La bióloga mexicana Cristina Martínez Garza lleva 15 años investigando sobre restauración de bosques en la selva húmeda de Los Tuxtlas, en Veracruz, y en el bosque estacionalmente seco de la Sierra de Huautla, en Morelos. No se pueden usar las mismas estrategias ambos lugares; en entrevista, nos explica por qué
Texto: Yvette Sierra Praeli /Mongabay
Foto: Cortesía
MORELOS.- La bióloga Cristina Martínez Garza se ha dedicado a investigar el movimiento de las plantas y animales para restaurar los bosques. La experiencia que significó participar en un proyecto arqueológico en el que se encontraron muchas semillas y se debía identificar de dónde provenían, la llevó a indagar sobre esta migraciones biológicas.
“Traté de ver si las plantas eran capaces de llegar por sí mismas a los sitios agropecuarios y, en caso de que se detuviera la actividad agropecuaria, si eso permitiría que se regenerasen. Mis resultados concluyeron que realmente no se podía dejar la recuperación a cargo de la naturaleza”, comenta la editora asociada de la revista Tropical Ecology y Botanical Sciences, quien además trabaja en el Centro de Investigación en Biodiversidad y Conservación de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
Después de esa primera investigación, la doctora Martínez Garza continuó con el trabajo sobre lo que se conocía como “comunidades sintéticas” y que ahora se llama restauración ecológica. En este campo, sus estudios los ha realizado en lugares como Los Tuxtlas, en Veracruz, que fue el escenario en donde centró su tesis doctoral en la Universidad de Illinois, en Chicago.
Ahora, 15 años después, la investigadora continúa con proyectos de restauración de la selva húmeda de Los Tuxtlas, además de aplicar sus conocimientos en un ecosistema completamente opuesto: los bosques estacionalmente secos de la Sierra de Huautla, en la zona centro de México.
Martínez Garza, quien en 2004 obtuvo el premio “Best paper by a young author” otorgado por la British Ecological Society, conversó con Mongabay Latam sobre cómo restaurar los bosques degradados y cómo restaurar ecosistemas afectados por la actividad minera.
—¿En qué consistió el proyecto que realizó sobre el movimiento de plantas y animales?
—Hicimos el proyecto en Los Tuxtlas, en la selva húmeda. Llevamos 15 años con este proyecto. Hemos monitoreado toda la dinámica de plantas y animales; hemos visto cómo, gracias a estas parcelas (en las que se trabajó), se recupera el movimiento de las plantas; cómo llegan plantas traídas por animales y cómo los animales están ocupando las parcelas, ya sea para pasar a otros fragmentos o para establecerse en ellos. La estructura de la vegetación se parece mucho a lo que podría ser un bosque más maduro. En forma simultánea establecimos un proyecto exactamente igual en la selva estacionalmente seca, que es otro tipo ecosistema. Así que pudimos comparar dos bosques tropicales.
—¿Qué descubrieron en esa comparación?
—Hay una dinámica distinta entre el bosque estacionalmente seco y el bosque húmedo, pero también la hay porque la gente que vive en esos lugares es muy distinta. En el bosque húmedo, las tierras son privadas. En el bosque estacional, lo que tenemos son ejidos. La forma en que la gente maneja los ejidos es muy distinta a la forma en que se maneja la tierra cuando hay un solo dueño.
Por ejemplo, en el bosque húmedo (donde se trabaja son tierras privadas) se deforestan todas las selvas, se meten pastos exóticos africanos y se queda un ambiente muy homogéneo de muy baja diversidad. En la selva estacional, la gente vive muy cerca de sus recursos naturales, entonces, no vimos la entrada de especies exóticas ni que se deforestara toda la selva. Al contrario, se hacía agricultura y después se permitía que la vegetación creciera y se dejaba que las vacas entraran. Son ambientes muy contrastantes en el sentido de cómo los maneja la gente y ese contraste hace que la restauración también sea distinta.
—¿En dónde se desarrolla cada proyecto?
—El de la selva estacional es en un ejido que está en la Sierra de Huautla, en Morelos, y el de la selva húmeda es un predio de solo un dueño, un ganadero, que está en Los Tuxtlas, en Veracruz.
—¿En qué consistió el proyecto en la selva estacional?
