Contrario a los pronósticos, la manifestación por el Día Internacional de las Mujeres transcurrió con una consigna: la no violencia. Multitudinaria, heterogénea, la marcha en la Ciudad de México colocó por delante las manifestaciones artísticas, y puso un alto a la transfobia
Texto: Daniela Pastrana, María Ruiz, Daliri Oropeza, María José López, Isabel Briseño
Fotos: Isabel Briseño, María Ruíz, Daliri Oropeza, María José López, Lilia Balam
CIUDAD DE MÉXICO.- Los pronósticos de violencia fallaron. En lugar de golpes y gases, las manifestantes repartieron flores a las policías y las uniformadas se sumaron a las protestas contra la violencia de género.
El bloque negro, figura estelar de las protestas de mujeres desde agosto de 2019, quedó reducido a una imagen: el vidrio roto en la estación del Metro Hidalgo. La nueva protagonista fue la Jefa Andrómeda (Karen Ortiz), la policía feminista que se llevó las palmas al llegar al Eje Central gritando con el puño izquierdo en alto: “La policía consciente se une al contingente”.
Tampoco hubo separatismos. La marcha del #8M puso un alto a la transfobia creciente de los últimos meses. Entre miles y miles de mujeres que pintamos de morado la emblemática avenida Reforma, a nadie parecía importarle quien era trans o quien era cis. Tampoco quien era indígena, o de qué colonia había llegado.
Durante más de cinco horas, los tambores sonaron. Y las mujeres de todos tipos y formas gritamos, bailamos, cantamos, nos abrazamos. Caminamos igual trabajadoras, que jubiladas. Estudiantes. Madres. Hijas. Hermanas. Amigas. Activistas. Artistas. Periodistas. Mujeres en silla de ruedas. Todas con una causa común: reclamar el orden patriarcal que nos oprime y nos mata.
“Mexicanas al grito de guerra, al sororo rugir del amor”, decía un mensaje en Instagram que resumió el ánimo en las calles.
Es la marcha de la sororidad.Después de dos años de pandemia, y a pesar de la imparable violencia, de las advertencias del gobierno y de la transfobia que se ha colado en algunos grupos feministas, el dolor y el enojo trasmutó en miles de creativas pancartas y consignas.
Contra el miedo:
“Me sembraste miedo; me crecieron alas”
Contra el estigma:
“Somos malas, podemos ser peores. Y a quien no le guste, se jode, se jode”
Por la reivindicación histórica:
“Y tiemblen, y tiemblen, y tiemblen los machistas, América Latina será toda feminista”
Por la sororidad:
“Tranquila, hermana, aquí está tu manada”
Por la libertad:
“Mamá, hoy me siento libre”
La toma de la ciudad comenzó el fin de semana, con la tendedero en la antimonumenta de las Mujeres que Luchan y la inauguración de la Espacia de Resistencia de Nos Queremos Vivas Neza. Este martes, en San Cristóbal, Ecatepec, Estado de México, la entidad con mayor número de feminicidios en el país, la protesta inició frente al Puente de Fierro, en medio del estruendo de los camiones que circulan por la Vía Morelos.
Las familias reclamaron que dos feminicidas están por cumplir sentencia y salir de la cárcel. “Ya no hay mucho qué hacer” denunció Sacrisanta Mosso, mamá de Karen y Erick, asesinados hace más de cinco años en Tulpetlac.
Las mujeres corearon, cantaron en círculo: “Van a volver, la sangre que derramaste la pagaras, las mujeres que asesinaste no morirán”.
Las manifestaciones se multiplicaron. Por la tarde, hubo otra marcha por el asesinato de Atena, una adolescente de 13 años que vendía dulces con su abuela en la Unidad Habitacional Fovissste.
Afuera del Palacio Municipal, tomó el micrófono Claudia, mamá de Fernanda, una estudiante de criminología asesinada en la colonia CTM. También Angélica, a quien le han cambiado a la persona responsable de las carpetas de investigación sobre el asesinato de su madre y su hermana. Alejandra, mamá de Paola, denunció que la tiraron desnuda después del feminicidio.
“En Ekatepunk, las morras resistimos”, decía el cartel que una mujer porta desde el puente de Fierro hasta el Palacio Municipal.
Son las luchas periféricas, que pocas veces llegan a las protestas de Avenida Reforma.
Unos 50 kilómetros al sur de Ecatepec, en la zona rural de la Ciudad de México, 50 mujeres salieron del Deportivo Xochimilco rumbo a cuatro lugares que representan la violencia sistémica contra mujeres y niñas. La «caminata de las flores», convocada por la Coordinación de Pueblos, Barrios Originarios y Colonias de Xochimilco, fue revelando distintas formas de la violencia: abuso sexual, negligencia, acoso en el transporte público, agresiones por la defensa del territorio.
La caminata terminó en la explanada de la Alcaldía Xochimilco, donde las asistentes denunciaron que los funcionarios ignoran sus demandas y sostienen las condiciones de despojo, desigualdad e inseguridad en las comunidades. Tras colocar sus carteles en las vallas que resguardaban el edificio central, las mujeres xochimilcas sembraron flores y semillas en la jardinera detrás de la estatua de Emiliano Zapata y Francisco Villa, emblemática de una lucha por la tierra que aún no termina.
«Somos mujeres planta, las que rompemos el cemento, cuidamos la tierra y sembramos tu alimento».
Esta vez, las madres de víctimas de feminicidio no encabezaron la marcha, que parecía no poder contenerse a sí misma.
