Cocopo: luchar en tierra de alacranes

1 julio, 2022

Verónica Villarreal posa frente a un mural en uno de los comedores comunitarios que su organización ha construido. Con el puño arriba posa frente a los cofundadores de Cocopo. Foto: Alejandro Ruíz

Esta es la historia de la que quizá sea la última organización de masas en el norte del país; una historia marcada por la represión, el coraje, y una incansable lucha por la vivienda y educación digna en el estado de Durango. Su nombre: el Consejo Coordinador Obrero y Popular, COCOPO. 

Texto y fotos: Alejandro Ruiz 

DURANGO, DGO. – Verónica Villarreal camina entre las calles del fraccionamiento San Luis, en la capital de Durango. Apenas sale de su casa, la gente la comienza a abordar. Le dan la mano. Le hacen preguntas. La abrazan. Verónica, con una eterna sonrisa en su rostro, se detiene, sin prisa, para saludar a sus vecinos. 

Ella es maestra en su colonia. También es dirigente de una de las organizaciones de masas más importantes en el norte del país: el Consejo Coordinador Obrero Popular (Cocopo). Hace 28 años, recuerda –cuando llegó a la capital duranguense–, en esta colonia no había mucho. Casas abandonadas. Caminos de tierra. Niñas y niños sin escuelas.

“Llegamos y no había nada; pero hicimos lo mejor que sabemos hacer: organizarnos”, dice sonriente, mientras estamos sentados en el comedor de la secundaria Nellie Campobello; la primera escuela que construyó la organización que dirige. 

La vida de Vero –como le dicen sus compañeros— es, a su vez, el relato de su organización. Una historia de amor llena de dignidad y lucha, o como ella dice “de resistencia”. 

El camino, asegura, no ha sido fácil. Luchar en tierra de alacranes es una empresa a la que pocos se han atrevido. Cocopo, sin embargo, está más vivo que nunca. 

Esta es su historia. 

Del movimiento armado al movimiento popular: la resistencia lagunera

Encuentro de música Víctor Jara en el centro cultural los arcos. Un espacio que la organización tomó a finales de los años noventa ante la ausencia de espacios culturales en su colonia

Verónica nació en Durango, en la región de la Laguna. En su adolescencia, recuerda, tuvo un profesor que la comenzó a formar políticamente. Su maestro era marxista, le hablaba de revolución, de derechos sociales. “De la lucha”, dice. 

Esta formación, sumada a su paso en el movimiento normalista y estudiantil de la Laguna, hizo que a su corta edad se vinculara a uno de los remanentes de la lucha popular que organizó la toma del Cuartel Madera en 1965, con Arturo Gámiz a la cabeza. 

El nombre de esa organización era el Movimiento Independiente de la Laguna (MIL); fundado por ex militantes chihuahuenses que participaban en el movimiento armado de esa región.  

Como en otras zonas del país, la vía armada comenzaba a cobrar sentido para la gente de Durango. Sin embargo, la represión organizada por el Estado hizo que la forma tradicional de organización político-militar abriera otro frente de lucha: el social. 

Bien lo decía el Che en sus escritos sobre la Revolución Cubana, para los guerrilleros “los habitantes de un lugar son acémilas, informantes, enfermeros, proveedores de combatientes, en fin, constituyen los accesorios importantísimos de su vanguardia armada”. Y, no menos importante: son el inicio y fin de la lucha. Un ejército sin pueblo, por más armas que empuñe, está condenado a la derrota. El MIL lo entendió bien.

Es así, que además de proteger a su núcleo político organizativo, comenzó a abrir frentes de lucha popular. Particularmente aquellos que los vincularan con los más pobres y desfavorecidos del sistema: campesinos sin tierras; trabajadores sin techo. 

Esto fue en la década de los setenta del siglo pasado. “Por ahí del 78, más o menos”, cuenta Verónica. Es entonces que ella comenzaba su militancia.

Comenzó a fundar colonias populares, donde también construyó complejos educativos, deportivos y culturales. Participó en tomas de tierras en toda la región lagunera, de Gómez Palacio a Coahuila. Sufrió la cárcel. Vivió la historia. 

En los pocos libros que hablan de esta época en el norte (algunos escritos por ahora diputados priístas) se conoce a este episodio como la conformación del movimiento urbano popular. Particularmente, la región lagunera de Durango y Coahuila fue muy activa durante los años setenta. Su influencia, sin embargo, se extendió más allá de sus fronteras. 

Militantes como Verónica, y la dirigencia del MIL con sus experiencias guerrilleras, dieron al movimiento popular un profundo sentido transformador. No eran ajenos, como lo relata el centralismo oficialista, a las luchas históricas del país. 

Como ejemplo, la propia historia de Vero. Ella, al ser normalista, y por ende profesora, ayudó a la conformación de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en Durango, Coahuila y Zacatecas. 

“En ese entonces yo trabajaba en Zacatecas. Entonces, es con ese enlace que participamos en el establecimiento de la CNTE en Durango y Coahuila, nos llevamos la semilla a Zacatecas, y nace la CNTE en Zacatecas, porque yo allá laboraba. Nosotros llevamos los enlaces de la CNTE, somos muy hermanados en la lucha. Participamos en todo el movimiento”, cuenta. 

Verónica, entre bromas, dice que podría ser la mujer más peligrosa del norte. 

–¿Peligrosa para quien?, pregunto. 

–»Pues para el Estado, mijo”–, responde. 

La represión y la cooptación

Al sur del país, en Guerrero, Genaro Vázquez le había declarado la guerra al Estado mexicano. Su lucha era por el socialismo, inspirado en los movimientos de liberación nacional de América Latina y África. 

Primero conformó la Asociación Cívica Guerrerense (ACG). Después, tras la represión y el encarcelamiento, Genaro se fue a la clandestinidad. Desde esa posición formó frentes de lucha, conoció otros movimientos, se organizó. 

Años más tarde la ACG tomaría el nombre de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), la cual seguiría funcionando después del asesinato de Genaro en 1972. El MIL, en la Laguna, entraría a esta organización a finales de los setenta. 

“La ACNR se queda como el órgano político, el brazo político. Nosotros nos vamos al movimiento popular. Entonces había movimiento campesino, movimiento popular, movimiento obrero-sindical. En ese entonces yo participaba en el movimiento popular, en la construcción de colonias y construcción de escuelas en la Laguna. Hicimos varios proyectos en la Laguna, complejos educativos como los que tenemos hoy, y proyectos de toma de tierras y de vivienda. Hicimos complejos habitacionales, con algo muy representativo que fueron asentamientos habitacionales con asentamientos deportivos, educativos y culturales. Es algo raro que en una colonia popular se encuentre todo esto en conjunto, porque es todo un corredor también”, recuerda Verónica. 

En esos andares Verónica conoce a quien primero sería su compañero de lucha, y luego su compañero de vida: el profesor coahuilense Hilario Román. 

Juntos, participaron en las decisiones y acciones que la ACNR tomaría por aquellos años. Se vincularían al movimiento cardenista durante los años ochenta. 

“El movimiento de masas nos impulsó a la lucha cardenista porque la Laguna, básicamente, tenía mucho referente por Lázaro Cárdenas. Nos ‘pucha’ a la lucha, al movimiento, y no hubo más. Se realizaron las tomas de los campos donde tenían los campesinos su algodón, su maíz, se vino todo eso, y creció mucho el movimiento”, dice Vero. 

En 1988, tras la irrupción electoral del cardenismo, la represión hacia la disidencia política también llegó al norte del país. En ese entonces, en Durango gobernaba el priísta José Ramírez Gamero, líder de la CTM en la región. 

Él, acusa Vero, reprimió fuertemente al movimiento. Ella, Hilario, y otros dirigentes más pisaron la cárcel. 

“En el 88 nos reprime el gobernador de Durango. Casi pierde su gubernatura porque se movilizan más de diez mil gentes para liberarnos, entonces duramos como quince días en salir”, cuenta. 

Tras su salida, y después del fraude electoral orquestado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la ACNR entró en una crisis política en su interior. 

El debate era claro: o se incorporaban al sistema de partidos mexicanos con el PRD; o continuaban dentro del movimiento social con la represión que eso implicaba. 

La organización optó por incorporarse al PRD. 

“Tuvimos serias diferencias con los compañeros de la organización porque impulsaron que todo el movimiento de masas se metiera en bloque al PRD. Nosotros decidimos retirarnos. Pues con este paso ellos acabaron con la organización social de masas”, cuenta Verónica.  

También, narra, otra de las diferencias profundas devino de las prácticas machistas al interior de la dirección política. En ese entonces, Verónica era pareja de un dirigente. Él la golpeaba. Ella decidió separarse de él. Y después se unió a  Hilario. En ese tiempo también cambiaron de estrategia política.

“Fue la muerte de lo que en aquel momento era la Unión Popular Independiente General Felipe Ángeles. Pero sí hicimos muchas escuelas, muchas colonias. Fue algo muy motivante, muy bonito, y con gran movimiento de masas, construyendo el poder popular desde abajo. Entonces nos venimos a la ciudad de Durango”, cuenta Verónica. 

Aquí inicia la historia del Consejo Coordinador Obrero y Popular (Cocopo). 

Durango: la necesidad en carne propia

Llegar a un lugar nuevo; dejar todo atrás con la familia a cuestas; con el desencanto de iniciar otra vez, no debe ser fácil. Verónica e Hilario lo vivían en carne propia. Cada quien con sus experiencias al hombro. Cada quien asumiéndose revolucionarios. 

“Anduvimos vagando, buscando alternativa laboral, y luego nos metemos a Durango. No teníamos vivienda. No teníamos cubierta esa necesidad, ni por el trabajo ni por nada, entonces dijimos ‘no nos queda de otra más que lo que sabemos hacer, que es organizar a la gente’”, dice Vero. Y eso hicieron. 

Primero, en 1994, llegaron al municipio de Vicente Guerrero, al sur de la capital. Ahí fundaron la colonia “Los Ángeles”. Este fue el renacimiento de su movimiento. 

Pero la cosa no fue tan sencilla. La gente, cuenta Verónica, no los quería. 

“Durango tiene una peculiaridad, que no quiere a nadie que no sea de aquí de la capital. Entonces como que nadie nos quería, no nos aceptaban. Decían que ya tenían toda repartida la capital”, dice la dirigente. 

Pero Hilario y Verónica no eran un hueso fácil de roer. Rentaron un pequeño local en el centro, con una imprenta. Ahí invirtieron el poco dinero que tenían. Después sacaron un par de volantes y los repartieron en la ciudad, entre la gente sin casa. 

Convocaban a una reunión para hablar sobre la vivienda, un problema que habían identificado desde la Laguna. Llegaron cientos de personas. 

“Ahí nace el Consejo Coordinador Obrero Popular (Cocopo) Cerro de Mercado, y tomamos aquí en Durango 305 viviendas, más 108 del Renacimiento, lo que ahora es el fraccionamiento San Luis”, cuenta. 

San Luis, el primer fraccionamiento logrado en Durango capital 

El fraccionamiento San Luis es el primero que fundó la organización en la ciudad de Durango. Eran casas abandonadas, en cartera vencida. Algunas viviendas estaban solas debido a la migración hacia los Estados Unidos. Otras, como pasa en la actualidad, debido a los desalojos por falta de pago. También influía el trabajo flotante en las maquilas que, en cortos periodos de tiempo, orillaba a los obreros a desplazarse de un lugar a otro. 

“Se empezó a limpiar los terrenos. A construir las casas, con el mismo trabajo de la gente. Alguien decía ‘yo soy albañil, yo traigo esto, yo lo otro’. Se decide que aquí y se viene y se toma posesión”, narra. 

Tomar posesión es sencillo: romper la chapa, meterse a la casa, hacerla suya. Después, negociar jurídicamente con el estado para que dotara de alternativas concretas para el pago de las viviendas. Esquemas fáciles, con pagos sencillos, para las y los trabajadores. Esta ha sido la táctica que la organización ha implementado hasta la fecha. 

“Sí daba miedo, pero no había de otra. La gente también iba con incertidumbre. Pero era cubrir una necesidad, no un lujo, eso es la vivienda: una necesidad”, cuenta Verónica. 

“Nos atacaba alguna gente y el estado, decían que éramos nicaragüenses o cubanos, porque eso no se veía aquí”, agrega.  

Antes de Cocopo, en la capital duranguense no había otra organización con estas características. Las que estuvieron, cuenta Verónica, sufrieron el mismo destino que el MIL o el movimiento urbano popular, fueron cooptadas por los partidos políticos. 

A los quince días de esta toma de viviendas llegó la represión. Hilario, Verónica y parte de la dirigencia del movimiento pisaron, otra vez, la cárcel. El movimiento, en cambio, en vez de debilitarse, siguió firme. Al frente quedó un adolescente, Jesús Villarreal, hijo de Verónica. 

La primera represión 

Dos jóvenes estudiantes de la secundaria Nellie Campobello piden ser retratados. Dicen sentirse orgullosos de pertenecer a su organización.

“Mi mamá en ese tiempo estaba en el hospital”, cuenta Jesús Villareal. 

Llegó la policía, junto con agentes gubernamentales. Pidieron una reunión con los coordinadores del movimiento. Salieron. En ese momento los arrestan. 

“Durante las pláticas previas de la organización decíamos que eso podía pasar, pero no lo esperábamos tan rápido. Al pasar eso, la gente se pone nerviosa y los policías empiezan a sacar todos los muebles. Cuando se los llevan a la cárcel, se platicó previamente que no nos íbamos a dispersar, pues el objetivo era una vivienda digna, una oportunidad. Entonces estaban unos terrenos frente a las casas, que ahora es un parquecito, y decidimos levantar un campamento. Se levantan carpas, todos como pueden resguardan sus viviendas”, dice Jesús. 

Él tenía dos hermanos más. Estaban muy chicos en ese entonces. Los que quedaban de la dirigencia del movimiento, entre ellos Jesús, asumieron responsabilidades. 

“Buscábamos quiénes coincidieran o apoyaran a la causa. Tocamos puertas a funcionarios, conocidos, de las negociaciones previas. Duraron unos días en la cárcel y salieron. Cuando salen se reaviva la organización y se refuerza el campamento”, comenta. 

Desde el campamento Cocopo comenzó a cuidar sus viviendas. Poco a poco, la gente se volvió a meter a las casas, mientras viajaban a la Ciudad de México para negociar con dependencias federales. Se hicieron movilizaciones desde los fraccionamientos, ubicados a la periferia, hasta el palacio de gobierno. Se estima que quienes participaron en las marchas eran más de mil 500 personas. 

“Ahí íbamos caminando en marcha. Se fue impulsando, éramos claros: no queremos que nos regalen las casas, sino alternativas para el pago de la vivienda”, enfatiza Jesús. 

Pasaron unos meses, y se volvió a tomar posesión de las casas. Se establecieron, también, mecanismos concretos de gestión y pago de las viviendas. 

En asambleas, la gente acordó construir parques, canchas, espacios deportivos y culturales. Del mismo modo decidieron levantar escuelas.

“Nosotros no somos invasores, venimos a plantear alternativas para nuestra situación. Las casas estaban abandonadas, nadie las reclamaba, y queríamos comprarlas”, dice el joven dirigente. 

Un ejemplo de esto es la oficina de Jesús. Un pequeño salón en “los arcos”, un edificio abandonado frente a los fraccionamientos San Luis. La gente tomó la infraestructura y lo convirtió en un centro cultural. Un teatro al aire libre. En oficinas y salones de escuela. 

“La misma demanda de población motivó a construir escuelas. Pues llegamos a estos lugares y las escuelas decían que no tenían capacidad para aceptar a los niños. También fue un poco racista la situación, clasismo, pero nosotros decíamos que todos teníamos necesidad”, cuenta Jesús. 

Ahí empieza el sueño de Verónica e Hilario. Comienza el complejo educativo con la emblemática secundaria Nellie Campobello, frente a los fraccionamientos San Luis. 

Una pedagogía del pueblo

Salón de la escuela Ignacio Zaragoza, uno de los complejos educativos que la organización ha construido en la ciudad de Durango. Foto: Alejandro Ruíz

La movilización constante, sumada a la falta de escuelas en la zona, hizo que la gente comenzara a discutir alternativas. 

“Aquí construimos primero la vivienda, pero en asambleas decía la gente que quería guarderías que cuidara a los niños para ir a las marchas. Construimos una guardería. Luego en las asambleas se decía que querían un kínder, luego una primaria, una secundaria, una preparatoria y una universidad. Fuimos dándole a la construcción con la misma gente. Ellos se metían a trabajar con nosotros, también los maestros, los niños”. 

Verónica

Dos predios frente a las casas fueron la primera escuela. La Nellie Campobello, nombrada así en honor a la periodista y bailarina mexicana duranguense que participó en la Revolución mexicana. 

“Pensamos en una perspectiva distinta de educación, no seguir los métodos tradicionales que el Estado te marca, sino poder meter a los niños a que fueran más críticos y analíticos, y que trabajaran en el proyecto, también los papás. De ahí nace el complejo educativo Cocopo, que se fue de la mano de los complejos habitacionales en distintas colonias”, agrega la maestra. 

Actualmente la organización cuenta con 10 escuelas, tres centros culturales, un comedor y dos bibliotecas repartidas entre la Laguna y la capital de Durango. También cuentan con una compañía de danza folklórica reconocida internacionalmente. Así como con grupos de música y teatro, Festivales artísticos y encuentros académicos. Todo esto bajo la autogestión, la movilización y la lucha política. 

Todas las escuelas han sido construidas por la gente de las colonias donde están asentadas, y han sido impulsadas a través de movilizaciones sociales para acceder a recursos para mejorar las aulas, materiales e infraestructura. 

Además de la Nellie Campobello, la primaria Paulo Freire es otra escuela emblemática para la organización. Ahí, Jesús González, ex alumno de la preparatoria José Revueltas, ahora es director. 

Él se formó en la lucha de Cocopo. Vivió los años de represión. Es militante, docente y músico. También es parte de la dirección de la organización. 

“Esto nos ha costado mucho trabajo, y claro que todavía hay carencias”, dice Jesús González, mientras sus alumnos y compañeros de trabajo lo saludan entre los pasillos de la escuela. 

La pedagogía crítica, así como la pedagogía de la liberación, son sus referentes. También el marxismo y la decolonialidad. 

Para él, la forma de enseñanza dentro de las escuelas Cocopo no puede separarse de la sensibilización hacia las problemáticas sociales. Además del mapa curricular, sus complejos educativos ofrecen cursos de formación política y actividades comunitarias que se basan en el trabajo colectivo y la solidaridad. 

“Tenemos una tarea muy grande, no dejar que esto caiga. Formar a los chavos en la lucha, como los profes nos formaron a nosotros, para que defiendan las viviendas y sus escuelas, su territorio. Ellos son el relevo generacional de la dirección. Es una tarea muy grande”, explica Jesús. 

Temas como la construcción del partido, la crítica de la economía política, el feminismo y las luchas por la liberación de América Latina son constantes en las aulas. Todo explicado desde la educación popular, a través de obras de teatro, canciones, encuentros culturales. 

“Hay que formar políticamente a las bases, tenemos esa carencia. Nuestra dirección política tiene muy claros los objetivos, hacia dónde vamos, cómo hacerlo. Los cuadros medios también lo tenemos claro, pero no tenemos tanta experiencia; pero las bases son las que hay que formar, pues a veces se pierde el sentido de la lucha”, dice. 

Como herencia de sus orígenes, Cocopo tiene una estructura de partido, a la vieja usanza marxista. Un consejo de dirección, que se reparte entre las luchas que sostiene la organización: lo político-sindical, el comercio, lo pedagógico y la vivienda. Como estructura media entran directivos, profesores y vecinos de las colonias que realizan asambleas y despliegan la política definida en la dirección. Sus bases sociales son otros vecinos, alumnos, simpatizantes y comerciantes. Al final, dice Jesús, son ellos quienes se movilizan. 

“Si realmente queremos cambiar las cosas hay que hacer más labor de formación política. Instruir, luchar, aprender, siempre con el pueblo, nunca sin el pueblo”, expresa. 

Como él, toda una generación de jóvenes (ahora profesores) aprendió a defender lo suyo a partir de las movilizaciones que exigían mejoras en sus colonias y escuelas. Han vivido la represión, han luchado contra los intentos gubernamentales por desestabilizarlos. Han sobrevivido. Ellas y ellos también son COCOPO. 

Una rebelión de muchachitos

Verónica lo recuerda entre risas. Era 2003, y Ángel Sergio Guerrero Mier, del PRI, gobernaba la entidad. En ese entonces la organización vivía un momento de mucha fortaleza. Tomaban colonias, mantenían gestiones, construían escuelas. 

En ese año, la Cocopo había gestionado 150 millones de pesos para créditos de vivienda. El gobernador los llamó a negociar a su oficina. 

Verónica recuerda la reunión. 

“Guerrero Mier nos proponía repartirnos el motín. Nos ofrecía camionetas nuevas, y el viaje a donde quisiéramos. Cuando viniéramos, decía, ya habrían ‘desalojado a los jodidos’. Me dijo: ‘maestra, usted va a repartir las casitas a gente que sí tiene, y va a haber más ganancia’. Yo me estaba enchinchando cada vez más; pero Hilario me decía ‘espérate’. [El gobernador] continuaba: ‘Y luego, maestra, tumbamos su escuelita y vamos a hacer más casitas’, me dijo el sinvergüenza. Cuando me dice eso me paro y le digo ‘chinga tu madre, yo sí soy maestra y voy a defender mi escuela’. Nos paramos, y le habla al secretario de gobierno. Le dice ‘aquí los tengo, estamos platicando’, nunca entendimos que esa fue la señal. Saliendo de la reunión nos llevaron a la cárcel”.

Verónica.

En ese entonces el gobierno volvió a aprehender a la dirigencia de Cocopo. Entre ellos a Hilario, Verónica y Nobel Galván, un profesor que también había participado en el movimiento de la Laguna y que fue fundador de la organización. 

Nobel es quien está al frente de la pelea por la vivienda. Él se encarga de hacer las tomas, gestionar recursos, coordinar la lucha en el territorio. Esta tarea ha implicado que el profesor se enfrente a grupos del crimen organizado que tienen casas de seguridad en viviendas abandonadas. Los expulsa, los enfrenta. 

Esto le ha valido torturas, encarcelamientos y, no pocas veces, estar como desaparecido. 

Ese día no fue la excepción. 

“Saliendo de la reunión nos llevaron a la cárcel a Nobel y a mí. El compañero estuvo desaparecido unos días, hasta que después de la presión que hicimos como organización apareció en el Cereso de la laguna. Nos anduvieron correteando dos años, hasta que al fin nos dejaron en el Cereso”, cuenta Vero. 

En el penal, Hilario, Verónica y Nobel fueron puestos en los mismos pabellones que narcotraficantes y sicarios. Los querían intimidar. 

Pese a esto, los militantes resistieron. Inclusive, bromea Verónica, ella se hizo amiga de algunas custodias. “Ya hasta también querían casa”, comenta entre risas. 

“El gobernador nos dijo que nos iba a tener 13 años ahí metidos, pero gracias a dios, y ni soy creyente, su periodo acabó en un año”, narra. 

Durante ese año, recuerda Verónica, el gobierno del estado comenzó a cambiar a los profesores que daban clases en los complejos educativos. A otros, dice Vero, “los compró. Eso fue muy triste”. 

Quienes salieron a defender sus escuelas fueron los niños. Desobedecían a los maestros, se rebelaban. Inclusive, cuenta una ex alumna de ese entonces “tomamos la escuela para que dejaran de hostigarnos”. 

Esta muchacha, quien decidió omitir su nombre, hoy es profesora en una de las escuelas Cocopo. Ahora tiene una hija que también asiste al kínder. “No voy a abandonar la lucha, porque para eso estamos aquí, para resistir”, agrega. 

Toda esa generación de jóvenes ahora asume tareas de dirección cultural y educativa. Entre ellos están los hijos menores de Verónica e Hilario. Sus primos. Sus amigos de la infancia. 

“La organización educativa, con todas sus bases en cada centro de trabajo, son escuelas de formación política, de tal manera que los chavitos son un semillero de compañeritos críticos de lucha”, reflexiona Verónica.  

Como ejemplo, cuenta Vero que, en 2012, cuando Enrique Peña Nieto fue a Durango, “los chavos nos pidieron hacer una marcha. Se fueron a la marcha puros chavos, puros jóvenes y maestros jóvenes. Se pusieron de frente al antimotines, y saliendo los vinieron a cazar hasta la escuela, hasta sus casas. Sin embargo, esos jóvenes o niños que han estado en los proyectos es una cosa bien importante e impresionante”. 

Junto a ellos está otra docente, Fanny Vega, ella llegó a la organización en 2009, impulsada por dar clases. Al poco tiempo, también la reprimieron. Ella estuvo en la cárcel tras una movilización que exigía la libertad para los profesores. Verónica, que en ese entonces estaba recluida, la cuidó. 

“La maestra no me dejó sola, había puro malandro que se quería aprovechar, pero la maestra Vero me cuidó, no dejó que me pasara nada. Ese día me arrestaron por exigir que la liberaran, afuera de la Fiscalía, me dijeron que agredí a unos policías cuando yo solo estaba protestando. También se habían llevado a mi papá”, cuenta. 

“Al final son los maestros, los niños, los jóvenes, los vecinos, quienes salen a movilizarse, a defender el proyecto. Somos todos, pues. Por eso es importante seguir con la formación política, seguir dando pelea, pese a que el profe Hilario ya se nos fue”, reflexiona Jesús González. 

Jesús González es director de la escuela primaria Paulo Freire. Desde los salones reflexiona sobre el porvenir de la organización. 

In memoriam: la lucha sigue

A inicios de 2022 Hilario Román falleció. Él fue cofundador de Cocopo y esposo de Verónica. Los vecinos de los fraccionamientos San Luis salieron a velarlo por las calles. Su imagen fue eternizada en murales y consignas. 

Entre llantos, Verónica recuerda esos días. 

“No tuve tiempo de llorarle ¿verdad? Pues a la semana nos fuimos a plantón para exigir mobiliario que el gobierno nos debía”, dice. 

El plantón duró un mes a las afueras del palacio de gobierno. Bajo la lluvia. Con el ánimo decaído. 

Verónica, como lo hacía desde su juventud, sacaba su guitarra y entonaba las canciones que antes cantaba junto a Hilario y sus compañeros. “No podía dejar que esto nos desmovilizara, no es lo que hubiera querido Hilario”, dice. 

Cuando llegaron los funcionarios estatales a negociar, lo hacían riéndose. 

“Nos creían muertos los hijos de la chingada. Una vez hasta me dijeron ‘esto ya duró mucho, Hilario ya lo hubiera resuelto’; yo me encabroné, soy de pocas chinches ¿verdad? Y que les digo ‘pues se chingan, porque la que está aquí ahora soy yo, y no el compa Hilario’. Logramos sacar la negociación”, cuenta. 

El legado del profesor es palpable cuando se camina por las viviendas recuperadas. Cuando se platica con los vecinos y alumnos. Cuando, como hormigas, los militantes de Cocopo arman escenarios, tocan canciones, cantan himnos, sonríen y luchan. 

“Ya son 28 años, mijo, ¿y te digo la verdad? No me siento cansada, los chavos, la gente, hace que cada cosa valga la pena. No me arrepiento de nada. La lucha sigue”, concluye Verónica. 

Y así, con el puño en alto y rodeada de mujeres, niños y jóvenes, Verónica confía en que una de las últimas organizaciones de masas que han resistido en el norte del país seguirá existiendo por largo tiempo. 

Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.