—En la selva estacional lo que hicimos fue excluir ocho parcelas de ganado; en la mitad de esas parcelas sembramos 20 especies de árboles que son nativos. A la comunidad le preguntamos si había una necesidad especial de alguna especie que quisieran propagar, nos dijeron que ellos utilizan más del 80 por ciento de las especies del bosque, entonces realmente tienen una interacción muy cercana. Ellos me decían que cualquier cosa que siembres la podemos utilizar. Tenían una preferencia por las burseras, que es género de un árbol del que extraen resinas para hacer productos medicinales y ceremoniales. Sembramos tres especies de burseras y otras 15 especies, muy pocas del bosque sucesional temprano, es decir, que crecen en lugares perturbados; casi todo lo que sembramos son especies que se encuentran en la selva conservada. Las sembramos en cuatro de las ocho parcelas y en las otras cuatro parcelas observamos qué pasaba si no interveníamos con esas plantaciones.
Además de las burseras, se sembraron unas plantas leguminosas que se utilizan para alimentar al ganado que se llaman abrucenas, también había ceiba. Había una especie que era de nuestro interés porque de ella se aprovecha la madera, pero había sido tan aprovechada que la eliminaron completamente de algunos paisajes. También la sembramos. Tratamos de sembrar especies que tuvieran frutos carnosos, nuestra idea era atraer a los animales que traen semillas de otros lugares. La interacción entre las plantas y los animales ha sido central en nuestro proyecto.
En la selva estacional entre las cosas más interesantes que encontramos es que, si bien sembrar árboles acelera los procesos, dejar espacios sin sembrar es muy importante para aumentar la riqueza de toda el área. Eso es muy importante porque quizá alguien haciendo restauración quisiera acelerar el proceso y tener plantaciones en todas partes, pero tener más de un tratamiento permite crear heterogeneidad; eso es un paso primordial en la restauración, porque con la perturbación casi siempre lo que se provoca es que los hábitats sean homogéneos y eso disminuye la riqueza, la llegada de animales y de otras plantas.
En la selva estacional pasan cinco o seis meses durante los cuales todos los árboles tienen hojas y el resto del año pierden las hojas, parece un ecosistema que podría verse como muerto, pero están sucediendo muchas cosas. Cuando todo está verde, nuestros estudios muestran que todos los animales se pueden mover muy bien en los paisajes habituales, pero cuando llegan las secas nuestras parcelas de restauración, que están como excluidas de la ganadería funcionan como refugio. Ahí encontramos más anfibios y reptiles que afuera, incluso los venados que están en todas estas áreas pueden brincar a nuestras parcelas y comer las plantas sin matarlas, como lo haría el ganado. Un estudiante logró tomar en vídeo un venado que iba a tener a su cría en la parcela como si fuera un refugio.
Las parcelas de restauración se volvieron pequeños refugios para los animales, para estar protegidos de la ganadería y de la gente. Y no tienen que ser espacios gigantes, no tiene que ser una reserva. Todavía se realizan las actividades económicas en estas parcelas, pero se convierten en caminos para que plantas y animales puedan moverse junto con las actividades agropecuarias.
—¿Qué ha sucedido con el proyecto en la selva húmeda?
—Ahí es distinto, porque es un solo dueño que no tiene una tradición de utilizar los recursos del bosque. Para los ganaderos, el bosque es una molestia, si un pastizal se abandona y empieza la sucesión natural, para ellos no es agradable, es un pastizal que baja de calidad. Hicimos un acuerdo económico con el dueño para hacer este proyecto.
La región de los Tuxtlas es muy montañosa, incluso se ha visto que el ganado no necesariamente es la vocación de esas tierras, porque el ganado tiene que estar subiendo y bajando montañas; es ganado muy musculoso que no necesariamente tiene buena carne. No es una actividad totalmente rentable, pero la gente tiene la tradición de hacer ganadería. Al estar ocupando todas estas áreas montañosas para la ganadería se provoca una erosión en el suelo, que haya muchas cárcavas. El ganado usualmente sube y baja por los mismos caminos para alimentarse y pisotea el suelo que se compacta mucho. Por tanto, ya no va absorber el agua, así que cuando llueve —es un ecosistema lluvioso todo el año—, el agua hace hoyos en los caminos y toda la tierra se deslava.
Nosotros pusimos estas parcelas (de restauración) y algunas quedaron arriba de las cárcavas. Al no correr el agua, lo primero que ocurrió es que ya no podía correr el agua desde la parte alta hasta abajo, en el pastizal. Ese fue un resultado que no estábamos buscando. Lo que nosotros queríamos era que hubieran plantas y animales de la selva que pudieran moverse en el paisaje. Pero ocurrió esto, que fue un resultado positivo que no esperábamos y que el dueño del terreno lo vio inmediatamente como algo bueno.
Tenemos una relación de 15 años con él y ha logrado conseguir apoyo del gobierno para la conservación. Ha visto beneficios que han servido para que otros ganaderos se den cuenta que no es malo que coexista la conservación con la ganadería. De un terreno de 15 hectáreas, hay solamente dos hectáreas en diferentes parcelas excluidas del ganado; eso ha aumentado mucho el movimiento y captación de animales y no ha disminuido que el ganado pueda alimentarse, al revés, ha mejorado el terreno porque ya no están las cárcavas.
—¿Qué especies han utilizado en el bosque húmedo?
—Lo que utilizamos fueron dos tratamientos de composición: en unas parcelas sembramos especies que tienen frutos carnosos, con la idea de atraer animales. Algunas especies que sembramos son consumidas por aves, otras por murciélagos y también por mamíferos terrestres. Nuestra idea fue sembrar especies que atrajeran animales y en otras parcelas, por hacerlo contrastante, sembramos especies que tienen frutos secos. La idea era contrastar parcelas que atraen animales porque les brinda alimento contra parcelas que no les ofrece alimento, pero les pueden brindar refugio.
—¿Cuáles son las amenazas que tienen estos bosques?
—En los bosques húmedos, la ganadería es la principal amenaza. En las parcelas (de restauración) logramos atraer animales como los armadillos. Entonces ahora, el problema es que los ejidos ubicados alrededor de donde trabajamos se acercan a esos lugares para cazar armadillos para alimentarse. Digamos que, incluso con las acciones de restauración, hay todavía mucho trabajo con las comunidades para mantener los beneficios del proyecto sin que se vuelva “una trampa ecológica”, es decir, un sitio que parece bueno para los animales, pero en realidad se convierten en una trampa porque van a venir los cazadores. En el bosque estacional, la ganadería también es una actividad importante y la extracción de recursos, como la leña, o la extracción de productos no maderables, como las resinas, que pueden ser actividades sustentables si se hacen correctamente, pero si no se hace adecuadamente se mueren los árboles.
—¿Qué conclusiones puede sacar de estos 15 años de trabajo en ambos ecosistemas?
—Dentro de las conclusiones más importantes, queremos dar a conocer el concepto de restauración del paisaje, que consiste en tener en un mismo paisaje áreas dedicadas a la producción, otras dedicadas a la restauración y también áreas dedicadas a la conservación. Es la mejor solución para lograr objetivos que tienen que ver con el bienestar humano. Lo segundo es lo que llamamos restauración experimental sistémica y que se refiere al hecho de que cualquier proyecto de restauración debe establecerse como un experimento, es decir, debe tener réplicas y tratamientos contrastantes, porque nuestros resultados muestran que siempre que se tiene más de un tratamiento, creamos paisajes heterogéneos que aumentan la riqueza de especies.
—¿Y ustedes los están replicando?
—Gracias a esta información hemos logrado tener al menos otros dos proyectos de restauración en Morelos. Algunos de los estudiantes de nuestro grupo establecieron una ONG que se llama Paisajes Integrales, que busca aplicar esta información con los ganaderos; ya lograron hacerlo en un lugar en Los Tuxtlas y en un lugar en Morelos, ambos con excelentes resultados. También se hizo un proyecto de restauración utilizando esta información muy cerca de la Reserva de la Biosfera de Chamela Cuixmala; uno más se realizó en Puebla.
—¿Qué tan degradados y deforestados están los bosques en las zonas donde ustedes han hecho las investigaciones?
—Los Tuxtlas y la Sierra de Huautla son reservas de la biosfera, eso no significa que sean lugares conservados. Hay comunidades viviendo allá adentro y se han establecido como zonificaciones, pero en ambos casos hay un porcentaje muy alto que está dedicado a la agricultura o a la ganadería. Hay pequeñas áreas que están conservadas. En Los Tuxtlas hay una reserva de 650 hectáreas que pertenece a la UNAM, pero no está vigilada, así que la gente puede entrar y aprovechar, no es completamente intocable. En Sierra de Huautla no hay una zona núcleo, hay como muchos fragmentos en muchos lugares, sobre todo en lugares inaccesibles, como cañadas; ahí es en donde queda la vegetación más conservada.
