12 agosto, 2023
Estas son las historias de tres indígenas jóvenes de Ecuador, Perú y México que defienden la selva de la industria petrolera, buscan el acceso a la comunicación y las energías renovables para sus pueblos y rescatan los saberes ancestrales sobre sistemas alimentarios
Texto: Astrid Arellano / Mongabay Latam
Fotos: Mongabay
MÉXICO.- Las juventudes indígenas han demostrado que otro futuro es posible. En sus territorios, comúnmente amenazados por empresas extractivas y megaproyectos que ponen en riesgo a la naturaleza y los derechos de sus pueblos, las y los jóvenes han liderado esfuerzos que dan esperanza al ofrecer alternativas que contribuyen a la sostenibilidad y al bienestar no solo de sus comunidades, sino del planeta.
Por esta razón han luchado también por ser reconocidos y obtener espacios para la toma de decisiones en sus países, así como en los grandes foros internacionales y en los esfuerzos globales referentes a la mitigación del cambio climático, la consolidación de la paz y la cooperación digital.
“Los temas planteados por los jóvenes indígenas en el debate sobre el cambio climático pueden ofrecer información importante sobre la acción climática y la gestión sostenible de los recursos, y se les debe otorgar un asiento en todos los niveles de la mesa de toma de decisiones”, dice la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en su mensaje a propósito del Día Internacional de los Pueblos Indígenas que, desde 1994, se celebra cada 9 de agosto.
Para este 2023, la ONU propone visibilizar los esfuerzos de las juventudes indígenas. Por ello, el lema de la jornada es: la Juventud Indígena como agentes de cambio para la libre determinación. Naciones Unidas propone que la conversación alrededor de este día se centre en tres temas: la participación de los jóvenes en la acción por el clima y la transición verde, la movilización por la justicia y las relaciones entre distintas generaciones.
“La nueva generación de defensores indígenas se está movilizando para cambiar la narrativa en torno a los pueblos indígenas. Se han convertido en la fuerza impulsora del cambio social a través de la movilización social, haciendo uso de las plataformas en línea para mostrar y celebrar sus culturas, idiomas y sistemas de conocimiento a un público más amplio, y para resaltar las injusticias dentro de sus comunidades”, agrega la ONU.
En este Día Internacional de los Pueblos Indígenas, Mongabay Latam presenta la historia de tres defensoras jóvenes indígenas que, desde Ecuador, Perú y México defienden la naturaleza y los derechos de sus pueblos.
Caminar con los pies descalzos sobre los senderos de la selva, en donde los sonidos de las ranas, las aves, el viento y los riachuelos forman una sola orquesta, le ha permitido sentir también los latidos de la Tierra. “Está viva, por eso le llamamos selva viviente”, dice Helena Gualinga, defensora indígena kichwa del Ecuador.
Su pueblo, Sarayaku —ubicado en la provincia de Pastaza, en plena selva amazónica— le ha enseñado todo lo que sabe sobre defensa del territorio, en especial para hacer frente a las petroleras que han amenazado con destruir su comunidad desde hace más de dos décadas.
Ahora, con 21 años, Helena Gualinga es una de las jóvenes más visibles en la lucha para proteger el Parque Nacional Yasuní, amenazado por el bloque petrolero ITT —conocido como bloque 43—, que se encuentra en su interior y cuya permanencia está por decidirse en una consulta popular este 20 de agosto de 2023. Los jóvenes impulsan la campaña Sí al Yasuní, para lograr que en las urnas se vote por mantener el petróleo bajo tierra.
“Lo que está en juego es si se deja de extraer petróleo o no. El Yasuní es el lugar más biodiverso del planeta, hay tres pueblos indígenas no contactados y, en general, es un lugar muy importante para el equilibrio del clima. Los derechos de los pueblos indígenas que viven ahí también están en riesgo —waoranis, kichwas, saparas, shuar—, son muchas las personas que sufren los impactos de las empresas petroleras”, dice la defensora y recuerda: solamente en ese bloque petrolero han ocurrido 18 derrames de petróleo entre el 2016 y 2022, eventos que han traído impactos significativos en el parque y sus habitantes.
