Después de conocer el trabajo de las madres que buscaban a sus hijos desaparecidos, el contador retirado Raúl Valadez se les unió en la búsqueda. Aprendió a distinguir los restos humanos en los cerros y valles, para ayudar a esas personas a volver a casa
Texto: Daniela Rea
Foto: Mónica González / Archivo Pie de Página
Tras la primera muerte, viene la vida orgánica: aun
a pesar
el cabello
crece
y las uñas.
un cuerpo ocupa espacio,
una persona en cambio hace un lugar,
algo que se llama pausa.
«Persona», de Yolanda Segura
Soy Raúl Valadez, contador público, trabajé 30 años y ahorita estoy retirado. Tengo dos hijos, mi esposa y yo y nada más.
Yo seguido leía en el periódico que las mamás de los desaparecidos en Torreón hacían marchas, sobre todo el Día de la Madre, el día del desaparecido. Yo las veía y decía “¿pues qué pasó?”. Y luego en el 2015 fue cuando se organizaron para salir en las búsquedas a campo y veía en el periódico y en la tele que empezaron a encontrar restos. Y yo pensaba en esas señoras, tenía la inquietud de integrarme al grupo y vi que se reunían en una iglesia y fui a buscarlas ahí.
Ya tenemos más de 2 dos años de conocernos. Al principio me vieron con desconfianza, pero ya con el transcurso vieron que mi interés era auténtico. Ya nos reímos todos y compartimos. A veces lloramos también y me agradecen y yo les digo “el agradecido soy yo, de conocerlas, de convivir, de tener estas experiencias”. En todo esto hay muchas cosas que, no por minimizar a las mujeres, sí se necesita que un hombre haga: cargar cubetas con tierra, vaciar cubetas con tierra, cargar cosas, bajar cosas. No porque no puedan hacerlas, pero en esos caso es cuando puedo ayudarles yo.
A mí se me hace difícil, por ejemplo, cuando salimos, verlas que andan en el sol, porque aquí el sol es muy duro, en la tierra, pues les importa poco andar allí en la tierra.
Me acuerdo que la primera vez que fui a buscar con ellas íbamos caminando y “¡ay! ¡aquí hay restos, aquí hay restos!”, y yo: “¿dónde, dónde? No, pos no los veo”. Ya hasta que me los fueron mostrando, los fragmentos óseos quemados, y ya me empezaron a explicar el proceso que utilizaron aquí para desaparecer a las personas, por qué quedaron así los fragmentos calcinados, triturados y demás.
Yo tenía mis dudas en ese momento, si serán restos de personas, de seres humanos, ¿no se equivocarán o no verán cosas que no son en el deseo de encontrar? Ya en una segunda búsqueda me sorprendió mucho que aparecieron dientes, muelas y todo, y dije “¡ah, caray!, sí es de una persona esto, lo que hay aquí sí es una persona”. Independientemente que encontramos unos fragmentos, calcinados y todo, pero empezaron a aparecer dientes, fue cuando dije: “¡ah, caray!, no nada más son pedacitos de hueso que quedan ahí”. Entonces yo empecé a procesar eso, cómo era esto de recuperar, de encontrar. Antes confundía los huesos con pedacitos de madera o de piedra, pero ahora puedo identificar: “fíjese en los bordes, fíjese en los poros”.
Y es cuando dices “sí es cierto, aquí hay personas que murieron y que fueron calcinadas” y es cuando me cayó el veinte en ese momento. A los que han apresado, han detenido, ellos han dicho: “Aquí los matamos, los metemos en tambos de 200 litros, se les ponía diésel, se les prendía fuego por toda la noche y ya después lo que quedaba con la pala lo vaciábamos y lo enterrábamos”. Eso es lo que han declarado los que han detenido.
A veces vamos a caminar para ver qué es lo que encontramos y empezamos a caminar con las famosas varillas. A veces hay muestras de la tierra quemada o de la tierra con diésel, porque se supone que cuando vaciaban los tambos con los restos, la tierra se quedaba manchada y hasta huele a diésel. A veces los animales desentierran, o los animales carroñeros toman alguna parte y se la llevan lejos, a lo mejor a su madriguera, o la botan por allí. Eso también encontramos.
Cuando camino voy pensando en la posibilidad de encontrar algo y al mismo tiempo no puedo dejar de admirar el paisaje que tiene uno a su alrededor: los cerros: los arbustos, la fauna; hay muchas liebres, coyotes. De repente va caminando uno y no más oye el pataleo de la liebre y la ve que sale corriendo. Son cosas que solamente uno andando allí las va a ver.
En mi caso no puedo dejar de admirar el paisaje, a pesar de sea un desierto. Hay muchas cosas bonitas que ver en el desierto. Uno se imagina que el desierto está vacío, pero está lleno de cosas, de pájaros y de animales. Hay algunas piedras que forman como un hueco, una hendidura y ahí se junta el agua y puede durar días y ahí los animales van y toman agua… hay muchas cosas que observar ahí en cuanto al paisaje, al terreno y todo eso, ¿no? Andando caminando ahí.
Cuando las mamás encuentran, cuando encontramos, hacemos una oración en el lugar, rezamos por las personas que están ahí. Es innegable que están ahí, todavía no han salido de ahí… Rezamos por ellas, por lo que pasó, como tratando de sanar el lugar, sacar lo malo que hubo y tratar de demostrar que, pues sí, vinieron gentes malas e hicieron todo eso, pero ya llegamos gentes que traemos otra intención y tratamos de sanar y de recuperar eso, el cambio. Un cambio de que algo que estuvo mal, ahora estamos tratando de hacer algo bien, tratando de sanar eso, la mala vibra que puede haber allí.
Cuando a veces encuentra uno algo, entonces da satisfacción. Ésa es la esperanza, encontrar algo.
Ser buscador es buscar a estas personas desaparecidas, ayudarlos a regresar: estas personas que hemos encontrado o los restos que hemos encontrado van a regresar a su casa porque nosotros vamos por ellos. Estos pedacitos de hueso calcinado son personas…
Yo sí creo que son personas. En mi caso, que mi papá y mi mamá ya murieron, ellos físicamente no son nada, pero para mí son un recuerdo, son un sentimiento. A una persona la hacen los recuerdos, el pensamiento.
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