Meseros del restaurante La Polar, en la colonia San Rafael, golpearon a un hombre hasta la muerte. Las imágenes son fuertes, pero no sorprendentes, acerca de que este lugar era una bomba de tiempo, un riesgo latente en otros bares y cantinas de la ciudad, principalmente de la alcaldía Cuauhtémoc donde los delitos han repuntado en el último año
Texto: Alejandro Ruiz
Fotos: Alexis Rojas
CIUDAD DE MÉXICO.– El video comenzó a circular la noche del 8 de enero. Ahí, el cuerpo de Antonio yace en el piso, mientras su pareja, quien transmitía por Facebook los hechos, lloraba desesperada pidiendo ayuda. Acusaba que a su acompañante lo habían golpeado empleados de La Polar, un restaurante en la colonia San Rafael, después de discutir por un excesivo cobro de propina. Horas después, cuando los servicios de emergencia trasladaron a Antonio a un hospital, él murió debido a un paro cardiorrespiratorio producto de la golpiza.
En el video también se observa que los empleados del lugar limpiaban la sangre de aquel hombre que había quedado en el piso.
La muerte de Antonio se confirmó, y rápidamente las autoridades de la Fiscalía capitalina abrieron una carpeta de investigación. Inclusive, en las redes sociales del restaurante, la administración de La Polar publicó que cooperarían para esclarecer los hechos.
Por la mañana de este lunes, las autoridades detuvieron a Román “N”, gerente del lugar. La detención fue por la muerte de Antonio. A la vez, la Fiscalía clausuró el establecimiento. Horas más tarde, la alcaldesa de la delegación, Sandra Cuevas, publicó un video en el sitio asegurando que su administración se encargaría de que “jamás vuelva a abrir este lugar”.
La noticia comenzó a escalar rápidamente, y aunque parecía increíble, a muchas personas no les sorprendía que esto fuera verdad. “Era cuestión de tiempo”, comentaban usuarios en las redes sociales, quienes además iniciaban una conversación sobre los abusos constantes por parte de los trabajadores de este restaurante hacia sus clientes: cobros excesivos, abusando del estado de ebriedad, amenazas, golpizas, y un largo etcétera.
También comenzaron a circular otros videos de las cámaras de seguridad, donde se observa cómo el personal del establecimiento carga el cuerpo de Antonio inconsciente hacia la calle.
¿Es este un caso aislado en la ciudad? ¿Una historia trágica extraordinaria? O es quizá la realidad cada vez más cotidiana.
El relato puede ser de cualquier día, a cualquier hora de la semana. Pero esto pasó un 10 de mayo en La Polar:
Un hombre, rodeado de mariachis y botellas de tequila paga en efectivo canciones para entretener a él y sus acompañantes. Quien lleva el dinero es otro sujeto, sobrio, que de una bolsa al pecho saca fajos de billetes para pagar las cuentas. A su lado, los meseros corren de un lado a otro, trayendo cada vez más botellas hacia la mesa, mientras dos grupos de mariachis se turnan para entonar las canciones que les piden.
El ánimo de fiesta comienza a tomar un tono cada vez más peculiar, cuando observando a aquella mesa de la terraza “Lupillo Rivera” se entiende la diferencia entre la clientela común y corriente, y quienes ahí están sentados. El alcohol hace su efecto, y las reacciones del hombre son cada vez más violentas. Gritos, risas a carcajadas, tragos cada vez más profundos a las botellas. Inclusive la incomodidad entre sus acompañantes es notoria: dos mujeres jóvenes, que a ratos se miran, acompañadas de una mujer mayor y un muchacho. El hombre besa a ratos a una de las muchachas, la toma de la mano. Ella sonríe, y todos los demás mantienen la vista fija a sus platos o bebidas. Las canciones siguen sonando, y las botellas no paran de llegar.
A la entrada del establecimiento, un letrero pide a los clientes no portar armas de fuego en el lugar. Un letrero que parece de risa, pero que al entenderlo en su contexto parece más una tragedia anunciada que una comedia, pues no han sido pocas las veces que clientes frecuentes de La Polar han denunciado que integrantes de grupos criminales frecuentan ese lugar para hacer fiestas.
