Pipero; un oficio peligroso

13 febrero, 2024

El hogar de Marta Romo se termina una pipa entera de 10.000 litros con el llenado de todos sus depósitos. La llegada de la pipa, que no recibían desde hacía una semana, se vuelve un festejo para los nueve integrantes de la familia

Los hogares capitalinos más pobres consumen cinco veces menos agua que los más ricos, pero son los más afectados con los cortes al suministro. Mientras esto sucede, una trama se teje en silencio, buena parte del control territorial de la Ciudad de México empieza con la distribución de agua. Grupos políticos y bandas criminales se empoderar gracias a un recurso cada vez más escaso

Texto y fotos: Aitor Sáez

CIUDAD DE MÉXICO. -En medio de la congestión sobre Ermita, la principal arteria de Iztapalapa, asaltaron a Margarito Mirafuentes. Era un mediodía acalorado por el tráfico. Dos muchachos se treparon a ambas puertas de la cabina y lo encañonaron, mientras un tercero se subió al tanque para comprobar si transportaba agua.

“¡Ya valió madres! ¡Ya te la sabes! No te pongas al brinco que sabes cómo termina. Aquí el que pierde es el patrón, tú sólo tiras el agua”, le gritó uno de los ladrones, de no más de 18 años. Los ladrones guiaron al conductor a punta de pistola durante quince minutos para descargar la mercancía en tres viviendas de un callejón de la barriada Santa María Aztahuacan, donde otros vecinos tabmién aprovecharon para llenar algunas cubetas. Luego, lo dejaron marcharse sin broncas.

Iztapalapa es el municipio más poblado y denso de la capital con cerca de dos millones de habitantes. También es el más violento. Hasta hace poco aparecía siempre entre los diez municipios con mayor tasa homicida, pero varias medidas de la nueva alcaldía oficialista han mejorado algo la seguridad.

Eran los días posteriores al sismo del 19 de septiembre de 2017, que rompió partes de la infraestructura hídrica y provocó la primera gran crisis por cortes de suministro en la Ciudad de México. Los asaltos a camiones cisternas obligó a las autoridades a organizar convoyes, escoltados por patrullas policiales.

Desde entonces, el secuestro de piperos se afianzó como práctica delincuencia en el oriente de la megalópolis, con una escasez crónica.

Iztapalapa es el municipio más poblado y denso de la capital con casi dos millones de habitantes, de los que sólo una cuarta parte cuentan con agua corriente las 24 horas del día. El acceso al vital líquido es un lujo en estos confines, acostumbrados a la distribución por tandeos y donde el propio López Obrador reconoció que el desabasto es un problema añejo y solucionarlo, una deuda histórica. El ayuntamiento perforó sesenta nuevos pozos de absorción y dispuso 120 mil viajes de pipas en apenas seis meses, pero ni por esas alcanzó para una mayoría de iztapalenses.

—Sientes impotencia, porque no puedes hacer nada y son puro chavos. En esta ciudad ya no puedes ir de broncudo, porque no sabes quién es el otro. Cualquiera trae un arma, de nada sirve andar con bate o cuchillo para defenderse. Ya me ha tocado dos veces que en un pleito con otro vehículo me han sacado la pistola —cuenta el pipero, que fue secuestrado por vecinos en 2017.

El Sindicato Libertad amenaza desde hace un lustro a los repartidores para quedarse los mejores contratos con empresas y centros comerciales, o bien les cobra una cuota para poder trabajar.

Después de su breve secuestro y robo del agua de su tanque, la única medida de seguridad que pudo tomar fue desplazarse durante la noche, cuando el tráfico fluye y resulta más difícil emboscarlo. También mantiene comunicación constante en un grupo de whatsapp con el resto de camioneros para alertarse de la presencia de asaltantes.

Pese a todo, a varios de sus colegas que se han resistido a obedecer a los gatilleros, los han golpeado y robado sus pertenencias. En otras ocasiones, los propios vecinos de una misma cuadra han rodeado su camión y han retenido tanto a él como al encargado municipal del reparto hasta que envían otra pipa o acude la fuerza pública a disuadirlos.

En la jungla de asfalto, cada especie adopta sus propios mecanismos de superviviencia.

Desde adolescente Margarito se pasa el día recorriendo la alcaldía más violenta de Ciudad de México y desde hace 18 años, la mitad de su vida, lo hace a bordo de El Consentido, como bautizó a su camión cisterna de cabina amarilla, el color preferido de su madre, Doña Gaby.

Gaby abrió una modesta purificadora hace treinta años y levantó un emporio de la distribución de agua mientras crió diez hijos. Los seis varones tienen ahora un par o tres de pipas cada uno y las cuatro hijas asumieron el relevo en la regencia del local.

Ambas puertas de todos los vehículos de los «gabis» —apelativo de los miembros del linaje— están rotulados con un escudo sobre el emblema ‘Dinastía Gaby’. Su madre era una reina en el hogar y una patrona en el salvaje rebusque citadino.

—A mi jefa la conocían por donde quiera que andaba. Todavía ni la creemos que ya no esté. Era todo para nosotros —asegura uno de sus hijos, con los ojos humedecidos.

A Doña Gaby no la mató el cansancio ni la violencia, sino el covid-19. Eso es lo que más enoja a su descendencia. Margarito, se tatuó en el brazo izquierdo El Consentido y una silueta de él velando la tumba de su madre. Desde entonces ha agregado una plegaria a la persignación de cada madrugada antes de agarrar el volante. El retrovisor es un altar improvisado con un rosario y una imagen de la Virgen de Guadalupe.

Osiel y el mayor de sus hijos, se estacionan a las cuatro de la mañana en el pozo asignado para ser los primeros de la fila y, al abrirse el grifo a las siete, poder rellenar la pipa e iniciar temprano la jornada. Esas tres horas de anticipación pueden significar un viaje adicional, unos mil pesos. Durante la espera se echan una siesta y unas contundentes tortas para desayunar.

Osiel tiene apenas 17 años y abandonó la secundaria desde la pandemia para acompañar a su padre. Se le complicó seguir las clases virtuales y tampoco era buen estudiante, porque, en boca del propio Margarito, nació ochomesino y no le da la cabeza para más. El imberbe no tendrá un diploma, pero ya tiene una pipa, Junior, y gana su propio dinero, que es lo único que aquí vale.

Margarito y su hijo Oseil, se acompañan con sus pipas, para darse cierta protección.

El camión avanza a trompicones por los estrechos cruces de esa perfieria de la periferia, de una anarquía urbanística que amaga con arañar el depósito en cada esquina. El chofer maneja siempre con una mano en el cambio de marchas, para acelerar rápido al enfilar cada nueva calzada y no dar tiempo a la parroquia local a salir de sus viviendas. El rujido del motor, sin embargo, atrae a los vecinos, que se asoman a las ventanas para suplicarles que se detengan en su puerta. El paso del tanque rodante se contempla como la procesión de un santo.

Tan sólo seis de cada diez hogares en Ciudad de México reciben agua a diario, pese a que el 99% cuentan con entubado. Iztapalapa, en el oriente, es una de las alcaldías más afectadas por esta escasez.

—La gente se pone muy contenta de recibir el agua y siempre te recompensan con un taco o un refresco. Hasta nos han invitado a pasar a fiestas. Con el agua la gente brinda toda la confianza. Hasta los perros nos quieren —bromea el pipero—. Es chido andar en el camión, porque siempre vas a lugares nuevos y conoces gente diferente.

La mayoría de patios en el ‘barrio bravo’ están vigilados por un perro de raza peligrosa, que a veces incluso cuidan la cuadra completa desde alguna caseta que les ponen en la acera. Pero ni ellos se atreven a morder a los piperos.

