Este es un portafolio documental que retrata una danza tradicional Yaqui de guerra que dejaron de realizar por 10 años ante la falta de recursos, desinterés de las autoridades tradicionales o gubernamentales y el desplazamiento de su modo de vida con la discriminación o la urbanización
Texto y fotos: Daliri Oropeza
POTAM, SONORA.- Llegué a Sonora un día sin luna. Al día siguiente comenzaría el viaje a la sagrada Sierra del Bakatete. Pasaron 10 años, pero esa jornada, el coyote danzaría por el guerrero yaqui Juan Maldonado Tetabiate y por el cabo de año de la etnohistoriadora Raquel Padilla Ramos.
Lo primero fue ir y pedir permiso a las autoridades de la Iglesia de Potam de documentar el ritual. Ellas la rescataron junto con Raquel. Ella me invitó a documentar. Hablé con Raquel Padilla por teléfono, para entrevistarla off the record sobre el proyecto de gasoducto en Loma de Bacum, uno de los ocho pueblos yaquis.
En el arranque de su gestión presidencial, Andrés Manuel López Obrador hizo un acuerdo para terminar y echar a andar las obras. Se refirió al gasoducto Guaymas-El Oro, donde la tribu Yaqui ha detenido varias veces la construcción.
Raquel me contó como secreto lo que hacía para que la danza del coyote renazca. Es un halago su invitación. Raquel Padilla consigue todo para el 21 de noviembre, pero el 7 de noviembre de 2019 se cometió el feminicidio en su contra. Aún así el renacer de la danza se llevó a cabo. Ahora este renacer también es en su honor.
No hay que dar por sentado nada. Mi compromiso es entregarles la documentación íntegra. Me acerco y le pregunto a Esteban y Clementina, Témasti mol o maestro mayor de la iglesia y la cantora principal, si puedo documentar con fotografía. Eso no lo permiten comúnmente los yaquis, de hecho hay prohibiciones explícitas en rituales como la Cuarejma. Pero en esta ocasión aceptan.
Clementina y Esteban se han dedicado a revitalizar las tradiciones, cantos y rituales yaquis en los últimos años, desplazados por la discriminación, la urbanización, la renta y perdida de tierras de siembra de la Tribu Yaqui, la escasez del agua y la marginación, que orillan a las personas yaquis a trabajar en las ciudades y no vivir los ritmos de su espiritualidad.
Así comienza un viaje que cambiaría mi vida. Un momento único que significa un reto a la hora de fotografíar, por las condiciones de luz y movimiento en medio de los montes sagrados. Un suceso que alienta a mi creatividad pero sobre todo, a la comprensión de la existencia, de los ciclos y al caer en cuenta de la espiritualidad propia, de la trascendencia de Tetabiate y de Raquel. Una circunstancia que aviva mi compromiso ético con el pueblo yaqui.
La danza del Coyote pudo renacer. El guerrero Juan Maldonado Tetabiate, reconocido líder de las agrupaciones que se refugiaron y defendieron de la Guerra del Yaqui, cayó cerca del cuartel yaqui que se encuentra en un espacio estratégico para mirar toda la sierra. Ahí se lleva a cabo esta danza de fuerza y renovación.
El ritual de velación inicia al atardecer, cuando el último rayo de sol se esconde entre las montañas. Termina cuando sale el primer rayo de sol, el cual da pie al comienzo de la Danza del Coyote.
Parte fundamental de la ceremonia o ritual es la preparación de la comida a modo de ofrenda y alimentar a todas las personas que participen. Hay guisos tradicionales hechos con carne de res y miles de tortillas sobaqueras de harina de trigo.
Durante la ceremonia limpian y arreglan el lugar donde sembraron al guerrero y a la antropóloga. Colocan un altar y 12 velas en cada tumba. Así comienza la velación.
Resuenan tres aullidos de coyote a lo lejos, en medio de la noche, en medio de la sierra semidesértica del Bakatete, en medio de las estrellas. No hay luna. El viento anuncia con su movimiento, golpeando los pómulos, que viene algo importante en la ceremonia. En el sonoro silencio del monte, como eco vienen las voces de las cantoras que parecen la voz del todo que nos rodea en una lengua incomprensiblemente grecolatina. El fuego ya está encendido al rededor de la tumba de Tetabiate. Tiene 12 velas. La Virgen de Loreto en el altar luce en tonos anaranjados en medio de la tintineante oscuridad. Las guitarras dan ánimo a la danza de los matachines. Resuenan los tambores de agua y los pasos del venado. Su presencia significa la trascendencia del espíritu. Rezan el padre nuestro. Danzan la pascola y el venado.
Aquí hay rezos al Juya ania, dios del monte. Suena el tambor. Rezan el ave María. El tambor llama a los que rezan. Una mujer mueve la bandera roja. Es para bendecir, es para que le llegue a todas las personas presentes por eso la ondean. Es un ritual para la trascendencia. En honor a los guerreros. Y en esta ocasión es también el cabo de año de Raquel Padilla. Hay 12 velas en su tumba. Es el momento en que despiden su alma después del periodo de luto. Es el momento en que su ser trasciende, justo al amanecer, cuando deja de bailar el venado.
El Coyote comienza a aullar su danza cuando las estrellas ya se fundieron en el cielo inundado poco a poco por los rayos de sol. Es una danza de honor. A los guerreros y sus familias. A quienes ejercieron el cargo de gobernador de su pueblo. Hacen movimientos específicos cuando el primer rayo del sol ilumina la punta del monte. Con esta danza, el pueblo yaqui reivindica y renace su lucha, transmite su memoria.
Esta danza simboliza el triunfo del pueblo yaqui sobre los militares. Así fue el renacimiento de la danza del coyote. La iglesia de Potam venció la falta de recursos, desinterés de las autoridades tradicionales o gubernamentales y el desplazamiento de su modo de vida con la discriminación o la urbanización, razones que describieron a lo largo de la noche sin luna.
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