—¿En qué otros proyectos trabaja en la actualidad?
—Ahora estamos tratando de enfrentarnos a un asunto muy delicado: la restauración de zonas que tienen el suelo contaminado debido a las actividades mineras. Es un reto muy grande porque no se puede hacer restauración, si no descontaminamos el suelo. Hay vegetación que se va establecer encima de esas montañas de desechos que quedan después de la minería, que tienen muchos metales pesados. Hay vegetación que logra crecer en esas montañas, pero las plantas tienen metales pesados, entonces, si viene una oruga o un ave y consumen esas plantas se va a contaminar. Es una cadena y un reto muy grande, porque de entrada, para hacer restauración hay que hablar con la gente y puede ser que la gente no esté tan segura de que ese es un problema.
Tenemos información sobre animales y plantas afectados por estos desechos y cómo la gente ha sufrido enfermedades, pero aún no sabemos cuántas montañas de desechos hay, algunas no se conocen y se han empezado a descubrir mediante sistemas de información satelital, porque cuando todo esto ocurrió en el país no había una legislación. Eso es en la parte de la selva estacional.
—¿Estas zonas afectadas por minería son zonas extensas?
—Eran mineras legales, pero como no había legislación sobre el manejo de los residuos estas montañas no necesariamente están localizadas. Hay minas activas y todas están dentro de la Reserva de la Biosfera Sierra de Huautla, que es donde estamos. El caso en el que estamos trabajando ahora es especial porque la minera se fue de un día a otro y dejó todo, incluso trabajadores sin sueldos. Estamos ahora intentando evaluar la percepción de la gente antes de dar el paso hacia la restauración, porque si no tenemos el apoyo de la gente y la seguridad de que está interesada en ese cambio, entonces lo que hacemos está condenado al fracaso.
—¿Es posible hacer restauración en zonas degradadas por la minería?
—El estudiante de doctorado que está haciendo este proyecto, Roberto Márquez, ha hecho restauración de minería de piedra caliza, que tiene otras características y el suelo no queda contaminado. En este caso, primero hay que descontaminar el suelo y él conoce algunas estrategias para hacerlo que se han probado a pequeña escala, pero estos son lugares muy grandes y tiene que haber una conjunción de autoridades locales para que se pueda hacer un esfuerzo de recuperación.
—También tiene un proyecto sobre manejo del fuego en estos bosques, ¿en qué consiste?
—En los bosques que necesitan el fuego para mantener su diversidad si se les excluye el fuego o se está vigilando todo el tiempo para que no ocurra un incendio, esos ecosistemas acumulan una gran capa de hojarasca y se van a quemar. Entre más se evite que el fuego ocurra, más grave será la intensidad. Como hay urbanizaciones al lado de los bosques, la gente no quiere que se queme, pero evitar que se queme ha provocado incendios mucho más graves de lo que hubieran ocurrido en condiciones normales.
Así que hicimos unos mapas de cómo es la frecuencia del fuego en el estado de Morelos, también estudios de cómo ocurre la regeneración natural, porque después de incendios muy severos la primera reacción ha sido sembrar pinos, reforestar, pero se ha visto que sembrar este montón de pinos lo que ocasiona es tener combustible para que ocurra un nuevo incendio. Esa no ha sido la mejor estrategia y ahora estamos evaluando.
En estos ecosistemas manejados con fuego lo que se necesita después de un incendio es protegerlo de un nuevo incendio y no sembrar más combustibles, para que se puedan dar los procesos naturales de regeneración, para que esos procesos ocurran a la velocidad que el ecosistema lo pueda manejar. Si siembran un montón de pinos, que no es lo que sucede en el bosque de manera natural, se aumenta la cantidad de combustible y no se protege de un nuevo incendio. El problema con los incendios recurrentes es que eliminan la capacidad que tiene el bosque de recuperarse de forma natural.
Este trabajo fue publicado originalmente en Mongabay Latam. Aquí puedes revisar el original.
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