“El lugar que habitamos”, un festival para reivindicar lo comunitario

16 noviembre, 2021

Foto : Alejandro Ruiz

“El lugar que habitamos” es el nombre del primer festival de radio y cine comunitario de Oaxaca, el cual nace de la organización comunal y el intercambio formativo entre diversos pueblos y comunidades indígenas del estado. En la pantalla, las luchas por el territorio, el feminismo y los derechos de las infancias abren diálogos entre las audiencias, pero sobre todo, fomentan la organización

Texto: Alejandro Ruiz

Fotos: El lugar que habitamos

OAXACA.- Cinco mujeres afrodescendientes de Guerrero, Oaxaca y Chiapas narran, frente a una cámara, el racismo que viven cotidianamente. Sus relatos se articulan con sus risas y dolores, mientras que en la sala de cine un murmullo se escapa entre quienes ven en la pantalla, tal vez, un fragmento de su vida. 

Esta historia se sintetiza en el documental Negra de Medhin Tewolde Serrano, y forma parte de la selección del festival “El lugar que habitamos”, un espacio en donde la radio y cine comunitarios se abren paso en una industria dominada por otras narrativas lejanas a la realidad profunda de nuestro país. 

Organizado por Ojo de Agua Comunicación, este festival tiene como objetivo difundir el trabajo de cientos de productores y productoras radiales y audiovisuales provenientes, en su mayoría, de comunidades y pueblos indígenas. 

“Para las personas que producen este tipo de contenidos, el cine o la radio no son propiamente su terreno. Habemos campesinos, amas de casa, personas que tenemos que sacar la chamba con nuestras manos, pero que poco a poco nos hemos ido acercando a estos procesos de realizar, de crear en el ámbito audiovisual, y no tenemos tiempo de estar persiguiendo los circuitos, de estar inscribiendo nuestras películas en festivales,”

Yeslhin Alonso, integrante de Ojo de Agua Comunicación. 

Un festival necesario

Ojo de Agua es una organización que durante 24 años, ha acompañado procesos de formación y producción audiovisual y radial en distintas comunidades del estado de Oaxaca. 

Yeslhin relata que, la historia de este festival, surge de la necesidad por difundir los materiales producidos durante todo este tiempo de formación en las comunidades, los cuales, debido a la falta de espacios, terminaban siendo de autoconsumo. 

“Una vez que formamos a realizadoras y realizadores, una vez que producimos programas de radio, que producimos películas ¿a dónde van? Mucha gente que salía de los talleres era ‘ahí está la peli, ahí se las dejo’, nosotros mismos producimos y ahí quedaba en nuestras bases de datos. Teníamos que difundirlas”, narra el cineasta oaxaqueño. 

Esta necesidad motivó a que, en 2006,  Ojo de Agua se integrara a la  Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas (CLACPI), con quienes comenzaron a gestionar espacios para difundir la producción audiovisual de los pueblos indígenas. 

“Justo unos días previos a que sucediera todo el conflicto de 2006, trajimos el Séptimo Festival de la CLACPI llamado ‘La raíz de la imagen’, ahí, toda la gente que se concentró como de Oaxaca y el mundo, dejó una marca en realizadores y en nosotros; nos dejó la espinita de seguir exhibiendo y haciendo estos festivales. Fue hasta 2015 que tuvimos la oportunidad de comenzar con estos circuitos”, precisa Yeslhin Alonso

Es así, que en 2015 Ojo de Agua lanza la primer muestra de “El lugar que habitamos”,  donde comenzó a proyectar las producciones que estaban realizando cientos de personas en el estado. Y así lo hicieron durante 5 años. 

“Toma un proyector, tu sistema de sonido y vámonos a proyectar” 

Paola Morales es quien asumió esta responsabilidad durante 5 años, y explica que, en aquellos días, su inexperiencia organizando muestras de cine la orilló a repensar formas en las que no se concentrara todo en la capital del estado, sino que las producciones pudieran ser exhibidas en las comunidades que las vieron nacer.

La intención, resalta Paola, era que los contenidos producidos se vieran en otros espacios donde atravesaban las mismas problemáticas “que se pudieran reflejar”. 

“Desde que nace la muestra, estos son mucho los retos que nos planteamos en 2006, lo que queríamos hacer en 2015 es convertirnos en un punto de encuentro de realizadores y realizadoras, de comunicadores y comunicadoras indígenas y comunitarios, que la muestra fuera un espacio para abordar temas, como la defensa del territorio, derechos humanos, migración, violencia hacia las mujeres e infancias y juventudes”, explica Paola. 

Estos temas, explica Paola, son problemas que se viven en la mayoría de los pueblos y comunidades indígenas, y la intención era crear lazos entre los procesos organizativos que se detonaban en otras latitudes, para avivar las luchas locales. 

“Al principio eran alianzas con una red muy centroamericana, y en un inicio le llamamos muestra de cine y radio comunitaria en Mesoamérica, porque era centralizar puntos y hacer conexiones en la región. De 2015 para acá vimos que el documental se ha revalorado, han surgido movimientos, y aunque el festival no es único, sí es un espacio importante”, resalta la cineasta oaxaqueña. 