Desde su origen, la consulta popular ha sido encabezada por la juventud ecuatoriana —quien reunió 750 000 firmas de apoyo en 2013 y solicitó el proceso que recién fue validado por la Corte Constitucional en 2023—, pero ahora está en manos de todo el país cambiar el rumbo del Yasuní y lo que sucede en la Amazonía.
Las juventudes indígenas han salido a las calles, han ofrecido alternativas y también han aprovechado las redes sociales para contar sus propias historias e incentivar un voto informado, dice la activista. Es hora de que las juventudes indígenas sean escuchadas en todos los niveles de toma de decisión, sostiene Gualinga.
“Ha habido un proceso muy intergeneracional en donde los jóvenes estamos participando en las comunidades. Yo crecí escuchando a mis tíos, a mis abuelos y esa ha sido mi mayor escuela, porque ellos fueron quienes defendieron a Sarayaku. Hoy agradezco que tuve la oportunidad de aprender de ellos y yo espero poder aportar también, desde la juventud y viendo el contexto actual, en la misma línea que nuestros líderes y nuestros ancestros, pero con nuestros conocimientos”.
Al decir sí al Yasuní, concluye Gualinga, “decimos sí a la vida misma, sí a proteger a los pueblos indígenas, sí a la biodiversidad, y a que dejemos el petróleo en el subsuelo. En la selva amazónica veo el pasado y el futuro no solo de mi familia y de la gente, sino del resto del mundo”.
La única forma de llegar a la comunidad Alto Mishagua es por la vía fluvial. No hay carreteras, tampoco energía eléctrica ni telefonía para comunicarse. Las familias indígenas que lo habitan —40 núcleos de origen quechua, yines y matsiguenga— se encuentran prácticamente aisladas dentro del distrito de Megantoni, en Cusco, Perú, donde también sobreviven sin acceso a servicios básicos como agua potable, salud y educación.
Roxana Borda, de origen quechua, vive con su familia en este pueblo que se fundó hace menos de una década. Desde muy joven tuvo la posibilidad de salir y estudiar fuera de Perú. Siempre pensó en regresar a su comunidad y hacer algo por ella. Hoy tiene 30 años y es estudiante de pregrado en Desarrollo Rural y Seguridad Alimentaria en la Universidad Federal de la Integración Latinoamericana (UNILA), en Brasil. También es integrante de la Red de Jóvenes Indígenas de Latinoamérica, en donde se ha vuelto referente en temas como el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, por lo que participa en foros internacionales para defender el rol que las juventudes indígenas pueden ejercer en la toma de decisiones sobre la transición energética.
“Cuando sucedió la pandemia, yo estaba en un intercambio en México y tenía que regresar a mi país. No había manera de comunicarme con mi familia y, como hacía activismo en temas de transición energética, amistades cercanas me sugirieron la posibilidad de instalar internet satelital y paneles solares”, narra la defensora indígena. Cuando pudo regresar a Alto Mishagua, todo inició en su casa.
“Con ayuda de mis compañeros de trabajo, instalamos un prototipo de paneles en mi casa para ver el sistema a nivel individual. Queríamos explicar que esto funciona y es posible. Lo hicimos de manera rudimentaria, viendo tutoriales. Eso nos permitió cargar celulares y linternas. Por ahora, soy la única que tiene internet en el pueblo. Escribimos un proyecto juntos para buscar replicarlo en toda la comunidad; pensamos en que sería el inicio de algo que puede servir como ejemplo para otras regiones rurales amazónicas donde no se tiene acceso a la energía eléctrica”, explica Borda.
Lo irónico —señala— es que Alto Mishagua se encuentra en una zona dedicada a la explotación del gas natural, sin embargo, no existe garantía de acceso a este recurso para las familias. La gran mayoría cocina con leña como combustible.
