La vida es eso que pasa mientras… esperas el Metro en Ciudad de México

8 diciembre, 2022

En las últimas semanas usuarios del Sistema de Transporte Colectivo Metro han reportado anomalías en el servicio, lo que ha provocado largos tiempos de espera y vagones abarrotados de gente que duplicanlos minutos de sus trayectos

Texto: Alejandro Ruiz

Fotos: Isabel Briseño

CIUDAD DE MÉXICO. – Enrique tiene casi una hora esperando el tren que lo llevará a su destino. Impaciente, mira sobre los barandales de la Línea B del Metro, en la estación de Oceanía. El tiempo pasa mientras platicamos. Algunos trenes llegan, pero es prácticamente imposible abordarlos: van llenos de gente.

“¿Usted cree que me puedo subir así? Yo tengo hipertensión, y me es muy difícil por eso me estoy esperando”, cuenta.

Como él, cientos de usuarios abarrotan las distintas líneas del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro, pues el fenómeno se repite en las Líneas 3, la 5, la 9 y la 4.

“Yo casi no uso esta línea, pero llevo algunos días haciéndolo, y siempre está igual: los trenes van llenos, se tardan en pasar, y la gente se desespera”.

Enrique.

Aunque esto puede ser un fenómeno cotidiano en las horas pico de traslados en la ciudad, en realidad, cientos de usuarios – ya sea a través de redes sociales, o platicando en los andenes – se han quejado que en las últimas semanas el servicio del Metro ha estado fallando bastante.

Tan solo la semana pasada, el Metro comunicó en sus redes sociales incidentes en las líneas 3 y B, en las cuales se interrumpió la marcha cotidiana de los trenes debido a fallas eléctricas y objetos en la vía. También, videos que han publicado usuarios en redes sociales dan cuenta de incendios en las estaciones, y un olor constante a quemado durante los trayectos.

Usuarios del sistema de transporte colectivo Metro.

Accidentes y fallas elécticas

Sus hipótesis no son tan erradas, pues a través de sus redes sociales el Metro ha informado de constantes accidentes, averías en los trenes y fallas en el sistema eléctrico, lo que ha provocado que la afluencia del servicio sea lenta provocando grandes aglomeraciones.

Las respuestas del Metro, sin embargo, no han satisfecho las demandas de los usuarios, quienes piden que se mejoren las condiciones de este transporte público. Por ejemplo, cada día, desde al menos hace dos semanas, se han reportado anomalías en distintas líneas del STC.

“Esto ya es insoportable, tienen que arreglar el problema. O compran más trenes, o los hacen pasar más rápido, o algo. Ya no nos pueden tener así”, dice Enrique.

De fondo, han acusado usuarios en redes sociales, está un desentendimiento por parte de las directivas del Metro, actos de corrupción que obstaculizan la renovación de refacciones y han dejado en el olvido uno de los sistemas de transportes que, en su momento, fue el más moderno de todo el país.

En la hora pico, personal de apoyo del Metro cierra los ingresos a los andenes en la estación de Pantitlán para evitar saturación.

7:20 am – 8:20 am Centro Médico a Pantitlán

Los rostros lucen apurados. Gente corriendo con sus bolsas en la mano, o la mochila al hombro. También hay quienes caminan sin prisa, entre los pasillos del trasbordo de Centro Médico, una estación que conecta a la Línea 3 con la Línea 9.

Llega el tren, y el andén está lleno. De los vagones salen como en estampida cientos de personas, empujándose, quitándose los unos a los otros, como si se tratara de una carrera sin meta, donde los competidores son cada uno de los usuarios que se apresuran a sus destinos.

“¡Cuide sus pertenencias, mochilas y bolsas al frente, evite robos!”, gritan los policías de la estación, como impotentes ante la masa de gente que se atiborra en los pasillos. Las personas, como si no escucharan, siguen su camino a las prisas.

Pasan 10, 15, 20 minutos y el tren no llega. Los rostros desesperados dejan ver el hartazgo de aguantar el tiempo hasta que el Metro arribe a la estación. Al fin, el claxon del tren se escucha. Llega con prisa. Dentro de los vagones, sin embargo, parece que no cabe ni un alma más.

“Nomás es una estación”, dice una señora que se dirige a Tacubaya. De pronto, su cuerpo se avienta hacia el vagón. La gente la empuja para que quepa entre los cuerpos atiborrados. El sudor se mezcla con el perfume de algunas personas. La respiración se siente en las nucas. La puerta del vagón no cierra por completo, esto retrasa la salida. Después de 5 minutos, al fin se logra el cometido. El tren comienza a moverse. Las piernas y brazos comienzan a hormiguear.

Un trayecto que usualmente duraría 20 minutos, se convierte en un viaje de una hora entre esperar el tren, el trayecto, y calcular si tu cuerpo cabe entre la gente. Los usuarios, sin embargo, no pueden darse el lujo de salir, pues este transporte sigue siendo de los más económicos y conectados a toda la ciudad y el Estado de México.

Usuarios del sistema de transporte colectivo Metro en la hora pico.

8:20 am – 9:00 am Pantitlán en dirección a Oceanía

Pantitlán luce como siempre: lleno de gente que paso a paso camina en las escaleras para llegar a su trasbordo. La imagen de un cardumen puede describir mejor lo que ahí se ve, pues los policías de la estación mantienen entre rejas a decenas de personas que, impacientes, quieren ya llegar a su destino.

