Unas 600 personas respondieron al llamado del poeta Javier Sicilia y caminan a la Ciudad de México en demanda de verdad y justicia. Muchos de los que marchan participaron en la caminata a la que el poeta convocó hace 9 años, y reprochan las palabras del presidente López Obrador por no considerar su dolor
Texto: José Ignacio De Alba y Daniela Pastrana
Fotos: Daniel Lobato
CUERNAVACA, MORELOS.- Basta aguzar el oído mientras la Caminata por la Paz avanza lentamente hacia la Ciudad de México para entender que el dolor que ha dejado la violencia en este país no distingue capacidad económica, etnia, religión o edad: las conversaciones, consignas y cantos son una mezcla de inglés, español y náhuatl. Mujeres y hombres de distintas edades hablan de dios, de política, del cine y del desamor.
Además, a diferencia de la Caminata del Silencio de mayo de 2011 — la primera a la que convocó el poeta Javier Sicilia — en esta destacan los niños. La mayoría de los pequeños viene de dos lugares que en los últimos meses han ocupado las portadas de la prensa: Galena, en Chihuahua, y Chilapa, en Guerrero.
Entre esos dos lugares hay una distancia de más de 2 mil kilómetros y varios deciles de desarrollo humano.
Los que vienen de Galena pertenecen a la próspera comunidad LeBarón, mientras que los de Chilapa, en la entrada a la Montaña de Guerrero, son de los niños más pobres del país.
Los niños de las familias Langford y LeBaron no paran de correr durante los 20 kilómetros del trayecto del primer día: saltan vallas, brincan en el acotamiento de la carretera, rompen piedras, avientan varas, buscan víboras, juegan a empujar vehículos y piden emocionados a los conductores que pasan que toquen el claxon para animar la caravana. Los chicos, una veintena de niñas y niños rubios, visten ropa de Estados Unidos, hablan inglés, y sacan de sus carteras — casi de juguete — billetes para pagar lo que consumen en tiendas locales. Nadie que los vea creería que hace dos meses perdieron a sus primos y tías en una masacre. Sus padres los trajeron porque “we have to support the community”.
Los niños de Chilapa miran ariscos a los extraños y se esconden en las faldas de sus mamás. Andan tras ellas como polluelos. Las madres los llevan de la mano y los pequeños las apoyan para traducir al español del náhuatl. En las paradas comen tortas que dan los organizadores y no se alejan mucho para jugar ni para recolectar flores. Su ropa está gastada. Los zapatos les quedan grandes. Es la primera vez que visitarán la Ciudad de México. Varios traen carteles con las imágenes de sus padres desaparecidos. Nadie que los vea creería que hace dos días, otros niños de su comunidad fueron presentados como parte de las fuerzas que se entrenan para defender al pueblo de grupos criminales.
Es la misma hoja de ruta de la Caminata del Silencio de 2011. En el primer día, la caminata avanza poco más de 20 kilómetros hasta el poblado de Coajomulco, todavía en Morelos. Son unas 600 personas, de acuerdo con el registro previo de los organizadores. El grupo más grande está integrado por la familia LeBaron: 112 personas que viajaron de Chihuahua.
Al llamado del poeta acude gente de varios estados del país. Hay artistas, como Daniel Jiménez Cacho, políticos, como el senador Emilio Álvarez Icaza, activistas, como Maria Elena Moreira, Jacobo Dayán y Daniel Gershenson, religiosos, luchadores sociales.
Pero sobre todo, llegan muchas de las víctimas que hace 9 años se sumaron a la primera caminata convocada por Sicilia que después formaron el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD).
