Los seris celebran el año nuevo con la llegada de la tortuga siete filos que puede alcanzar los dos metros de largo. Su llegada es importante porque este animal lleva y trae noticias
Las historias que saben las abuelas y las madres no pueden contarse a cualquier hora. Leonel Hoeffer lo sabe bien. Él es biólogo, recorre toda Sonora registrando las trayectorias de las aves; pero al hablar de leyendas, el brillo de sus ojos apunta hacia adentro, a recuerdos milenarios. Las leyendas que dan forma al mundo y narran orígenes fantásticos no son para los oídos cínicos y voraces de la cotidianidad y el occidente. Hay tiempos para narrar las leyendas que conocen las abuelas.
Casi siempre es por la noche, a punto de dormir, y cuando la naturaleza guarda silencio. A veces, también por la mañana, durante un desayuno con los niños. Son tiempos íntimos, y más bien femeninos. Leonel lo sabe bien ya que las historias de su pueblo comcáac las narran las madres y abuelas, en esos momentos de recogimiento e infancia. No son para extraños, sino para una comunidad que vive hacia adentro.
Los Comcáac (o seris, como los llaman los yaquis) viven junto al mar. Una de estas leyendas (de la que los ajenos sólo han robado fragmentos) sugiere que los comcáac no sólo viven junto al mar, sino provienen de él, y regresarán ahí cuando los manden llamar… pero Leonel dice que no recuerda nada más –ésta no es una historia para curiosos–…
Otra leyenda más popular es la de la creación del mundo.
Al inicio era pura oscuridad y silencio. Luego, el mar. Este mundo era completamente marino: océanos y criaturas del mar. Pero Hant Caai, la entidad que se encontraba antes de todo, quiso crear la tierra. Necesitaba arena del fondo del mar para ello, así que llamó a los seres más fuertes. Primero una ballena. Le pidió que trajera arena para crear la tierra. Aquélla bajó y bajó pero no pudo regresar. Luego fue el turno del tiburón. Tampoco lo logró. Entonces, fue el turno de una tortuga verde. Al subir, la tortuga explicó que sí llegó al fondo, y recogió un poco con sus aletas, pero en el trayecto hacia arriba se le fue cayendo todo. Hant Caai examinó las aletas. La tortuga verde tiene una uña muy pequeña en la aleta. Ahí, en una uña quedaban algunos granos. Y con estos, creó la Tierra.
Después de esa creación, hay muchos cuentos que narran cataclismos; tiempos limítrofes que marcan el final de una era y el inicio de otra, en la que los pueblos cambian también.
–¿Un poco como los diferentes soles de los mexicas?–, pregunto a Leonel.
–Un poco así…
Un mundo nuevo con hombres nuevos, como cuando vino una marejada enorme, y los hombres huyeron a los cerros y a las cuevas, pero los que no lograron ponerse a salvo se convirtieron en gigantes –esos cactus altísimos que engalanan el desierto de Sonora; los cactus más altos del mundo. Altos como los propios pueblos de Sonora–.
Los seris celebran el año nuevo entre junio y julio. Es el solsticio de Verano –y no el del invierno, como con los pueblos occidentales– el que renueva todo. Tal vez porque el verano marca el inicio de la temporada de lluvias, indispensables para la vida; tal vez porque con noches cada vez más largas, pueden ver las estrellas infinitas del desierto más tiempo.
Lo cierto es que esos días hay una ceremonia especial: la llegada de la tortuga siete filos, o tortuga laúd: un animal enorme, que puede alcanzar los dos metros de largo, y cuyo caparazón oscuro –color que simboliza la tristeza– presenta siete quillas.
Cada verano, los gigantes del desierto esperan la tortuga. Su llegada es importante, este animal es mensajero; lleva y trae noticias. Cuando viene, es pintada y decorada, se hacen cantos y danzas, y lego es dejada en libertad. Pero hace unos 8 años que la siete filos no llega al año nuevo.
Ocho años sin palabras.
Referencias:
Columnas anteriores:
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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