11 mayo, 2024
Hace 12 años, Gabriel Huge y Guillermo Luna, tío y sobrino respectivamente, fueron asesinados junto con otras dos personas en el puerto de Veracruz. Eran reporteros de la fuente policiaca que vivieron en la época y el lugar más violento para el periodismo. Esta es su historia y la del Áve Fénix de su familia
Texto: Iván Sánchez
Fotos: Félix Márquez
VERACRUZ. – Las manos de Memo se deslizaban por el teclado de su sencilla computadora cuando en la pantalla apareció un mensaje: “esa nota no va”. Una vez más, le avisaban que la foto tomada a un cadáver no sería publicada porque afectaba a los intereses de algún grupo criminal.
La frustración le subía la temperatura del cuerpo, a tal grado que su rostro moreno se tornaba aún más oscuro, se paraba de la silla y daba vueltas por la sala de la casa, incrustada en una colonia popular del puerto de Veracruz.
Su mamá, Mercedes, lo miraba desconcertada. No entendía quién le daba esas órdenes a su hijo o el por qué no podía hacer libremente su trabajo: ser reportero de la nota roja.
Ya más calmado, Memo volvía al improvisado escritorio, seleccionaba las fotos que no serían enviadas a la redacción y las borraba de la memoria de la cámara fotográfica digital que utilizaba diariamente.
Memo era como de cariño le decían a Guillermo Luna, un joven reportero de nota roja que fue asesinado el 3 de mayo de 2012, junto con su tío, Gabriel Huge, un veterano fotógrafo de la fuente policiaca de Veracruz conocido como el Mariachi. Junto con ellos fueron asesinados el fotorreportero Esteban Rodríguez e Irasema Becerra, trabajadora de Veracruz.
Esta es la historia de Memo y Mariachi, dos comunicadores amedrentados y coptados por la delincuencia organizada, y luego asesinados de una forma cruel, ante la impasibilidad del Estado gobernado por Javier Duarte y su operador del miedo, Arturo Bermúdez. Una historia del Veracruz silenciado, que poco se recuerda en medio de la efervescencia política. Una historia de horror, que nunca más debe regresar.
Cuando Gabriel era un muchacho, casi un niño, acordó con su padre que comenzaría a trabajar. Ambos conocían a un tal Luis Velázquez, quien laboraba en un periódico local y una revista.
Al poco tiempo, Gabriel ya recorría las calles como voceador, ofreciendo una revista que hablaba de política veracruzana de la que poco entendía, pero a la que poco a poco le tomó estima.
Quienes lo conocieron entonces cuentan que principalmente le gustaba ver las fotos, por ello con ahorros y esfuerzo, tomó cursos de fotografía, y se compró una cámara para poder pasar de vender periódicos a hacer la noticia.
Cuando Gabriel comenzaba en el periodismo policiaco. Llegaba a las escenas del crimen cargando un estuche de violín, en cuyo interior guardaba su cámara fotográfica. Algún compañero le regaló ese armatoste, pues no tenía como proteger su equipo de trabajo. Sus compañeros le apodaron Mariachi.
Con el tiempo, logró convertirse en un referente del periodismo de nota roja en la zona conurbada de Veracruz-Boca del Río, no solo por su atinado trabajo, sino por su capacidad de hacer amigos y su preocupación por las personas más necesitadas.
Le gustaba el periodismo para ayudar a la gente. Algunos cuentan que hacía llamadas al director del Hospital Regional para intervenir en algún caso donde los pacientes no tenían los recursos económicos para ser atendidos.
“Cuando veía a alguien que no tenía para pagar, una familia que venía de no sé dónde y no tenían ayuda, él hablaba”, cuenta Mercedes, quien además de ser madre de Memo, era prima de Gabriel.
En otra ocasión elementos de la extinta Policía Federal lo retuvieron ilegalmente por varias horas, porque tenía evidencia de los uniformados “plantando” un arma a un presunto delincuente abatido.
Así, tratando de ayudar, Gabriel invitó a Memo a unirse al trabajo que tanto amaba: el periodismo. No había forma de saber que eso les costaría la vida.
