Entre septiembre de 2015 y agosto de 2018, Open Arms rescató de la muerte segura en altamar a más de 5 mil personas procedentes de todos los rincones de África que migran a Europa
Texto: Luis Guillermo Hernández
Fotografía: Sergio H. Martín
BARCELONA.- Su Mediterráneo es nuestro desierto. Sus mareas furiosas, nuestras dunas calcinantes. Sus cuarenta y seis mil kilómetros de costas, nuestros tres mil 145 kilómetros de línea. Y hay una misma miseria. Una misma hambre. La misma muerte.
Pienso en eso, en lo igual, en lo absurdamente igual que se ha vuelto el mundo, mientras escucho el relato de Ani Montes Mier, la Jefa de Misión de la organización no gubernamental internacional Open Arms, dedicada al rescate y protección de las miles de personas que cada día se lanzan al mar en sus botes, para dejar atrás África y sus conflictos bélicos, su pobreza inimaginable, su fatídico destino.
Pienso en lo uniforme que se ha vuelto el mundo, porque Ani, espigada y joven mujer de unos 30 años, cabello y ojos igual de azules, los brazos fuertes, y sí, abiertos, explica que el buque de salvamento humanitario, sobre el cual nos encontramos, está próximo a cumplir cien días varado, bloqueado, en los muelles barceloneses .
“La Dirección General de la Marina Mercante española impide zarpar al Open Arms, porque el barco no cuenta con los certificados necesarios para garantizar el cumplimiento de la normativa internacional de seguridad marítima y prevención de la contaminación del medio marino”, dice un comunicado oficial.
El barco de rescate humanitario, palabras burocráticas más o menos, viola los convenios europeos de salvamento y búsqueda marítimos, los convenios de seguridad de la vida humana en altamar y los convenios sobre tráfico marítimo internacional.
Aunque se trate de la embarcación que, entre septiembre de 2015 y agosto de 2018, ha rescatado a más de 5 mil personas de la muerte segura en altamar, propiedad de la misma organización que en tres años ha salvado la vida de casi 60 mil personas procedentes de todos los rincones de África.
La realidad, ya se sabe, suele ser siempre distinta a la que exponen los boletines oficiales.
En la tragedia humanitaria global, que supone la migración criminalizada, estigmatizada y demonizada de millones de personas, la realidad siempre parece ser otra. Nosotros, latinoamericanos, la conocemos bien: esta Europa indiferente, xenófoba, es aquel Estados Unidos asesino, xenófobo.
El expolio petrolero, maderero, minero, metalero, acrecentado con el apoyo político de los gobiernos europeos a líderes africanos dictatoriales o corruptos pero afines a las grandes transnacionales del Norte, es igual al expolio petrolero, maderero, minero, metalero latinoamericano, acrecentado con el apoyo político del gobierno de Estados Unidos a líderes dictatoriales o corruptos pero afines a las grandes transnacionales estadounidenses.
Los dueños del Primer Mundo, pues, que se hacen cargo de sus multimillonarias ganancias derivadas del saqueo continental, sea Europa o América Latina, pero no de sus catastróficas consecuencias humanas: pobreza extrema de millones, persecución y disputa, éxodo, desolación. Genocidio.
Pienso en eso, en lo igual que se ha vuelto el mundo, mientras Ani, la chica del cabello y los ojos azules, comienza a relatarnos una tragedia reciente. Y una esperanza. Porque como va a notarse, tragedia y esperanza son, sin dudas, las dos palabras que resumen bien la historia, las muchas historias, de este barco.
* * *
La tripulación del Open Arms voga en las aguas internacionales cercanas a Libia. Es marzo de 2018.
Del país africano, una nación hecha pedazos tras la caída de Muamar Gadafi en 2011, sólo se conocen noticias sobre una sociedad azotada por la guerra interna, el ultra armamentismo civil y la migración: un éxodo de miles, quizá millones, que cada día buscan dejar las arenas de Trípoli para alcanzar las costas de Palermo, la isla italiana más próxima. O cualquiera otra costa europea. La que sea.
Después de haber zarpado de la isla de Malta, en el puerto de Valletta, rumbo a la zona de aguas internacionales donde los rescatistas de Open Arms interceptan embarcaciones repletas de seres humanos, para la madrugada del domingo 15 de marzo en el barco español ya hay señales de vida en medio del mar.
Una embarcación hecha de material y construcción muy similares a las bananas turísticas que uno puede ver en cualquier playa mexicana, pero cargada con cientos de mujeres, niños y hombres de todas las edades, navega sin rumbo, a unas 40 millas náuticas de la capital libia.
Ha salido, junto con otras dos lanchas más, de una playa cercana a Trípoli, Gars Garabulli, donde los traficantes de personas, una mafia que según Naciones Unidas mueve en Europa ganancias superiores a los dos mil millones de dólares anuales, disponen de protección y apoyos para el negocio de mercar con seres humanos.
Como Open Arms es una organización ya reconocida en Europa, pues hasta ese momento lleva más tres años de acciones de rescate humanitario, primero en la isla griega de Lesbos y luego en otros puntos del litoral mediterráneo, recibe una notificación del Centro romano de Rescates, que le informa de la ubicación de la embarcación africana que navega a la deriva.
Los rescates en altamar, explica Ani, la chica de ojos y cabello azules, son más o menos parecidos: alguno de los tres barcos de Open Arms se acerca al punto de avistamiento luego de la notificación, mientras los guardacostas oficiales, de cualquiera nacionalidad, se movilizan también para hacerse cargo de los rescates.
Los activistas llegan al encuentro con las embarcaciones, se aproximan en lanchas de rescate cargadas con chalecos salvavidas y agua, mientras los barcos oficiales o embarcaciones de apoyo llegan al punto de encuentro.
No hay tiempo qué perder. Según Oscar Camps, el catalán que lidera la organización internacional de rescatistas, una de cada 18 personas que se lanza al mar, jamás llegará a su destino: embarcaciones con capacidad para 20 o 30 personas se lanzan a las aguas con hasta 200 o 300 personas a bordo. Si no es que más.
Apenas alcanzar la embarcación, la angustia se apodera de los pasajeros: intentan saltar, subir primero que todos, se atropellan: una jauría de seres desesperados enfrentándose a la muerte y a la vida en un mismo instante.
Al mismo tiempo que Open Arms alcanza la embarcación de migrantes africanos, un guardacostas libio comunica al Centro de Rescates romano que se hará cargo de la coordinación del operativo de la lanchita, nave que en Europa es conocida popularmente como “patera”.
Con esta comunicación, Roma se deslinda del rescate e informa a Open Arms que el gobierno libio va a ser responsable del operativo, por lo que queda fuera de su coordinación, aunque un helicóptero italiano continua sobrevolando la zona de avistamiento.
“Buscar una lancha en el mar es como buscar una aguja en un pajar”, dice Ani. Regularmente, lo único que puede avistarse son montículos diminutos en el horizonte marino. Quizá un quiebre de olas, un destello a veces, pero nada más. La inmensidad del mar y sus silencios, parecidos a la muerte.
Por ello, la coordinación es el elemento más delicado en esas operaciones. Roma ha avistado ya las tres embarcaciones que zarparon de Gars Garabulli y se dispone a ir sobre la tercera de éstas, que está más en la ruta de su navegación.
A las nueve de la mañana, Open Arms comunica que ha encontrado la primera patera, pero que los oficiales libios no han respondido a sus mensajes. La embarcación está ponchada y algunos migrantes han caído al mar. Hay gritos, desesperación. Roma les autoriza el rescate.
En total son 117 personas a bordo. Hay ocho mujeres y una de ellas está embarazada. En unas horas dará a luz.
Según el comunicado, la mayoría de las personas proviene de Mali, una nación del África occidental rica en recursos minerales, como el uranio, el oro y el petróleo, pero azotada por la inestabilidad política, la violencia extrema y el crimen.
El resto de náufragos proviene de Senegal, Nigeria, Costa de Marfil y Guinea.
Libia, como antes lo era Marruecos, es el principal punto de encuentro de las rutas migratorias africanas, que trazan un par de alas extendidas hacia ambos extremos del desierto del Sahara: al Este desde Senegal, Costa de Marfil, Ghana, Nigeria, Mali y Niger y hacia el Este desde Kenia, Etiopía, Sudán y Chad. El llamado Cuerno de África.
Ambas alas convergen en Trípoli o en Bengasi, que tras los reforzamientos de las murallas antimigrantes en Marruecos y Ceuta, el rincón español del continente africano, se han convertido en las rutas de entrada a Europa.
Luego de una hora de coordinación y esfuerzos, Open Arms rescata a los náufragos que ya son revisados en la cubierta de la embarcación española. Médicos y auxiliares, coordinados por el propio Oscar Camps y el equipo de 20 rescatistas, revisan su salud, sus lesiones, mientras se preparan para ir por el otro par de embarcaciones a la deriva.
Los rescatistas avistan la segunda embarcación, pero ésta no lleva personas a bordo. Suponen que ya la guardia libia se ha hecho cargo de ellos.
Al ir a buscar la tercera barcaza, la patrulla libia se cruza con el barco de Open Arms e intercambia con ellos señales acústicas. Una indicativa clara de hostilidad, que es atendida de inmediato: todos los africanos rescatados que ahora se encuentran en el barco español ya se agachan, se silencian, se amontonan como una manada de cachorros asustados, para evitar ser vistos por la policía libia.
Alrededor de las dos de la tarde de ese domingo 15 de marzo, Open Arms encuentra la tercera embarcación: 44 personas a bordo, entre niños y mujeres, principalmente, con signos de deshidratación y crisis nerviosas.
Cuando la patrulla libia alcanza la posición del barco rescatista, ordena a los activistas que entreguen a las mujeres y niños de esa embarcación. Open Arms se niega.
-Hubo amenazas de muerte- dice Oscar. En un tono inconfundible, el comandante libio exige acción inmediata, a cambio de no proceder a abrir fuego.
