Así como nuestro presente se posa en el personal médico, nuestra posibilidad de futuro está sostenida por esos atlantes que se enfrentan a la desesperanza y al resquebrajamiento de los tejidos sociales que dejará tras de sí la pandemia: los maestros y las maestras
Twitter: @danielapastrana
La pandemia de covid-19 detuvo el paso acelerado del mundo que conocíamos. La emergencia sanitaria nos obliga a convivir con otras reglas, sobre todo en lo más próximo y cotidiano. Repetimos todos los días que, después de esta pandemia, el mundo no será como antes. Pero nadie puede predecir cómo será.
Los duelos son muchos. Las muertes sin despedidas. Las discapacidades permanentes de una enfermedad que nadie termina de entender. La prohibición interminable de tocarnos y de abrazarnos. Los días y los meses confinados en una prisión obligada o autoinfligida. El trabajo. Los planes de futuro. La fortaleza que creíamos tener.
Entre todas esas pérdidas, una de las más dolorosas es la escuela.
La escuela no es sólo el lugar donde los estudiantes adquieren conocimientos, que pueden hacerlo en la educación a distancia o en esquemas autodidactas. La escuela tiene también una función social fundamental. Es el punto de encuentro con los otros. El lugar donde crecemos y donde forjamos una forma de entender el mundo. El espacio de sociabilidad y de afectos elegidos. También es el último reducto de confianza y construcción de la personalidad cuando el hogar y la comunidad nos violentan.
Los años de la escuela dejan una experiencia decisiva, por todo lo que ahí se aprende, pero también por las amistades que se forjan, que muchas veces durarán toda la vida. Por aquellas personas en las que nos reconocemos o que vemos como ejemplo.
Para muchos jóvenes, sobre todo de las ciudades, la escuela también puede ser un ejercicio de libertad. Y sobre todo para las jóvenes, una oportunidad de romper con la inequidad y el machismo.
Por eso, la escuela cerrada es una herida para toda la sociedad. Por eso, también, es tan importante recuperar la experiencia de quienes, a pesar de la emergencia, han imaginado una y muchas formas de mantenerla vigente. Porque así como nuestro presente se posa en el personal médico, nuestra posibilidad de futuro está sostenida por esos atlantes que se enfrentan a la desesperanza y al resquebrajamiento de los tejidos sociales que dejará tras de sí la pandemia: los maestros y las maestras.
A ellos les toca coser, reconstruir las heridas de guerra, ponerle brújula al navío. Hacer de esta experiencia traumática una oportunidad de aprendizaje y crecimiento de una sociedad que será distinta a la que conocemos. Y que puede ser mejor o peor, pero que será otra.
Esa es la importancia de contar estas historias y dejar el registro de los protagonistas de la epopeya que viene.
*Nota introductoria del libro Docentes de a Pie, enseñar en la Pandemia, que recopila los reportajes de Daliri Oropeza en Pie de Página sobre la epopeya de maestras y maestros mexicanos para seguir dando clases en medio de una pandemia. El libro fue editado por la brigada Para Leer en Libertad con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo y se puede descargar de manera gratuita en este enlace.
Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.
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