La cita había sido a las 4 de la tarde, pero muchos grupos de mujeres que llegaron desde temprano comenzaron a caminar antes, de forma desarticulada.
Las mamás, que acostumbran marchar en contingente, esperaron hasta la hora pactada. Pero la marcha no dejaba de moverse.
Ellas comenzaron avanzar con los rostros de sus hijas en pancartas o en fotos. José Luis Castillo, padre de Esmeralda Castillo desaparecida en Ciudad Juárez, quien se unió a la batucada Aainja.
De camino al Zócalo, muchas personas salieron a las ventanas para solidarizarse con las familias.
«Por favor dejen pasar al carro del sonido para que las madres puedan hablar», gritaba una voz en medio de la vorágine de cuerpos y sonidos que se conjuraron en el Zócalo.
Alrededor de ellas se formó un círculo de mujeres que gritaban: «¡No están solas!»
Patricia Becerril, madre de la doctora Zyanya Figueroa, tomó la palabra mientras Araceli Osorio, madre de Lesvy Berlin prendía fuego al sumerio de la ofrenda que colocaron como ritual final.
«No sé que me depare o nos depare el futuro pero les puedo asegurar que estamos de pie, a veces sostenidas por esas manos solidarias de nuestras jóvenes, de nuestras mujeres. Se los agradezco mucho. Lo que sigue es luchar por la vida», dijo a las chicas que escuchaban atentas.
Muchas de las participantes viajaron de otros estados para nombrar su dolor y exigir justicia como todos los días pero con el acompañamiento de miles de mujeres que gritaban ¡Justicia!
Los vientos libertarios de este #8M se extendieron por el país. En Guanajuato, miles de mujeres y niñas desafiaron a una sociedad conservadora, y tomaron las calles para exigir sus derechos a la vida, a la educación, a un trabajo con salario digno, a la justicia, a la maternidad y a decidir sobre su cuerpo. Las principales ciudades del estado (León, Irapuato, Celaya, Salamanca y Guanajuato capita)l tuvieron manifestaciones multitudinarias, en su mayoría de jóvenes, y por primera vez hubo marchas en Apaseo el Alto y Cortazar. La pandemia retrasó décadas la lucha por cerrar la brecha de género, pero “volvimos del encierro con más fuerza”, clamaron las mujeres.
En Mérida, Yucatán, la entidad donde hace un siglo nació la lucha feminista y donde los jóvenes mayas mantienen una resistencia contra la pérdida de su lengua y su cultura, las mujeres intervinieron cinco monumentos: el de Montejo, criticado por ser un símbolo racista; el de Andrés Quintana Roo, ubicado en el parque de Santa Ana; el de Felipe Carrillo Puerto; el de Justo sierra; y el Monumento a la Patria. Lanzaron un pronunciamiento en español y maya para denunciar las distintas violencias que se ejercen sobre las mujeres.
En Guerrero, uno de los estados con más violencia de género en comunidades indígenas, por primera vez hubo marchas en todas las regiones. En Chilpancingo, la capital, un grupo de mujeres jóvenes llevó al Congreso una manta en la que se leía: “Morras en resistencia contra el hostigamiento sexual en las escuelas”. Las niñas encabezaron el contingente. “Lo que no tuve para mí que sea para ellas”, escribió en una cartulina una mujer que se detuvo a esperar el contingente.
En otros lugares, las manifestaciones fueron acompañadas de acciones concretas para reivindicar la memoria y la historia de lucha de las mujeres. Como en Chihuahua, donde parte de la historia de Marisela Escobedo, asesinada en diciembre del 2010 frente al Palacio de Gobierno, mientras reclamaba justicia para su hija Rubí, quedó plasmada en un mural realizado en el exterior del Centro de Derechos Humanos para las Mujeres.
En Sinaloa, la activista Mirna Medina, integrante del colectivo Las Rastreadoras de El Fuerte, que se fundó luego de la desaparición de un hijo; recibió la Medalla de Honor Norma Corona Sapién, creada por los diputados de la 64 Legislatura.
Y de pilón, los legisladores aprobaron el aborto hasta las 13 semanas de gestación.
Mary Saenz, originaria de Veracruz, llegaó al Zócalo de la Ciudad de México ataviada de un traje blanco de larga cola que ella misma confeccionó. Cruzó en medio de filas de policías con una bandera de México. Vino a manifestarse por todas las mujeres asesinadas y violentadas. A través del performance, buscaba representar a la madre patria mancillada.
Era imposible no voltear a verla. Su imagen concitaba la que quizá fuera la principal característica de este 8M en la Ciudad de México: la diversidad.
En la enorme culebra morada que cruzó la Avenida Reforma se vio a mujeres indígenas, afrodescendientes, personas de distintas clases sociales, señoras en andaderas o con sillas de ruedas, niñas de brazos o en carreolas, parejas de lesbianas o mujeres transexuales o de género fluido (niñes y adultes). Trabajadoras sexuales, electricistas, sindicalistas. Nadie les rechazó. Nadie reclamó. El mensaje parecía ser la unidad.
Por la noche, después de los testimonios de las madres de víctimas, se formaron fogatas en la explanada, frente al amurallado Palacio Nacional.
“Este fuego es para todas las que nos faltan”, dijeron las mujeres brujas que bailaban alrededor del fuego, haciendo performance por los feminicidios.
Luego, terminaron con un mensaje de apoyo a la resistencia trans: “Somos tan poderosas que nos quieren ver divididas”.
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