El Cristo de Iztapalapa murió solo… o casi

11 abril, 2020

Por primera vez en 177 años, la Pasión de Cristo en Iztapalapa se llevó a cabo a puertas cerradas. Con el mundo autoconfinado por el miedo a la pandemia, la representación religiosa que cada año reúne a 2 millones de fieles apenas tuvo un puñado de testigos. Pero en la clandestinidad, en el barrio, allá en la vecindad chiquita, en los nichos y cuartitos pobres, la gente convivió, fue feliz, y se enlutó por la muerte de su Jesús

Texto: José Ignacio De Alba

Fotos: Duilio Rodríguez

Para no morir por el coronavirus, Jesús murió solo.

Por primera vez en 177 años el Cristo de Iztapalapa fue crucificado exclusivamente ante los ojos de sus marías y frente a los soldados romanos que se burlaron del hijo de Dios, quien antes de morir exclamó: “¿Padre, por qué me has abandonado?”.

El reclamo, ahora sí, fue justo. Las autoridades sanitarias, el gobierno capitalino y representantes de la alcaldía dejaron solo al doliente Cristo.

La división antimotines de la policía de la ciudad no permitió que la gente se reuniera a consolar María, ni a apedrear Judas, ni a pedirle su milagro a Jesús, en un evento que, normalmente, conglomera a más de 2 millones de personas.

Personal de la Alcaldía sanitiza las calles aledañas a la iglesia Del Señor de la Cuevita. Fotos: Duilio Rodríguez

La representación pasó de tener a 2 mil 125 actores, el año pasado, a 25 por escena este año. Las autoridades capitalinas optaron por transmitir por televisión la festividad. El encuadre televisivo convirtió la celebración en un programa donde el guión acartonó a los personajes y el orden desapasionó las actuaciones. La solemnidad de los comentaristas de la televisión pública provocó que más de uno deseara que Jesús no resucitara nunca. 

Las calles de los 8 barrios de Iztapalapa estuvieron vacías. Aunque esta festividad que tiene casi 200 años no es ajena a la calamidad, tampoco a las epidemias. De hecho, un brote de cólera provocó en 1833 la muerte de buena parte de la población de Iztapalapa y con todo y eso, los habitantes del lugar decidieron pagar los favores del cristo del Señor de la Cuevita, quien según la tradición acabó con la enfermedad.

Vecinos de Iztapalapa observan el Viacrucis por televisión, ya que este año se restringió el acceso a espectadores para evitar contagios de covid-19. Foto: Duilio Rodríguez

Desde entonces, cada año miles de fieles se convocan para representar la crucifixión y resurrección de Cristo. Pero este año, la nueva epidemia sofocó la fiesta. La covid-19 puso en emergencia sanitaria a la alcaldía más poblada de la Ciudad de México. Incluso para las personas que no tuvieron el paso restringido para ver al Jesús de Iztapalapa era necesario pasar un cerco sanitario. La propia representación se llevó a cabo sólo en la Catedral, cuando en otros años se realizaba en múltiples escenarios.

Esta vez, el público se redujo a una veintena de reporteros y el staff de la televisión que transmitió el evento. Algunos drones sobrevolaron el área y el único percance de la jornada fue cuando uno cayó a tierra. Muy distinto de otros años, cuando los paramédicos atienden miles de desmayos, deshidratados, partos, ampollados y autoflagelados que necesitan ser socorridos.

 
Por primera vez en 177 años la representación del Viacrucis se realizó a puertas cerradas y sin espectadores. Fotos: Duilio Rodríguez

Las autoridades locales aseguraron que hubo un “saldo blanco” y logró mantener la “distancia social” del evento. Lo cierto es que los pobladores atendieron pequeñas ceremonias religiosas, porque son “una obligación”. 

Pocos fueron los que intentaron participar en el evento: Apenas media docena de “nazarenos”, que se vistieron con túnicas moradas y se echaron al hombro sus cruces de más de 100 kilos para cumplir “mandas” en medio del arroyo vehicular y esquivando “peseros”.

La Alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, al terminar la celebración del Viacrucis. Fotos: Duilio Rodríguez

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Miguel Ángel Bautista, de 28 años, carga su cruz y explica: “Venimos los que tenemos más fe”.

Los que tienen fe también se pueden enfermar por el coronavirus se le cuestiona.

— Pues de todos modos nos exponemos los que tenemos que salir a trabajar —, replica el chico, que vende pan y café en un triciclo y dice que él está “jurado” para hacer su manda.

