‘Me gustaría que me pidieran disculpas quienes tenían que cuidarme’

15 abril, 2019

Continuamos explorando, desde la propia experiencia de las mujeres que han denunciado violencia en su contra, cuáles son las posibilidades de protección y sanación que necesitan. En la sexta entrega, la voz de Mar.

Texto: Lydiette Carrión y Daniela Rea

Imágenes: Cortesía especial

Mar (se omite su nombre real) es una mujer de 38 años, profesionista, bailarina, escritora, música. Mar es todo eso porque desde los 16 años se reconstruye. A esa edad llegó por su propio pie a terapias grupales para combatir su adicción a las drogas, luego, los desórdenes alimenticios y una depresión aguda que ha ido y venido a lo largo de su vida. Detrás de todo ello hay  un motivo doloroso: el abuso  sexual infantil. “Creo que nadie se imagina el infierno que es. Sobre todo, nadie imagina el infierno posterior al abuso, el que se queda contigo de por vida”.

México ocupa el primer lugar en abuso sexual infantil, de los países del OCDE.

Mar ha pasado toda su vida reconstruyéndose, creando, bailando… Pero las heridas no cierran, sólo se manejan. El odio hacia el propio cuerpo o los imprevistos que detonan una crisis de estrés postraumático están a la vuelta de la esquina. Las heridas se hacen conscientes, pero nunca cierran del todo… por eso milita contra el abuso sexual infantil.

Y es que el daño es de por vida. “El tiempo vivido con todas esas secuelas nada me lo regresará”. Pero hay quizá una cosa que quizá sería reparador: “Me gustaría que quienes tenían que cuidarme y no lo hicieron me pidieran disculpas por ello”.

Esta es la  voz de Mar:

¿Cuál fue la violencia que sufriste?

Fui abusada sexualmente por un miembro de mi familia extendida desde los seis hasta los 13 años.

¿Hay algo que te produzca miedo?

Muchas cosas. Lo primero y más importante, me aterra la idea de que alguno de mis hijos sufra abuso sexual. Es un miedo latente, a veces paralizante. Obviamente he tomado mis precauciones, dándoles herramientas de autoprotección. He tomado cursos. Sin embargo, ciertas cosas, como encargar a mis hijos, encontrarles una nueva escuela, etcétera, pueden convertirse en motivo de crisis de estrés postraumático muy severas para mí.

Otro temor fuerte que tengo es hablar públicamente sobre ese abuso, especialmente porque no deseo que mis hermanos se enteren de que sucedió. Me da mucho temor que puedan buscar a quien me agredió y matarlo. Y, vaya, no quiero joderles la vida.

¿Con qué te sentirías segura frente a esos miedos?

Sobre los hijos, creo que con nada. Quizá sólo me siento segura estando presente y haciéndome cargo de todo yo.

Respecto a hablar públicamente del abuso, me sentiría segura si existieran mecanismos de denuncia que garantizaran el bienestar de las víctimas y sus familiares, si hubiera un acompañamiento apropiado, si estuviera segura de que la ley jugaría a mi favor y lo haría pagar. Pero sé que eso, en este país, es una ilusión nada más.

¿En qué te sientes dañada? ¿Qué daños identificas que hay en ti?

Creo que uno de los más intensos es la relación tóxica con mi propio cuerpo. Rechazo de mi cuerpo, ocultarlo. Cometer todo tipo de actos dañinos: consumo de drogas, comer compulsivamente, después dejar de comer o hacer ejercicio compulsivamente hasta hacerme moretones o lesiones. Vergüenza de mi propio cuerpo. Mucha. Vergüenza de estar desnuda frente a otro. Sentirme fea. Sentirme tonta. Sentir repugnancia por mí misma. Experimentar un profundísimo odio por mi persona. Depresiones, muchas, incontables, a veces sin motivo alguno. Un pesimismo constante, perpetuo. Desesperanza, muchísima. Pensamientos suicidas frecuentes. Ansiedad. Trastornos obsesivo-compulsivos. Relaciones amorosas y sexuales muy tóxicas. En mis primeras experiencias sexuales consensuadas, tuve vaginismo y trabajé muchísimo en terapia para que pudiera soportar una penetración sin dolor. Prácticas sexuales de riesgo no placenteras para mí en las que participé para complacer a otros. Insomnio por años –porque de noche él entraba a mi cuarto– y el miedo no me dejaba dormir, y esa costumbre de estar alerta no la perdí. Tener miedos irracionales.

