente para otras familias que viven otros contextos.
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