Memo terminó el Bachillerato Técnico en donde aprendió a instalar y reparar equipos de refrigeración. Intentó trabajar en ese oficio pero no agarró el gusto por arreglar climas en el caluroso puerto jarocho.
Por eso un día llegó Gabriel, quien había sido una figura paterna para Memo y su hermana Isabel desde que sus padres se separaron.
“Si no quiere seguir estudiando que se venga a trabajar conmigo”, dicen que dijo el hombre, dedicado al periodismo impreso.
Ese primer día regresó por la tarde a su casa completamente sudado, quemado por el sol y agotado, pero con la pequeña inquietud incrustada en la cabeza de hacer lo mismo que su tío: llevar fotos y noticias a los lectores.
La seguridad en Veracruz se fue descomponiendo paulatinamente. A principio de los años 2000 todo fue cambiando y la violencia, la sangre, los asesinatos y desapariciones se hicieron cotidianos.
Un reportero veracruzano en activo que vivió en carne propia esos días, relata cómo el trabajo de los responsables de la fuente policiaca se hablaban al tú por tú con la muerte y los dientes de la huesuda parecían quererles morder el cuello un día sí y el otro también.
Este reportero (no revelaremos su nombre), dice que aun ahora hay gente que podría no gustarle lo que cuenta, porque vio como pequeños rateros se convirtieron en sicarios, policías en parte del cártel y funcionarios en cómplices de la delincuencia.
Vio cómo a Veracruz llegó el Cártel del Golfo con los Zetas y se hizo de la plaza. Vio como otro cártel peleó con ellos y el baño de sangre que desató. A su teléfono llegaron llamadas pidiendo “amablemente” dejar de lado cierta información u omitir algunos datos de aseguramientos de droga y productos robados.
Él vivió en el mismo Veracruz sangriento que Gabriel y Memo, ese en el que decirle que no al jefe de plaza o al policía corrupto te puede costar la vida.
Ellos tenían contacto con policías, con comandantes y que a lo mejor luego salían a un antro y se encontraban a los comandantes con esa gente (integrantes de la delincuencia organizada), entonces tú mismo dices ¿cómo te vas a sentir protegido?, ¿quién te va a proteger cuando ellos mismos están involucrados?”, pregunta Isabel.
Para Celia del Palacio Montiel, coordinadora del Observatorio de Libertad de Expresión y Violencia Contra los Periodistas de la Universidad de Guadalajara y quien vivió y documentó esa violencia en Veracruz durante esos años, la vulnerabilidad de los reporteros de la nota roja es latente.
Los periodistas necesitan fuentes e informantes, dice la investigadora, y en el caso de la nota roja se trata de policías, autoridades corruptas e incluso delincuentes, lo que pone en un peligro constante a los comunicadores.
Las autoridades usan estas vulnerabilidades para justificar los asesinatos de comunicadores, al declarar constantemente que estaban coludidos con la delincuencia organizada.
“Es mucho más fácil hacer esto que asumir alguna responsabilidad y proteger al periodista, (…) el rol del de las autoridades es proteger y salvaguardar esta libertad de expresión que periodista debe tener para informar a la gente, pero pues es mucho más fácil decir estaban coludidos y ellos saben perfectamente bien, es una actitud artera, es una actitud totalmente cruel para involucrar al periodista en su propia muerte”, afirma Celia del Palacio.
Entonces mataron al columnista de Notiver, Milo Vela, junto con su esposa Agustina y su hijo, Misael López (20 de junio del 2011), luego mataron a Yolanda Ordaz (26 de julio de 2011) y “todo se fue a la mierda”. En Xalapa, mataron a la corresponsal de Proceso, Regina Martínez (28 de abril de 2012).
Para el gobierno de Javier Duarte de Ochoa, todos eran responsables de sus propias muertes.
Desde antes de los primeros asesinatos de periodistas en Veracruz todos sabían el riesgo que corrían, eran conscientes de que conocer a los policías involucrados con el narco, a los jefes de plaza y a los abogados corruptos era altamente peligroso, pero era el trabajo.