“¡Ábrele, cabrón!”, grita uno. Otros solo miran su celular, el reloj, o al techo. La reja sigue sin abrirse, y de todos modos se sigue viendo a montones de personas caminar entre los pasillos.

Un vendedor de periódicos mira la escena sin inmutarse. Cuenta que la estación siempre ha sido así, “no hay nada nuevo”, agrega.

“Aquí no ha habido fallas en el Metro, más bien siempre se pone así, donde yo sé que hay un caos es en la Línea 3, allá sí está fallando mucho”.

En realidad, puede tener razón, pues la afluencia, aunque entorpecida, sigue la corriente. Algunos trasbordos, los que se dirigen hacia Tacubaya, lucen llenos. Los otros, que conectan a la Línea 5, parecen tranquilos.

El anden luce normal. Hay gente, sí, pero no como en Centro Médico o Tacubaya. El tren llega sin contratiempos y abre sus puertas. Los empujones, y la batalla cotidiana para encontrar asiento también es la misma que en otros días. Poco a poco se llena el vagón. Y entre trasbordos largos, esperas comprensibles y el viaje dura 40 minutos hacia la estación de Oceanía, conexión con la Línea B.

Usuarios de la línea B esperan por varios minutos para poder subir al vagón del Metro.

9:00 am – 10:30 am Oceanía hacia Guerrero

El anden está al tope, y aunque un tren acaba de pasar, la gente sigue llegando y no parece vaciarse. Las escaleras están llenas, y la estación tiembla con el llegar del Metro.

Una trabajadora de limpieza cuenta que, en realidad esto es normal. “Aunque sí ha habido más gente en los últimos días, bien lleno está el Metro y casi no pasa”. Al preguntarle por qué, ella ignora lo que sucede, pero externa una preocupación que parece desapercibida entre el vaivén del día a día:

“A mí la verdad lo que menos me importa es que el Metro llegue o no llegue, a nosotros los trabajadores nos tienen sin seguro y nos pagan bien poquito. Sé que de eso no va el reportaje, ¿verdad? Pero por favor exponga esta situación”.

Esta estación también es un punto de encuentro de la clase trabajadora de la Ciudad, un reflejo de la población flotante que viene desde el Estado de México a limpiar, ordenar y construir los edificios, plazas y comercios de la capital. Son ellas y ellos, con sus rostros cansados, quienes padecen desde hace semanas los retrasos del metro. Son ellas y ellos a quienes les descuentan el tiempo en los andenes de sus salarios. Son ellas y ellos, quienes tienen que despertarse a las 5 o 6 de la mañana para llegar a su trabajo.

“No es justo, la verdad”, dice el señor Enrique. Mientras vemos cómo los vagones llenos de gente llegan a los andenes. La gente no puede subirse, y los que se aventuran terminan embarrados en la puerta del tren, con el rostro apretujado en el vidrio.

Pasa media hora, y aunque los trenes siguen llegando atiborrados, ya no se puede esperar más. Subimos, y el calor comienza a sentirse. Los ventiladores del vagón están apagados. En cada estación se recibe un codazo, un empujón, o una mirada de enojo. Aunque en realidad, todos los pasajeros saben que no es culpa de quien está enfrente.

“A ver si ahora no se descompone”, se escucha quejar a alguien adentro del vagón. Por fortuna eso no sucedió. Sin embargo, en un trayecto de 9 estaciones, cuyo lapso entre cada una sería de unos tres minutos, el traslado fue de una hora.

Llegando a Guerrero el caos sigue. El trasbordo hacia la Línea 3 está lleno. La gente, aunque con prisa, no puede rebasar a los demás.

Casi al llegar a los andenes funcionarios del Metro ponen vallas. Ahora, nosotros somos parte del cardumen.

“Quienes van dirección Indios Verdes, por acá. Quienes van dirección Universidad esperen aquí, por favor”, dicen.

Usuarios de la línea B esperan por varios minutos para poder subir al vagón del Metro.

La gente comienza a molestarse.

“Esto ya es diario”; “¡Ya ábrele, cabrón!”; “¡No chingues, el andén está vacío, y tenemos prisa!”, dicen.

Al fin nos dejan llegar al vagón. El tren no tarda en llegar más de 10 minutos.

Gustavo nos cede el paso. Él es estudiante en la UNAM y vive en Tlatlelolco.

“Diario ocupo esta línea, y de Tlatelolco a CU hago 40 minutos, es el promedio. Pero las últimas semanas he hecho hasta hora y media. Fíjate, ayer tuve que ir a Balderas, de Tlateloco a Balderas, e hice 40 minutos, lo que casi siempre hago en recorrer casi toda la línea. Y es que no hay trenes, o pasan muy lento y la gente se junta en los andenes. Dicen que son fallas técnicas, pero creo que hay que exigir una mejora, pues cuando subieron de 3 a 5 pesos el boleto dijeron que iban a mejorar las condiciones, y mira, han empeorado. Ahora que no se les ocurra subirlo si no arreglan lo que está mal. La gente de a pie somos los que salimos perjudicados, no los funcionarios”.

Llegamos a nuestro destino, una hora y media después de haber llegado a Oceanía. La afluencia va bajando, pues muchas personas ya han llegado a sus trabajos o a sus casas. Hay una especie de impasse entre la tarde, pero al llegar las 5, cuando la gente sale de sus trabajos, la travesía se repite.

Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.