Pese a esto, la pandemia de la covid-19 también afectó la dinámica en la que se encontraba la muestra de cine y radio comunitaria, pues las restricciones de aforo impidieron abrir espacios físicos donde el diálogo y la accesibilidad para los pueblos indígenas se volvieron un reto que se debió sortear en este primer Festival. 

Foto tomada del video del festival.

Para un público lejos de las computadoras

Desde sus inicios, las muestras que anteceden al Festival tenían un público definido: las comunidades que resisten. 

“La gente a la que queremos llegar están en las comunidades, están en el molino, en la pizca, en sus casas con sus hijos. Necesitamos también generar espacios de encuentro porque lo necesitamos, necesitamos sentirnos cerca, de vernos con la película y decir que esto está pasando en mi comunidad o en la de al lado”, puntualiza Paola. 

La decisión no fue fácil, pues a diferencia de las muestras anteriores, en este Festival se recibieron más de 140 obras, por lo que se debió crear un comité seleccionador que se encargará de definir cuáles son las obras que iban a ser proyectadas, y cuáles iban a estar disponibles en formato virtual. 

“Yo no esperaba que fuera a ser tan difícil”, relata Paola “pensé que iba a ser algo sencillo y pequeño, pero cuando fuimos definiendo a los invitados, vimos que esto era muy grande, y dijimos ‘bueno, hagámoslo’”. 

Aunado a esto, una de las principales características de este Festival es la presentación de proyectos de radio comunitaria, la cual ha implicado un reto aún mayor para las y los organizadores.

Comunicar para organizar

Antes de sus orígenes, lo que hoy es Ojo de Agua, y decenas de organizaciones más, nacen a partir de una idea central: democratizar el video y volver accesible esto para las comunidades. Todo esto, se desprendió de una serie de talleres que Guillermo Monteforte comenzó a impartir en Oaxaca. 

“La radio, a diferencia de otros medios, no tiene un fin estático, y en particular, la radio comunitaria nace frente a problemas concretos de las comunidades”, señala Yeslhin Alonso. 

El formato que durante muchos años ha seguido Ojo de Agua, y en el cual vinculan a distintas radios comunitarias del estado, es simple: “si es un festival, hacemos la producción de un programa de radio en vivo, con público viendo, aprendiendo y compartiendo”. 

“Esta producción en vivo posibilita el diálogo entre el público y el realizador, ahí se cautiva a la gente con la radio, pues en muchos lados es el único medio de comunicación que se tiene. La idea es atrevernos y proponer”, continúa Yeslhin Alonso. 

Pese a esto, las condiciones de la pandemia orillaron a que durante este primer festival no se realicen producciones en vivo, pues eso implicaría a mucha gente concentrada en una cabina de radio. 

“Ahora no pudimos hacerlo como siempre, pero lo resolvimos produciendo una serie de programas con temáticas como los derechos humanos en la pandemia, la violencia hacia las mujeres, y las luchas y proyectos que se detonaron a raíz de la pandemia”, resalta Paola Morales. 

Asimismo, uno de los objetivos es el intercambio de historias entre las comunidades que participan en la producción radial, pues muchas veces, los problemas que aparentan ser locales son más complejos de lo que parecen. 

“Esa es una de las intenciones, crear organización a partir del diálogo, cuando una comunidad que aparentemente no estaba organizada se encuentra y se refleja en lo que ve o lo que escucha, y hay algo muy bonito, se reorganiza la gente y el material le toca, cuando eso sucede, se cumple el objetivo del Festival”, resalta Yeslhin Alonso.

En el marco del festival, y aunque una de sus particularidades es que no hay premios o reconocimientos a los realizadores, sí hay un reconocimiento a las organizaciones comunitarias que han aportado a las luchas de los pueblos indígenas. 

Este año, serán galardonadas una organización del Istmo y otra de la mixteca, ambas enfocadas a la lucha por los derechos de las mujeres. 

Paola Morales concluye que “de cierta manera hay un cansancio de sentirnos representados y representadas con ojos ajenos a lo que somos realmente, al estereotipo, a hablar siempre en representación de. El ser humano es contradictorio, y eso es parte de los temas que abordamos, no queremos romantizar la vida comunitaria ni idealizarla, porque no lo es, pero sí reivindicar que existen otras posibilidades de ser, de convivir, de dialogar, y que estas formas nos las tenemos que crear nosotros”.

Actualmente el festival tiene una selección de 58 proyecciones en distintas sedes, algunas en la capital de Oaxaca y otras en el Centro Cultural de Teotitlán del Valle y otras comunidades. Asimismo se están realizando tres espacios radiofónicos en coordinación con la Universidad Autónoma Benito Juárez (UABJO). 

De igual forma, existe una selección más amplia vía internet, la cual está disponible en el siguiente link: festival.ojodeaguacomunicacion.org.

Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.