Teresa Carmona desempolvó la imagen de su hijo Joaquín, asesinado en 2010 en la ciudad de México, con la que recorrió kilómetros de caravanas, y con una margarita, como siempre. La mujer, de 60 años, cuenta que en los últimos dos años se ha desconectado de muchas cosas y ahora sólo se ocupa de sus begonias, pero que tiene un compromiso consigo misma de acudir a cualquier cosa que convoque el poeta, a quien considera un hermano. Sin embargo, reprocha la asistencia del senador independiente Emilio Álvarez Icaza: “¿Qué hace aquí el señor? Si quiere ayudar que mejor se ponga a legislar”.
Aracely Rodríguez, madre del policía federal Luis Ángel León, reconoce que la violencia no va a disminuir en varios años, pero reprocha al presidente Andrés Manuel López Obrador sus palabras para quienes marchan con Sicilia porque no han encontrado justicia.
“El presidente no cuida sus palabras, no sabe que lastima. Mi hijo descuartizado no es un show”, dice Aracely, quien ahora forma parte del consejo ciudadano del Mecanismo de Protección a personas defensoras y periodistas.
Lo mismo repiten muchos que caminan: el presidente se ha tomado el asunto personal con Javier Sicilia y lastima a mucha gente con sus expresiones.
“Dice que somos un show, Pero el no ha caminado, como nosotros, buscando a un hijo”; dice Melchor Flores, quien camina con la misma pancarta del Vaquero Galáctico — su hijo, desaparecido por policías de Monterrey en 2010 — que tantas veces llamó la atención de los reporteros hace 9 años.
Ahora, mientras bromea diciendo que ya las rodillas no responden igual, el hombre de 63 años cuenta que llegó a la primera caminata porque vio en la tele la convocatoria de Sicilia y brincó de la cama. “¡Chingue su madre, yo sí voy!”
Desde entonces, considera a Sicilia su guía y amigo. Con él y el Movimiento por la Paz recorrió el país hacia el norte y hacia el sur, junto con otros dos hombres que también buscaban a sus hijos, pero que ya no están: Nepomuceno Moreno, quien fue asesinado en Sonora, y Roberto Galván, quien murió de un tumor cerebral que muchos atribuyen a la presión de no encontrar a su hijo.
No son los únicos que faltan. Unos, como María Herrera y sus hijos, están ocupados en la organización de la próxima brigada de búsqueda de cuerpos en Poza Rica y se sumarán más tarde; otros optaron por no venir ante la posibilidad de que la caminata sea utilizada políticamente.
Otros más simplemente ya no pueden estar: Pedro Leyva y Don Trino, que fueron asesinados en Aquila; Eva y Marcial, secuestrados en un autobús en Guerrero, cuando iban a una reunión del MPJD; Nacho Suárez Huape, quien murió en un accidente; Margarita, quien antes de morir pidió que la velaran frente a la secretaría de Gobernación.
Ninguno de ellos encontró la justicia antes de su muerte.
Antes de empezar su marcha, los integrantes de la familia Zapoteco Guzmán — madres y tres hijos — buscan unas ramas el suelo para sostener el pequeño rótulo con la foto del padre de familia: Rogelio Zapoteco, un mecánico desaparecido desde 2013 en Chilapa.
María Guzmán, la madre de la familia, se unió en la primera parada de la caminata, junto con otras mujeres del Colectivo Siempre Vivos, que encabeza el profesor José Díaz Navarro.
Cuenta que su esposo desapareció un día que salió a trabajar y ninguna autoridad ha hecho nada para que vuelva, vivo o muerto. Ella tuvo que dejar a sus hijos para dedicarse al servicio doméstico, a veces hace doble turno. Sus hijos, que ahora tienen 17, 15 y 11 años, han tenido que cuidarse solos. Por eso los trajo a la caminata. “Allá no había nadie que se ocupara de ellos”.
Chilapa es un municipio nahua que está en la entrada de la Montaña de Guerrero, una de las regiones más pobres del país. Comenzó a ser asolado por el crimen en 2013, después de las caravanas y del Movimiento por la Paz. En estos seis años, sus niveles de violencia han provocado la presencia de la ONU, del exsecretario de Gobernación y de militares pero nada frena el poder que tiene el grupo denominado Los Ardillos, ligado a políticos del Partido de la Revolución Democrática.
