Para el intelectual zapoteco Jaime Martínez Luna, frente a la falsa idea del progreso que abandera el modelo neoliberal, es necesario tomar conciencia de la fortaleza de la “comunalidad”: las formas en la que nuestros ancestros organizaban y explicaban la vida a partir del territorio
Texto y foto: Alejandro Ruiz
OAXACA.- Hace más de quinientos años nuestro territorio fue invadido por potencias occidentales. La expansión del viejo continente (en la antesala de su decadencia) significó, para los pueblos y naciones de lo que hoy es América, una espiral de violencia, despojo y dominación.
Las consecuencias de la colonización no solo se traducen en la ocupación de nuestros territorios de la mano del exterminio de culturas y pueblos enteros. Sino también en el borrado que los invasores hicieron de nuestras formas de pensamiento.
Iglesias que suplantaron cosmogonías, alfabetos que sustituyeron conceptos y vida. La hegemonía occidental se impuso, y con ella, la formación de una nación que, anacrónicamente, abanderó al modelo capitalista; hasta entonces desconocido en nuestro continente.
Pese a esto, la forma de entender y organizar la vida más allá de la racionalidad de occidente sobrevivió en silencio. Como quien aguarda, paciente, a que la tormenta deje de arreciar.
A esta forma de conocer y vivir a partir de lo que urge al territorio, el pensador serrano-zapoteco Jaime Martínez Luna la ha bautizado como comunalidad.
Y asegura que “ha sobrevivido porque representa una lógica natural de hacer la vida. Es decir, tú haces la vida conforme a lo que estás pensando, el universo que te envuelve te da los elementos para tu supervivencia. Pero tienes que partir del territorio, de ese territorio que habitas”.
En entrevista con Pie de Página, el también rector de la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca expresa las diferencias conceptuales (pero también políticas y filosóficas) de la comunalidad frente a la racionalidad occidental.
“Reconocer esa racionalidad propia quizá fue el esfuerzo que no pudo encontrar una unidad de pensamiento. ¿Por qué? Porque al tener encima una escuela que reproduce los valores ajenos, los valores propios no encontraban mecanismos de unidad que se explicaran a sí mismos en qué se fundamenta esa racionalidad propia”.
Para Jaime Luna, el proceso colonial inaugurado con la invasión occidental a los territorios de este continente implicó el choque entre dos maneras de interpretar y vivir el mundo. Por un lado, el pensamiento de los pueblos y naciones que habitaban este continente, y por el otro, la filosofía y las religiones occidentales.
“Tú puedes imaginar que cuando llegó la invasión de occidente a México, para no decir nada más los españoles, trajeron con la filosofía una manera de interpretar y vivir el mundo, y también una manera de apropiarse de él”, dice.
Y agrega que:
“Esta manera de ser era totalmente contraria al modo de vida que se tenía en todo el continente. Pero el proceso colonial se extendió tanto, hasta nuestros días, que esa forma de vida se impuso en todo el continente, y ahora, vía el proceso colonial, habita prácticamente en todo el mundo, y es el razonamiento hegemónico el que pesa, el que es refrendado por el sistema mismo, pensando en el estado, pensando en las clases sociales, pensando en la escuela, pensando en las universidades, pensando en la iglesia, en las religiones, cualesquiera que sean, porque todas representan una forma de interpretar el mundo”.
Este proceso, como lo podemos atestiguar históricamente, ha encontrado resistencias que hasta nuestros días siguen vigentes. Sin embargo, la colonización es, en síntesis, un proceso violento, que para imponerse se basó en el exterminio de pueblos enteros.
Asimismo, el proceso colonial que se inaugura en el siglo XVI implicó la mundialización del sistema capitalista, pues con la llegada de occidente a nuevos territorios (y posteriormente la conquista de éstos) este modelo económico encontró materias primas, fuerza de trabajo y rutas comerciales que configuraron su expansión global.
“Nuestro continente desglosó procesos de resistencia, a su manera, aisladamente, a veces violentamente, a veces negociando la vida, negociando su existencia, su lógica misma, o su modo de ver el mundo. Esto a pesar de las agresiones de la invasión colonial, que después significó una penetración del capital, y posteriormente, aún asentadas las libertades democráticas, hace y deshace los territorios y los pueblos en todo el continente”.
