El secreto de la tumba de Hernán Cortés

7 diciembre, 2019

Los restos del personaje más controvertido de la historia de México descansan en un sitio poco conocido de la Ciudad de México; ni los feligreses del templo saben lo que está junto al sagrario

@ignaciodelba   

Esta semana se cumplieron 472 años de que murió Hernán Cortés en Castilleja de la Cuesta, España. El conquistador falleció a los 62 años de una enfermedad pulmonar.

El último misterio fue su tumba. Durante algunos siglos se le consideró perdida, pero en realidad el extravío fue una cortina de humo para que el sitio no fuera saqueada en un exceso patrio.

Cortés nació en Medellín, un poblado de Extremadura, España. Francisco López de Gómara describe a la madre de Cortés como “muy honesta, religiosa, recia y escasa”. Por su parte, el padre fue un capitán retirado que decidió eliminar la vocación por las armas de la familia y mandó a su hijo a estudiar abogacía en la ciudad de Salamanca.

De ahí quizá le vino a Cortés el arte de la negociación y la verborrea del convencimiento. Letrado en latín, el muchacho de 17 años decidió dejar las aulas para incorporarse a un oficio más emocionante.

La recién descubierta América prometía riquezas a quien estuviera dispuesto a arriesgar el pellejo.

El destino de la generación de Cortés estaba marcada por la siguiente frase “Ciencia, mar o casa real”. El chico optó por la mar y se embarcó al Nuevo Mundo, a un futuro contrario a lo que su sello familiar le tenía destinado,

Paradójicamente, el primer oficio que encontró Cortés en las américas fue de escribano en el Ayuntamiento de Azua, en La Española (hoy República Dominicana). Llegó lejos para hacer un trabajo que perfectamente podría haber hecho en su natal Extremadura.

Encontró una oportunidad de oro y se inscribió en la expedición que hace Diego Velázquez a Cuba. Pero Cortés no lleva espada como los otros 300 hombres embarcados; viajó como auxiliar de tesorero.

Conquistada Cuba, Cortés hizo una pequeña fortuna: plantó vid, crío ganado, explota minas. El escribano se hizo de esclavos y de solar. Su esposa, Catalina Suárez, se dedicó a llevar una vida holgada.

Pero su aspiración no era convertirse en un gris funcionario. Le gustaba el oro y convenció a Velázquez, entonces gobernador de Cuba, de encomendarle a él la tercera expedición para conquistar el territorio que hoy es México; las primeras dos expediciones, encomendadas a Juan de Grijalba y Franciso Hernández de Córdoba, habían fracasado.

En 1519, a los 34 años, Cortés se embarcó con 500 hombres y 16 caballos; dos años después, gracias a las alianzas que logró hacer con totonacos, tlaxcaltecas y cholultecas, logró la derrota de Tenochitltán. Esta parte de la historia es bien conocida.

El poderoso conquistador, convertido en el Marqués del Valle de Oaxaca murió el 2 de diciembre de 1547 en España.

Falleció reclamando más poderes e influencias en las tierras descubiertas y conquistadas por él, aún cuando sus riquezas no cabían en el testamento, al que se le agregaron y modificaron cosas, como el sitio donde tenían que reposar sus restos.

En un principio, Cortés pidió que sus restos se pusieran en la iglesia de Jesús Nazareno, ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México; entre lo que hoy son las calles José María Pino Suárez y República de el Salvador. El sitio era apreciado por el conquistador porque a unos metros de ahí fue la primera vez que Hernán Cortés y Moctezuma II se encontraron.

Pero sus restos fueron llevados al Templo de San Francisco, en Texcoco donde se encontraban los restos de algunos familiares suyos. Y fue hasta 1794, que el conquistador fuer trasladado a la iglesia de Jesús Nazareno.

Cortés había mandado a hacer la iglesia en el sitio del encuentro con Moctezuma II, pero la construcción tardó muchos años. El templo quedó concluido hasta el año de 1665. Incluso, en algún momento, sus administradores alquilaron el lugar a las autoridades virreinales que lo utilizaron como cárcel.

En la Independencia de México se temió que las patrióticas huestes sacaran y destruyeran los restos de Hernán Cortés, que estaban depositados en una urna de plata junto a un busto.

El ministro conservador Lucas Alamán, siempre preocupado por conservar monumentos –incluso más que personas- como la estatua de Carlos IV (“El Caballito” que está frente al Palacio de Minería), decidió mandar a Italia el busto y la urna… sin el cuerpo.

La idea de Alamán era despistar a los pobladores para que no ultrajaran la tumba, que se quedó en el templo de la capital mexicana.

Hoy, a un lado del sagrario y bajo una placa con el escudo de armas del marquesado de Oaxaca, descansan los restos de Hernán Cortés. En el sitio están prohibidas las fotografías, el personal de la iglesia restringe el paso. Y si uno pide informes lo mandan a ver la infumable serie de Hernán Cortés que transmite TvAzteca.

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).