En México 10 por ciento de la población requiere cuidados en sus hogares por enfermedades temporales, crónicas o por alguna discapacidad. La falta de una política gubernamental y del reconocimiento social y económico de esto hace que dos terceras partes de los cuidados recaigan en las mujeres y tengan un costo en sus vidas
Texto: Patricia González Mijares
Fotos: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- A los 27 años, Yadira del Mar había terminado su licenciatura en sociología; iba a comenzar a hacer su servicio social, y su tesis, pero su padre sufrió un accidente cerebro vascular que lo dejó con una discapacidad permanente. A Yadira, la octava de nueve hermanos, y la mujer menor de la familia, se le asignó la responsabilidad de cuidar a su padre porque “no estaba haciendo nada”.
Según la Encuesta Nacional Sobre el Uso del Tiempo, 2019 (ENUT), el 10% de las personas en hogares requiere de cuidados; 6.9 millones tienen algún tipo de enfermedad temporal. 1.3 millones tienen alguna limitación física o mental, y 3.5 millones padecen una enfermedad crónica, por lo que requieren de atención especial y continua. Dichos cuidados fueron realizados por 7.8 millones de personas, de las cuales 63.7 % fueron mujeres.
El cuidado doméstico y de enfermos es un trabajo no remunerado que representa el 21. 6 % del PIB según la encuesta.
El cuidado de la salud de terceras personas recae en las menores de 45 años. Personas jóvenes que cuidan de sus padres, abuelos, suegros o suegras. Sin embargo, la mayor participación en esta actividad recae en mujeres económicamente inactivas. Y si las mujeres son activas económicamente, y tienen un enfermo en casa, trabajan la doble jornada.
El padre de Yadira, Eleazar López Santiago fue militar, llegó a ser sargento cocinero. Tres de sus hijos fueron militares. Hoy están retirados; uno de ellos es retirado de la extinta policía Federal, otro de seguridad privada, y otro del ejército. El más pequeño de los varones es actualmente estudiante de filosofía.
Las hermanas de Yadira son obreras, y era difícil que la apoyaran, porque trabajan en horarios muy pesados, seis días de la semana. Una trabaja en la industria automotriz, otra en la industria plástica, y la tercera hace la limpieza en otra empresa.
“Como yo era la que había estudiado, mis hermanos decían que yo era la más entendida para hablar con los médicos, ir al hospital de la Sedena, y dar seguimiento a los tratamientos. Mis hermanas eran las que aportaban el dinero y pagaban los taxis. Mis hermanos varones no participaron, ni aportaron dinero. Fue triste porque yo pienso que era el papá de todos, y que debían haber participado todos mis hermanos en los cuidados. Pero no fue así, asumieron que era mi obligación”.
“Así que mi mamá y yo nos encargamos de papá. Ella se dedicaba a los cuidados más íntimos: llevarlo al baño, pues estaba en silla de ruedas, o en caso de que se necesitará pañal, apoyarlo. Yo lo llevaba al hospital tres veces por semana a su rehabilitación física, e íbamos a las terapias de lenguaje, porque perdió el habla. En las noche nos repartíamos el trabajo mi mamá y yo. Pues había que atenderlo si se despertaba. Mi rutina era así: me levantaba y le daba una medicina, luego le hacía el desayuno. Le ayudaba a mi mamá a bañarlo. Después hacíamos la terapia física y de lenguaje. En la tarde comíamos, y volvíamos a repetir las terapias”.
El padre de Yadira comenzaba a recuperarse cuando comenzó a tener brotes psicóticos, y todo lo que había comenzado a avanzar en sus terapias se perdió. “Estaba comenzando a recuperar la marcha”. Yadira tenía ahora que coordinar: geriatras, psiquiatras, terapeutas y neurólogos, y cargar con más responsabilidad. El conflicto empezó a hacerse más grande porque sus hermanos no creían que su padre tenía Trastorno Esquizoide, pues el accidente vascular afectó también otras partes del cerebro. Yadira no sólo se desgastó en el proceso de los cuidados. Emocionalmente fue muy fuerte pues ella solicitaba al psiquiatra pruebas para demostrarle a sus hermanos el diagnóstico mental de su padre .
“El psiquiatra me decía que mi nombre estaba en todos los expedientes como única responsable del paciente. Me decía que él, como doctor, no tenía que dar pruebas y explicaciones, si mis hermanos no iban a las consultas, y no cooperaban. Mis hermanas poco a poco se dieron cuenta que yo necesitaba aire, y ya me apoyaron para salir. El primer año que estuvo enfermo mi papá, lo atendí de tiempo completo. El segundo y tercer año, mis hermanas se quedaban con él, cuando yo necesitaba salir”.
“Algo que me ayudó al principio fue que hice una especialidad en Geriatría, desde casa, para atenderlo mejor. Ya en el segundo año, hablé con todos, y les dije que necesitaba aire. Me inscribí para hacer una especialidad de peritaje en el Instituto Nacional de Ciencias Penales. Esto me ayudó muchísimo, pues salía de la casa, y cuando regresaba casa tenía que estudiar y cumplir con la carga académica, así que podía hacer ambas tareas”.
“Además estaba otro tema, que era muy difícil. Y era que mi mamá tenía que cuidar a mi papá, cuando ella había tenido episodios como víctima de violencia por parte de mi padre, tiempo atrás, y mis hermanos le decían que tenía que aguantarse, que era su esposo, y debía atenderlo, pero ella no quería. Yo pensaba, mi mamá es ya una adulta mayor y debe descansar. Todo fue muy duro. Al final mi papá no quiso tomarse los antipsicóticos pues no aceptaba que tenía problemas mentales, y creía que sólo lo estábamos medicando para que se durmiera, porque no se valía por sí mismo, y se ponía violento. Incluso cuestionó mis cuidados. La familia tuvo que hablar con él varias veces, y explicarle que yo lo había cuidado bien. En diciembre del año pasado, le volvió a dar otro ataque; un infarto y falleció”.
– ¿Cómo has podido lidiar con esta situación emocionalmente?
Él falleció en diciembre del año pasado. Yo estaba muy enojada, creo que sigo enojada, y he estado en terapia. Mi enojo va porque nadie me preguntó si quería cuidarlo, tampoco se le preguntó a mi mamá. Y el hecho de que la mitad de la familia no creyera que mi padre tuvo problemas mentales complicó las cosas. También creo que mamá, que vivió episodios de violencia, creo que tenía derecho a no cuidarlo. La terapia ayuda porque ahí puedo expresar ese enojo. En aquél momento yo vivía en la casa de mis papás con mi hermano el menor. Mis hermanos y hermanas viven en sus casas alrededor pues todos vivíamos en un terreno muy grande. Actualmente ya no vivo ahí, creo que eso me da distancia, y que todo es un proceso que iré superando.
–¿Qué opinas de las instituciones en el tema de los cuidados de las personas adultas dependientes?
– Creo que la vejez es algo que no ven las instituciones. La vejez no es sólo una cifra. Se habla sólo de las pensiones, pero las personas mayores dependientes no son sólo una cifra o un diagnóstico, son personas con sentimientos que necesitan atención y afecto, y están en el abandono institucional”.
–Debido al caso tan complicado de tu papá. ¿Pensó la familia en llevarlo a una casa de adultos mayores para ser atendido?
– Por pertenecer a la Sedena, sí tenía derecho a ser atendido en una casa de retiro que está en Cuernavaca. Sin embargo, no lo aceptaron porque, aunque tienen personal de atención, tienen como reglamento no recibir a personas que no se valgan por sí mismas. La verdad es que creo que en México hay un vacío institucional muy fuerte en este tema social.
–¿Hablaste con tus hermanos varones, y les dijiste que era importante que participaran en los cuidados?
– En realidad sí se habló, pero era como un mandato al que no pude revelarme. A las mujeres siempre se les exige mucho. Lo que me dolió es que nos dejaran todo a mi mamá y a mí. No me preguntaron si necesitaba algo, que hubieran tenido una muestra de afecto, que me preguntaran si necesitaba un desodorante, pasta de dientes o un flan, cosas tan pequeñas que me hubieran servido para sentirme atendida. Estaba muy enojada y empezó a haber problemas en la familia, pues tenía que enfrentarme a mis hermanos. Porque una parte de la familia no creía que mi papá tenía problemas psiquiátricos. Fue duro.
De todo este desgaste, también hubo una parte buena, sobre todo con la comunicación con mi papá, y es que lo conocía muy poco, y esa parte fue enriquecedora. Por más que la familia quiso integrarlo, por ejemplo en las sobremesas y socializar, le costó mucho trabajo, prefería retirarse a su cuarto. Después del accidente la vida ya no fue igual para él, se aislaba, supongo que esa parte fue muy difícil para él. No quiso salir a la calle o que lo vieran mal.
Yadira ya no vive ahí. Tiene trabajos informales y está contenta con lo que hace. Montó un taller de sanación pues su mamá y abuela eran curanderas, también es perita independiente y ocasionalmente trabaja para la Fiscalía, hace podcast y escribe.
Estudió Comunicación. Le gusta escuchar historias, contarlas y hacer fotos. Realizó el corto documental “Llaneras” en el 2007. Ha colaborado en revistas de turismo, cultura y derechos humanos.
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