Gabriel y Memo dejaron la ciudad poco después del asesinato de Yolanda Ordaz. Se fueron a Poza Rica tratando de alejarse de la muerte de los amigos y de la violencia que arranca vidas.
Pero la situación fue difícil. Memo ganaba su salario con base en las notas que publicaba y al no estar trabajando en el puerto no tenía un peso con el cual sobrevivir. Gabriel tenía una hija y la extrañaba mucho.
Entonces decidieron volver; primero Memo, quien a pesar de los regaños de su mamá buscó incorporarse de nuevo a la reporteada de policíaca; luego Gabriel, quien volvió al puerto a ver a su hija y regresó al periodismo.
Memo le dijo a su madre la clásica frase de “el que nada debe nada teme”, para intentar tranquilizarla. Aún así, hijo y primo le recomendaban no contestar números desconocidos y tener algunas otras previsiones de seguridad.
“En ese entonces no pensabas si te iba a pasar algo o no, sino cuándo”, cuenta el anónimo reportero entrevistado para este texto.
El ‘cuándo’ llegó, para Memo y Gabriel, el 2 de mayo del 2011, en un día que parecía normal.
Gabriel llegó a la casa buscando a Memo. Habló unos minutos con él y rápidamente el muchacho salió en su moto con rumbo desconocido. Gabriel se quedó un rato más platicando con su prima Mercedes.
Luego dijo que saldría a un mandado, dejó llaves, cartera y otros artículos personales arriba del refrigerador y salió caminando.
La preocupación comenzó a calar el cuerpo de Mercedes cuando Memo no llegó a comer ni tampoco avisó que tardaría. Ni una llamada, ni un mensaje. Nada.
Lo habitual era que Memo almorzara con su madre, pues detestaba comer solo y también le preocupaba que su progenitora permaneciera en ayunas si él no vigilaba que se alimentara. Así era el joven reportero.
Cerca de las cinco de la tarde Mercedes llamó a Isabel para preguntarle si sabía algo de su hermano y su tío, pues ella trabajaba vendiendo publicidad en un periódico de la ciudad y tenía constante contacto.
Isabel comenzó a hacer llamadas a otros reporteros y amigos para tratar de localizarlos, pero nadie sabía su paradero. Las dos mujeres pensaron en decenas de escenarios, quizá se habían quedado dormidos en la casa de la hija de Gabriel y habían salido de la ciudad a buscar una nota. Los buscaron en la Cruz Roja y en cada lugar que se les ocurrió, pero no hubo resultados.
Isabel intentó contactar con Esteban Rodríguez, compañero y fotógrafo de Memo y Gabriel, pero quien respondió fue la pareja de Esteban, la cual tampoco conocía la localización de su esposo. Se encendieron aún más las alarmas.
Irasema Becerra, una joven vendedora de publicidad y amiga de todos ellos, tampoco era localizada.
Debido a lo avanzado de la noches, no fue posible presentar la denuncia por la desaparición de cuatro personas relacionadas con medios de comunicación en Veracruz. Pero un periódico lo publicó en su portada del día siguiente.
Isabel ingresó a la morgue el 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, y lo primero que vio fue un viejo calcetín gris sin elástico en un pie. El resto del cuerpo estaba cubierto. Ella supo inmediatamente que se trataba de Gabriel.
“Me metieron y sí, pues ya inmediatamente vi los cuerpos, me dijeron ´quiero que me reconozcas sus cuerpos, porque pensamos que podrían ser tu hermano y tu tío´, y pues sí, ya vi que eran ellos; y al momento volteé y vi el cuerpo de la mujer”, cuenta Isabel.
Reconoció también a Irasema, publicista del Dictamen y Esteban, fotógrafo de policiacaa. Se lo confirmó a los judiciales, quienes, sin permitirle procesar el impacto, se la llevaron a declarar durante horas en las instalaciones de la entonces Procuraduría de Justicia del Estado de Veracruz.
