La producción y la quema de carbón están destruyendo el planeta y lo mejor sería dejar ese mineral bajo los suelos junto con el resto de combustibles fósiles. No volveríamos a vivir tragedias como la de la mina de El Pinabete
Twitter: @eugeniofv
Este lunes se cumplieron trece días de que diez mineros quedaron atrapados en una mina en el estado de Coahuila. Su desgracia está lejos de ser excepcional y accidentes cómo éste son tan comunes como la práctica de violar sistemáticamente los derechos laborales de los mineros. Se trata de una situación que no solamente debería mejorarse, sino eliminarse del todo, no solamente porque deberíamos aspirar a que nunca nadie pueda violar impunemente los derechos de los trabajadores, sino porque la producción y la quema de carbón están destruyendo el planeta y lo mejor sería dejar ese mineral bajo los suelos junto con el resto de combustibles fósiles.
El Perfil del mercado de carbón de la Secretaría de Economía indica que en los últimos años la producción de carbón en México se ha estabilizado en torno a los doce o trece millones de toneladas, después de un pico muy alto hace una década. Coahuila es el principal productor nacional, pero lo que sale de las entrañas de este estado no basta para satisfacer la demanda nacional y México tiene una balanza comercial muy negativa en la materia e importa carbón principalmente de Estados Unidos y de otros países latinoamericanos. Solamente en torno a la mitad de la energía producida con carbón en México se realiza con mineral mexicano.
Con carbón se satisfacen al día de hoy, siempre según el mismo documento, 27 por ciento de las necesidades energéticas primarias a nivel global y en el mundo casi 40 por ciento de la electricidad se produce con ese mineral. En México el carbón satisface solamente un poco más del 6 por ciento de la generación de energía —el resto se realiza sobre todo con petróleo y gas natural—, pero hay ciertas industrias que sí dependen mucho de él, como la industria del acero.
El problema con este mineral es que al quemarlo se liberan gases de efecto invernadero que saturan la atmósfera y provocan la crisis climática que hoy, por ejemplo, hace que las propias regiones carboneras vivan una sequía que se ha marcado como algo excepcional en el Monitor de sequía de la Comisión Nacional del Agua. Además, su humo y las partículas que lo componen pueden viajar largas distancias y, al oscurecer las superficies sobre las que se posan, hacen todavía más difícil que el calor que el sol lanza a la tierra deje el planeta.
Acabar con el carbón no es fácil ni a nivel nacional ni a nivel local, pero no solamente es posible sino que es urgente. Sabemos, de entrada, que las cosas no se deben hacer con una lógica neoliberal que deja a trabajadores con muchos años de experiencia a cuestas sin oportunidades laborales y que deja a las comunidades sin nuevas posibilidades para sobrevivir. Más bien, hay que invertir y trabajar desde abajo para construir nuevas vías de desarrollo en esas comunidades y para dotar a los trabajadores de nuevas capacidades y de nuevas oportunidades.
Al mismo tiempo, no bastará con sustituir o buscar sustituir la capacidad energética que depende del carbón con nuevas fuentes de energía. Sabemos por experiencia que la producción de energías limpias puede ser tan destructiva social y ambientalmente como la minería —así lo dice un informe del Centro de Información sobre Empresas y Derechos Humanos—. Se trata, más bien, de empezar una transformación de nuestra economía que lleve a consumir menos energía en conjunto.
Emprender esta tarea tendrá dos resultados enormemente positivos. Por una parte, nunca más volveremos a vivir tragedias como ésta de la mina de El Pinabete o como la de Pasta de Conchos de hace algunos años. Por otra parte, empezaremos el proceso de remediación del planeta que nos salvará de sequías y desastres naturales como los que padecemos hasta el día de hoy.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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