En entrevista con Pie de Página, la escritora Cristina Rivera Garza conversa sobre su nuevo libro Me llamo cuerpo que no está, una compilación de cinco libros de poesía donde la potencia del lenguaje y la escritura permiten transformar las realidades para afectarnos y conmovernos
Texto: Daniela Rea
Fotos: Annette Hornischer
CIUDAD DE MÉXICO. – Me llamo cuerpo que no está (Literatura Random House 2023) el más reciente libro de la escritora Cristina Rivera Garza, es una compilación de cinco libros de poesía que van de 2005 al 2015, Los textos del yo, “La muerte me da, El disco de Newton, Viridita y “La imaginación pública”.
En conversación con Pie de Página Cristina celebra la reunión de las varias escritoras que ha sido, “por fortuna he podido ser varias escritoras”, y el que, en un recuento de su vida, pueda mirar esas diferencias, cambios, desencuentros entre las muchas escritoras que es. “Como cualquier persona que hace un recuento de mi vida, veo cosas que digo aug, otras wow y otras hay que revisarlo”. Este libro es una celebración de las escritoras distintas y que reunidas ahí lanzan una pregunta sobre la relación de la poesía con el tiempo.
Pero también sobre la relación de la poesía con los cuerpos, territorios, encuentros y invocaciones; sobre la posibilidad de la poesia para hacer presente -como plantea la poeta Sara Uribe en el prólogo-; sobre la potencia para nombrar el amor, desamor, de la enfermedad, la violencia y la muerte.
–Los cuerpos son lastimados, heridos, desaparecidos y desde el periodismo y el activvismo en varios momentos hemos sentido que nos quedamos sin palabras para nombrar tanto y de tantas cosas, muerte, dolor, tristeza, estupefacción, desesperanza. Cuando sentimos que no hay palabras tu dices que la palabra sí puede. Lo dices ahora en “Me llamo cuerpo que no está”, pero también en otros libros tuyos como “Dolerse” y “Los muertos indóciles”.
–Esa es la búsqueda, el trabajo de la escritura. Lo que he considerado como el trabajo crítico de la escritura es plantarse frente a narrativas y prácticas que parecen inamovibles, naturales, que ahí van a estar y quedarse para siempre. Una de las grandes capacidades de la escritura es verlas de frente, darles la vuelta, subvertirlas, pero nos toca a nosotros investigar eso, cuestionar la manera en que hemos contado las cosas porque usualmente se han contado estas cosas desde el poder, y se han contado para confirmar el estado de las cosas, para perpetrarlo, para naturalizarlo y ahí es donde viene nuestra capacidad imaginativa, emotiva a nivel del trabajo con el lenguaje y la realidad al mismo tiempo. Entonces no sé si el lenguaje en sí sea inagotable, lo que sí es inagotable es que es una herramienta maleable, poderosa, humilde, al alcance de todos.
“Tenemos una realidad que muchas veces se torna oscura, inexplicable y en esa tensión está precisamente, no sólo la palabra sino todas las herramientas que vienen con la capacidad de enunciación”.
Cristina Rivera Garza
–Hemos nombrado el dolor, nos hemos reunido para gritarlo juntxs, para nombrarlo en lo individual, en lo social, en lo jurídico (pienso en la tipificación del feminicidio, por ejemplo, que se nombró jurídicamente hasta el 2012), pero el horror no cesa. Sé que es injusto reclamarle eso al nombrar, pero ¿qué sí podemos pedirle al lenguaje?
–Eso me ha atormentado mucho tiempo y va una respuesta utópica: al lenguaje lo único que vale la pena pedirle es lo imposible, apenas vamos a aprender lo que desconocemos. Y esta es la respuesta de mi yo adolescente diciendo por qué voy a escribir. Y mi yo adolescente muy alerta para que no se me olvide de qué se trata todo esto.
Pero has hecho muy bien atar en tu pregunta, nombrar varias formas del lenguaje. “El invencible verano de Liliana” no puede existir sin el lenguaje del feminismo, no se publica cuando se publica porque es conveniente, sino porque es posible. Pero también está el lenguaje de la ley, de la medicina… cada campo va trabajando en lo que puede y ese pedirle el siguiente paso es el que nos toca a todas también. La cuestión es que no es una cosa programática, que ya sepamos de antemano, son las cosas que hay que ir encontrando y resolviendo conforme se van presentando.
Esa es la pregunta, ¿qué pasa después de escribir un libro como este, después de que nos podemos comunicar? Lo que yo puedo decir en el caso del libro de Liliana es que eso yo no lo sabía.
“Después de haber vivido muchos años en un duelo privado, callado a la fuerza, como lo dicta el patriarcado, el duelo se convirtió en una cosa colectiva y también en una forma de producir memoria entre todas y eso tiene un poder inmenso”.
“No sólo se trata de -como le aprendí a Sayuri Herrera-, no sólo se trata de la justicia punitiva, también se trata de llegar a formas de justicia como estas que están muy cerca de la memoria, de cómo producimos memoria y verdad. Esto no lo tenía claro y sin embargo es algo que esa enunciación permitió, le dio cauce. Y claro es de manera personal para mi y mi familia, viene como un bálsamo, pero que viene por las respuestas tan generosas y empáticas que hemos producido, también produce algo entre nosotros y eso es poderoso, fundamental para la siguiente enunciación y tarea y toma de la plaza pública y del lenguaje público”.
–Sara Uribe menciona en el prólogo de “Me llamo cuerpo que no está” que tus poemas fabrican presente en tanto que reescriben cuerpos y territorios del pasado, del hoy o del futuro. Y en ese sentido pregunto ¿cómo el lenguaje, además de fabricar presente, puede ayudarnos a imaginar un futuro?