De poco sirvieron esas largas horas, pues tiempo después la Procuraduría se declaró incompetente en el caso y dijo que la investigación correspondía a la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), creada como parte de las medidas del gobierno federal ante la avalancha de agresiones y asesinatos de periodistas durante el gobierno de Felipe Calderón.
Pero la Procuraduría demoró en entregar el caso y la FEADLE también desconoció el caso por largo tiempo, al no recibir ninguna información por parte de las autoridades locales. Así transcurrieron los años, y aunque hay personas detenidas, la familia de Memo y Gabriel considera que aún no existe justicia.
El 4 de mayo les entregaron los restos de Memo y Gabriel. Isabel suplicó a los empleados de la funeraria que “arreglaran” lo mejor posible los cuerpos, pero había poco que hacer. No existía forma posible de que el funeral se realizará con los ataúdes abiertos.
La saña y violencia perpetrada contra los dos reporteros les había dejado impresentables, se optó por envolver los cadáveres en unas sábanas blancas y que desde fuera del ataúd únicamente se pudiera ver una fotografía del rostro de cada uno de ellos.
Le dije que quería que los arreglaran, porque yo no quería que mi mamá viera así a mi hermano, ´Es que no se pueden arreglar´, yo creo que en ese momento se me fue la imagen de cómo los había visto y yo necia le dije es que necesito que me los arregles porque no los puede ver así”, relata Isabel.
Los velaron en su casa, donde Memo y Gabriel compartieron cientos de anécdotas y vivencias junto a sus familias.
Esa casa, que había visto decenas de fiestas y vendimias llenas de reporteros, en el funeral lució casi vacía de representantes de los medios. La incertidumbre y el miedo orilló a los periodistas del puerto a dejar solo a sus amigos asesinados con tanta saña.
Pero Isabel y Mercedes no se quedaron completamente solas. De la nada unas cuantas personas comenzaron a llegar a la casa con café, galletas, agua y otras amenidades propias de los ritos para despedir a un ser amado.
“El día del velorio vinieron personas a dejarnos cosas y nos decían ´ustedes no nos conocen y a él nosotros no llegamos a conocerlo tampoco, lo llegamos a conocer porque nos ayudó para no pagar tanto ahí en el hospital” les dijeron los extraños visitantes.
Doce años han pasado desde el asesinato de Memo y Gabriel, pero para Isabel y Mercedes bien podrían ser 12 minutos o 12 siglo. El dolor no se va ni se olvida. El dolor se transforma, rompe el miedo y da fuerzas para honrar a los que ya no están, pues junto con familiares de otros periodistas asesinados, han conformado un colectivo para acompañarse y brindarse apoyo mutuo: Colectivo Ave Fénix.
El grupo busca compartir experiencias. Isabel sabe que el periodismo le ha quitado mucho, le quitó a Memo y a Gabriel, le quitó a su padre, quien murió poco después del velorio. Le quitó a su abuela, la cual sufrió un derrame por un susto en un retén. También le quitó oportunidades de trabajo: durante un tiempo nadie quería contratar quien hubiera trabajado en un periódico, por lo que tuvo que quitar esa experiencia de su hoja laboral.
Por eso quiere ser parte del Colectivo, igual que otras madres, hijas y hermanas de periodistas asesinados.
Hoy un mural sirve de memoria histórica, en un muro que se puede observar fácilmente desde la calle, la pintura de una paloma blanca y una prensa rememora a los más de 33 periodistas asesinados y desaparecidos en Veracruz.
En el mural también hay una mano sosteniendo una cámara, parece querer fotografiar esos momentos que se escapan, esas noticias que nadie más cuenta. Parece querer fotografiar esas calles llenas de fantasmas que Memo y Gabriel veían como parte de sí mismos para hacer su trabajo.
“Me frustra, que a pesar de todo lo que han pasado ustedes, siento que no están unidos, (…) Es una profesión muy bonita, te enseña mucho, yo no la odio”
Fotógrafo independiente, enfocado en la cobertura de la violencia en México, los conflictos sociales, la infancia y los derechos humanos en Latinoamérica. Colaborador de diversos medios y plataformas nacionales e internacionales.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona