Mientras el gobierno capitalino impide a las familias de personas desaparecidas apropiarse de una glorieta en Paseo de la Reforma, los buscadores se internan en calles habitadas por “otra gente” que no figura en las revistas, películas o promocionales turísticos; gente que duerme en parques o frente a las cortinas de algún negocio. Los buscadores miran con detenimiento sus caras: ¿Será este mi desaparecido?
Texto: Alejandro Ruiz
Fotos: María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO.- Aurea Rubí busca a su hijo, Jesús Armando Reyes Escobar. Él, Leonel Báez Martínez y Ángel Gerardo Ramírez Chaufón desaparecieron el 29 de noviembre de 2019. Los tres jóvenes eran trabajadores de un Sanborns, en la colonia Lindavista de la Ciudad de México. Los tres desaparecieron cuando salían de su trabajo.
Junto a ella, un grupo de familiares que también busca a sus seres queridos están frente al monumento a la Revolución. Aguardan, impacientes, a que les den indicaciones. En sus manos llevan carteles con sus rostros; fichas de búsqueda; rollos de cinta. Esta noche del 19 de mayo saldrán a recorrer las calles de la ciudad para encontrarlos.
Frente a ellas y ellos, un grupo de policías reposa sobre sus patrullas para acompañar el recorrido que harán por las calles del centro histórico. La brigada es coordinada por la Comisión de Búsqueda de la ciudad; por lo que, esta vez, las familias no saldrán solas.
Cae la noche y el grupo de familias se divide en dos secciones. Una parte recorrerá la parte norte del centro histórico; la otra se dirigirá al sur. Irán con la población en situación de calle, esperando encontrar respuestas en los rincones más oscuros de la ciudad.
Un joven duerme en el parque Tabacalera. Parece inconsciente. Su rostro es parecido al de una ficha de búsqueda.
El grupo de buscadores se percata de ello. Lo rodean. Comienzan a encontrar las similitudes en su rostro. Buscan las señas particulares.
“Debe tener una cicatriz en el pecho… Su pómulo está golpeado…. Hay que recordar que está más delgado, pues puede no estar comiendo bien”, dicen las familias buscadoras.
Mientras tanto, la funcionaria de la Comisión que acompaña el recorrido parece desconcertada. Toma una foto. Empieza a mandar información a sus superiores. Pareciera que nunca había estado en una situación así. Nadie sabe cómo actuar.
De pronto, la hermana de Yatzil Martínez Corrales, desaparecida el 27 de abril en Acapulco, Guerrero, se acerca al joven. Le llama por el nombre que aparece en la ficha de búsqueda que parece ser de él. Espera una respuesta.
“Alejandro, soy yo. Queremos hablar contigo. Tu familia te extraña”, susurra.
El joven se mueve. Reacciona a las palabras de la buscadora. La expectativa crece.
“Me llamo Giovany”, responde el joven, sin abrir los ojos. Un aire de desasosiego vuelve entre quienes integran la brigada. La búsqueda continúa.
Un par de pasos más adelante, sobre la México-Tacuba, una trabajadora sexual se acerca a la hermana de Yatzili.
“Creo que sí la hemos visto por aquí”, le dice.
La buscadora, sin inmutarse, saca su libreta. Apunta la información que le brinda la trabajadora sexual. Se despiden.
“Otra pista más”, dice.
Detrás de las luces de las grandes avenidas, se esconde un mundo ensombrecido. Rincones oscuros, inexplorados; habitados por “otra gente” que no figura en las revistas, películas o promocionales turísticos. Viven en las calles. Duermen en parques, o frente a las cortinas de algún negocio. Sus comedores son bancas, o las escaleras de alguna estación del metro. En su memoria, en sus recuerdos, la vida en la ciudad más grande del país es otra.
De noche, la ciudad es suya. La conocen. Son parte de ella. Tan solo en 2021, de acuerdo con datos de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad, existen casi 7 mil personas en situación de calle.
Muchas de ellas, precisan investigadores, pueden padecer algún problema cognitivo o de memoria. Algunas más pueden tener deteriorada su salud mental. Otras, pueden estar reportadas como desaparecidas.
“Aquí llega mucha gente… Vemos mucha gente… Déjanos el papel para pegarlo… Ten por seguro que lo vas a encontrar…”, le dice una mujer que duerme sobre la México-Tacuba a una de las buscadoras.
Surgen pistas, pero también dudas. No hay certezas. Datos al aire, que deben ser corroborados por las autoridades, quienes también, en sus libretas, apuntan la información que se está obteniendo.