Unos cuantos nazarenos decidieron salir a la calle de Ermita Iztapalapa para hacer el tradicional recorrido con la cruz. La policía impedía el acceso al Cerro de la Estrella. Fotos: Duilio Rodríguez

No es el único de desafía al virus que este 2020 ha puesto contra las cuerdas al mundo.

A pesar de las recomendaciones de la Secretaría de Salud, varias imágenes de Cristo y de la Virgen María de los barrios de Iztapalapa son presentadas al público por sus respectivas mayordomías y adoradas por los vecinos.

En el barrio de San Pablo, la casa de Aureliano Rosas está llena de feligreses. El hombre apura a su esposa a ofrecer romeritos con mole, que calienta en una olla con leña en el patio, mientras las hijas ofrecen queso fresco y vasitos con agua de jamaica a las personas que visitan las imágenes religiosas que hospedan en su casa.

“Es la tradición”, responde el hombre, cuando se le pregunta por qué llevar a cabo el evento a pesar de la emergencia sanitaria.

La familia de Rosas se siente “muy bendecida” por poder hospedar las imágenes religiosas este año. Previo a la llegada de las estatuillas, los Rosas ahorraron y gestionaron dinero para comprar cohetes, música y otros gastos obligados para presidir bien la responsabilidad. El Mayordomo ofrece lo que puede o, como él dice, “a lo que dios le socorre según su voluntad”.

En algunas casas de los 8 barrios de Iztapalapa se celebraron reuniones para visitar el Cristo. En la casa del Mayordomo colocaron un tapete de aserrín con la imagen de Cristo. Foto: Duilio Rodríguez

Las imágenes religiosas están en casa de Rosas desde el año pasado. Según la tradición, la mayordomía debe renovarse cada año y cualquier vecino puede ocupar el puesto, pero debe anotarse en una lista. Por ejemplo, quien recién se inscribe este año deberá esperar hasta el año 2050, para ser anfitrión. De fallecer la persona en la lista de espera, su familia hereda el cargo.

Por eso Rosas prefiere “la clandestinidad” del pequeño evento que realiza en su casa. Nada, mucho menos un virus microscópico, impedirá que su familia pueda ser la anfitriona de su barrio este año.

Los recién llegados se saludan sin empacho con apretones de mano y abrazos. Usan indistintamente el “compadre”. Él lo ve como una retribución a lo que la imagen ha hecho por él y sus vecinos, por buenas cosechas del campo, por las ventas de los comercios y la sanación de los enfermos.

Por la casa de Rosas pasan decenas de personas este día. Las visitas se santiguan, beben cervezas, miran la representación de la pasión de Iztapalapa por televisión, comen o se quedan muy silenciosos acompañando a la imagen de Cristo, que según los tiempos religiosos debe estar bajo una sábana.

Martín Rosas, en su casa, donde mantiene la imagen de Cristo, que tradicionalmente es visitada por miles de personas. En esta ocasión acudieron muy pocas debido a la emergencia sanitaria. Foto: Duilio Rodríguez 

En el Barrio de la Asunción, la familia de Martín Elguera resguarda otras imágenes religiosas. El hombre, de 59 años, trabaja como jardinero en la alcaldía. Es mayordomo de su barrio porque su madre se inscribió en la lista para ocupar el cargo desde 1985. La mujer murió hace 7 años, pero Martín y sus hermanos se hacen cargo de las festividades.

Ayudado de familiares y vecinos, Elguera pagó este año mariachis, mandó matar dos puercos y compraron 400 kilos de pollo, para cocinarlos con achiote. En la sala de su casa colocaron el “huertito” para adornar la estatuilla del Cristo que monta un burro.

El nicho que él preparó tiene contemplada alfalfa y agua para la bestia que lleva al santísimo. Hay una canastilla con dulces para las visitas, racimos de manzanilla, fruta a manera de adorno y diversas semillas para pedir por buenas cosechas.

Elguera piensa que la imagen que está resguardada en su casa tiene más de 80 años. Dice que no le importan las medidas sanitarias. “Yo confío todo al que está arriba”.

¿Por qué son importantes las tradiciones, Martín?

— Porque imagínese, de por sí no tenemos casi nada. Sin tradiciones, peor.

La policía de la ciudad de México colocó una valla alrededor de la iglesia del Señor de la Cuevita para impedir que posibles fieles acudieran a la celebración. Un grupo de jóvenes aprovechó para convertir Ermita Iztapalapa en un frontón. Fotos: Duilio Rodríguez

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).

Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.