“Es desafiante, es triste la realidad. Para empezar a hablar del tema energético, yo siempre invito a ver cómo están las comunidades amazónicas. Una que otra familia tendrá acceso al gas, pero cuesta muy caro, casi el doble que en la ciudad”, agrega.
Su proyecto, que consiste en dos fases, es apoyado desde el otoño de 2022 por la organización canadiense Student Energy Guided Projects, un programa que brinda capacitación, tutoría y parte de los fondos necesarios para desarrollar proyectos de energía limpia en comunidades. La primera etapa consiste en habilitar paneles solares y un sistema satelital para el acceso a internet en el centro comunitario de Alto Mishagua, el único espacio rural educativo que recién se abrió para atender a las infancias y que, hasta ahora, cuenta con dos profesores.
“El objetivo principal es garantizar el acceso a la conectividad e información para la comunidad con el mundo exterior, que puedan ir cuando necesiten internet para comunicarse. Se va a colocar en la escuela y servirá para los niños. Es la única escuela y se ha logrado a duras penas”, explica la defensora indígena.
La segunda etapa del proyecto consiste en la instalación de paneles solares en cada hogar, para que las familias tengan acceso a la energía eléctrica. El proyecto cuenta con la participación de varias personas de la comunidad que también han sido capacitadas para la instalación de los sistemas. Para realizar todos estos planes aún falta una parte del financiamiento, por lo que la comunidad se encuentra en búsqueda de apoyo
“Cuando se habla de transición energética, los jóvenes indígenas pedimos que sea justa, que no afecte nuestro futuro ni el de las próximas generaciones, como ha ocurrido en algunos territorios no solo en Perú sino en otras regiones de Latinoamérica”, dice Borda.
En ese sentido, la defensora quechua sostiene que ha participado en encuentros mundiales como las COP 26 y 27, donde ha notado poca presencia de las juventudes indígenas, sobre todo, porque el tema de financiamientos lo imposibilita.
“Tenemos que ser parte de las negociaciones, los tomadores de decisiones deben escuchar a las juventudes a la hora de trabajar en conjunto. Estamos hablando de un tema que nos compete a todos, porque es global. Además, esos son los espacios propicios para estar frente a frente con los Estados, porque dentro de cada país es difícil llegar a una instancia de gobierno”, sostiene.
Borda concluye que “no se trata de que uno sea indígena o no, y que por ello se tenga mayor o menor responsabilidad. No se debe cargar a los pueblos indígenas la protección de los territorios, sobre todo, cuando puede llegar a costar la vida. Si queremos salvaguardar al planeta, a las especies, debemos olvidar las diferencias y recordar que todos estamos conectados”.
Dalí Nolasco creció viendo a su madre y sus abuelos trabajar en el campo. Juntos le transmitieron sus saberes sobre el cuidado y el amor a la tierra que van a sembrar, y también con las plantas que, más tarde, les servirían de alimento. Esto era algo que veía replicado en las parcelas de Tlaola —su comunidad, ubicada en Puebla, en la zona central de México—, por lo que pronto supo que los pueblos indígenas producían alimentos basados en el respeto al territorio.
“La mayor prueba sobre cómo los pueblos indígenas hemos respetado y cuidado a la Madre Tierra, es que el 80 % de la biodiversidad que tiene el planeta está en territorios indígenas”, dice la defensora originaria del pueblo indígena nahua. Hoy tiene 35 años y, bajo el ejemplo de su madre —quien le enseñó el camino del activismo sobre los derechos de los pueblos indígenas— ha dedicado su vida a la defensa de los sistemas alimentarios indígenas.
“Una de las grandes culpables de la crisis climática es la manera de producir comida, la manera tan intensiva en la que se producen alimentos que muchas veces son desperdiciados. También los transgénicos y los alimentos extremadamente llenos de fertilizantes y químicos que dañan nuestra salud; por eso creemos que es superimportante defender los sistemas alimentarios de los pueblos indígenas”, dice Nolasco.