Tener la sensación de estar “arruinada”: un sentimiento de “todo me saldrá mal siempre”, “algo va a pasar y lo bueno no perdurará”. Autosabotaje. Sentirme abrumada fácilmente. Estrés postraumático. Durante la adolescencia me autolesioné. Mucha dificultad para ser asertiva, para decir no. Extrema dificultad para confiar en otras personas. Angustias constantes. Dermatitis desde que comenzó el abuso hasta el día de hoy. Crisis nerviosas. Dificultad para relacionarme con otras personas. Ataques de ira. Ataques de llanto. Sensación de ser insignificante, de que lo que quiero no importa. Resentimientos familiares, muchos, especialmente contra quienes considero que debieron cuidarme y no lo hicieron. Mucha dificultad para trascender, dejar pasar, fluir, superar rápido cualquier problema o conflicto. Absolutamente todo ello se lo atribuyo a las emociones tan confusas y traumáticas con las que crecí gracias al abuso.

¿Qué ha sido lo más difícil?

En general, ha sido muy duro lidiar con todo lo anterior. Creo que también es terrible la sensación de soledad, que nadie entienda por qué sientes de ese modo, con esa intensidad. La gente te tilda de dramática, de histérica, de neurótica. La gente te dice cosas como “déjalo pasar, sé feliz, supéralo”. Creo que nadie se imagina el infierno que es. Sobre todo, nadie imagina el infierno posterior al abuso, el que se queda contigo de por vida. Es muy duro ver al mundo reaccionar tranquilamente, decir “sí quiero”, “no quiero”, “no pasa nada” y darte cuenta de que tú no puedes, por más años de terapia, chochos y catarsis que hagas. Tu sueño es que un día, de verdad, todo eso se acabe.

¿Cómo te sentirías reparada del daño? ¿Para ti qué sería sanador?

Creo que nada me haría sentir reparada. Ya el tiempo vivido con todas esas secuelas nada me lo regresará. Quizá me aliviaría ver a este tipo entre las rejas, sólo para estar tranquila sabiendo que no lastimará a nadie más. Pero eso es imposible, aunque yo denunciara, por los años que han pasado. Quizá me gustaría que quienes tenían que cuidarme y no lo hicieron, me pidieran disculpas por ello.

Cosas sanadoras ha habido muchas, afortunadamente. Primero que nada, la escritura, mi única aliada, mi única fuga, mi única compañera de dolor durante años. En segundo lugar, la danza, el único lugar en el que he sido absolutamente feliz con mi cuerpo, el único espacio en el que he sido dueña de mi cuerpo, totalmente dueña, en el que me he sentido libre y he desaparecido en una alegría total, indescriptible. El arte, en general, los libros, la música, han sido espacios de encuentros conmigo misma llenos de felicidad y gozo que no he logrado de otras maneras.

Otro parteaguas fueron los grupos de 12 pasos para adictos, que cambiaron el rumbo de mi vida y sin los que, indudablemente, no habría sobrevivido.

Otro bálsamo sanador, quizá uno de los más poderosos: las amigas y el feminismo. Benditas amigas y bendito feminismo. Ahí descubrí que siempre habrá quien te quiera, no importa quién seas y qué hayas vivido. El feminismo me enseñó a decir “yo valgo”, “yo importo”, “yo puedo ser libre”, “yo merezco más”, “yo voy a pelear por tener más”. El poder sanador del feminismo es infinito.

Para ti, ¿el agresor puede resarcir el daño?

Absolutamente no.

¿Cómo te sentirías arropada por la comunidad?

Primero, la comunidad tiene que aprender a escuchar a los que somos sobrevivientes de violencia sexual. Entender que ya existe evidencia científica de que, en el caso de quienes vivimos abuso sexual infantil, incluso nuestra estructura cerebral se desarrolló diferente. Que está documentado que todos los que hemos sido agredidos sexualmente experimentamos estrés postraumático y otras secuelas. Que no estamos exagerando ni haciendo un drama. La comunidad tiene que hacer todo lo que esté en sus manos para que nadie más sufra este infierno.

Una manera de sentirnos arropadas, pienso, sería que la comunidad exigiera vehementemente políticas públicas, leyes, etcétera, para frenar la violencia sexual y para la reparación de los daños. Que se exigiera el acompañamiento de las víctimas. Que sea tan importante y tan indignante como que no haya gasolina en las gasolineras. Que se hable del tema. Que la comunidad se preocupe por no educar agresores y por crear y procurar infancias felices. Ahí, en la infancia, es donde nos entrenamos para ser empáticos y para amar y para ayudar y sentir por el otro. Necesitamos empatía, solidaridad, amor. No hay más.

Quinta entrega: ‘Se puede construir desde el daño que dejó el abuso sexual’

Cuarta entrega: ‘Debemos cuestionar la impunidad como única forma de convivencia’

Tercera entrega: ‘Le hemos dado nuestra vida al Estado y nos ha fallado’

Segunda entrega: ‘Cargo cicatrices que me hacen repetirme: soy porque he luchado’

Primera entrega: ‘No hay reparación del daño’


Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.