Díaz Navarro ha documentado y denunciado esta relación y por eso tuvo que dejar su casa y entrar al mecanismo de protección. En septiembre de 2018, en la reunión que tuvieron las víctimas con el presidente electo, le entregó en persona una carpeta a López Obrador. Pero la violencia brutal en el municipio, que ni siquiera está considerado en las regiones prioritarias de la estrategia de seguridad, no da tregua.
El profesor dice que los LeBarón y Sicilia son la última esperanza que le queda. Su grupo trae una manta dedicada al presidente: “Queremos justicia… me canso ganso”.
La ruta es la misma, pero la caravana avanza más lento. “Antes aguantaba, pero ya no es lo mismo”, dice el fraile dominico Julián Cruzalta, con una sonrisa.
El religioso ha estado en muchas batallas, incluido el plantón de Reforma, al que convocó Andrés Manuel López Obrador en el conflicto post electoral de 2006. Ahí, Cruzalta y un grupo ecuménico acamparon 40 días al lado de la Diana Cazadora. Piensa que ahora está más difícil, porque antes, con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, era muy evidente lo equivocado de la estrategia. “El presidente es muy necio y no va a cambiar”, lamenta.
La marcha avanza lento. El propio poeta, de 63 años, se queda retrasado en varias ocasiones y debe parar a descansar. Detrás de los que caminan van 8 camiones y una treintena de vehículos privados, entre ellos los de la prensa.
Pero algo sí ha cambiado. Aunque muchos son los mismos, ésta es una caminata de corazones con menos desasosiego, aunque no con menos dolor.
“Ahora son personas que están más organizadas, tienen sus propios colectivos”, evalúa Magdiel Sánchez, quien, como hace 9 años, se encarga de la logística.
— Así entramos a Chihuahua, Julián, del brazo. Y no hemos encontrado la paz, le dice en algún momento Tere Carmona a Julián LeBarón.
— Sí hemos encontrado la paz, para nosotros mismos. De saber qué es lo que se tiene que hacer — responde el hombre, con su acento ranchero.
Más tarde, LeBaron camina con otros dos hombres que vienen de Puebla y Michoacán. Los tres cantan a capela el “El hijo del pueblo”, de José Alfredo Jiménez. Se sabe la letra completa.
“Para que luego no digan que no somos mexicanos”, dice al final.
Javier Sicilia y el Movimiento por la Paz anunciaron la caravana que llegará hasta la Ciudad de México después de asesinato de 9 integrantes de la familia LeBarón, en noviembre del año pasado.
La imagen es muy similar a la que en 2011 encabezó Sicilia, tras el asesinato de su hijo Juan Francisco.
En aquella ocasión la catarsis convirtió a la manifestación en un movimiento que provocó que miles de víctimas salieran del anonimato. En ese momento Sicilia logró articular el primer movimiento de víctimas del país.
Pero el país que vuelve a caminar Javier Sicilia está más deteriorado. Las cifras de desaparecidos y homicidios están disparadas. Si en 2010 hubo en México más de 15 mil asesinatos, para 2019 el número escaló a 35 mil.
“Hoy ese horror nos ha reunido nuevamente en este monumento del que hace 9 años partimos para convocar a la palabra, nuestra última bocanada de oxígeno, e intentar de nuevo detener el horror y evitar que el país se hunda en una barbarie sin retorno”, dijo el poeta, este jueves, al salir la Caminata de la Glorieta de la Paz en Cuernavaca
Este viernes la caminata sigue si paso rumbo a la Ciudad de México que llegará el domingo a Palacio Nacional donde harán un llamado al presidente Andrés Manuel López Obrador “a unir a la nación y a construir con todas y todos una sólida política de Estado basada en la verdad y la justicia”.
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