La niñez de Quialana, Oaxaca: un lejano sueño americano

17 septiembre, 2023

Estas son las historias de Ximena, Ariadna y Martín, tres niños de Quialana, Oaxaca que comparten un destino común: padres ausentes por la migración 

Texto y fotos: Antonio Mundaca /El Muro mx

Ilustración: Brunof

SAN BARTOLOMÉ QUIALANA, OAXACA. – La fiesta del cumpleaños de Ximena fue el 14 de enero en una casa de dos pisos, limpia, con ventanales grandes, pero con la  mayoría de construcción en obra negra. Sobre las paredes amarillas a medio repellar, hay lajas de barro, roca roja de montaña.

Por casi una década el dólar americano ha financiado el crecimiento de las paredes de la casa donde Ximena vive con su mamá y su hermanito Antonio, un pequeño de ocho años que corre por la habitación, mientras Ximena habla del amor y del futuro.

Ximena tiene casi ocho años que no ve a su padre.  Los recuerdos sobre él, los repite una y otra vez, y mueve las manos como si estuviera atrapada entre sueños: “Jugábamos, íbamos a la tienda a comprar, me llevaba al parque a los juegos, me cargaba mucho”, repite, una y otra vez. Sus palabras se sienten como algo que se ha desprendido.

Ximena es una niña de diez años que estudia el cuarto año de primaria en San Bartolomé Quialana. Piensa que su papá se fue a Estados Unidos para construirle un castillo. Una casa grande, con balcones blancos, donde no les faltara comida, o flores ni dinero.

-Hablo mucho con él, le digo que lo extraño y a veces dice que se debe ir a comer o a trabajar, entonces yo le digo que lo quiero mucho-. Ximena hace video llamadas con su papá dos veces al día pero hay momentos, temporadas completas, donde no sabe nada de él o se pone triste porque su papá le dice cosas bonitas, pero para hacerla feliz ella piensa que tuvo que irse al norte.

El papá de Ximena toda su vida fue jardinero, iba y venía de su pueblo a dar sus servicios en Tlacolula de Matamoros, pero después de casarse y por falta de oportunidades laborales cruzó el paso del norte. Ximena tenía dos años y su hermanito Antonio, que se llama igual que su papá, tenía meses de nacido.  El papá de Ximena vive con sus cuñados en Los Ángeles, California.

-No debí decirle que quería un castillo, si no se lo hubiera dicho tal vez todavía estaría conmigo y mi hermanito-. Mientras habla, Ximena da vueltas con sus pies pequeños en el espacio. Se culpa, apenas sabe cómo decirlo, llora despacio. Dice que los papás de sus mejores amigas Sidney y Deisy, también trabajan en Estados Unidos, pero que de sus amigas, Silvia, es la que más se siente triste porque tiene mucho tiempo que no sabe nada de su papá.

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Hijos de migrantes, el sentimiento de abandono

La mayor afectación para los niños de padres migrantes es la huella del abandono que se puede transformar en culpa, ese miedo a que los papás o las mamás no estén, ocasiona inseguridad y se transforma en niños que socializan poco, tienen problemas de aprendizaje y lo más alarmante es que pueden ser propensos a ser víctimas de abusos, sostuvo Milagros de la Luz González, Directora del Centro Psicológico Renacer.

La especialista en terapia infantil indicó que tienen detectadas secuelas en las infancias que atraviesa este proceso, las cuales muchas veces solo pueden solventarse con terapia, “el peor error que comete un padre en esa circunstancia es la promesa de regresar, el niño empieza a crecer y ante ese pacto incumplido por años, hace que los niños transformen sus emociones en una especie de castigo contra esa figura paterna, su forma de castigar es no obedeciendo, en rebeldía por ejemplo”, explicó Milagros de la Luz.

Afirmó que en las primeras etapas lo que se manifiesta es la depresión y episodios de tristeza, y si los niños no logran canalizarlo, ese sentimiento se convierte también en un problema físico y emocional crónico, “los niños no están preparados para una pérdida así, les cuesta trabajo relacionar que el abandono es para sacarlos adelante, y enfrentarlo es enseñarles a nombrar sus emociones, para que puedan canalizarlo en terapia ocupacionales, a reconocer lo que sienten, decirles a los papás que están molestos y cómo se llama esa emoción”, detalló la encargada de terapia infantil en comunidades chinantecas de Oaxaca.

Una casa de muñecas de cartón y un castillo

Desde hace poco más de un año, Ximena ha dejado el sueño de ser doctora.  Dice que ahora quiere ser “una, como las que hacen vestidos”. No sabe exactamente lo que es una diseñadora de modas, pero ella dibuja muñequitas de papel y les hace la ropita que llevan abajo.

-¿Dibujas?, le pregunto.

-Sí, me gusta dibujar mucho.  Cuando habla de eso su rostro se ilumina. Deja de estar triste. Entonces saca de sus cosas colores y telas de filigrana. Un cesto de modelos a escala de muñecas, a las que ella se sabe de memoria la medida de sus cuerpos de cartón. Pone sobre la palma de su mano a su pieza estrella, una muñeca de pelo rojo y vestido morado, con ojos enormes que ella repite en todos sus modelos.

