Es prioritario salir de la parálisis del lenguaje y nombrarle por lo que es: un Estado feminicida. Hasta que las palabras se vuelvan conciencia y acción política
Quiero hacer una pausa y pensar en las palabras correctas, y caer en cuenta también de la parálisis del lenguaje que produce la vorágine de violencia feminicida. Porque no es la primera vez que el tsunami de la inmediatez nos quita la posibilidad de detenernos a pensar en la importancia de elegir las palabras con las que comunicamos discursos. Y, asumo, no soy la única que en la urgencia de la expresión no puede ni nombrar qué o cuánto le duele, mientras pretende reflexionar con mayor profundidad lo que estamos viviendo.
Dentro de algunas de las reflexiones de feministas desatadas por el feminicidio atroz de Ingrid Escamilla, hay una que apenas resuena y valdría la pena rescatar: nos enfrentamos al desamparo de ser ciudadanas en un Estado feminicida al que seguimos confiriendo nuestra seguridad a pesar de que nos ha demostrado en varias ocasiones ser en sí mismo el perpetrador de la violencia y difusor del odio en contra de las mujeres.
Quizá por ello, es prioritario salir de la parálisis del lenguaje y nombrarle por lo que es: un Estado feminicida. Hasta que las palabras se vuelvan conciencia y acción política.
No es que ahora mismo no existan iniciativas importantísimas de mujeres que se contraponen a la violencia desde la movilización y acción política, sino que el ciclo de catarsis colectivas que reaccionan de evento violento en evento violento pierde efectividad si nos olvidamos de identificar de dónde proviene la violencia a la que nos oponemos. Si obviamos eso, cualquier fuerza movilizadora por más amplia que sea terminará por ser absorbida, o por el circo institucional que jamás resolverá la violencia patriarcal, o por la inercia de la vorágine que desgasta o mata.
No olvidemos que el señalamiento a las instituciones debe trascender de la exigencia de justicia y castigo a los perpetradores, hay que decir alto y claro: esos actores a los que exigimos protección, soluciones o [ya mínimo] empatía son los mismos perpetradores de los crímenes.
Criminales son los funcionarios públicos que compartieron las imágenes del cuerpo de Ingrid y grabaron mañosamente el video del feminicida para entorpecer el proceso judicial. Criminales son los periodistas sin gramo de ética que difunden las imágenes, hacen mofa de la violencia contra las mujeres y esparcen el discurso misógino que la perpetua. Criminales son desde el presidente que desdeña una problemática social que afecta a la mitad de la población del país que dirige, hasta los dueños de los medios que se enriquecieron a costa de reproducir el espectáculo del horrorismo contemporáneo, término de la historiadora mexicana Cristina Rivera Garza.
Busco y regresó a aquellos textos de la tamaulipeca que hace casi una década me ayudaron a digerir el desbordamiento de la violencia, resultado de la militarización del país, porque —nuevamente, como entonces— la palabra barbarie se queda corta. “Suele ser difícil escribir sobre el dolor”, presagia al comenzar a ensayar las posibilidades de crear sentido de lo que identificamos como sinsentido en Dolerse, Textos desde un país herido, y pienso en el increíble acto de supervivencia que realizamos desde hace tiempo en México, lo que significa y rescata —en medio de tanto y de todo— la escritura; lo que me hace regresar de nuevo a la importancia del lenguaje.
Hace 9 años Rivera Garza recopilaba en este libro reflexiones sobre la escritura frente al horror —“el espectáculo más extremo del poder”— en un México que terminaba la última década del siglo XXI envuelto en una guerra descarnada que, aunque hoy continúa, pasó a segundo plano en el escenario nacional impuesto desde la élite política.
Ahora que esa guerra se muestra más evidente en contra del territorio cuerpo de las mujeres, el movimiento feminista parece ser de los pocos a nivel nacional con la suficiente fuerza para continuar desenmascarando a ese Estado feminicida. Pero el embate arrecia cuando nos quitan a Ingrid, a Isabel, a Raquel y a tantas más día con día, mandando el mensaje de impunidad y absoluta indefensión.
“El dolor es un fenómeno complejo que, por principio de cuentas, cuestiona nuestras nociones más básicas de lo que constituye la realidad. El dolor paraliza y silencia, es cierto, pero también satura la práctica humana…”, plantea Rivera Garza, a quien rescato —aunque no tiene un acercamiento feminista— porque es de las ensayistas más brillantes de la tragedia contemporánea mexicana.
Esa sociedad doliente de la que escribe es la misma que hoy enfrenta, como eco de la conmoción anterior, una violencia feminicida cada día más atroz. Pero ese dolor que puede paralizar, silenciar o saturar la práctica humana, “en ocasiones, la libera, produciendo voces que, en su profundidad o desvarío, nos invitan a visualizar una vida otra, en plena implementación con los otros”.
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