La solución a los despojos de megagranjas como la que padecía Unión Hidalgo no es redoblar la apuesta por el combustóleo, sino olvidar los megaproyectos de todo tipo, sean petroleros, eólicos o solares, y apostar por la producción descentralizada de energía y combinar esta medida con la reducción de la demanda
Twitter: @eugeniofv
En Oaxaca, contra toda probabilidad, la pequeña comunidad de Unión Hidalgo acaba de ganarle una larga y complicada batalla a uno de los grandes gigantes globales de la energía, la empresa Electricité de France. Después de cinco años de batallas legales y una lucha en tribunales de dos continentes, hace unos días se canceló al fin el megaproyecto eólico de Gunaa Sicarú, por el que se instalarían decenas de generadores de energía en el Istmo de Tehuantepec. La experiencia muestra cómo la victoria es posible, pero también ilustra cuán cuesta arriba es la batalla en defensa de los territorios y pone en plata la urgencia de una nueva política energética.
Estos enormes proyectos de energía libre de combustibles fósiles se presentaron por mucho tiempo como una solución rápida y relativamente barata a la crisis climática y a la contaminación. Por su escala abarataban mucho el costo de introducir fuentes de energía alternativas al carbón, el petróleo y el gas. Además, permitían aprovechar fuentes de energía que estaban ahí pero que se desaprovechaban aun cuando sabíamos que los combustibles fósiles acabarían por agotarse, como el viento o el sol.
La realidad, sin embargo, mostró que las megagranjas eólicas —o, en otros casos, las solares— tienen un fuerte impacto en la biodiversidad, sobre todo en aves, murciélagos e insectos migratorios, porque se las debe ubicar donde hay fuertes corrientes de aire más o menos constantes, que son las mismas que los animales aprovechan para llegar más rápido y con menos esfuerzo de un punto a otro. Además, como explica un análisis del Centro de Información sobre Empresas y Derechos Humanos, estos megaproyectos mostraron ser tan depredadores como los de extracción de combustibles fósiles, pues implican despojar a comunidades enteras de sus tierras.
En México uno de los lugares favoritos de estos megaproyectos eólicos es justamente el corredor del viento en el Istmo de Tehuantepec, y ahí la Comisión Federal de Electricidad (CFE) dio hace cinco años un contrato al gigante francés, o más bien global, de la energía Electricité de France. Desde un inicio, y gracias a la experiencia acumulada en otras luchas, la comunidad de Unión Hidalgo, que vio afectadas sus tierras, empezó a pelear en los tribunales de la mano de la ONG ProDesc. Con el acompañamiento de esa organización y algo de suerte lograron que el proyecto se retrasara más de lo marcado como límite en el contrato firmado con CFE, por el que el arranque del parque no podía pasar de enero de 2022. Vencida la fecha, la paraestatal eléctrica mexicana canceló el contrato con la empresa francesa, y con eso ganaron los miembros de la comunidad, el medio ambiente y el país entero.
La pregunta, sin embargo, es por qué una comunidad cualquiera tendría que emprender una lucha de cinco años, en tres idiomas y dos continentes, con los desgastes sociales y familiares que eso implica, con los enormes costos en los que se incurrió, tan sólo para defenderse de acciones y medidas que eran claramente ilegales desde un principio. La respuesta es, obviamente, que nadie debería pasar por eso. Lograr que así sea está en manos de los senadores y diputados, que pueden legislar para que se privilegie la defensa del territorio por encima de los megaproyectos como Gunaa Sicarú. Hasta la fecha, sin embargo, y más allá de algunas declaraciones que se han quedado en eso, ni Morena ni ningún otro partido han respaldado sus palabras con acciones al respecto.
Otro punto clave es que, aunque la reforma energética de Peña Nieto haya sido terriblemente dañina, la crisis climática era y sigue siendo un problema terrible, la contaminación sigue haciendo estragos y hay que dejar de quemar combustibles fósiles. La solución a los despojos de megagranjas como la que padecía Unión Hidalgo no es redoblar la apuesta por el combustóleo, como ha planteado la secretaria de Energía, Rocío Nahle. La solución es, al contrario, olvidar los megaproyectos de todo tipo, sean petroleros, eólicos o solares, y apostar por la producción descentralizada de energía y combinar esta medida con la reducción de la demanda.
Más que ver repetir errores peñanietistas o seguir destruyendo el planeta como hará la apuesta petrolera, hay que ver la producción de energía como un problema de la fuente al destino y no como una fuente de riqueza simplemente. Hay que reducir la demanda y mejorar la oferta, porque si no, el planeta no aguantará mucho más sin degradarse a pasos cada vez más grandes.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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