Detrás de la comitiva de búsqueda, un grupo de policías capitalinos parece disperso. Hacen chistes. Miran, de reojo, a quienes por ahí transitan.
Un joven, que acomodaba una lona para dormir, luce molesto.
“Deberían decirle algo a los polis, ellos saben. Aquí llegan y te golpean porque estás en la calle, te llevan, ellos saben”, grita.
Después, recibe un volante con rostros de personas desaparecidas. Lo ve detenidamente.
“No reconozco a ninguno, pero si sé de algo les digo”, comenta calmado a una de las buscadoras.
El recorrido continúa. Y en cada punto grupos de trabajadoras sexuales, ambulantes o personas que pernoctaban en algún local se acercan. Muestran empatía. Quieren dar información, pistas, algo que pueda ayudar a encontrar a las y los desaparecidos.
“Pregúntale al de los caldos… Ve a este hotel… Se me hace conocido… Lo vas a encontrar”, les dicen a las familias.
Pero la emoción se contiene. Quienes buscan a sus familiares saben, que toda pista, indicio, comentario, debe ser corroborado.
“Sé fuerte, tenemos que tener cabeza fría”, le dice el señor Gerardo Ramírez a Aurea, a quien minutos antes le dijeron que habían visto a su hijo por la zona.
Gerardo es padre de Ángel Gerardo Ramírez Chaufón, uno de los jóvenes que desapareció el mismo día que el hijo de Aurea.
“Tiene que haber más coordinación entre la comisión de búsqueda y las familias. No es la primera vez que salimos a buscar con la gente que vive en la calle, pero se necesita ampliar este tipo de trabajos. Salir a otros lugares, no solo al centro. Se tiene que reconocer que en la ciudad sí hay desaparecidos”, dice mientras seguimos caminando.
Una hora antes, el nuevo titular de la Comisión de Búsqueda en la ciudad, David Serrato, le dijo a este reportero que “se está haciendo todo lo posible por atender los puntos rojos”.
Asimismo, funcionarios que acompañaban las labores de búsqueda afirmaron que hay disposición de hacer este tipo de acciones, “ahora, sin tanta burocracia”, dijeron.
Aurea Ramírez, sin embargo, piensa distinto. Ella, como decenas de familiares, estuvieron el día anterior en la glorieta de los desaparecidos que el gobierno capitalino cercó después de que las familias buscadoras la intervinieran con afiches y fichas de búsqueda.
Esa noche, Aurea lo dijo claro:
“El gobierno no quiere reconocer que aquí también hay desaparecidos, y eso obstaculiza las búsquedas en la ciudad”.
Un día antes de esta búsqueda, Aurea exigía justicia, junto a otras familias. Fueron a la glorieta rebautizada por los desaparecidos. La intervinieron. Encendieron luces por las más de 100 mil personas que, hasta hace unos días, habían sido reportadas en el registro nacional de personas desaparecidas.
Ahí, con brochas y botes de pintura, pintaron la escalofriante cifra. También volvieron a pegar las fichas de búsqueda y a gritar los nombres de sus familiares.
“No venimos de ningún partido político, o por algún funcionario; somos familias que, de manera independiente, venimos aquí a expresar nuestra indignación, pues hemos rebasado ya los cien mil desaparecidos”, dijo en entrevista Yadira González, integrante del colectivo Hasta Encontrarles.
Yadira busca a su hermano, Juan González, quien desapareció en el estado de Querétaro en el 2006.
“Parece que el presidente vive en un mundo de hadas (…) dice que ahora se incrementó la cifra porque la gente reporta más… pero sabemos que la cifra real es el doble o el triple de lo que se reporta oficialmente. Es una tragedia”, expresó.
Como Aurea, Yadira no está de acuerdo con las acciones del gobierno capitalino. La intención de apropiarse de la glorieta es para denunciar que en México, en la ciudad, en los estados, hay desapariciones.
“No se debe ocultar (…) nosotros no estamos en desacuerdo en que ahora esto se llame la glorieta del ahuehuete, como lo ha dicho la jefa de gobierno, queremos que sea la glorieta del ahuehuete de los desaparecidos. Se tiene que visibilizar esto para que pueda haber acciones concretas”, afirma.
Asimismo, asegura que la jefa de gobierno de la ciudad, Claudia Sheinbaum, no se ha acercado a dialogar con las familias de buscadores y buscadoras. Eso, argumenta, “demuestra que no hay voluntad por atender los casos”.
Yadira concluye:
“Nosotros vamos a seguir buscándolos, hasta encontrarlos”.
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