La mamá de Ximena es ama de casa. Administra los dólares que Antonio, su esposo, manda de Estados Unidos para que cuando vuelva haya un lugar para todos con espacios ventilados en la casa grande. Apresura a los mozos, a los ayudantes del maestro albañil para que los detalles de la casa no decaigan con el paso del tiempo. Escoge los mejores materiales y quiere que la casa tenga una estancia donde se reúnan algún día sus hermanos, ella, su esposo y sus hijos. Ximena dice que ella quisiera irse a Estados Unidos con su papá y ganar mucho dinero, piensa que si lo hace, cuidará mejor cuando sea grande, si su papá o su mamá enferman, y podría comprarle a su hermanito un avioncito.

-Una vez mi papá vio mis dibujos, y me dijo, ¿nena como lo hiciste?, a él le gustaron mucho pero no quiero decirle todavía que ya no quiero ser doctora. Ahora lo más importante es que con el dinero que me manda, podamos terminar el castillo.

Un músico que no irá al condado de Orange

Martín no ve a su papá desde que tenía 5 años.  Ahora es un adolescente de 14 que le rehúye a las palabras, por eso ha preferido la música. Ese momento silencioso antes de tocar instrumentos de viento donde nadie le pregunta nada. -Yo le digo a mi papá todos los días, que ya quiero que se regrese de Estados Unidos-.

El papá de Martín migró hace nueve años al condado de Orange. Dejó en San Bartolomé Quialana a su esposa, dos hijas, una de tres años y otra de meses de nacida, además de Martín, el mayor, que no quiere irse a Estados Unidos, no quiere ser campesino como han sido todos en su familia, desde sus abuelos. Tampoco quiere trabajar en un restaurante americano. Le ha dicho a su papá que él quiere ser músico y quedarse en Oaxaca.

Hablar con Martín fue difícil. Su mamá tuvo que estar a su lado tomando su mano, mientras contaba su historia. Son una familia que vive en el centro del pueblo en una casa con paredes de adobe marrón y láminas metálicas. Un patio grande donde viven tres perros, y dos cuartos sin divisiones, donde además de Martín, su mamá y sus hermanas, también vive una pareja. El tío de Martin estuvo en Estados Unidos, volvió a Quialana porque tuvo un accidente que le costó le amputaran una pierna.

-Mi esposo se fue por necesidad, no porque él hubiera querido irse, me preguntan mis hijos que cuándo va a regresar su papá pero es muy difícil, queremos que él regrese pronto, sabemos que muchos paisanos se mueren en el camino-, dice la mamá de Martín, mientras el joven hace un profundo silencio.

En la casa de Martín, con en muchas casas de San Bartolomé Quialana, es difícil entender la ausencia.

Disney, un sueño lejano

Ariadna vive la encrucijada más fuerte de sus pequeños 9 años.  Es posible que en los próximos meses deba irse a Estados Unidos con su tío Rafa, porque en San Bartolomé Quialana el sueldo que gana su mamá como bibliotecaria, sin el apoyo familiar, no alcanzaría para comprarle ni siquiera los útiles escolares.

-Sí quisiera irme, para conocer a mis primos, pero me da tristeza. Si me voy a Estados Unidos con mi mamá ya no podré ver a mi papá-, confiesa y hace un gran silencio como cuando sabes que algo se rompe.

 Ariadna tiene familia en Anaheim, California. Desde hace 20 años sus tíos han migrado  y se han asentado en la costa este de Los Ángeles, empleándose principalmente de albañiles. De pequeña vivió la separación de sus padres pero los tiene a ambos cerca. A su papá solo lo ve los fines de semana en Tlacolula, porque para verlo diario tendría que pagar taxis que son muy caros.

Su tío Rafael se ha convertido en un segundo padre para Ariadna. Lo ve por videollamada cuando habla con su abuela. –Mi tío Rafa le manda dinero a mi mamá para que me compre muchas cosas, mis libretas, mis vestidos, es muy bueno conmigo y quiere llevarse a mi mamá para que tengamos dinero para comprarnos todas las cosas que queramos-, cuenta.

Ariadna tiene el sueño de ir a Disney. Ha visto en las fotos de sus primos mexicanoamericanos los parques extensos y los muñecos gigantes. Sabe que en Disney hay castillos con cúpulas azules y todo es brilloso y elegante. Sabe que cerca de Anaheim, se encuentra el parque de diversiones más famoso del mundo. A los nueve años Disney simboliza para Ariadna el sueño americano, pero repite que el lado malo es que en todas esas luces no estaría su papá con ella.

-Sé que tenemos que irnos, aquí mi mamá trabaja mucho y no gana dinero, si nos vamos,  podremos ir al parque a jugar y estar normales, aquí mi mamá cocina, lava trastes, todo el tiempo se apura mucho y siempre esta cansada-.

Han  vuelto varios de los tíos de Ariadna de Estados Unidos a ver su familia, pero a ella no le gusta que cuando vuelven parecen otras personas. –Mi tío Julio volvió pero ya no lo conocía, se veía mas grande, ya no era como cuando jugábamos con él, cuando yo era chiquita .

Ariadna es inquieta, mientras cuenta los momentos que se le vienen encima, interrumpe la plática para hablar con otros niños, presume su vestido de flores, dice que se aburre en la escuela, que todo el tiempo sueña que sus pies corren.

DATO:

San Bartolomé Quialana es uno de los municipios que presentan los índices más alto de migración en Oaxaca, de acuerdo al censo del INEGI de 2010, el 35% de las 595 viviendas construidas en la localidad fueron realizadas con remesas provenientes de Estados Unidos. En ese contexto, el costo de cruzar la frontera norte no sólo es económico, también tiene impactos psicosociales en la niñez que cada vez sufre más el abandono de sus padres.