Cuando alguien justifique golpear a los hijos, cuando piense en la educación militarizada, vale pena recordar la historia del doctor Schreber, cuyo hijo mayor enloqueció y el menor se suicidó
Ésta es una conversación ficticia (¿lo será?) entre un hombre y su terapeuta. Aquél se queja de las malas influencias de la familia de la esposa para el desarrollo del hijo, que tiene un año y medio de edad. Este hombre tiene ideas muy claras respecto a cómo se debe educar a un niño: orden, respeto y obediencia a los mayores, pero sobre todo a él: al padre.
No importa que sea un bebé, debe ir comprendiendo que hay un orden. Y la familia de la madre destruye ese orden: son desordenados, lo consienten demasiado. Lo echan a perder.
El terapeuta le revira: es sano que el niño deba lidiar con diversas formas de educación. Tras un ir y venir de ideas, el terapeuta finalmente le cuenta una historia de psiquiatras: la temible leyenda del doctor Schreber.
Había una vez un pedagogo alemán que escribió muchos libros sobre cómo educar a los hijos. Era el siglo XIX. Las ideas del pedagogo eran bastante populares: deporte, calistenia, disciplina. Fundó muchos clubes deportivos y calisténicos. También emprendió lo que hoy llamaríamos “huertos urbanos”. Era un hombre querido por la comunidad. Y él alababa todo “lo bueno” y “recto”.
Orden y progreso.
Schreber era un hombre… ejemplar: muy cristiano. Creyente de este dios justo y temible. De un dios todopoderoso, cuya palabra es ley. En una familia, el padre ocupa el lugar de Dios: él ordena, dicta La Ley. Un poco como en la iglesia católica. La buena esposa, la buena madre, apoya a su esposo en este camino. Los hijos, para alcanzar la plenitud, deben primero dar su voluntad al padre.
Muy patriarcal, pues.
Schreber tuvo tres hijas y dos hijos. De las hijas se sabe poco o nada. Están borradas de la historia.
Pero los hijos son otra historia.
El mayor sufrió una crisis psicótica cuando cumplió 42 años (hasta entonces había sido un ejemplar miembro de la sociedad). Se recuperó, y pasó ocho años gratos con su esposa. Pero a los 52 volvió a enloquecer y jamás fue funcional de nuevo. Pero escribió mucho, y sus memorias han servido para el avance de la psiquiatría.
El menor se suicidó a la edad de 38 años.
Sobre el hijo mayor de Schreber, un doctor de nombre Schatzman Morton escribió “El Asesinato del Alma”. Ahí advierte que “sería importante saber si los padres y las sociedades que adoptan la obediencia y la disciplina como objetivos preeminentes de la educación infantil tienen más, menos o las mismas posibilidades que otros padres y sociedades de llevar a los niños a la locura”.
Piense en ello cuando escuche los discursos de Donald Trump. O cuando vea videos viejos de Felipe Calderón. Recuerde esta historia cuando alguien justifique golpear a los hijos, cuando piense en la educación militarizada, y cuando existen historias de menores infractores o criminales, y la gente sólo pregunte por la madre. Y jamás pregunte por el padre.
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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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