Jennifer murió el 27 de febrero de 2017 después de 40 días de agonía y el cuerpo quemado. Su marido provocó intencionalmente un incendio contra ella. El victimario no ha recibido sentencia
Texto: Diana Manzo
Fotografía y video: Antonio Mundaca
Producción y Edición: Karen Rojas Kauffmann
Ilustración: María Vigne
Infografía: Daniel Cid Berthely
MATÍAS ROMERO, OAXACA.- Es algún momento de las primeras cuatro horas del lunes 27 de febrero de 2017. El sol aún no brilla y solo el viento sopla con fervor en la ciudad ferrocarrilera de Matías Romero ubicada al norte del Istmo de Tehuantepec. En un cuarto de cuatro por ocho metros de la colonia Reforma los gritos se escuchan eufóricos y desesperados. La voz aumenta y luego acalla. Es la de una mujer que clama ayuda. Jennifer, rodeada de fuego en el baño, tras ser rociada de gasolina presuntamente por su esposo.
El 70 % del cuerpo de Jennifer sufrió quemaduras de segundo y tercer grado. Cuarenta días después, el 6 de abril de aquel año, falleció. Tenía 18 años de edad.
Xóchitl saca fuerzas de la entraña para hablar. Ella es madre de Jennifer. No es un recuerdo cualquiera, la ausencia es fuerte, es dolorosa como el de miles de madres mexicanas que han perdido a sus hijas, y donde la consigna constante en este país llamado “México” es: ¡Justicia!
En 2017, año que Jennifer falleció, otras 116 oaxaqueñas fueron asesinadas en Oaxaca. Esto, según reportes del Grupo de estudios sobre la mujer “Rosario Castellanos”(GESMujer). Además, organizaciones defensoras de la entidad han manifestado que, a pesar de que existe la alerta de género en 40 municipios –incluyendo Matías Romero–, el 75 % de los feminicidios continúa impune.
GESMujer también documentó que, en el 92 % de los casos, se desconoce al agresor. Por ello la insistencia ante la fiscalía de Oaxaca en que todos los procesos de investigación se inicien con “perspectiva de género”, y que no se obstaculice la tipificación como “feminicidios”.
Ya no llora porque su dolor se ha enraizado a su cuerpo. Ahora vive para su nieto de cinco años, hijo de Jennifer y testigo de lo que su papá hizo a su mamá aquella madrugada.
Xóchitl recuerda a Jennifer por su fortaleza, valentía y buen sentido del humor, además de su pasión por el deporte.
“Era una chica muy fuerte de carácter. Creo sacó lo fuerte de su abuela, Eloísa, mi madre. También le gustaba mucho el deporte, el fútbol y el softbol. Era muy segura y hasta cierto grado vanidosa, por eso creo que si hubiera sobrevivido no le hubiera gustado verse con un cuerpo lleno de cicatrices”.
Sus carcajadas y sus abrazos también se extrañan en el hogar, al transcurrir de los días, y se ansían aún más cada que se acerca el día de su cumpleaños, fecha que coincide con la de su muerte.
Los últimos cuarenta días de vida, Jennifer los vivió postrada en una cama. No habló y tampoco abrió los ojos. Sólo se quejaba del dolor y sus manos siempre pedían entrelazar los de alguien más. Un paro cardiaco interrumpió su camino en este espacio; finalmente dejó de existir.
El comercio es la principal actividad de la familia. Xóchitl administra una carnicería donde, Jenny muchas veces despachó. Es uno de los espacios de vida que se ha vuelto imborrable en esta familia donde siguen recordándola.
Xóchitl hace memoria mientras atiende el negocio. Jenny fue siempre una hija solidaria que se casó muy joven, a los 15 años de edad. Presumía a un esposo bondadoso y amoroso, nunca se imaginó que le arrebataría la vida.
De alerta de género y de cifras desconoce, pero siente que el tema jurídico camina lentamente. Sin embargo confía porque ya no le queda más que esperar, sólo así, en ese justo momento la paz retornará la paz a su corazón.
–¡Lo único que quiero es justicia!… ¿Acaso es mucho pedir?–, se duele.
“El agresor de Jenny interpuso amparos”, explica. Alegó que él es inocente. No hay sentencia. “Y mientras eso no ocurra sigo con el mismo dolor de aquella mañana, cuando en una llamada telefónica me dijeron que acudiera al hospital”.
Xóchitl recuerda que al llegar, la vio “con esos ojos acaramelados” que distinguían a su hija. Y ésta preguntó por su bebé. Luego agregó:
–‘Perdóname, mamá’”.
–¿Y cómo era él, Edgardo?
–Era normal. Nunca le vi su lado violento. Algo desatendido, pero era normal. Estaba también chamaco, no tenía un trabajo fijo y creo eso lo vulneraba. Hasta hoy no sé qué pasó. por qué hizo ese acto de extrema violencia contra mi hija. Una mujer que estaba en plenitud de vida, tenía 18 años.
De acuerdo al Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), de enero a octubre de este año, Oaxaca se colocó en el lugar 14 en feminicidios. Hubo un total de 24 carpetas de investigación, según el reporte de enero a octubre 2019. Esto es, la entidad está por encima de la media nacional, un escalón antes de los asesinatos de mujeres en la Ciudad de México.
Sentada frente a la sepultura de su hija, Xóchitl observa detenidamente las letras rotuladas en la cruz de herrería.
–¿Lo ves? ¿Ya leíste?… Es Jenny, así se llamó mi hija y la asesinaron. Un 27 de febrero.
Se limpia las lágrimas y coloca unas flores blancas. Es el ritual de Xóchitl de todos los domingos, cuando visita la tumba de su hija, para recordar que el Estado mexicano está en deuda con ella y con su pequeño nieto; que la justicia sigue siendo invisible y una utopía de esta sociedad que, asegura, crece en feminicidios todos los días.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona