No hay un lugar en este país: historias en primera persona

31 agosto, 2021

Durante dos meses la escritora Brenda Navarro trabajó un taller de escritura con 16 familias de personas desaparecidas, convocadas por Fundar. El resultado es este libro “No hay un lugar en este país” en donde las familias cuentan su historia en primera persona. Pie de Página ofrece como adelanto el relato de Érika Rodríguez

Texto: Érika Rodríguez*

¡Arriba, arriba, Erika! Ya es viernes. Si no te levantas no vendes. ¡Vamos! Me decía a mí misma mientras estaba sentada en la orilla de la cama. Me daba ánimos para ir a la cocina y preparar los tacos. Era más tarde que de costumbre. Eran las cinco y media de la mañana. No iba a dar tiempo. ¿Y si no vendemos? No. Si no vendemos no voy a tener dinero para el fin de semana, pensé. 

¡Déjate de cosas Erika y apúrate! Me insistí sola. Ya en la cocina seguí sin tener ganas de hacer nada, pero seguía. Hice solo un canasto de tacos para que me diera tiempo y porque un día antes mi marido me dijo que en Caleta lo asaltaron, así que un canasto bastaba para venderlo en Mina. A Caleta ya no quería ir, ni poner en peligro a mi esposo ni a mi hijo que eran los que vendían en esa zona. 

Mientras preparaba los tacos, todos seguían dormidos. Mi marido suele levantarse tarde, como a las seis y media, aunque yo ande en chinga. Ya para esa hora había despedido a don Roge que me traía la tortilla. 

Me sentía demasiado estresada y cansada, no nada más del trabajo, sino de los problemas de la casa, de las peleas con mi marido. Me daba igual que se vendiera o no. Quería seguir dormida, pero seguí y entonces le fui a hablar al Chamaco para que se parara y me ayudara a terminar. El Chamaco, así le decía de cariño a mi hijo Cristopher. 

¡Cristopher, Cristopher! ¡Ya levántate para que me ayudes! Él seguía durmiendo, boca abajo. Medio entreabrió los ojos, me miró, movió su cabeza, me dijo que sí, que se iba a levantar, pero yo noté que tenía mucho sueño y no le insistí. Lo dejé dormir porque sabía que estaba muy cansado por el futbol del día anterior. 

Terminé los tacos junto a mi marido a las siete y media de la mañana. Hacer tacos de canasta es muy complicado porque se tienen que hacer de uno a uno, pero terminamos entre los dos y yo fui a cambiarme para irme a venderlos. 

Para cuando bajé las escaleras apagué la luz de la casa y alcancé a ver a Cristopher parado en la puerta de su cuarto. Solo tenía puesto su bóxer negro y me preguntó todo somnoliento si ya me iba. Le dije que sí y salí a la calle para subirme al carro con mi marido. Volví la cara hacia la casa, vi a mi hijo asomándose a la ventana de su cuarto. Nos dijimos adiós con la mano. 

Nos fuimos a vender a la calle Mina y el día para mí comenzó justo cuando mi marido se regresó a la casa y yo me quedé vendiendo con la fe puesta en dios, al lado de Daniela, la muchacha que me ayudaba. 

A las ocho veintitrés de la mañana escuché mi teléfono y vi que era mi hijo. Le contesté rápido: ¿Bueno; qué pasó? Le dije. Ma, ¿dónde estás? me preguntó. Le respondí que en Mina, ¿Por qué; y mi papá? Le respondí que, en la casa, que eso creía, ¿por qué? Insistí. Es que lo vine a buscar. ¿A dónde? A Caleta, me dijo. ¡No, hoy no vendió! ¿Para qué fuiste? Me respondió nada más con un mmm y luego me reprochó que no le dije. ¡Estabas dormido, por eso ya no te dije nada! ¡Vente para acá, yo estoy en Mina! Me dijo que sí, que sale. Sale pues, le dije y colgamos. Esa era su forma de decirme que ya venía y me quedé confiada de que iba a ser así. Pero pasó media hora y nada. Este chamaco no viene, ¿a dónde se habrá ido? A lo mejor viene caminando porque no le dejé dinero. Ya vendrá. Y me concentré en vender hasta que pasó otro rato y él seguía sin aparecer. ¡Pásele, hay tacos de canasta! ¿Por dónde se habrá ido o a dónde fue? Me seguía preguntando. ¿Ya no vino? A lo mejor se fue a la casa a seguir durmiendo. Pero no me dijo nada, ni me avisó y él no es así, me hubiera llamado. Entonces le marqué a ver dónde estaba. Pero me mandó a buzón. 

Entonces me metí a Whatsapp y vi que había estado conectado unos minutos antes. Le escribí un mensaje: ¿A dónde te fuiste, niño? 

Te estoy marcando. Vi que el mensaje salió pero que él no lo vio. Y así otros diez minutos. Le volví a marcar y nada. Me metí a Messenger de Facebook, y busqué a ver si estaba conectado porque siempre solía estar activo. Nunca se desconectaba, y nunca se iba a ningún lado sin avisarme. Por eso empecé a angustiarme, no me gustaba que no me respondiera por ningún lado. 

Para ese momento no sabía yo si seguir vendiendo o irme. Empecé a hacerme muchas suposiciones: Tal vez está con Evelyn, su novia. Pero no me avisó. O tal vez se fue a donde mi mamá o mi hermana. O a lo mejor se fue con mi cuñada. O está con Yoni, su mejor amigo. O se fue a la cancha porque había partido. Así la cabeza dándome vueltas pensando dónde podría estar.

Continué llamándole y enviando mensajes: nueve diez, nueve veinte, nueve y treinta, nueve cuarenta, nueve cincuenta, las diez de la mañana. Nada. Así que llamé a todas las personas con las que pensaba que podría estar: Evelyn, Yoni, otros amigos del futbol que era su pasión. Nada. 

Diez, diez y diez, diez y veinte, diez y treinta, diez cuarenta. Así cada diez minutos. Y luego cada cinco. Sentí que enloquecía. Tenía un nudo en la garganta y muchas ganas de llorar. 

*Soy Erika Rodríguez, nací en Acapulco Guerrero y pertenezco al colectivo Familias de Acapulco en busca de sus desaparecidos. Me dedico a la venta de tacos de canasta, elaborados por mí, con mucho amor para mis clientes. Me gusta mucho trabajar, la música, la convivencia familiar y leer. A raíz del dolor, vacío y sufrimiento que me dejó la pérdida de mi hijo, he aprendido a guardar mi dolor y lágrimas solo para mí en mis espacios a solas, y doy la mejor cara a mi familia y al resto del mundo, como si en verdad fuera fuerte por dentro y por fuera.

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