Realidad o no, lo que sí es evidente es la influencia de la narcocultura en las formas en que algunos clientes deciden pasar el rato. Corridos de narcotraficantes, cuentas de miles de pesos, escenas incómodas, convoyes que llegan por un plato de birria. Un contexto violento, que con el alcohol toma otras proporciones y pone escenarios específicos para entender lo que ahí pasa, pues cotidianamente, más allá de un restaurante, los clientes y trabajadores son espectadores y partícipes de estas dinámicas.
“Han pasado tantas cosas deplorables en ese lugar que ya era hora de que se derramara el vaso…”, dice un comentario en redes en el video de Antonio. Le siguen una serie de testimonios que narran, en diferentes temporalidades, abusos por parte de los meseros y los guardias de seguridad, que van desde el cobro excesivo en cuentas, amenazas, y otras golpizas que, afortunadamente, no han terminado en muertes.
Pero el caso de La Polar no es el único, el número de denuncias ciudadanas en otros restaurantes y bares de la ciudad ha sido frecuente: Las terrazas del zócalo, cantinas de Garibaldi, la Roma o la Condesa, son tan solo algunos ejemplos en donde la clientela común enfrenta la incertidumbre y la violencia del día a día. Ninguno de estos negocios parece estar regulado, y lo que pasó en la birriería de la colonia San Rafael puede ser la expresión de un fenómeno recurrente en algunos negocios de la ciudad.
Pero también, de una escalada de violencia cotidiana que ha dejado escenas de peleas, sobresaltos y agresiones en el espacio público. Una reacción, tal vez, ante la incertidumbre, la precariedad o el hartazgo social.
En septiembre de 2022 un video se hizo viral en redes sociales, en él aparecían dos mujeres agarrándose a golpes en un vagón del Metro. El motivo no quedó claro, pero de acuerdo con testimonios todo inició por roces provocados por lo lleno que iba el transporte público.
El video retrata una realidad cotidiana en la ciudad, donde transeúntes, de un momento a otro, comienzan a golpearse en la vía o el espacio público. Algunas veces usando lo que esté a su alrededor como armas que pueden ser letales.
Por ejemplo, hace unos días, otro video en donde un ciclista agrede a un automovilista con un candado fijo da cuenta que esta realidad sigue vigente.
No es un secreto, muchas de estas expresiones violentas tienen sus raíces en la crisis económica y de salud mental que derivó de la pandemia por la covid-19. Por ejemplo, organizaciones como Unicef y ONU Mujeres han elaborado informes sistemáticos donde dan cuenta que el aislamiento incrementó los casos de violencia doméstica y de género en contra de infancias y mujeres. Del mismo modo ha incrementado el aumento de drogas y sustancias en jóvenes y la población en general.
También, casos como las autolesiones y el suicidio han sido una expresión constante de esta desesperanza. Así, en un contexto de disputa por derechos y por sobrevivir, hay también afectaciones graves a la salud mental.
Lo mismo ocurrió con la criminalidad. Por ejemplo, de acuerdo con investigadores del Colegio de la Frontera Norte, “al propagarse el coronavirus SARS-CoV-2, por ejemplo, el confinamiento y el distanciamiento social como medidas sanitarias derivaron en un tipo de “pánico moral” entre la población ante el temor de contagio o muerte; pero también debido a la vigilancia y regulaciones del Estado mexicano en espacios públicos. Ante este panorama, se supuso que las actividades criminales y la violencia podían adquirir otros matices al transformarse la vida cotidiana y el orden social en general”.
Y, en algunos casos, significó que los grupos criminales consolidaran su control sobre espacios o territorios específicos, ante la incapacidad del Estado en regular estas dinámicas.
Esta realidad no es ajena a la ciudad, donde de acuerdo con cifras de la Fiscalía capitalina, este año los delitos como el robo y las agresiones han ido en aumento en la ciudad, particularmente en la alcaldía Cuauhtémoc, donde, sumada a posibles actos de corrupción y alianzas de sectores gubernamentales con grupos delictivos, “la reactivación económica creó condiciones para que los delincuentes sintieran que tuvieran que regresar a la parte material de su incursión”.
Sin embargo, sumada a la proliferación de grupos delictivos, y de fenómenos como las adicciones, la violencia y la depresión, en realidad seguimos sin contar con herramientas comunitarias para hacerles frente a estas problemáticas. Las medidas estatales son cada vez más restrictivas, en lugar de preventivas, y así, aunque se clausuren establecimientos, las golpizas, amenazas y muertes podrían seguir siendo algo cotidiano a lo que, lamentablemente, podremos acostumbrarnos.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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