En vísperas de la Navidad, cada año cientos de tianguistas abarrotan las colonias de Ecatepec para sortear las dificultades económicas que se viven día con día. En las periferias y barrios de la zona metropolitana, las luces y la alegría tampoco faltan, y las calles son también una fiesta
Texto y fotos: Alejandro Ruiz
ECATEPEC, ESTADO DE MÉXICO.- Las luces chillantes resplandecen entre las calles sin alumbrado. El ruido de las bocinas retumba, incesante, mientras se mezcla con los gritos de vendedores y las risas de la gente. Una conversación al aire, sin mensajeros o destinatarios definidos. Una competencia para atraer miradas, la atención al puesto. “¿Cuánto vale?” “¿Cuánto cuesta?”. “A diez, manita, sin compromiso”. “¡Pásele ahorita, que a la vuelta ya no va a haber!”. Un ritual de seducción implícito entre quien vende y quien compra. La ley del mercado en carne viva, a la orilla de la banqueta.
Como cada año, las calles de Ecatepec, en el Estado de México, se vuelven un mercado ambulante en donde se puede encontrar de todo: esferas, arbolitos navideños, tapetes, micheladas, tenis, calzones y hasta collares para los perros. Les llaman bazares, pues se distinguen de los tianguis habituales ya que solo se ponen en estas fechas. Del 20 de noviembre al 6 de enero, vecinos de estas colonias se vuelven comerciantes. Salen en la noche, con sus luces y mamparas, atrayendo hacia sus puestos a clientes y vecinos interesados en conseguir algo para la navidad.
Algunos bazares son recientes, motivados por la necesidad de salir adelante y llevar un poco de dinero a casa. Otros, sin embargo, son muy viejos que hasta se han vuelto tradición. Lo cierto es que al frío de la noche, y con la música sonando alegre, poco importa su longevidad, pues la gente asiste igual, buscando algo, o simplemente matando el tiempo con amigos o familia.
Ricardo, por ejemplo, camina con su hija sobre el bazar de Fuentes de Aragón. Su esposa, Alma, va a su lado, clavando la mirada en las esferas y adornos navideños.
“Siempre venimos aquí a comprar los adornos del arbolito. Y también a que nuestra nena escoja lo que le va a pedir a los reyes”, dice, mientras su hija, ilusionada, corre con su mamá hacia un puesto de juguetes.
La gente va y viene. Niños abrazados de sus padres, muchachos de la mano, riendo, parando a probarse alguna playera, mameluco, calzando tenis. Los olores también suben, mezclándose con el aire. El aceite quemado se fusiona con el ponche y las especias del pozole, pambazos, huaraches y tacos que también se venden en el bazar.
«Yo quisiera decirle a la gente que vengan, que en realidad los bazares son espacios familiares. No te voy a mentir, ¿verdad? Sí hay unos que nomás vienen al desmadre y andan tomados, pero son los menos. Aquí está seguro, pagamos para la seguridad», dice Angélica, una comerciante en Fuentes de Aragón mientras acomoda los calcetines y pantuflas en el estante. Los clientes comienzan a llegar.
No todos los bazares navideños tienen la misma afluencia de gente. Algunos, como los de Ciudad Azteca y Fuentes de Aragón están repletos de gente. Los pasillos, práticamente, son intransitables. Otros, como el de Valle Guadiana, lucen un poco más vacíos, pero nunca solos.
Esto no es casualidad. Por ejemplo, mientras el de Guadiana tiene apenas unos años realizándose, en Fuentes de Aragón y Ciudad Azteca rebasan los 30 años de existencia.
Guadalupe, por ejemplo, tiene 48 años. Pero desde que tenía tres años, cuenta, ella viene al bazar de Ciudad Azteca a vender esferas y luces para decorar en estas fechas decembrinas. Primero lo hacía con sus padres, ahora lo hace con su hija.
“Uy, este bazar ya tiene mucho, como 45 años. Imagínate, yo tenía 3 años y ya venía con mi mamá a vender. Desde esa fecha yo vengo aquí, es bonito”.
Ella, además, vende fruta en una camioneta entre las calles del barrio. El bazar, cuenta, es una fuente extra de ingresos que le permite sortear el fin de año, la cuesta de enero, la inflación. Pero todo, agrega, “lo hacemos con alegría”.
Detrás de la alegría, sin embargo, también se paga un precio. Por ejemplo, para poner un puesto en Guadiana se paga, en promedio, 5 mil pesos. Mientras que en Ciudad Azteca y Fuentes de Aragón los precios pueden llegar a los 10 mil o 20 mil pesos, según cuentan los comerciantes.
En algunos casos, como con Raquel, se paga inclusive por el metro del puesto.
—¿A quién le pagan? — le pregunto.
— Se le paga a los organizadores, quienes dicen que nos van a dar seguridad. Y también al municipio. Ellos hacen el trámite.
Algunos vecinos comentan, de manera anónima, que en muchos casos estos costos no permiten sacar adelante la venta. También, muchas y muchos de ellos tienen deudas enormes, que prácticamente no les dejan ninguna ganancia. Los precios parecen elevarse año con año.
Algunos policías rondan entre la gente. Fuman cigarrillos, toman ponche. Vigilan. Algunas veces un helicóptero de la corporación sobrevuela el tianguis sonando la sirena, alumbrando con una lámpara.
Pese a esto, en años anteriores el consumo de alcohol, mezclado con riñas entre pandillas, ha provocado violencia en los bazares. Este año, aseguran todas las personas entrevistadas, no ha pasado nada. En algunos, como en Ciudad Azteca, inclusive han prohibido la venta de alcohol durante el bazar. No es así en otros.
Mimi es una joven vecina de Fuentes de Aragón. Ella está parada en un puesto de micheladas. Saborea su “azulito”.
“Vine porque me gusta cotorrear, y aquí uno se la pasa bien. Yo soy de aquí del barrio, y los vecinos no tienen problema en que tomemos, el ambiente sigue siendo familiar, aunque a veces sí llega a haber problemas, pero todo está muy controlado”.
Junto a ella, despachando las bebidas, está Alberto. Él tiene años vendiendo micheladas en el bazar, y cuenta que, aunque algunos duden de eso, sí cuenta con un permiso para la venta de alcohol.
“Pues es parte de lo que la gente viene a hacer, divertirse. Aquí todo está tranquilo, no pasa nada, la gente es consciente y es un ambiente familiar… Bueno, hay de todo, pero es familiar”, cuenta.
Raquel no está de acuerdo con que se venda alcohol en los bazares, pero admite que este año, como todos dicen, “ha estado muy tranquilo”.
Pese a estas problemáticas, que tampoco son ajenas al grueso de las colonias populares de la ciudad y el país, los bazares de Ecatepec son una tradición entre los vecinos.
Entre los puestos, las sonrisas no dejan de verse. La ilusión con las luces navideñas, o en comprar algún regalo, alimenta esperanzas que muchas veces parecen exclusivas para las grandes avenidas de Ciudad de México, y no para las periferias.
La señora Mercedes tiene 30 años vendiendo dulces en el bazar de Ciudad Azteca. Lo hace junto a su esposo, quien despachando gusanitos, gomitas, chocolates y caramelos, platica sobre cómo ha sido la dinámica en los últimos años.
“La verdad se ha vuelto una tradición aquí en el barrio, en la economía popular. Por ejemplo, nosotros tenemos 30 años aquí, y te puedo decir que está todo conectado. Mira, aquí atrás está el mercado, y luego la iglesia, entonces la gente primero va a misa, luego pasa a comprar su despensa al mercado, y ya después, en la noche, se viene al bazar a hacer sus compras navideñas”.
Esta dinámica, cuentan Mercedes y su esposo, es recurrente. La gente identifica el bazar como un punto de encuentro, de dispersión, y en donde también pueden generar ingresos que ayuden a sortear sus necesidades.
“Ahora con la pandemia nos fue mal, sí bajó mucho la venta. Ahorita parece que se va recuperando, y esperemos que así sea pues de este negocio dependemos muchos”, dice Mercedes.
También, con orgullo, cuentan cómo el tiempo ha pasado frente a su puesto en estos 30 años. Por ejemplo, dice el esposo de Mercedes señalando a una pareja, “a ellos los conocí cuando estaban chavitos, unos niños, y ahora ya se juntaron, Mira lo que son las cosas”.
Los años no solo se reflejan en la vida que las personas hacen, también se ven en el bazar. Generación tras generación, comerciantes heredan sus puestos a su familia, para asegurarles un sustento. Es el caso de Rubi y Yéssica, quienes atienden un puesto de esferas.
“Este puesto era de mis abuelos, o bueno, ellos iniciaron con el lugar. Ahora nosotras lo atendemos para seguir teniendo un ingreso, pero más que nada para que no muera la tradición”, cuenta Yessica.
Pero ¿cómo hacer que sobreviva la economía popular frente a un mercado transnacional que acapara todo?, ¿cómo competir contra las tiendas departamentales o las cadenas de comida rápida?
Eloy, un vendedor de juguetes, responde junto a su padre: “lo que ellos no ofrecen es la atención al cliente, el trato, la calides. Por eso la gente prefiere seguir viniendo aquí, y también porque es tradición”.
Guadalupe concluye, desde su puesto, mientras su hija despacha a un par de clientes:
“Lo importante es que le sigamos comprando al pueblo, que no dejemos que la tradición de los bazares muera. Al final, el sol nace para todos, y estos bazares sostienen a muchas familias ¿verdad? Por eso invitar a que la gente venga y los conozca, sin miedo, aquí van a encontrar de todo. Pero sobre todo, estarán apoyando al pueblo, comprándole al pueblo y no a las tiendas grandes”.
Todos los bazares se ponen en un horario de seis de la tarde a once de la noche. Algunos se extienden más. Llegar es fácil, tomar la Línea B del Metro, y al bajar en las estaciones Múzquiz, Ecatepec y Ciudad Azteca, tomar un taxi, o bicitaxi, indicándole “lléveme al bazar”.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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