Ubicado en el sur del Bronx, de este lugar salen más de 2 mil millones de kilos de comida al año. ¿Quiénes se encargan de dar de comer a los habitantes del actual epicentro de la pandemia?
Texto y fotos: Heriberto Paredes
NUEVA YORK.- «Salgo de la casa a las 2:40 de la mañana para tomar el autobús a las 2:50 y llegar. Me tomo como 50 minutos. Tomo el bus y tomo el Metro, todos los días». Así comienza el día José Cuatzo, de 37 años, originario de San Bernabé Temoxtitla, Puebla, una comunidad campesina a 40 minutos de la capital del estado.
José tiene 17 años en Nueva York, de los cuales 12 los ha entregado a ser el gerente de la sección de panadería en una de las siete sucursales de una pequeña cadena de supermercados llamada Westside Market, en Manhattan. Vive con su esposa, dos hijas y un hijo, en el Bronx, uno de los distritos con mayor población latinoamericana y también el tercer lugar en focos de contagio de covid-19.
La distribución de los insumos de comida fue una de las prioridades que garantizó desde el principio el gobierno estatal de Nueva York. Como buena urbe, este lugar no produce nada que pueda asegurar la alimentación de poco más de 9 millones de habitantes. Al comienzo de la crisis sanitaria –a mediados de marzo– en algunos barrios el rumor de desabasto se regó como pólvora. Las escenas de enormes filas y de excesos de papel de baño inundaron las redes sociales.
A pesar de tener esta centralidad, el riesgo de una crisis alimenticia permanece: algunas personas, trabajadores del Hunts Point Food Distribution Center han enfermado y fallecido. Considerado el centro de distribución de comida más grande del mundo, integra a más de 200 empresas y cuenta con poco más de 850 trabajadores. Ubicado en el sur del Bronx, de este lugar salen más de 2 mil millones de kilos de comida al año que se producen en el centro oeste y en el sureste de Estados Unidos, en buena medida por manos migrantes.
Los alimentos llegan, se bajan de los tráileres y se acomodan en las bodegas. Luego se vuelven a acomodar en otros tráileres que irán por toda la ciudad con los productos a cada tienda, supermercado o restaurante.
«Los mexicanos están empacando los productos, pasándolos de las bolsas a las cajas, trayéndolas al supermercado, acomodándolas, están en toda la línea de producción, son todos trabajadores esenciales», afirma Ian Joscowitz, gerente general de la sucursal en la que trabaja José. «Amo a las personas mexicanas, trabajan muy duro, son honestos, obviamente sin los trabajadores mexicanos no podríamos hacer esto».
«No es teoría que la gente pone su vida en riesgo, porque aunque la vida sigue hay mucha gente muriendo. La gente que distribuye los productos, los pone en los camiones y los descarga aquí, están arriesgando sus vidas».
Con 50 empleados a su cargo y más de 800 clientes diarios, Ian ha tenido un papel central en garantizar la salud del personal. Ha distribuido equipos de protección tempranamente y con ello afirma no tener ninguna persona enferma.
José usa un tapabocas KN95, lentes de plástico transparentes y guantes de látex. Es difícil seguir sus gestos pero en ocasiones la mirada basta para adivinar que está satisfecho con su trabajo: «Estamos trabajando en equipo para brindarle lo mejor para nuestros clientes y tratamos de hacer lo mejor para ellos y lo mejor para nosotros, en seguridad, en medio de esta pandemia que estamos pasando, que no es fácil, pero estamos cuidando a nuestros clientes, nosotros y la familia, salimos de casa y regresamos, gracias a Dios y vamos día a día».
Margarita Pérez es originaria de Santa Ana Otzolotepec, una localidad ubicada a unas 2 horas al sur de la ciudad de Puebla. Ha vivido 12 años en Nueva York, donde sólo tiene a un hermano, el resto de su familia vive en México. Entra a trabajar a las 6 de la mañana y sale a las 3 de la tarde, aunque no usa el transporte público para ir a su trabajo porque vive a 10 calles, esto no resta los efectos de la pandemia: «Uno trabaja con miedo, como todo el mundo».
Encargada de una caja registradora, ahora que hay una mayor demanda en el trabajo, ha tenido que apoyar a otras compañeras y compañeros. «Algunos clientes nos piden todo lo que quieren por internet y ya nosotros tomamos la orden de la computadora, recogemos los productos y cuando no tenemos algo le llamamos al cliente para ver si quiere sustituirlo por otro».
Al terminar su trabajo, Margarita tiene tiempo para pensar en su familia, con la que tiene contacto frecuentemente. Al ver las noticias, le piden que se regrese a su pueblo, «pero yo les digo que es lo mismo en todos lados, y que no sabemos cuándo va a terminar».
«Es la necesidad –aclara Margarita–, si uno tuviera dinero pues se queda en la casa y ya, pero ahorita ni para regresar al país».
Mientras ella pasa su día en contacto directo con los clientes, José pasa la mitad de la noche organizando los panes y arreglándolos para que, al abrir el negocio, todo esté empacado adecuadamente. Todo el pan que llega debe ir envuelto, él y su equipo se encargan de limpiar lo de un día antes y acomodar lo nuevo. Envuelven cada pieza de pan en plástico para evitar cualquier contaminación.
«Me gusta mi trabajo, lo enfoco lo mejor que puedo para nuestros clientes y para mí mismo. Aprendí aquí, cuando llegué a Nueva York, trabajé en una panadería donde trabajábamos igual de noche, en pan fresco».
La ciudad más grande de Estados Unidos, epicentro actual de la pandemia, ha mostrado la desigualdad que se vive entre las comunidades latinoamericanas migrantes y las afro americanas respecto al acceso a la salud. La situación que se vivía antes de covid-19 no era sino el desmantelamiento del sistema de salud público y al menos dos terceras partes de la población total no podían atenderse, mismas partes que hoy son las más golpeadas por la enfermedad y la muerte.
José es precavido, mide sus palabras y se toma el tiempo para hablar, pero señala una de las consecuencias de esta pandemia.
«La mayoría de las muertes son entre hispanos, porque nosotros nos exponemos al peligro y no pensamos las consecuencias, ‘Yo puedo’, decimos, por nosotros por sacar a nuestra familia adelante, por pagar nuestros gastos aquí. No tenemos otra opción.
«Los clientes, a pesar de todo, reconocen el esfuerzo, los patrones también pero siempre se le pone el ojo al hispano, porque el hispano esto, el hispano lo otro, nunca dicen el hispano trabaja. Todos somos seres humanos, y aquí en la tierra todos somos iguales»
José suena preocupado cuando habla de su familia y de lo mucho que le ha explicado a sus hijas e hijo adolescentes la importancia del trabajo que hace, pero siente que tal vez no comprenden por qué mientras todos deben de quedarse en casa él tiene que salir a trabajar. «Tienen miedo porque si salgo de la casa no saben si voy regresar bien». La familia de José vive con temor el día a día, la posibilidad de que él se enferme y entonces todo se complique.
Margarita, por su parte, explica que en el trabajo guarda las medidas de seguridad necesarias.
«Siempre hay alguien en las cajas que está organizando, recordando que se tiene que tomar la distancia. A veces los clientes dicen que tienen prisa, que se quieren ir rápido, no se quieren esperar, estaban acostumbrados al ritmo de antes».
Un cuello de botella se forma en las cajas de los supermercados. Entre la gente que va descargando los productos y los que van empacando lo que ya compraron, se tiene que tomar distancia entre cada persona y el proceso se ralentiza. Algunos clientes gritan de enojo o desesperación, se molestan e insultan al personal que atiende las cajas, aunque la gran mayoría les trata bien y les agradece. «Muchos clientes nos dan las gracias por estar aquí».
«Vi lo que usaban los doctores y enfermeras para protegerse y eso es lo que tienen que usar mis trabajadores, lo que sea, tengo de todo, gogles, lentes, cubre cabello, lo que sea necesario voy a asegurarme que todo mi personal lo tenga».
Ian, originario de New Jersey, tiene su vivienda arriba de la sucursal en donde trabaja. «Se ha vuelto una bodega de equipo de protección, es parte de la prevención».
Entra y sale de la tienda, verifica que la fila de clientes avance guardando la distancia necesaria, habla con los encargados de los distintos departamentos del supermercado, finalmente toma un respiro, se para de frente a la entrada, saca un cigarro que no enciende mientras platico con él y me cuenta cómo decidió comprar todas las provisiones necesarias para cuidar la salud del personal.
«Muy pronto, cuando el virus estaba en China, me di cuenta de que iba a estar aquí. Pero no sabía que la mayoría de casos vendrían de Europa, en cualquier caso, yo sé que buena parte de todo el material para empacar o con el que trabajamos aquí se fabrica en China y sabía que necesesitaríamos reservas ya que en algún punto dejarían de producirse allá».
Como gerente, una responsabilidad es informarse para planificar cómo seguirá el trabajo y para ello repartió uns folletos basados en la información del CDC (Centers for Desease Control and Prevention) explicando cómo se transmite y como hay que lavarse las manos, sobre los síntomas y los mecanismos para notificar la enfermedad. «Hice volantes en español y en inglés».
En algún momento –entre la prevención y el comienzo de la crisis– Ian tuvo miedo de desabasto de productos de limpieza y desinfectantes, por eso atendió esta situación a tiempo, sin embargo, el desabasto de alimentos es fluctuante para ciertos productos. «Al comienzo de esta crisis los alimentos como verduras y frutas fueron los primeros en estar en riesgo, especialmente los congelados», relata Joscowitz detrás de una capucha y unos lentes.
