Hay una institucionalidad ambiental ya montada con muchas conquistas de movimientos sociales y que puede adaptarse a nuevos tiempos. Es hacia allá a donde hay que apuntar: a transformar, no ha destruir gratuitamente
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No hay nada oficial todavía, pero reportes de prensa señalan que la titular del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), Amparo Martínez, habría renunciado antes de lo que, se rumora, será la reducción del instituto que lideraba a una dependencia integrada plenamente en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). Independientemente de que ambas noticias se confirmen o no en los próximos días es un hecho que el INECC es parte de una institucionalidad que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador heredó de los gobiernos neoliberales, con la que no ha sabido qué hacer y que ha desaprovechado. Desaparecer o debilitar el INECC sería un error terrible en esa misma línea.
El INECC antes era el Instituto Nacional de Ecología a secas, pero la Ley General de Cambio Climático aprobada poco antes de terminar el sexenio de Felipe Calderón le agregó el apellido y le puso un mandato particular: realizar, coordinar e impulsar estudios e investigaciones sobre todo en lo relativo a los gases de efecto invernadero, aunque no solamente. Esto respondía muy bien a la lógica de los gobiernos neoliberales, que vieron en la crisis climática un instrumento de fáciles elogios internacionales y una coartada para el saqueo. Mientras tanto, temas ambientales clave para el país se quedaron en un muy lejano tercer plano, como es el caso de la contaminación.
A pesar de que esa combinación de factores podía haber provocado un desastre, el INECC —en gran medida gracias a la tarea de Martínez— ha hecho aportaciones importantes al país, especialmente en lo relacionado con la contaminación atmosférica y con la crisis climática. Se trata de informes, estudios y evaluaciones que difícilmente podrían delegarse en nadie, como los informes de calidad del aire, porque se trata de referentes oficiales que no se pueden subcontratar y porque hay pocas instituciones en México con la capacidad para realizarlos. Si se debilita el Instituto o simplemente lo absorbe Semarnat el país perdería una infraestructura muy útil y necesaria para saber su situación y cómo mejorarla en un tema tan importante como la contaminación del aire.
No solo eso: el INECC perdería la poca independencia y autonomía que han logrado conseguir sus integrantes y directores, y que es tan importante para la ciencia. Claramente, un instituto sectorizado a una secretaría no es una universidad y su autonomía no es ni remotamente la misma, pero sí tiene un margen mucho mayor mientras mayor sea su capacidad de negociar directamente con los diputados, de recabar dinero de otras fuentes, de interactuar por su cuenta con otros actores. Eso es fundamental en un instituto como éste.
Hasta ahora, la relación del gobierno de López Obrador con los organismos desconcentrados de Semarnat o con las instituciones vinculadas a ese sector ha sido francamente mala —ahí está para muestra el enfrentamiento entre la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) con Víctor Toledo mientras fue secretario—. Cuando no ha habido encontronazos directos el gobierno simplemente ha optado por ignorar a esos organismos y dejarlos con cada vez menos presupuesto. Eso es un error.
En lugar de obviar o desmontar esa institucionalidad heredada, el gobierno debería reformarla y reactivarla, reorientarla para responder a las necesidades más hondas del país —y no solamente, como ha ocurrido hasta ahora, al de las élites en el ambientalismo y fuera de él—. El medio ambiente no es, contra lo que pueda pensar el presidente, un asunto “importante pero marginal”, como ha dicho en alguna ocasión. Es un asunto de vital importancia y sin él no habrá mejora que dure. Hay una institucionalidad ya montada que ha registrado en su estructura muchas conquistas de movimientos sociales y que puede adaptarse a nuevos tiempos y nuevos objetivos. Es hacia allá a donde hay que apuntar: a transformar, precisamente, no a destruir gratuitamente.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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