Fotografía para cambiar la Historia

3 septiembre, 2019

Microfilme Postal, columna de opinión por Daliri Oropeza Alvarez

Twitter: @Dal_air

Quedan 13 días de exhibición de las imagenes ganadoras del concurso World Press Photo 2019, que premia el mejor fotoperiodismo del mundo. ¿Puede la fotografía cambiar algo en la narración de la Historia?, un diálogo desde Sontag y Benjamin

Foto de la fotografía de Graciela Iturbide en la exposición Sublevaciones, curada por Georges Didi-Huberman.

¿Puede la fotografía cambiar algo en la narración de la Historia? Al caminar en los pasillos del museo Franz Mayer, a lo largo de la exposición del World Press Photo 2019, es una pregunta que me resuena y me remite a pensar la labor como fotoperiodista.

En la exposición, una serie de fotos me atrapa: unos cabellos negros y lacios escurren, pareciera que la mujer está en un baño, el cabello cae sobre su espalda mojada; una niña sobre una cama con cartón sobrepuesto, se ve su espalda intentando alcanzar algo enclavado en la pared de una casa descuidada, pintada con cal, aún se ven los bloques de cemento y a su lado izquierdo un calendario con un cristo; las raíces de un cactus seco que creció en una pared; una mano llena de arrugas, tosca de trabajo de campo, puesta con fuerza en la mitad del pecho, con gotas de sangre en la playera, del lado del corazón; la serie me hace pensar que una foto sí puede transmitir dolor.

Descubro que la serie es de un fotógrafo mexicano: Yael Martínez. Para hacer la WPP19 aplicaron 4 mil 738 fotógrafos de 129 países. En el recorrido te percatas de las distintas visiones que tienen los fotoperiodistas de Siria, Italia o Rusia. Muy en particular las fotos de Yael me atraparon y me hicieron sorprender cuando leí la explicación de su trabajo: es el resultado de un proceso documental en su familia tras la desaparición forzada de un integrante, intentó retratar la fractura psicológica que este delito provoca en lo íntimo, el sentido de la ausencia y cómo incrementa con el tiempo.

Pienso en la experiencia de dolor que pueda sentir quien mira esta serie. Veo cómo las personas espectadoras quedan atrapadas al ver las fotos de Yael y luego de leer la historia que las acompaña, quedan reflexionando, y solo algunas regresan a mirarla con detenimiento.

Susan Sontag escribe un ensayo titulado “La imagen-mundo” (en la compilación de ensayos Sobre fotografía) que “hay procesos históricos con asombrosa complejidad y a veces significados contradictorios. Y las artes dibujan mucho de su valor desde nuestra conciencia del tiempo como historia, como fotografía”.

Las fotografías de Yael solo podrían ser posibles en un contexto como el que vive México, donde hay más de 30 mil personas desaparecidas tras una guerra declarada contra el narcotráfico. ¿Cómo podría cambiar esta realidad a través de la fotografía?

En este ensayo, la filósofa Sontag reflexiona sobre cómo la fotografía significa un acceso instantáneo a lo real, y cómo cuando la noción de realidad cambia, así lo hace la imagen y viceversa. Para ella la fotografía es un modo de capturar la realidad y hacerla permanecer, extender una realidad que ha sido reducida. A su vez, cómo lo instantáneo de poseer el mundo en forma de imágenes también ha provocado distancia para experimentar la realidad.

Para Sontag, la fotografía tiene poderes que ningún otro sistema-imagen tiene. Esto me hace pensar irremediablemente en las reflexiones de Walter Benjamín en la Breve historia de la fotografía, quien critica que “las cuestiones históricas o, si se quiere, filosóficas que suscitan el auge y la decadencia de la fotografía pasaron desapercibidas durante décadas”.

Vivimos en un mundo donde parece que las personas prefieren ver las reproducciones de realidad que la realidad misma. Con las redes sociales hay un consumo y producción exacerbado de fotografías, por las cuales vale la pena preguntarse ¿hasta dónde sustituyen la experiencia con meros fines económicos, políticos, privados?

La crítica de Benjamin se suma al concepto de reproductibilidad que propone en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, pues es por la fotografía que la obra de arte comienza a perder el aura que posee por ser una pieza única de creación original. Cuando pierde el aura deja de sentirse. Sontag asegura que la fotografía es adquirir, y que también a través de ella tenemos una relación de consumo con los eventos que son parte de nuestra experiencia, que al reproducirla obtenemos información.

Tiene que haber forzosamente una discontinuidad, provocada al ver una fotografía, pero también desde la hora de plasmar la realidad con una cámara. Una discontinuidad que permita desde la experiencia de fotografiar, hasta la experiencia de apreciar, “hacer saltar el continuum de la historia”, como diría Benjamin en Conceptos de Filosofía de la Historia.

No nos podemos quedar en la enajenación que pudo haber traído la aceleración de la reproductibilidad de la fotografía en nuestro tiempo, por la cual se pierde su contexto. Sontag asegura que la fotografía no solo reproduce lo real sino que lo recicla en los procesos de la sociedad moderna. Todas las selfis se vuelven metaclichés por la reproductibilidad de nuestras herramientas tecnológicas, y el aura de cada foto cada vez más difusa. Entonces deba de ser un proceso de discontinuidad también con la reproductibilidad y el consumo de fotografías.

Benjamin critica: “El analfabeto del futuro no será quien desconozca la escritura, sino quien desconozca la fotografía», se ha dicho. ¿Pero no es más analfabeto el fotógrafo que no sabe leer sus propias imágenes?”.

Volver a una apreciación sensorial que puede provocar una fotografía que muestra la realidad, que permita una nueva relación entre la persona espectadora y el evento que observa, que aliente la capacidad expresiva o la vinculación emotiva con los hechos mostrados, pueda ser un primer paso para esa discontinuidad.

Desde quien hace fotografía, pararse donde no están los medios hegemónicos, buscar nuevos modos de hacer memoria, enfocar en quienes han sido ausentados de la historia oficial y darle prioridad a las historias que no son parte de la ecología de saberes de nuestros tiempos, pueda provocar también esa discontinuidad.

Cómo provocar la intervención de una fotografía que desafíe el tiempo lineal, que sea capaz de mostrar el pasado, pero motivar a través de la grieta de la discontinuidad un significado que en el presente irrumpa realidades?

Al existir ese punto de quiebre es más fácil dar vuelo a la imaginación sensorial, y como planteó Georges Didi-Huberman: Nos sublevamos poniendo primero en juego la imaginación, que alcanza un gesto colectivo que anima a sublevarse.

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