Llevamos un mes teniendo la conversación equivocada sobre Genaro García Luna. De lo que tenemos que hablar es de la relevancia y la trascendencia de su juicio; de la rendición de cuentas que los mexicanos necesitamos y la justicia alcanzable a través de la verdad
Twitter: @luoach
Mucho se ha hablado sobre Genaro García Luna desde principios de mes, cuando lo arrestaron en Texas por conspiración para traficar droga y fraude en su proceso de naturalización como estadounidense. El debate se ha enfocado en la especulación de la culpabilidad del ex funcionario. Es o no inocente. Pasó o no los controles de confianza de la DEA y el FBI cuando colaboraban en la lucha contra el narcotráfico. Si era culpable por qué se iría a vivir a Estados Unidos. Más un largo etcétera. Deberíamos estar hablando, en cambio, de la relevancia de su juicio y como nos acerca a la justicia que México necesita.
Es imposible pensar en el juicio contra García Luna sin recordar el que se estaba llevando a cabo hace un año contra Joaquín Guzmán Loera. Cuando pienso en el juicio contra el Chapo, no puedo evitar recordar la sensación de insatisfacción que me produjo el resultado. Es cierto que el narco va a pasar el resto de su vida refundido en una celda de máxima seguridad en las Rocosas de Colorado. Para muchos, eso es suficiente. Coincido en parte: es mejor que nada. Pero no es suficiente.
Antes de ahondar en la diferencia entre ambos juicios, permítanme una digresión ligera. Pensar en el llamado superpolicía y el narco de la lista de Forbes me recuerda a Billions, la serie de televisión producida por Showtime, en la que se retratan las interacciones entre un fiscal de Nueva York y un criminal de cuello blanco. Más allá de los acentos clásicos neoyorquinos o las escenas en pizzerías y rascacielos, la serie trata sobre el duelo entre dos titanes de la sociedad estadounidense: la justicia y el crimen.
La construcción de personajes es impecable. El fiscal es un hombre formal que usa tirantes para sostener el pantalón de su traje de tres piezas. Tanto en su vida como en su vestimenta, está constreñido por reglas y formas; su actuar acotado por las leyes que debe proteger. El inversionista, por el contrario, se da el lujo de vestir con mezclilla, playeras de bandas de rock y tenis para dirigir el imperio de un centenar de empleados millonarios que lo idolatran mientras viola la ley. En algún punto de la serie, el fiscal empieza a cometer actos ilegales para atrapar al criminal.
De fondo, estas son las mismas fuerzas que se baten a duelo en nuestra realidad nacional –con sus bemoles, claro. Genaro García Luna no será tal cual el fiscal con tirantes y chaleco de Billions y el Chapo no era el criminal de cuello blanco que viste jeans y conduce un Ferrari, pero sí representan –respectivamente— a la justicia y al crimen.
Al iniciar la segunda temporada de la serie, un auditor le ofrece inmunidad al criminal a cambio de que testifique contra el funcionario público. “Después de todo, los inversionistas como usted van a hacer lo que siempre hacen”, le dice, aludiendo a los crímenes que comete, “pero el fiscal responde a una autoridad superior: la justicia”. Y esa es, exactamente, la diferencia entre los juicios contra García Luna y el Chapo Guzmán.
El narco no le debía nada a nadie, mientras que el ex funcionario nos debía protección de la misma gente con la que, según su acusación, se coludió.
Ahora sí, regresemos a nuestro tema. De mirada dura, ceño perennemente fruncido, pelo con corte estilo militar y traje conservador de camisa lisa y corbata ancha, García Luna es uno de los personajes que mejor representa al Estado en la lucha contra el narcotráfico en México. Entrenado en el CISEN, director de Planeación y Operación de la Policía Judicial Federal y posteriormente titular de la institución sucesora, la Agencia Federal de Investigación, el ex funcionario culminó su carrera como secretario de Seguridad Pública en la administración que dio inicio a la llamada guerra contra las drogas.
Como ciudadanos, nuestro trato con el Estado es muy sencillo: elegimos cumplir reglas y leyes –sacrificando nuestra libertad– a cambio de nuestra seguridad. Nosotros nos despreocupamos de nuestra sobrevivencia a cambio de poder salir a la calle sabiendo que no nos van a matar. Eso es lo que Genaro García Luna, como representante del Estado, nos debía: nuestra seguridad, o en su defecto, la certeza de que estaba haciendo todo lo posible por garantizarla.
Por otro lado, está el niño pobre convertido en empresario criminal. Ese narco que se enriqueció sacando provecho de una política pública errada: la falta de regulación en el mercado de drogas. El Chapo explotó al sistema, sin miramiento a la legalidad o a la moral, para su provecho personal. Pero no nos debía nada.
García Luna debe rendir cuentas a todos los mexicanos, el Chapo no. De entrada, por esa sola diferencia, la trascendencia de ambos juicios es diametralmente diferente. Por construcción, el juicio contra García Luna nos acerca más a la justicia.
El juicio contra Guzmán Loera careció de respuestas que nos permitan entender cómo el Estado nos falló de tal manera que llegamos a ser el país de las 2 mil fosas y más de 40 mil desaparecidos. Sin explicaciones no podemos empezar a pensar en reparación del daño. Y sin empezar a resarcir lo poco rescatable de los millones de vidas desfiguradas por la violencia, no podemos hablar de justicia. Esas respuestas ni las tiene ni las debe el narco.
No hay justicia sin verdad y la verdad es necesaria para que quienes prometieron protegernos y fallaron rindan cuentas. En el juicio contra García Luna podremos entender, con la evidencia que se presente y los testimonios que ahí se profesen, cómo los funcionarios que conformaban el gobierno permitieron que los criminales como el Chapo pudieran crecer y hacer uso de la violencia con total impunidad a fin de enriquecerse. Podremos entender si fallaron en protegernos por negligencia, por incapacidad, por amoralidad o complicidad consciente con el crimen organizado.
Mucho se ha hablado sobre Genaro García Luna desde principios de diciembre. Toda la especulación gira en torno a un intento de adivinar lo desconocido. Llevamos un mes teniendo la conversación equivocada. De lo que tenemos que hablar es de la relevancia y la trascendencia de su juicio; de la rendición de cuentas que, como mexicanos, necesitamos; de la justicia alcanzable a través de la verdad que se exponga y de las posibilidades que ésta ofrecerá para empezar a reconstruirnos.
A pesar de que su abogado ya aseguró que García Luna irá a juicio, no hay certeza sobre esta decisión hasta que presente su declaración de no culpabilidad en una audiencia ante la corte distrital este de Nueva York en los próximos días. Solo entonces sabremos si habrá un juicio público y abierto. Solo entonces sabremos si tendremos acceso a eso que nos debe y tanto merecemos: la justicia.
Columnas anteriores:
Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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