***

Cuando la pipa frena, Marta Romo abre el pórtico metálico y llama a toda la familia. De los cincuenta metros cuadrados salen hasta nueve personas, entre adultos y muchos niños. Más que una casa, por dentro es un vecindario laberíntico de minúsculos cuartos manufacturados desordenadamente a medida que crecía el elenco y los ahorritos para unos cuantos bloques de hormigón.

—Ahorita ya teníamos dos semanas sin agua. A veces vienen las pipas y otras no. Muchas veces tenemos que ir a pedirlas hasta el centro (de la demarcación) y hacer muchas horas de fila desde temprano para anotarnos en la lista del reparto —señala la mujer, extasiada de alegría.

El desmedido crecimiento del Valle de México, la tercera mancha urbana más grande del mundo, ha acelerado el desabasto en las zonas orientales, al otro extremo de la principal fuente de agua, el sistema Cuatzamala. Los grupos criminales se han aprovechado de la necesidad para hacer negocio con el agua.

El esposo de Marta y sus tres hijos ayudan al pipero a estirar la manguera por el garaje hasta un inmenso tinaco de 2.500 litros y varios cubos de basura. Luego, se apresuran a volar el tubo por el terrado para cargar otros tres depósitos antes de que otros vecinos les recriminen la tardanza. Los pequeños han ido trayendo baldes, cubos, cubetas y hasta jarras para aprovechar hasta la última gota de la oportunidad. La cisterna del camión se vacía sólo con ese domicilio.

—Esto es un milagro. A mí me llega el camión una vez al mes y eso a veces. A menudo (los choferes) nos piden plata para dejarnos el agua —reclama Marta sobre un recaudo ilegal puesto que la distribución es un servicio público y, por tanto, gratuito.

Pese a que el 99% de los capitalinos cuentan con agua entubada, tan sólo seis de cada diez la reciben a diario. Se desperdicia un 40% del líquido en fugas, debido a daños sin reparar durante años en la débil infraestructura hidráulica, causados sobre todo por el continuo hundimiento del subsuelo de la ciudad al estar situada sobre una laguna. El zócalo, por ejemplo, se encuentra ocho metros por debajo del nivel de hace un siglo.

En Ciudad de México se desperdicia un 40% del agua en fugas, daños sin reparar durante años en la débil infraestructura hidráulica.

Los mexicas se asentaron sobre el pantano, porque, según el mito de Aztlán, fue el lugar donde encontraron un águila agitando sus alas sobre un nopal y desgarrando una serpiente; hoy figura del escudo nacional. Los invasores españoles que arrasaron con Tenochtitlán y exterminaron a la civilización azteca, de la que usaron las piedras de sus pirámides para erigir la catedral, no tuvieron presente el reto geológico y las consecuencias de cimentar sobre agua.

Para el final de la media hora que Margarito tarda en aprovisionar al inquilinato, los niños ya se han puesto el bañador y juegan con el chorro que salpica por todas partes al cambiar de recipiente. La pipa se ha vuelto en la actividad recreativa de la semana y tal vez en la celebración familiar del mes. La mujer más anciana matiza el júbilo:

—El agua que sale de la llave está sucia, tiene mucho polvo. La que nos traen de la pipa está un poco mejor, pero igual mugrosa.

El marido de Marta ya se ha abierto una caguama y se ha quitado la camiseta para limpiarse el sudor. A nadie le importaría en ese momento enterarse de que la capital mexicana es una de las once ciudades del planeta con mayor probabilidad de quedarse sin agua y que eso podría acaecer en los próximos 40 años.

***

Cuando la familia de Margarito se mudó a Iztapalapa, la delegación solo era unos cerros de milpas, que desde los años sesenta ocuparon miles de campesinos. Medio siglo después es uno de los mayores arrabales de Latinoamérica y el ‘tiradero’ de la Ciudad de México. Los excelsos grafitis y las fachadas coloreadas disfrazan el océano de obra gris, alambres, ventanas enrejadas y varillas de la esperanza, como se conoce en el argot humanitario a las barras metálicas que se dejan al descubierto para autoconstruir.