No es la primera ocasión que se abren hostilidades en altamar. En 2017, también en aguas internacionales, Open Arms es objeto de disparos desde una patrulla libia, cuyo gobierno busca evitar sanciones internacionales por la crisis política y social que vive.
Incluso, Óscar sube un tuit con el incidente:
Tampoco es la primera vez que Libia puede elegir interceptar una embarcación con cientos de personas a bordo, para luego decidir hundirla: en julio de 2018 ocurrió, ante la mirada impotente de los activistas, que nada pudieron hacer salvo registrar el hecho y denunciarlo: a bordo de la embarcación hundida iban 160 personas.
En el rescate de ese domingo de marzo, la patrulla libia comienza una persecución contra el buque de Open Arms, para tratar de obligar a la entrega de los náufragos. Incluso, cuando le dan alcance, dos oficiales libios suben a la embarcación, en una violación flagrante de las leyes internacionales.
En la denuncia que siguió al incidente, Open Arms señala que algunas personas saltaron al agua por temor a ser devueltos a las autoridades libias.
Luego de horas de tensión, y tras la intercesión de autoridades internacionales alertadas por los activistas, la patrulla libia accede a que Open Arms concluya el rescate: 110 personas, procedentes en su mayoría de Eritrea y Sudán del Sur, se reúnen con las otras 117 que habían sido rescatadas de la primera embarcación: en total 218 personas rescatadas de las aguas y de la muerte segura.
Sí, una pequeña bebé nació en esas horas.
Como explican los mismos activistas, esos migrantes quizá pasaron hasta dos años de travesía, desde el momento de dejaron sus lugares de origen hasta esa mañana en que subieron por fin a la cubierta del Open Arms.
No es garantía de nada. Europa ha reforzado sus de por sí estrictos parámetros de asilo y cada vez menos países están dispuestos a aceptar a los migrantes, ni siquiera por razones humanitarias. No es garantía estar en ese barco, pero ya es la esperanza.
Así es la migración africana: un éxodo que supone pagar entre tres mil y 5 mil euros, para atravesar miles de kilómetros desde el África que está debajo del desierto del Sahara, hasta alcanzar la costa mediterránea marroquí, para entrar por España, o la costa libia, para alcanzar Italia o Malta.
Un éxodo, que como otros, no está carente de sufrimiento: muerte, enfermedades, violaciones sexuales y el peligro constante de caer en las redes de traficantes de órganos, narcotraficantes. De todo.
Esta vez, Open Arms debe navegar tres días, con esas doscientas almas náufragas a bordo, para que finalmente le concedan permiso de atracar en un puerto italiano.
-Cuando termina el rescate, hay emoción- dice Ani. Es una sensación entremezclada de euforia, cansancio y esperanza, dicen en el barco. Open Arms ha logrado, en una numeralia insólita el rescate de casi 60 mil personas en el mar Mediterráneo, desde 2015 hasta julio de 2019.
En ese periodo, han muerto en esas mismas aguas cientos de miles más.
* * *
Cuando subimos al barco de Open Arms, una mañana en que la radio independiente La Cafetera hace una transmisión especial desde la cubierta para denunciar la detención arbitraria y peligrosa de la embarcación, no hay bullicio entre los tripulantes.
Oscar sabe que sin ellos en las aguas, el holocausto migrante que se vive en el Mediterráneo no tendrá ojos para atestiguarlo ni voces para gritarlo.
Open Arms rescata personas de las aguas, pero también se ha constituido en la voz de alerta para una Europa adormecida, indolente. No estar ahí permite a Europa seguir mirando hacia otro lado.
Porque la organización se mueve según se ha movido el flujo migratorio: primero actuaron en la isla de Lesbos, ayudando en tareas de apoyo para los migrantes refugiados en centros de recepción, pero luego adquirieron tres embarcaciones, Austral, con el que salvaron más de 15 mil vidas hasta su avería; el Azzurro, un pesquero convertido en barco ambulancia, y el Open Arms, con capacidad para albergar hasta 400 personas.
Pero siguen en problemas: “los mismos que antes nos premiaron, ahora nos criminalizan”, dice el líder de la organización, haciendo referencia a las dos realidades, el cúmulo de premios que la organización ha recibido en su corta existencia, pero también el ya significativo compendio de acusaciones, amenazas y demandas.
Unas semanas después de esta visita, el Open Arms zarpará nuevamente, porque las elecciones de junio en España significarán el punto de quiebre: un gobierno sabe que mostrar su verdadera faz autoritaria no es buena estrategia de campaña.
Zarpará, aunque los problemas para colocar a los náufragos persistan, aunque la sociedad europea se muestre cada vez más hostil, cada vez menos dispuesta a asumir su corresponsabilidad en la tragedia humanitaria que azota el continente africano, aunque parezca una lucha perdida.
Aunque ese mar, cuarenta mil kilómetros de costas de marea furiosa, sea el cementerio marino más grande del mundo y ellos apenas un puñado de hombres y mujeres llamados ilusos, llamados locos, bañados del deseo inmenso de abrir sus brazos cálidos, fuertes, para abrazar el sufrimiento de otros.
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Carola Rackete, más allá del Mediterráneo
Periodista y maestro de periodismo narrativo.
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