El fuego en la selva ajena

27 agosto, 2019

El gobierno mexicano no es ni tan cínico ni tan agresivo como el brasileño en sus políticas contra la selva, pero tampoco hace mucho por defenderlas. También hay que presionarlo para que desista de sus planes destructivos y asuma una política verdaderamente sustentable

Twitter: @eugeniofv

El Amazonas se quema, y con cada hectárea de selva que arde la humanidad pierde mucho de su futuro y del soporte natural que necesita para vivir. La movilización y la presión internacional que se han volcado sobre Brasil son por eso muy positivas, pero también hay mucho de hipocresía en ellas. Sin ir más lejos, está muy bien que los mexicanos nos indignemos por los incendios en ese país, pero, ¿por qué no nos movilizamos también, y con urgencia, en defensa de la selva en la península de Yucatán, amenazada por el Tren Maya?

La Selva Maya es un ecosistema fundamental a nivel global y para México todo. Es un sumidero de carbono que ayuda a mitigar el cambio climático. También reduce la fuerza destructiva de los huracanes al amortiguar sus vientos y reduce la vulnerabilidad de millones de personas que de otra forma recibirían su golpe de lleno. Al contribuir a que se precipiten las lluvias, ayuda a asegurar el agua que necesitan los agricultores y las ciudades de la región. Sus beneficios son tan amplios y tan diversos que hasta los pescadores del Golfo salen ganando con ella, porque de su buen estado depende la salud de los estuarios en los que se reproducen las especies que pescan. A pesar de todo esto, su situación está lejos de ser buena.

En lo que va del siglo XXI, México ha perdido entre el siete y el ocho por ciento de sus bosques naturales, según datos del observatorio global de la deforestación Global Forest Watch. La península de Yucatán, sin embargo, prácticamente duplica la tasa de deforestación nacional, y registra casi un 14 por ciento de pérdida en los últimos 18 años. Esto indica que cada año perdemos cientos de miles de hectáreas de esa selva tan importante, y el país ha hecho mucho menos de lo que debería para protegerla. La administración actual no es la excepción.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha anunciado dos proyectos que afectan directamente a la biodiversidad de la zona, aunque en forma contradictoria. Uno, el programa Sembrando Vida, es en principio un esfuerzo de restauración productiva que en algunos espacios servirá para recuperar la selva perdida. Según se ha dicho, este proyecto busca impulsar la recuperación de la cobertura arbórea y de los suelos de la región, al tiempo que se apoya la siembra de cultivos agroforestales para mantener vivo el campo, mejorar el nivel de vida de los campesinos de la región y recuperar los ecosistemas dañados por décadas de abandono y de políticas neoliberales. 

Sin embargo, el otro proyecto, el del Tren Maya, anulará los efectos positivos de Sembrando Vida, porque se trata de un esfuerzo por urbanizar la península de Yucatán, que implica por sí mismo la deforestación de decenas de miles de hectáreas. Sin ir más lejos, el director de Fonatur, Rogelio Jiménez Pons, festejó hace unos días que ya avanzaron sus negociaciones para que el ejido Bacalar aporte varios miles de hectáreas (actualmente cubiertas de selva) para construir las estaciones, desarrollos turísticos y urbanos y las vías del Tren Maya y de los proyectos inmobiliarios asociados a él. ¿Cómo se puede hablar de un proyecto de restauración productiva cuando al mismo tiempo se le superpone el proyecto contrario, pero con mucho más presupuesto? ¿Cómo se puede decir que se apoya al campo cuando se le da toda la fuerza al proyecto que busca urbanizar una región? El gobierno mexicano no es quizá ni tan cínico ni tan agresivo como el brasileño en sus políticas contra la selva, pero tampoco hace mucho por defenderlas.

Todos en el planeta, y cada cuál en su país y en su demarcación, tiene la obligación de defender la naturaleza de la que dependen nuestras vidas y las de quienes heredarán la Tierra. Por supuesto que hay que presionar a Bolsonaro y su mafia de ganaderos y grandes corporaciones para que cejen en su embestida contra el Amazonas, pero también hay que presionar al gobierno mexicano para que desista de sus planes destructivos y asuma una política verdaderamente sustentable, incluyente y con visión de futuro. Cualquier otra cosa es un acto de hipocresía.

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Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.