«Cuando se anunció la pandemia mucha gente buscó cosas congeladas, durante varias semanas no pudimos atender esta demanda y teníamos los refrigeradores vacíos, lo que nunca había pasado en 45 años. Así que pusimos límites, no podemos permitir que una persona se lleve todos los productos y luego haya otras 40 personas sin nada, así que pusismos límites para ayudar a la mayor cantidad de gente posible». En el supermercado hay algunos productos que tienen un letrero indicando el límite por persona o por familia.
En el sitio web del supermercado, además de los teléfonos para hacer pedidos a domicilio o encargar pedidos y luego pasar por ellos, hay una foto de todos los gerentes generales de cada sucursal, ahí está Ian sonriente, distinto al señor fatigado que sostiene un cigarro sin fumarlo y lleva toda la cabeza cubierta.
«A veces ha habido más tensión con ciertos productos, otras veces baja, vuelve a subir, pero todo mundo tiene que comer y eso lo tenemos que asegurar. Para la gente mayor no sólo hacemos órdenes por internet sino también por teléfono».
De pie en el pasillo donde está la comida preparada, Margarita confirma la precausión que tuvo su jefe desde finales de enero: «Nos dan todo el equipo, nos dicen que nos desinfectemos las manos, que usemos guantes, las mascarillas, no lo pagamos, nos lo dan».
Para José –quien da la impresión de ser una persona mayor a su edad– las cosas no son tan fáciles y a pesar de ello asume su condición de trabajador esencial con mucho optimismo. «Ha aumentado el tiempo y la carga de trabajo, primero por la seguridad que es algo personal y, en segundo lugar, ha aumentado en producción porque nosotros brindamos todos los productos para el hogar».
Varias medidas se han tomado para garantizar que las personas consideradas, por su trabajo, como esenciales: poner a disposición cuartos de hotel o dormitorios universitarios para quienes tengan que trabajar en hospitales y no quieran poner en riesgo a su familia, viajes gratuitos en la red de autobuses y Metro de la ciudad, descuentos en las comidas y en algunas tiendas de alimentos, desinfección de los vagones del metro cada noche.
Hay varias campañas de agradecimiento público para quienes garantizan los servicios básicos, pero al final del día, lo más esencial es la garantía de que en caso de enfermar y no tener otro recurso, contarán con la ayuda del Estado y podrán resolver el pago de la renta y de las cuentas en general.
No quedan claros los apoyos y quién tiene la posibilidad de acceder a ellos. Menos queda satisfecha la necesidad de volver esta pandemia el punto de partida para que las y los trabajadores más pauperizados puedan mejorar su condición y ahora y después de la crisis.
Para Joscowitz está muy claro: «La gente tiene que reconcer lo que hacemos».
La respuesta que dio el gobierno estatal llegó un poco tarde, a consideración del gerente, casi tan tarde como la de Donald Trump, quien tenía –en enero– una cierre de fronteras con China pero mantuvo el flujo de aviones hasta mediados de marzo. Ahora se sabe, por el número de historias dolorosas y de algunas investigaciones, que el coronavirus que se propagó en la costa este,m vino de Europa y no de Asia.
«Aquí no se hizo lo de Corea del Sur, allá se hicieron pruebas masivas y se investigó la ruta de contagio y se detuvo la propagación. Aquí no, aquí tuvimos decenas de miles de muertes, pero pienso que a pesar del retraso del gobernador [Andrew Cuomo], sus medidas son buenas y él y el alcalde Bill de Blasio hacen bien su trabajo».
Como muchos otros gobernantes nivel mundial, a raíz de la pandemia, Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York desde 2011, da conferencias de prensa diarias. Las suyas son un referente en todo Estados Unidos, en una de ellas, recientemente, expresó que tenía dos pesadillas fundamentales: la primera, que él endureciera las indicaciones de confinamiento y que toda la gente decidiera no obedecer y la segunda, que un día las y los trabajadores esenciales decidieran no presentarse a trabajar, tal y como hace el resto de la población, por miedo a ponerse en riesgo.
¿Cuál de las dos pesadillas se presentará primero en tanto no se atiendan, críticamente, las desigualdades que agudizan los efectos de la pandemia entre la población más vulnerable?
Margarita seguirá trabajando en la caja, Ian tal vez no se fume el cigarro que sostiene pero seguirá protegiendo a sus trabajadores, Víctor, Rafael, Rita, Christian, los demás trabajadores del supermercado harán su esfuerzo dario, y José se trasladará de noche para que el pan, además de fresco, llegue sin covid-19 a nuestras bocas.
Fotógrafo y periodista independiente residente en México con conexiones en Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Cuba, Brasil, Haití y Estados Unidos.
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