Una de las ciudades que los estadounidenses más «destruyen» en sus películas de ciencia ficción es Nueva York. Pero en tiempos de Coronavirus, recorrer la ciudad de Nueva York recuerda un poco ese cine de catástrofes
Texto y fotos: Heriberto Paredes
NUEVA YORK, ESTADOS UNIDOS.- El estado de Nueva York, Estados Unidos, se ha convertido en el epicentro del COVID-19 en el continente americano. Hasta el momento se han registrado 7 mil 102 casos confirmados. Esta cifra se encuentra por encima del estado de Washington (el epicentro hasta hace una semana), así como de Perú, Brasil, Venezuela, México, Guatemala, El Salvador, Chile o Argentina.
Sin embargo, a diferencia de la estrategia de cuarentena obligatoria que muchos países han decretado, en Estados Unidos no hay una decisión federal centralizada que la imponga. En el caso de Nueva York, se ha establecido una alianza con los estados de Nueva Jersey, Connecticut y más recientemente con Pensilvania, para actuar en conjunto y frenar el contagio a nivel regional.
Algunos de los efectos de la pandemia se han reflejado en el cierre de todo aquello que no sea un servicio considerado como básico; es decir: supermercados, tiendas pequeñas de suministros de comida, farmacias, centros de salud y hospitales, oficinas de correo. El transporte público sigue también funcionando. Ha habido una reducción del 75 % en el personal presencial en cada uno de estos servicios y en el resto está prohibido el trabajo presencial.
Andrew Cuomo, gobernador del estado, está cancelando todas las razones para que las personas salgan a la calle, y sólo lo hagan cuando sea estrictamente necesario. Al mismo tiempo se trabaja en la ampliación del sistema médico para enfrentar el creciente número de personas con necesidades hospitalarias.
Un recorrido por buena parte de Manhattan dejó enseñanzas de la crisis social que se avecina, tanto como de las transformaciones que tendremos que enfrentar después, si se logra controlar la pandemia. Mucho de lo que encontré puede atenderse, pero no sólo depende de la estructura de gobierno, en buena medida depende de cómo nos organicemos para responder a esta crisis.
Sin generar odios raciales y sin generar más violencia de género.
Esto es lo que vi.
El recorrido comenzó al sur de Harlem, en las inmediaciones de la Universidad de Columbia, donde se suspendieron clases presenciales desde el 9 de marzo y se les pidió a estudiantes que, aprovechando el spring break, mejor no regresaran a los dormitorios o departamentos compartidos del servicio de hospedaje que otorga la universidad.
Comencé por la avenida Broadway, que es como si caminara por Insurgentes, de norte a sur. Parecía un domingo por la mañana: poca gente en la calle, algunos locales como el del zapatero o una papelería se mantenían abiertos. Poca gente usando cubrebocas y guantes.
La nueva basura que dejará la pandemia: una especie de rastro compuesto por guantes usados, azules y transparentes sobre todo, cubrebocas que pueden ser una fuente contagio, ya que el virus hasta donde se sabe sobrevive en telas y superficies durante varios días.
Mucha basura de este tipo.
Al entrar a la primera tienda en donde podía haber gel antibacterial, ya había una pequeña fila, sin distancia entre personas. dos dólares con 50 centavos cada botellita; no había tapabocas ni Lysol, un desinfectante que presume de matar el 99.9 % de bacterias y que se acaba de inmediato en cuanto lo vuelven a surtir.
Quienes no paran sus actividades son los obreros de construcción, las y los trabajadores de limpieza, taxistas y policías. Los que no tienen casa para estar en ella, los llamados homeless, ahora son muy visibles en las calles, se acercan y piden dinero o comida. Tal vez el efecto de que la mayoría de la gente ya no atasque las calles y las entradas del metro, sea que resalta la gran carestía que existe en ciudades como Nueva York.
Gente joven que reside debajo de los andamios y ahí tiene su vida. Su casa son las pertenencias que tiene y no puede desinfectarlas cada vez que se mueve. Pienso en los albergues y en la cantidad de ellos que cerrarán y en el foco de enfermedad que se generará ahí y del que nadie preguntará nunca.
Mientras tanto, en Central Park, hay algunos turistas caminando entre aquellos que hacen ejercicio, corren, trotan, usan las bicicletas. Otras personas pasean al perro o a sus bebés, por un momento hay una sensación de calma y es como si no pasara nada. Aquí pensé que las fotos que tomaría podrían ser las mismas que salen en la sección de sociales.
Es el comienzo de la primavera, el clima cambia y hasta ahora no ha habido grandes tormentas de nieve ni mucho frío. Este fue un día soleado en el que florecen las miles de flores que adornarán la ciudad fantasma en la que se está convirtiendo Nueva York.
Avanzo. Parece ser que mantenerse en movimiento ayuda mucho a no contagiarse. Cada mañana, el gobernador Cuomo dice que es posible ir a los parques a correr, siempre y cuando mantengamos ‘distanciamiento social’.
El mismo que procuramos mantener con los homeless cuando entramos en el metro y los vemos acostados durmiendo al interior de los vagones o afuera de las pizzerías esperando algo de comer. Esa misma distancia es la que ahora nos va a salvar del contagio.
Times Square y sus alrededores están vacíos, los miles de anuncios electrónicos no le hablan a nadie, porque los que estamos aquí somos fotógrafos o repartidores de servicios de comida que toman un descanso y fuman un porro. Como ya no hay tanta policía vigilando y casi no hay gente, el gallo sale a relucir con toda tranquilidad.
Sin embargo, un poco más adelante, entre la calle 34 y la 23, las cosas se endurecen: una amplia presencia de dealers vuelve tenso el ambiente. Muchos chicos venden drogas abiertamente: unos parados en la banqueta y otros tantos desde autos mal estacionados. Afuera de algunas tiendas estos chicos se reúnen, ríen, conversan, fuman un cigarro y luego vuelven a vender.
Tal vez, en estos momentos de encierro voluntario han sido muy solicitados y entonces han decidido tomar unas calles y satisfacer la demanda.
En algunos cruces entre avenidas hay pequeños triángulos donde han puesto mesas y sillas para descansar o tomar algo, me recuerdan a las que están en la avenida Pino Suárez calles antes de llegar al Zócalo. Este es otro punto de descanso de personas que reparten comida, las mayoría de las mesas tienen una mochila cuadrada y enorme que les da pertenencia a un gremio.
Hay un par de disputas callejeras: Un señor chino le reclama a una señora negra, porque ella decidió sentarse alrededor de la misma mesa. Y sigue la pelea que escala hasta que un policía viene a calmar los ánimos. Todo está exaltado, para nada se siente normalidad.
Encontré vendedores de gel antibacterial hecho en casa y ofertado en pequeños puestos improvisados. En las tiendas, un frasco de 236 ml cuesta 10 dólares y cuando hay tapabocas, cada uno cuesta 2 dólares con 46 centavos. Calles más abajo veo una tienda de cosméticos que decidió cambiar sus aparadores para vender Lysol, el desinfectante. Ahí hay fila, y un guardia que va controlando la entrada.
En el East Village la situación es mucho más contrastante, en la calle Saint Marks no hay casi nadie, algunos buscan pizza y de pronto una manada de skaters llena la calle, se van juntando conforme avanzan. Como una tribu que reúne a los suyos y huye para sobrevivir.
En esta calle y las de los alrededores está concentrada buen aparte de la vida social de Nueva York, normalmente cientos de miles de personas caminan por aquí a diario, comen, pasan un buen rato, toman un trago, van al cine, se reúnen con las amistades. Hoy no, hoy comienza a apagarse esta ciudad.
Más adelante, las calles y avenidas están desiertas, a esta altura de la ciudad se ha reducido mucho la presencia de venta de comida preparada para llevar y ya todo está cerrado. Hay silencio en una ciudad que es constantemente ruidosa, la gente mira a los demás con algo de desconcierto.
En el metro de regreso el vagón tan sólo tiene a dos pasajeros y durante las 17 paradas de trayecto se suben unas 15 personas. Es la hora pico en la que todo el metro estaría a reventar, en la que no se podría caminar en los pasillos sin chocar con alguien. Ahora nadie toca los tubos de los vagones, las miradas examinan a quienes no llevan tapabocas. Al salir del metro, en la cuadra y media entre la estación y mi edificio, pasan ambulancias rápidamente, tengo temor de que en su interior haya personas contagiadas en estado grave.
Al llegar a casa el ritual comienza: gel antibacterial, Lysol, lavarse de nuevo las manos con agua y jabón, lavar los pañuelos, desinfectar en lo posible la ropa, los zapatos, lavar las llaves, la mochila, desinfectar el frasco de desinfectante, lavar las manzanas que compré en un mercado triste de Union Square.
Fotógrafo y periodista independiente residente en México con conexiones en Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Cuba, Brasil, Haití y Estados Unidos.
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