Lozoya y El Divino: la corrupción es más vieja que la cámara de tu celular

23 octubre, 2021

Lo que pasó con Lozoya hace unas semanas en el restaurante Hunan no es por desgracia ni nuevo ni el más grande de los desfalcos, es en todo caso nuestra falta de memoria. Las fotografías sirven para muchas cosas, como para recordar a los sujetos impunes y exhibirlos

Twitter: @duiliorodriguez

Vamos a refrescar la memoria y a desempolvar fotografías de personajes corruptos, imagínense cuantos tenemos cada fotógrafo. Simplemente si eres fotoperiodista que cubre eventos políticos, puedes tener una buena colección de ellos.

Lo que pasa con frecuencia es que hay tantos delincuentes en la administración pública que se nos olvidan. Cíclicamente surgen nuevas figuras; lo bueno es que las fotografías sirven para muchas cosas, entre ellas para recordarlos como sujetos impunes y para exhibirlos junto a un sistema judicial que no hace nada por la justicia.

Porque no aprendemos del pasado vale la pena saber que el caso de Lozoya, a pesar de haber confesado sobornos y transas multimillonarias en perjuicio de la sociedad mexicana, no es el único en donde un defraudador del erario disfruta de libertad y buena vida.

Ya pocos recuerdan a Carlos Cabal Peniche y a Ángel Isidoro Rodríguez, alias “El Divino”, inclusive muchos jóvenes que nacieron a partir del año 2000 ni siquiera han oído hablar de ellos, aunque los delitos cometidos por este par les afecten aún directamente.  

«El Divino» fue un banquero  que se fugó a España cuando la policía mexicana y la Interpol lo buscaban por el saqueo de 400 millones de dólares al banco Banpaís. Isidoro Rodríguez fue capturado en Ibiza para después ser extraditado a México en 1997. Por cierto, ¿alguien sabe por qué huyen ahí?

Emilio Lozoya Austin fue director de Pemex de 2012 a 2016, y es acusado por la Fiscalía General de la República de recibir 10 millones de dólares en sobornos de la empresa  Odebrecht, sin embargo goza de libertad por haberse acogido a la figura de “testigo protegido o colaborador ”.

En el año 2020, Lozoya también huyó a España de donde fue extraditado para enfrentar la justicia mexicana, pero hace unas semanas fue fotografiado cenando tranquilamente en un restaurante de lujo, lo que causó indignación en amplios sectores de la sociedad.

Por si fuera poco, la forma como fue captado Lozoya hace unas semanas se parece a la forma como fotografié a Ángel Isidoro Rodríguez, «El Divino», cenando en un restaurante de lujo en la Zona Rosa en 1999. Una historia fotografiada que por sus similitudes parece un machote de nuestra triste realidad frente a los delincuentes de cuello blanco que se supone persigue la justicia.

En el caso de Lozoya las fotografías se tomaron con un celular y ni siquiera queda claro quién es el autor de las imágenes. En principio la periodista Lourdes Mendoza las difundió y se las atribuyó pero después trascendió que no había sido ella la autora y que alguien más se las pasó. Suceso que pone en entredicho su palabra y su falta de honestidad como periodista. 

Hoy vivimos tiempos de la posverdad, que en palabras del doctor en Ciencias de la Comunicación Jacob Bañuelos se trata de: “un fenómeno gestado en el seno de los medios digitales y que protagoniza una guerra de los discursos del poder en los medios digitales y electrónicos”.

Foto tomada de Twitter.

Lourdes Mendoza escribió “No lo podía creer por dos razones: quién se atrevería ir a un restaurante cuando enfrenta un publicitado proceso penal por haber recibido, por presuntos actos de corrupción con Odebrecht, más de 10 millones de dólares en sobornos…”. 

¿Quién se atrevería? Solo para poner en perspectiva, el desfalco de “El Divino” a un banco que después rescató el gobierno fue por 400 millones de dólares, 40 veces más que los sobornos de Odebrecht a Lozoya, por 10 millones de dólares.

En mi caso frente al “El Divino”, cuando lo fotografié hace 24 años no había tecnología que  permitiera tomar imágenes con un teléfono móvil, ni difundirlas masivamente en tiempo real, además eran tiempos donde la mayoría de los medios de comunicación masiva hacían mutis.

 Llegué al restaurante Bellinghausen con mi cámara reflex y un rollo de película fotográfica. 

A mÍ me avisó el jefe de la sección de economía del periódico donde trabajaba: “El Divino está comiendo en el restaurante Bellinghausen, ¿te lanzas a ver si está?”.

No se trataba de hacer de paparazzi, la importancia de que estuviera ahí comiendo radicaba en la impunidad con la que se movía libremente alguien que tenía varios procesos penales que apuntaban a su culpabilidad por haber saqueado un Banco que fue rescatado por el Fobaproa y que seguimos pagando todos los mexicanos.

Cuando llegué a la puerta del restaurante, sobre la calle había un nutrido grupo de guardaespaldas, así que era fácil suponer que adentro estaría alguien que necesitaba de mucha protección. 

Ni más ni menos, en una de las mesas estaba Ángel Isidoro Rodríguez comiendo acompañado de dos personas. 

Un tanto nervioso me acerqué a él y comencé a fotografiarlo. En segundos ya estaban sobre mí sus guardaespaldas y el gerente del restaurante, al mismo tiempo “El Divino” me pasaba su celular y me pedía molesto que le marcara a mi jefe para que hablara con él. Yo, un tanto confundido y espantado, hablé por teléfono, pero por los nervios solo podía recordar su alias: «El Divino». Así que para no meterme en más problemas solo pude decir: “estoy aquí con el señor que me dijiste”. Y se lo pasé. 

Hablaron unos minutos al teléfono y al  terminar la llamada «El Divino» me dijo “te arriesgaste demasiado, mis escoltas pudieron confundirte y uno nunca sabe cómo pueden reaccionar”. 

Ya en la calle, uno de sus agentes de seguridad me interceptó de forma agresiva para ofrecerme dinero por el rollo fotográfico. Ante mi negativa trató de amedrentarme diciéndome que me lo quitaría por que lo había metido en problemas con su jefe.

Lo único que pude decir para persuadirlo fue “tu jefe ya se puso de acuerdo con las personas del periódico y si no quieres meterte en un nuevo problema, déjame ir, además quedaron en recibirnos en su oficina para una entrevista”. 

Así que, nadie se sorprenda, lo que pasó con Lozoya hace unas semanas en el restaurante Hunan no es por desgracia ni nuevo ni el más grande de los desfalcos, es en todo caso nuestra falta de memoria, solo hay que rascarle un poquito al archivo para darnos cuenta que la justicia nomás no llega.

Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.