Margarito Mirafuentes es pipero, repartidor de agua en camiones cisterna. Tras la muerte de su madre, doña Gaby, se tatuó una silueta suya junto a su tumba. Todos los camiones de la familia llevan un escudo con la insignia ‘Dinastía Gaby’, la mujer que cimentó el negocio a partir de una pequeña potabilizadora.

En las últimas dos décadas, la masiva llegada de personas de algunas de las colonias más céntricas y maleantes de la ciudad, sumados a la endémica pobreza, elevaron los índices delictivos. Iztapalapa, estuvo entre la decena de municipios más sangrientos de México desde que existe un recuento y sólo en los dos últimos años ha salido de esa lista gracias a las acciones del gobierno morenista.

Pese al lastre del mote de “Iztapalacra” y la vergüenza de algunos de dar su dirección a la hora de buscar empleo, al barrio nunca le han faltado huevos, como dirían sin rodeos, eufemismos ni literatura. Algunos de sus primeros pobladores, dieron también vida a connotados personajes de la cultura popular mexicana.

En esa vorágine de violencia, abandono y resiliencia, se movía Ricardo Galicia Serralde como pez en el agua. Era el enlace territorial de la alcaldía en Santa Cruz Quetzalcóatl y encargado público del reparto de pipas en la colonia. Hasta que el 7 de diciembre de 2020, dos jóvenes se bajaron de una motocicleta y le dispararon seis veces a quemarropa.

Murió bajo la carpa donde coordinaba el itinerario de las cisternas. Desde la avenida se ve el volcán que delimita a la urbe, un par de talleres mecánicos y un multifamiliar, los conjuntos donde se instalaron la mayoría de los últimos foráneos.

El 7 de diciembre de 2020, asesinaron de seis disparos a Ricardo García, uno de los encargado de la Alcaldía para la coordinación de la distribución de pipas. Una de las hipótesis del móvil del crimen es que el servidor público se había negado a entregar las pipas que le exigía una banda delincuencial.

“No fue asalto, parece que fue por problemas vecinales que se fueron directo con él”, dijo uno de esos policías que participó en las averiguaciones. Aunque varios años después las indagatorias siguen estancadas.

—Aquí las que controlan el agua dicen que son unas mujeres, pero vienen de allá de las invasiones (asentamientos irregulares) —indica un tendero del lugar, que pide resguardar su identidad, mientras dos de las clientas se marchan del local al escuchar el asunto de la conversación.

“Las que operan son la Tania, la Lety y Liliana”, le dijeron algunos vecinos al periodista de La Prensa, Alberto Jiménez, durante el levantamiento del cuerpo de Ricardo. El reportero quiso darle seguimiento tanto al homicidio como al robo de agua en el oriente de la ciudad, pero los directores del diario le ordenaron que dejase de lado el tema, dado que, según me insinúa, el entramado esconde mayores intereses.

Uno de los funcionarios de la delegación, colega de Ricardo, está convencido que las cabecillas del contrabando hídrico ordenaron la ejecución, porque se negaba a enviarles las pipas que le exigían. Incluso, confirma que ya lo habían secuestrado y amenazado, como denunció su cónyugue. Ivone, llegó a la escena del crimen desencajada, aunque en vez de lágrimas, soltó gritos para recriminar el papel de los agentes. Tuvieron que sujetarla entre dos personas para evitar que se abalanzase contra el cordón. La mujer enfatizó tres días después que su marido fue ultimado por “ser honesto y no dejarse corromper”.

“Él no sabía hacer política por eso le pasó lo que le pasó. Fue uno de los políticos que quieren un lugar de la territorial el que lo mandó matar (…) Trabaja con gente muy sucia de la alcaldía Iztapalapa y ahí me lo mataron. Lo asaltaron una vez, pero él siguió adelante y no metió la denuncia, porque se lo impidió su trabajo, la licenciada Clara Brugada Molina (la alcaldesa), le dijo que no”, le contaba Ivone al periodista de La Prensa en el patio de su casa donde velaban al difunto. “Es una lucha política que hay en Iztapalapa. Quieren ganar territorio y el territorio era de mi marido; sabían que no iba a poderlo callar, que no lo iban a poder calmar porque era muy bueno desempañando su trabajo (…) Los hago responsables a todos esos políticos que están queriendo un lugar en la alcaldía. Los hago responsables de lo que pasó a mi marido y lo que le pase a mi familia”.

En el entierro la familia también advirtió que, de no haber avances en la investigación por parte de la fiscalía, iban a manifestarse y a bloquear vialidades. Pero, a la carpeta le han salido telarañas y no ha hubo ninguna queja. Ni siquiera aceptaron darme una entrevista después de contactarlos durante cuatro meses a través de varios allegados. En una de las llamadas, su hermana sólo admitió que habían optado por pasar página.

Siete meses antes del asesinato, el diario Reforma publicó un reportaje bajo el título ‘Lucran con el agua en contingencia’, que acusaba a Ricardo de estar detrás del negocio del agua. “Algunos de los piperos o los que los dirigen están ahí beneficiados. Ya se empezó a identificarlos. Uno de esos, aquí en la territorial es Galicia Serralde”, escribieron, citando a “una fuente cercana a la alcaldía”. El mismo texto recoge otros testimonios que refieren tener que pagar a esas vecinas entre 100 y 300 pesos (de cinco a 14 euros) para recibir una pipa de agua.

Al director territorial, Paco Diego, se le congela el rostro y le treme la mirada de lástima al nombrarle a Ricardo, parte de su cuadrilla. Los servidores públicos con un puesto algo superior se distinguen de los subalternos por engominarse el pelo y peinárselo hacia atrás. Parece algo indispensable para que te tomen en serio.

—Era un buen tipo. Uno está expuesto a muchas cosas en estas zonas tan conflictivas. Él se dedicaba a todo, no sólo al agua, era una especie de líder vecinal —destaca su jefe—. No nos dio miedo el asesinato, pero sí alguna posible represalia de la esposa, que reaccionó muy violenta.

A los enchalecados, los funcionarios que rondan por las calles, no les inquietó tanto la amenaza de los parientes de Ricardo de armar un alboroto, sino el señalamiento directo contra la autoridad local. La familia vive en Xochimilco, una alcaldía colindante con semejantes problemas de suministro y el influjo de otro cártel en el trasiego de agua.

Algunas colonias de Xochimilco, el último reducto donde aún quedan algunos de los canales del antiguo sistema lacustre, se han movilizado en los dos últimos años para frenar la perforación de pozos y han llegado a los puños entre barrios enfrentados por alguna obra, teóricamente para mejorar la conexión hidráulica, pero que las comunidades ven como una estrategia para despojarles de su única fuente.

Los hogares capitalinos más pobres consumen cinco veces menos agua que los más ricos, pero son los primeros quienes deben disputarse y hasta matarse por el recurso.

Dos días después del homicidio de Ricardo, detuvieron en esos dominios a 26 jóvenes supuestamente involucrados en el tráfico de agua robada y la extorsión a piperos. Todos pertenecían al Sindicato Libertad.

***

Además de que el Cuatzamala, el sistema de almacenamiento que distribuye a gran parte de la ciudad, se encuentra a media capacidad, el desabastecimiento se agudizó en el oriente durante varios años después de tronar la planta potabilizadora y la batería de pozos de Tláhuac. Algunos expertos y conocedores anónimos coinciden en que los daños fueron provocados por otro de los grupos criminales que opera en esa alcaldía y que a su vez obstaculizó las obras de rehabilitación.

