El futuro depende de las abejas

17 abril, 2023

Los esfuerzos por prohibir el glifosato han dado un respiro a los insectos. Sin embargo, el glifosato es apenas uno de los múltiples pesticidas que se usan, y la mayoría son muy dañinos para las abejas. Si no se emprenden con urgencia políticas públicas para transitar hacia una agricultura regenerativa y para dejar en el pasado la agricultura industrial, lo del glifosato no habrá servido de nada

Tw: @eugeniofv

A finales de marzo los habitantes de San Francisco Suc Tuc, en Hopelchén, Campeche, descubrieron con horror los cuerpos inertes de millones de abejas, como reportó Patricio Eleisegui en piedepagina.mx. Los productores calculan pérdidas de unos tres millones de pesos para los apicultores y de unos cuatro mil millones de pesos en servicios ambientales para los agricultores del municipio. Aunque todavía no se sabe a ciencia cierta quién es el culpable de la mortandad, todo parece indicar que las abejas fueron víctimas de alguno de los muchos agrotóxicos que se aplican en los enormes terrenos con cultivos agroindustriales de la zona. El caso pone de relieve la enorme importancia de las abejas y los insectos polinizadores y también la urgencia de tomar partido de una vez por todas: o con las abejas y con el planeta, o con la agricultura industrial y los grandes capitales.

La miel es un producto enormemente generoso, relativamente barato de producir y más o menos fácil de aprender. En México el INEGI contabilizaba en 2021 en torno a 43 mil apicultores, que produjeron ese año algo más de 62 mil toneladas de ese fluido dulce y espeso, con valor de algo menos de tres mil millones de pesos. Más de la mitad del valor de la producción se concentra en tan solo cinco estados del país —Campeche, Yucatán, Veracruz, Chiapas y Jalisco—, aunque en todos se obtienen al menos algunas toneladas.

Más del 85 por ciento de los solares en los que se produce la miel se ubican en ejidos y comunidades, y esto la hace tanto más importante. La situación agraria nacional es enormemente delicada: el abandono del campo, la falta de oportunidades y una legislación en la materia que hace décadas que no responde a las realidades campesinas ha llevado a una enorme concentración de los derechos a la asamblea en unas pocas personas, casi todas ya muy mayores. Así las cosas, cualquier producto que ayude a mantener vivos modos de vida campesinos es importantísimo, y la miel es uno de ellos.

Su importancia no se queda tan solo en los medios de vida que sostiene. Las abejas, al pecorear en las flores que haya en kilómetros alrededor de su panal, polinizan las plantas. Según el INEGI, la producción de un 70 por ciento de los cultivos para consumo humano depende de las abejas y dos terceras partes de las plantas que el ser humano cultiva no sería viable sin estos insectos. Sin embargo, el país se empeña en declararles la guerra apoyando a la agricultura industrial.

Toda agricultura es una simplificación de los ecosistemas, inclusive la milpa y el magueche. Donde antes había decenas y decenas de especies de plantas y hongos, el ser humano reduce esa variedad a algunas pocas que son las que le sirven para alimentarse. En algunos sistemas, como los que suelen usar los campesinos de todo el sur del país y de las sierras del norte, con su alta rotación y largos periodos de descanso, este defecto se palía al permitir que la biodiversidad regrese. En los sistemas agroindustriales no: esos simplifican los ecosistemas hasta dejar una sola especie, y para evitar que nadie más se acerque lo rocían todo de pesticidas. Las abejas son víctimas de este ensañamiento con la naturaleza que, en gran medida, ha sido financiado por el Estado con dinero público.

Los esfuerzos por prohibir el glifosato han dado un respiro a los insectos —temporal, a juzgar por el descuido con el que se están haciendo las cosas en el marco de las consultas comerciales con Estados Unidos y con el que se emprenden las tareas de vigilancia y sanidad, pero respiro al fin—. Sin embargo, el glifosato es apenas uno de los múltiples pesticidas que se usan, y la mayoría son muy dañinos para las abejas. Si no se emprenden con urgencia políticas públicas para transitar hacia una agricultura regenerativa y para dejar en el pasado la agricultura industrial, lo del glifosato no habrá servido de nada.

Como pudieron constatar los habitantes de Hopelchén hace unas semanas, es imposibles que convivan los cultivos agroindustriales con colmenas ricas y ecosistemas sanos. En ese sentido, no hay tampoco manera de que los seres humanos tengamos un futuro si se empeñan los más ricos y los poderosos de entre nosotros en favorecer a los depredadores. Hay que tomar partido y hacerlo con claridad y con políticas públicas sólidas y bien financiadas: o con las abejas, con el futuro y con todos los seres humanos, o con los pesticidas y unos cuantos capitalistas.

Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.