Pese a esto, el pensamiento que existía previo a la colonización no desapareció del todo. Encontró refugio en su forma natural de existencia: el territorio y la realización de la vida. La supervivencia fue, de manera general, la condición que posibilitó su existencia, sin embargo, reconocer esta otra forma de hacer la vida jamás fue sistematizada debido a la hegemonía que se estableció mediante el proceso colonial.
Jaime Luna afirma que “hay que conceptualizar estas formas de saber para darle imagen propia a este razonamiento”.
Esa fue su tarea cuando entró al mundo de la academia en la década de los setenta.
Además de su trayectoria como trovador sierreño, Martínez Luna estudió antropología. En ese mundo lleno de conceptos se encontró con las discusiones teóricas (pero también políticas) de su época: el marxismo.
Esta formación contribuyó a que, al calor de las reflexiones académicas, Jaime comenzara a confrontar los conceptos con su realidad inmediata; aquella que se vive en la Sierra Juárez de Oaxaca.
“Esta conceptualización que logramos a finales de los setenta y a principios de los ochenta fue resultado de un sinfín de detalles”, afirma Luna.
Y narra que “al principio, muchas de las creaciones se deben a que logramos llegar a la universidad, en donde también descubrimos la crítica que se daba al sistema que se imponía al continente. Digamos que, desde el marxismo para acá, empezó a generarse en las universidades un cierto momento crítico al cual nosotros accedimos”.
A pesar de esto, añade, “al regresar a nuestras comunidades, en lugar de repetir críticamente lo que recibimos como discurso en la universidad, empezamos a darnos cuenta de que la comunidad, en su propio devenir, exponía los elementos básicos que permitían explicar ese razonamiento propio”.
“Como nunca hemos tenido una referencia concreta del comunismo como modelo que está anunciado en la biblia de la historia de Marx, lo que veíamos nosotros, de manera concreta, era que los elementos que teóricamente habían sido planteados estaban en la práctica. Estos esfuerzos significaban la tierra, la organización de la gente, el trabajo, la celebración de la vida digna”.
Esta diferencia es un ejemplo concreto de lo que representa la comunalidad. Pues su realización (a diferencia del grueso del pensamiento occidental) no se encuentra en el campo de las ideas o lo abstracto, sino en lo concreto y material que se desenvuelve en el territorio y la vida misma.
Aunado a esto, el alcance de la comunalidad, como propuesta epistemológica, pero también política-organizativa, encuentra un choque frente a las visiones occidentales de progreso que aún imperan en el Estado.
“La comunidad, la propiedad comunal, es un obstáculo para el desarrollo. El propio Juárez lo vislumbró. El desarrollo, el progreso (como lo piensa el modo de pensar ajeno), encuentra en lo comunal, en la organización comunal, en el trabajo comunal, obviamente los obstáculos para ejercitar sus intereses”, añade el pensador zapoteco.
Martínez Luna afirma que tenemos que proponer nuevas formas de leer la realidad, retomando el pensamiento comunal que se desarrolla en nuestros territorios.
“Tenemos que tomar conciencia de su fortaleza (de la comunalidad), pues no tenemos conceptos propios”, asegura.
“Ante la imposición de la democracia, la comunalidad responde con la comunalicracia. Es una palabra que no existe, pero tenemos que proponerla, porque del otro lado se nos dice ‘usos y costumbres’, cuando los usos y costumbres se dan en todos lados, pero de manera intimidatoria se nos llama como usos y costumbres, por lo tanto nosotros le decimos comunalicracia, es decir, el poder comunal”.
Esta subversión del lenguaje es fundamental para reedificar una forma de pensamiento propia, que si bien no corta de tajo su relación con el mundo occidental, se constituye de forma no subordinada a esta.
Luna es claro en su planteamiento, construir desde la vivencia y la experiencia en el territorio. En este transitar, resignificar, criticar y problematizar conceptos como “indígena” “comunidad” “colectividad” o “autonomía” es fundamental.
“No podemos hablar ni de derecho indígena ni de derechos colectivos. Eso es una verdadera barbarie conceptual, porque la sola palabra ‘derecho’ ya responde a la lógica ajena, a la lógica del derecho romano, por lo tanto a una racionalidad ajena. En todo caso podemos hablar de justicia comunal, pero no comunitaria”.
“Lo comunitario es una acepción, que implica orden, nombrado, decidido desde fuera. Tiene la misma raíz que las palabras: utilitario, autoritario, prioritario. Es como una norma que se impone”.
“En ese sentido, el derecho comunal no existe. Lo que existe, o podría existir, es una normatividad comunal, que no es positiva, que no está escrita. Por eso los derechos colectivos, por más que la ONU los divulgue y los escriba, no representan lo que es la racionalidad propia, por eso nunca lo vamos a entender. Hay puentes de diálogo, y los organismos que reconocen ciertos aspectos contradictorios tratan de generar sus puentes. Sin embargo, hasta que no se entienda lo comunal, no van a entender que todo su mundo que viene de fuera, toda su lógica, es individual; y fomenta el individualismo en todas las esferas de la vida. Desde las canciones de José Alfredo; Juan Gabriel, hasta de Joaquín Sabina; y más atrás hasta el concepto de propiedad privada, hasta el feminicidio, hasta el matrimonio(…)”.
Asimismo, hablar de comunalidad implica romper con categorías históricas como nación, la cual, de acuerdo a Jaime Luna, es una ficción creada desde el poder.
“ La nación es un invento del poder, del control que ejerce el razonamiento hegemónico. Es un error en el que incluso el pensamiento marxista cae, porque el pensamiento marxista, y ahí está su gran límite, se asienta en el individuo, en el obrero. Quizá lo que pueda lograrse (desde el plano estatal) es que las constituciones estatales y federales abran cierto margen de flexibilidad para que en estas regiones en la que habita la normatividad comunal puedan decidir ellas mismas, en términos de justicia. Algo así como los conceptos de autonomía y autodeterminación, aunque éstos tienen aún sus asegunes, pues auto viene todavía de uno (individuo), por eso yo menciono, comunomía, es decir, otra palabra más”.
Meses atrás, Jaime y un grupo de pensadores en el estado de Oaxaca inauguraron la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca (UACO). Un centro de aprendizaje que gira entorno a la enseñanza de la comunalidad.
Pese a los obstáculos gubernamentales que han enfrentado (basados en la incomprensión de las dinámicas de los territorios en donde la UACO tiene presencia), su modelo pedagógico es único, y se basa en la experiencia concreta, el trabajo y lo comunal.
Jaime Luna explica que, la necesidad de una Universidad Comunal, nace como una contraparte a la academia convencional, la cual “se fundamenta en el discurso, en la bibliografía, en la memoria y en la investigación enciclopédica”.
“Nuestra propuesta de aprendizaje es a través de la acción, por eso no partimos del edificio, sino del programa de actividades concretas que surgen de la comunidad que decide qué y cómo hacer las cosas. La única manera de enseñar comunalidad es trabajando. Haciendo acciones, no en el plano del discurso”.
Y agrega que, su objetivo principal “es aportar el espacio o la mecánica necesaria para ir generando que esa racionalidad propia tenga nombre y se le pueda ver, que tenga palabras, y se pueda potenciar”.
Su relación con el conocimiento occidental es recíproca, pues plantear la construcción de una forma propia de conocimiento no implica rechazar todo aquello que se produce por fuera.
“No rechazamos cualquier pensamiento de occidente, lo absorbemos cuando es útil. No estamos tras un modo de vida puro, porque no hay pureza en este universo, en ninguna dimensión. Yo digo que nosotros, como seres de este tipo, tenemos las dos racionalidades. Por ejemplo, los biólogos ven a la naturaleza y la conceptúan en función de su observación, y el campesino la conceptúa en función de su realización concreta: el trabajo. Hay dos mundos totalmente distintos, que tienen punto de confluencia en algunas dimensiones”.
La comunalidad es, en esencia, un proceso organizativo que se realiza en la acción de quienes reproducen su vida en lo comunal. No es un discurso estéril, o letra muerta de libros y manuales.
Jaime lo tiene claro: la única forma de aprenderlo es estando y participando en el territorio, construyendo vida, de manera orgánica.
Y concluye que “comunero que no realiza actividades con, en y por su comunidad no va a aprender qué es la comunalidad, porque eso es lo que se hace naturalmente, y eso nace de su realización, no de su memorización como discurso”.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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