Actualmente, Dalí Nolasco es integrante del consejo global de directores y coordinadora de la Red Indígena de Terra Madre para América Latina y el Caribe de Slow Food, iniciativa que, desde 1980, aspira a un mundo en el que se pueda acceder a una comida buena, limpia y justa para quienes la consumen, la producen y para el planeta.
Desde esa plataforma, Nolasco ha luchado para que las juventudes se vuelvan a conectar con los saberes de sus pueblos, para así dignificar y reivindicar su identidad indígena y campesina. En 2022, propuso la creación de un diplomado que reunió y becó a la primera generación de 25 jóvenes líderes indígenas de diferentes regiones de México, con proyectos centrados en la defensa de las semillas nativas, su gastronomía y su territorio. La clave fue que especialistas indígenas fueran quienes compartieran con ellos sus conocimientos durante el proceso formativo, para fortalecer el diálogo intergeneracional.
“Existe un sistema de creencias en el que nos dicen que nosotros, los miembros de un pueblo indígena, no somos capaces de ser generadores de conocimientos. Entonces, que los jóvenes vean a alguien muy parecido a ellos —una persona indígena, muy preparada y con unos saberes impresionantes—, es muy inspirador”, explica Nolasco.
Así nacieron las Guardianas y guardianes de los sistemas alimentarios de México. Este diplomado se centró en la formación técnica para el diseño, creación y acompañamiento de proyectos comunitarios. Sus capacitaciones fueron virtuales y presenciales y, si bien estuvieron englobadas en este gran tema, fueron pensadas para fortalecer los liderazgos de los jóvenes en el marco de los derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas, género, juventudes y agroecología. Además, se logró un acompañamiento integral en donde no hubo diferencias entre quienes ya tenían un grado de licenciatura o una escolaridad básica: todos tenían la capacidad de aprender por igual.
“Se trataba de que estas diferencias no impidieran que alguien participara en el proceso. El resultado fue muy bello: a una jovencita de Chiapas, la única con estudios de secundaria, la metodología le permitió ir a la par de compañeros con una carrera universitaria”, explica la activista.
Nolasco afirma que, en la comida, ha encontrado un estandarte de lucha para trabajar con la juventudes. En la retroalimentación que ha recibido, uno de los jóvenes compartió que jamás pensó que una semilla le devolvería su identidad y que la comida le haría sentir tanto orgullo de pertenecer a un pueblo indígena. Lo mismo ocurrió con una joven que produce maíz nativo de diferentes especies y que lo transforma en tostadas, quien aseguró que gracias a este producto, había encontrado otra manera de vivir su vida.
“En su comunidad, entre los 12 y los 15 años, las jovencitas ya ‘deben’ estar casadas. Sus tostadas la alejaron de un matrimonio que ella no quiere, porque las tostadas le han permitido ver que existen otras posibilidades para las mujeres indígenas”, narra Nolasco.
La activista agrega que la migración de las juventudes hacia afuera de los territorios indígenas es una problemática real, pues las posibilidades educativas y laborales al interior son bastante reducidas. Con este tipo de proyectos, se busca que los jóvenes puedan capacitarse y generen un deseo de trabajar en su desarrollo personal y el de sus comunidades. La idea es que las historias de los guardianes de los sistemas alimentarios sean inspiradoras para otros.
“Siempre nos han dicho que, si queremos ser alguien en la vida, tenemos que irnos de nuestros pueblos. Si quieres estudiar una carrera universitaria, si tienes esa posibilidad y ese privilegio, está bien y es maravilloso, pero también es importante que regresemos a nuestros territorios a transformar las realidades, a reivindicar nuestro ser y a luchar por nuestros pueblos. Personalmente, busco que los jóvenes tengan la seguridad de que pueden crear cosas extraordinarias para su comunidad, y que verdaderamente crean que son seres poderosos y que pueden cambiar la historia”, concluye Nolasco.
Este trabajo fue publicado inicialente en MONGABAY LATAM. Aquí puedes consultar la versión original.
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