En la emblemática caminata convocada por el poeta Javier Sicilia, participaron decenas de niños. No todos eran parte de la familia Lebarón pero comparten su dolor, el vacío de perder a parte de los suyos. Pie de Página habló con algunos de ellos. Aquí sus testimonios.
Texto: Estrella Pedroza
Foto: Daniel Lobato
Caminan, corren, cantan, ríen, guardan silencio, platican entre sí o con sus mayores. Se suben a los árboles, se cansan y en momentos ya no pueden.
A diferencia de la Marcha por la Paz, nueve años atrás, en esta caminata la presencia de niñas, niños y adolescentes es muy notoria y es muy fácil ubicar a quienes vienen en la nutrida comitiva de la familia LeBarón. Familia que en la masacre del 4 de noviembre -ocurrida en el municipio de Bavispe Sonora- perdió a nueve de sus miembros; entre ellos seis niños.
Figuran Mateo y Mariana, hermanos de Rhonita LeBarón de Miller, una de las víctimas mortales en esa masacre, los tres hijos de Adrián LeBarón, sacerdote mormón.
Igual que ellos, se mueven en territorio ajeno, más niñas, niños y adolescentes de la comunidad LeBarón -que se instaló en 1924 en el municipio de Galeana en el estado de Chihuahua- por una causa que paradójicamente comprenden a la perfección.
La presencia de niñas, niños y adolescentes, le da un cariz distinto a la caminata. A pesar de que ellos nacieron o han crecido con la guerra contra narcotráfico, son ellos las futuras generaciones, en quienes “está la esperanza para pacificar al país”, según ha expresado el poeta Javier Sicilia.
Mateo, hermano directo de Rhonita, tiene 16 años. Él accedió a charlar durante el traslado al Seminario Diocesano “San José”, ubicado en Cuernavaca, donde les dieron alojamiento al término del primer día de caminata.
—¿Por qué participas en esta caminata?
—Para tratar de salvar a México y por el derecho a la vida, para vivir sin miedo–, responde tímidamente mezclando palabras y frases en español e inglés.
Cuenta que ha vivido toda la vida en la comunidad de LeBarón y nunca como ahora, después de lo ocurrido con su hermana y sus sobrinos, había sentido necesidad de vivir sin miedo.
Expresa su preocupación por la violencia y pobreza que se vive en el territorio mexicano, también por la forma en la que las personas que están en el crimen organizado entiende la vida.
“Están todo el día con drogas y matando a personas, ese es un problema muy grande en México, donde hay mucha pobreza”, destaca.
A sus 16 años, está seguro que algo que podría ayudar a cambiar la realidad de su país “es trabajando primero con los niños, las nuevas generaciones para que entiendan que hay muchas más cosas (que hacer) y no solo violencia”.
El primer día caminó sin descanso 12 kilómetros. De Cuernavaca a Cojomulco.
—Me cansé pero por la razón por la que venía es muy poquito precio y vale la pena.
Para Mariana, media hermana de Rhonita, es claro que esta caminata y su participación es “para obtener justicia por lo que le pasó a mi hermana Rhonita”. Así lo expresa, sin titubeos, acompañada de Carolina Marlen. Ambas son adolescentes.
Con una voz clara y en tono bajo, Mariana comparte: “Me siento feliz porque estamos haciendo un cambio y estamos uniendo gente para un mismo propósito”. Se detiene un segundo y luego agrega:
“No solo para ellos sino para todo México”.
Carolina, interrumpe y complementa: “Esto es por todos las personas del país que han muerto. Sí por nuestra familia y comunidad, pero también por ellos”.
—Su presencia en esta caminata, como adolescentes, ¿qué impacto puede tener para incidir en ese cambio?
Mariana:
—Para que ellos (las autoridades y los adultos) vean que nosotros estamos cansados de no sentirnos seguros de salir a la calle.
Carolina:
—Yo creo que es bueno que vengamos jóvenes y niños para que comprendan que no, nos sentimos seguros al salir al parque, porque nos da miedo y sí salimos preocupados.
—Se dice mucho que el futuro de México son ustedes, los niños y jóvenes. ¿Qué opinan, sobre eso?
Mariana, guarda silencio, y dice:
“No sé si somos tanto como el futuro de México pero sí un poco de LeBarón.
Finalmente, Carolina agrega: para un cambio del país es necesario invitar a otros (niños y jóvenes).
Josué tiene 12 años. Su casa está a mil 261 kilómetros que equivalente a 15 horas y media de distancia de la zona de la tragedia de LeBarón. Vive en el ejido de Zarahemla Ensenada baja California. Está en esta caminata en solidaridad a la familia LeBarón y llegaron en el mismo contingente.
En ese grupo también viene Abraham. Tiene la misma edad que Josué, pero él sí es de la familia LeBarón.
En autobuses, salieron de la comunidad de Lebarón. En el camino cantaron canciones religiosas, contaron chistes y organizaron dinámicas para que aguantaran el recorrido de 36 horas hasta llegar a Cuernavaca.
Dicen que están en la caminata para defender su derecho a la vida. Ahora hacen recorridos de 7 kilómetros, y hacen un alto. Aunque se cansaron, para ellos fue importante participar.
Ellos saben de la masacre del 4 de noviembre. Entienden que nueve miembros de sus comunidad fueron asesinaron, entre ellos 6 niños, algunos casi de su edad.
“Yo no sé con exactitud qué pasó y si entendí lo que sucedió. Los hechos y las causas. La verdad, me da mucha tristeza porque matar a una mamá es una cosa, y matar a niños es matar a una generación de un país. Y están violando muchos derechos. Fue un golpe gigantesco para mi colonia, y sobre todo para los padres, y por eso estoy aquí para apoyarlos”, explica, Abraham.
Para ellos, este viaje representó aprender cosas nuevas. Muchas. Por ejemplo para Abraham que nunca en su vida se había alejado de su ejido más allá de la comunidad de LeBarón, para Josué, porque no se había alejado más allá del norte del país.
Pero sobre todo porque participaron en uno de los acontecimientos políticos más fuertes en el México de la cuarta transformación.
La caminata recién deja el emblemático anti monumento. Una escultura con dos números rodeadas de plantas de maíz marchitas. El número es 43 que representa a los estudiantes desaparecidos de la escuela normal rural de Ayotzinapa. La tragedia ocurrió en 2014, tres años después de la primera movilización convocada por Javier Sicilia, la Caravana de la Paz, y a la que se unió la familia LeBarón.
En ese lugar, en el centro de Ciudad de México, Marlene camina a paso lento, bajo los rayos del sol, con la cabeza cubierta con un paliacate y una bandera blancos con el emblema “Marcha por la Paz” con letras negras.
Una noche antes tuvo fiebre. Ahora vuelve a caminar porque siente que es importante. “vinimos a ayudar a las personas a las que se les murieron sus hijos y sus mamás”, dice.
Lo único que ha visto en todo el trayecto de la caminata “es que hay mucha gente triste en el país, también hay personas felices, pero acá solo gente triste porque mueren muchos”, dice.
Una ventana de la realidad, pero a Marlene la que más le preocupa es la cercana a ella: los niños. “Son muchos los que desaparecen”.
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Reportera freelance e integrante de la organización Reporter@s Morelos por la profesionalización y dignificación del periodismo.
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