–La pregunta sobre la relación de la poesía con el tiempo y este “ser presente” que para mí ha sido una especie de mantras es, una frase de Josefina Ludmer, teórica argentina, cuando habla de las literaturas posautónomas, ¿cómo vamos a medir el valor de estas nuevas literaturas? Y decía “por su capacidad de hacer presente”. Y la frase es bien bonita, bien sugerente, bien complicada. Un poco tocando a estos distintos momentos en el tiempo que vienen de regreso, que son convocados desde el presente en este libro, en esa invocación, en esa cita -que es una cita que es textual pero también una cita amorosa que dice ven tenemos que hablar-, creo que hay una manera no de trascender el tiempo, sino de convocar a las fuerzas que cada uno de estos libros, propuestas, invocarlas y si se puede reactivarlas desde las preguntas que tenemos para el presente. Así he trabajado, no solo reuniendo textos del pasado, sino también con documentos o materiales de archivos, me interesa menos saber qué pasó y más qué fuerzas estoy invocando, tal vez desatando, ahora en el presente y cómo eso nos puede afectar a todos.
“Y luego sobre el futuro, esa es una obsesión que tenemos ahora. Decía Jorge Carrión , había una literatura latinoamericana que había tratado de hacer sentido del presente a través del estudio del pasado y justo ahora para hacer sentido del presente estamos viendo el futuro. A mí me gustaría, en lugar de ver el futuro, me gustaría más entretenerme en el subjuntivo. Cuando decimos que el hubiera no existe, estamos diciendo: pero fue imaginado. A lo mejor no se va a dar, pero es una potencia, el “habría podido ser”. Si esto hubiera sido posible, si esto fuera posible, todas esas conjugaciones que nos dan cuenta de la potencialidad del presente.
“Cada vez que pensamos en el futuro pensamos en distopías. Pero hay una energía política importante en imaginar en subjuntivo, en ver todas esas fuerzas que convocamos cuando pensamos en modo hubiera. Y a veces somos más libres cuando imaginamos cosas que pensamos que no van a suceder, pero si las enunciamos, si somos capaces de concebirlas entonces seremos capaces también, en su momento, de traerlas a la luz”.
–Cuando hablas del futuro hablas de un futuro distópico y es la evidencia que hay, pero me niego a que ese futuro sea esa distopía.
—Es cierto, por eso estoy tratando de desentenderme de ese futuro, porque ese futuro que nos hemos puesto a imaginar es distópico. ¿Cómo le vamos a hacer para imaginarlo de otra manera? Extender nuestra relación con el tiempo me parece muy bien, y también dejar de pensar en este futuro gramatical “esto sucederá” y más en la potencialidad encerrada en el subjuntivo. Ahora, si para eso nos sirve ver el tiempo profundo, una noción geológica del tiempo profundo, si algo nos enseña ese tiempo profundo de la tierra es que es una capacidad de sobrevivencia radical. Ha habido glaciaciones, meteoritos, especies gigantescas, tenemos mucho que aprender de una noción amplia de tiempo profundo y tal vez es tiempo, después de insistir tanto en la distopía, de hacernos herramientas para cuestionar esa distopía, porque no me parece que tiene que ser ineludible, puede ser eludible.
–¿Cómo el lenguaje puede ser una herramienta para que ese futuro no sea el distópico?
–Hay una forma organizada de este temor al futuro que está muy cerca de poderes, como que esa producción del horror, de esta amenazas constante… habría que pensar a quién le conviene. Creo que en un principio la capacidad crítica de la ciencia ficción y la ficción especulativa respecto a las distopias tenia una vision critica del presente, pero ya son tantas que parece ser un dictamen, un destino y ahí lo que entra, lo que estamos perdiendo es esa capacidad imaginativa, alternativa también.
–Voy a pensar en una frase en subjuntivo…
–La más hermosa que yo he escuchado es una frase de Marguerite Duras que dice: “escribir es lo que escribiríamos en caso de que escribiéramos”. Si lo hiciéramos lo escribiríamos. Me encanta que es una potencia, está ahí, está a punto de saltar y puede ser que se quede en el hubiera, el hubiera no existe, pero el hubiera señala una posibilidad: nos está diciendo alguien lo imaginó.
“Y a veces creo que la poesía es eso, alguien lo concibió, lo imaginó, lo investigó, lo concibió y lo pone aquí en frente para que nos afecte”.
–Pensar la poesía no sólo como formas de usar el lenguaje, sino…
–-Son formas de encarnar la realidad. Antígona González, el libro de Sara Uribe, no sólo atravesó una violencia de la que todos estábamos conscientes, sino que ahí hay una forma de abrevar -de tradiciones literarias, poéticas, la poesía documental no la descubrimos ayer-, de abrevar de esas formas desde un presente muy sentido y muy intenso e intensificado por el paso del lenguaje. Lo que me interesa de la poesía es la investigación del lenguaje, el lenguaje para investigar el lenguaje. Cuando hablamos de experimentación formal, si esa experimentación formal no está aparejada con la manera en cómo nos afecta el presente, me parece un simple regodeo. Creo que tiene que haber una relación con tradiciones, pero también una posición de riesgo, no riesgo por el riesgo en sí, sino porque lo que estamos viviendo es en su primera instancia ininteligible y no es que la poesía lo vuelva legible, pero sí lo vuelve compartirle. De ahí su capacidad de afectarnos, de poder activarnos.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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