A mayor falta de agua, más pipas en circulación y mayor lucro. A raíz del terremoto que hace cuatro años dejó sin el vital líquido a miles de hogares durante varias semanas, irrumpió en el panorama el Sindicato Libertad, que, a diferencia de lo que su nombre indica, opera como un cártel.

Las viviendas suelen tener en sus patios un inmenso tinaco de 2.500 litros y varios tanques para hacer acopio del máximo de agua posible en cuanto llegue el recurso a sus casas, sea por tandeos o en pipas.

Cuando los centros comerciales, oficinas o fábricas contratan a una empresa proveedora de agua, la banda los contacta para requerirles una cuota de afiliación si quieren continuar con el reparto. Si se niegan a pagar la tarifa impuesta, les queman los camiones. Asimismo, coaccionan a los dueños de los negocios para que los contraten a ellos y cobrarles el doble. Un pipero declaró a Televisa que el tributo ascendía a 200.000 pesos mensuales por surtir a Reforma 222, uno de los malls más céntricos y concurridos de la ciudad.

—Eso sí está caliente. Para mí era mejor quedarme con la entrega a tienditas que meterme en esos líos. A muchos compañeros les robaron la pipa, se la incendiaron, los fueron a buscar a sus casas, los madrearon —explica un chofer que, estupefacto al preguntarle sobre esa situación, ruega ocultar hasta el color del camión.

El Sindicato Libertad surgió para copar la recolección de cascajos en la Ciudad de México, pero en tan sólo una década ya controla múltiples actividades en veinte estados del país. La propia jefa de gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, declaró que no se trata de una organización gremial, sino de extorsionadores. En Ecatepec, otro de los focos rojos en la orilla nororiental, sitiaron varios pozos de agua potable para presionar al alcalde a reactivar su contrato de distribución. También han formado escuadrones de pipas para cortar calles frente a comisarías y forzar, con éxito, la liberación de integrantes arrestados.

La otra modalidad para apoderarse del agua consiste en la extracción ilegal, que alcanza el millón de litros diarios, es decir, un centenar de pipas medianas. Se estima que son clandestinas entre un 10 y un 20% de las 2.400.000 tomas. Para taladrar una tubería irregular se necesitan herramientas y experiencia al abasto de muy pocos, en concreto, de los técnicos al servicio del organismo público de aguas y saneamiento. Es un secreto a voces, como en el huachicol de gasolina, que los propios empleados estarían realizando fincas, en lenguaje laboral, trabajos por fuera.

—Es mejor chambear para la delegación. Ganas menos y se demoran en pagar, pero no andas peleando con nadie. Si te asaltan, tampoco no pierdes tanto, porque no le invertimos nosotros al agua —valora Margarito, que se embolsa 2.000 pesos con el ente público y más de 2.500 por cuenta propia.

Los gabis han terminado el último viaje, el tercero en una época de calor en que aumenta la escasez, y regresan al módulo para sellar los comprobantes. En el camellón del bulevar Manuel Cañas, iluminado por la alcaldesa oficialista en una de las transformaciones para mitigar la violencia sobre todo contra las mujeres, se ubica la mesa plegable donde tres operarios del ayuntamiento, con sendos chalecos morados, coordinan en listas y mapas fotocopiados treinta pipas que pueden incrementarse a ochenta ante una emergencia. El punto lo custodia una patrulla de la policía municipal.

—A veces la gente viene muy agresiva. Nos amenazan con cerrar alguna calle si no les enviamos agua. Pasan mucha angustia —afirma uno de los enchalecados, que siempre tienen a alguien delante que les reprende por el retraso de la pipa que suele llegarles dos veces a la semana.

Por el suburbio despuntan los tanques sobre las azoteas, sostenidos por enclenques patas de mampuestos prefabricados que elevan todo lo posible el agua para que salga a mayor presión. Un cielo de Rotoplas que exhala toda la desesperación del mayor aglomerado de gente del continente americano.

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