En nuestro tiempo, quizá la autonomía del cuerpo propio pasó a tergiversarse o mal entenderse hasta volverlo una tercera persona (despersonalización que deviene en despolitización) y convenga más que nunca pensarnos cuerpos, entendernos cuerpos, para comprendernos mejor
Por Celia Guerrero / @celiawarrior
Claudia Quintero es una defensora de los derechos humanos que fue víctima del conflicto armado en Colombia y de explotación sexual. En una conversación que es un episodio del podcast El Topo, Quintero, quien ahora lidera una organización que acompaña a mujeres víctimas de trata, se nombra sobreviviente y habla de las razones por las que no puede considerar la prostitución un trabajo. Mas bien, la llama una “situación” de la que “no se puede salir sana”. Cuenta de la disociación necesaria en el acto: para vender el cuerpo hay que desconectarlo de la mente, y eso tiene consecuencias.
La violación como arma de guerra, el tráfico y la esclavitud sexual son algunos crímenes ligados a los conflictos de los que la mayoría de las víctimas son mujeres, niños y niñas. En 2019, la Organización de Naciones Unidas estimó que una de cada cinco mujeres refugiadas o desplazadas internas era víctima de violencia sexual. Unas 140 millones de personas necesitaban asistencia humanitaria a raíz conflictos o desastres naturales, de las cuales 35 millones eran mujeres y niñas. Y aún no se desataban las guerras en Ucrania y Gaza, que hoy destacan en el escenario de los conflictos mundiales.
En este contexto, uno en el que cada vez menos territorios/cuerpos se libran de algún tipo de conflicto/violencia, cobra potencia el replanteamiento de la célebre proclama feminista: “Mi cuerpo es mío, solo mío…” a “Mi cuerpo no es mío, yo soy mi cuerpo”, que surge no necesariamente como reacción o contraposición a la primera, sino como resignificación crítica ante la despersonalización.
Incapacitada física y mentalmente a raíz de una caída, los últimos 20 días he escuchado el relato de Claudia Quintero y también he pensado en aquel contradiscurso (“Mi cuerpo no es mío, yo soy mi cuerpo”) y lo que subyace en él. Aún cuando mi movilidad no se vió 100 por ciento menguada, el cuerpo ha dicho para y no me ha quedado más que parar. (Nótese que he escrito el cuerpo, incluso, como si se tratara de una tercera persona).
Al principio pensé, vale, no puedo continuar con algunas actividades físicas pero, ¿y las intelectuales? ¿Puedo, por lo menos, adelantar ese texto o investigación pendiente? Y ese cuerpo que me comunica con hechos ha dicho No. El punto que no he podido discutirle es el dolor, que por más que he buscado ignorar y apagar encontró una forma ineludible de expresarse: migrañas.
Esa incapacidad real —que por suerte no suelo experimentar con regularidad— me orilló al siguiente abismo mental. Me pregunté, ¿de dónde proviene la tendencia al intento de disociación cuerpo-mente? ¿Es una reacción aprendida, dónde? ¿Impulsada, por qué o quién, quiénes? ¿Es una autoexigencia de productividad constante o acaso —como tanto— deviene en síntoma de una socialización? Mucho para pensar y tiempo para hacerlo, pero sin capacidad para plasmarlo.
Con ese clima existencial (de incapacidad) he aprovechado para revolcarme en mi ocio (mi recuperación) y para regresar a algunas lecturas (recomiendo). Y, bajo el régimen de descanso obligatorio invocado por este cuerpo, hubo una lectura a la que di nuevas y más claras interpretaciones: The Undying (Desmorir. Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista) de Anne Boyer.
En el prólogo a la traducción al español de Desmorir encontramos una recopilación de escritoras que, como Boyer, han creado obras al rededor del cuerpo y la enfermedad propia, en específico el cáncer de mama: Susan Sontag, por supuesto, inaugura el listado con La enfermedad y sus metáforas; menciona también a Rachel Carson y su Primavera silenciosa; y Los diarios del cáncer de Audre Lorde, entre otras. Todas, mujeres que pensaron esa enfermedad con “su delimitación de género”, “su política de clase” y “distribución racionalizada”.
“El silencio en torno al cáncer de mama sobre el que Lorde escribió es ahora el estruendo de la extraordinaria producción de lenguaje del cáncer de mama. En nuestro tiempo, el reto no es hablar para afrontar el silencio, sino aprender a resistir ante el ruido a menudo obliterador (que anula o borra”, plantea el texto de introducción.
En nuestro tiempo, quizá la autonomía del cuerpo propio pasó a tergiversarse o mal entenderse hasta volverlo una tercera persona (despersonalización que deviene en despolitización) y convenga más que nunca pensarnos cuerpos, entendernos cuerpos, para comprendernos mejor.
Periodista
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona