Una comunidad otomí en el occidente del estado de Michoacán, junto a la frontera con el Estado de México, busca encontrar el balance entre la siembra de aguacate y la conservación de su bosque
Texto y fotos: Rodrigo Caballero
ZITÁCUARO, MICHOACÁN.- Hay un lugar en Michoacán donde la historia del aguacate se cuenta de manera distinta, en esta comunidad el oro verde no llegó a devastar el bosque sino que terminó salvándolo de su extinción.
Durante los últimos 20 años, los aguacateros cambiaron el paisaje de esta localidad con reforestaciones que alcanzan los 40 mil árboles anuales y en la actualidad tienen planes para colocar un vivero que traiga más plantas a su devastado bosque.
Aquí la principal preocupación es el agua y la mayoría de los habitantes entendieron que la única forma de atraerla es con más árboles, por lo que cientos de personas trabajan diariamente para mantener las hectáreas verdes que les corresponden.
Los comuneros no están preocupados por los incendios provocados para acelerar el cambio de uso de suelo sino por las reforestaciones con las que buscan duplicar el número de árboles, además la transición al aguacate orgánico para hacer más saludable este producto.
Así es como esta comunidad otomí parece navegar a contra corriente en un estado arrasado por la expansión del oro verde a lo largo de casi todo su territorio; esta es la historia del lugar donde el aguacate salvó al bosque.
Entre 1970 y 1985 no se le podía llamar bosque a lo que había en la comunidad indígena de Carpinteros, ubicada en el municipio de Zitácuaro, al occidente del estado de Michoacán de Ocampo.
La mejor forma de describir lo que sucedía por aquí era como un ecocidio provocado por la tala inmoderada.
Ante la falta de una fuente de trabajo estable, los pobladores habían talado el cerro para vender la madera en los municipios vecinos de Angangueo y Ocampo, provocando que decenas de hectáreas de bosque se perdieran en menos de 15 años.
Miles de pinos, encinos y cedros fueron derribados para que las familias de esta población de menos de mil habitantes tuvieran un ingreso económico, arrasando casi con la mitad de las 223 hectáreas de bosque que le corresponden a esta localidad.
Poco a poco, los comuneros empezaron a repartirse el terreno que iban desmontado para usarlo como tierras de cultivo, incluso en zonas ubicadas en el área de amortiguamiento de lo que ahora es el Santuario de la Mariposa Monarca.
“Aquí el bosque se terminó por completo, antes la gente de esto se mantenía no había trabajo y la gente se dedicó a talar el bosque y llegó el tiempo de que no había madera”, dijo Reynaldo Ávila Guzmán, habitante de esta localidad ubicada en la frontera entre Michoacán y el Estado de México.
Reynaldo recuerda cuando intentó dedicarse a la tala de madera, una práctica que entre los habitantes de la región se conoce como “trabajar el bosque” pero cuando quiso integrarse a esta actividad laboral ya no había mucho bosque que trabajar.
Para cuando tenía 12 años, Reynaldo subía diariamente a buscar árboles para la venta de tablas y tablones, pero había cada vez menos, hasta que un día simplemente dejó de verlos y se tuvo que dedicar a otra cosa.
Sin bosque ni trabajo, la población de Carpinteros se desplomó rápidamente, decenas de hombres y mujeres migraron a la Ciudad de México y a los Estados Unidos en busca de empleo, la mayoría no regresó sino hasta 15 años después.
“La gente empezó a salir a buscar trabajo a otro lado, empezó a migrar, porque el bosque completamente se terminó”, aseguró Reynaldo, “la decisión de las personas fue que ya no bajáramos árboles porque ya no había madera, yo también me fui a México a trabajar porque aquí no había nada”.
Otros migraron hacia los Estados Unidos desde donde llegaba el dinero que poco a poco sacó a la comunidad del bache económico en el que se encontraba, como es el caso de Agapito Ávila Garduño, quien actualmente es miembro del consejo de vigilancia de la comunidad de Carpinteros.
“Allá andábamos en el campo, mandábamos dinero para la familia, nos fuimos acomodando en varias partes de los estados unidos, poco a poco, íbamos sacando adelante a la familia y pues, con sacrificios, prácticamente logramos algo”, dijo.
Pero Agapito aseguró que los migrantes trajeron más que dinero de remesas, además encontraron que los norteamericanos estaban particularmente atraídos por un producto mexicano que terminaría por transformar la cara de la comunidad de Carpinteros: el aguacate.
Al igual que regiones como Uruapan, Tancítaro y Peribán, para finales de la década de los 80 en Zitácuaro los productores estaban cortando sus árboles de aguacate porque en primer lugar nadie quería comprarlos y en segundo el consumo de agua de esta planta era exorbitante: un aguacate “toma” el agua que recolectan 10 pinos.
Pero todo cambió con la llegada del Tratado de Libre Comercio (TLC), de la noche a la mañana el aguacate mexicano se convirtió en un producto de primera necesidad para una hambrienta población norteamericana y Zitácuaro se colocó como uno de los municipios que podían competir en ese mercado.
La comunidad de carpinteros no tenía aguacates antes del año 2000, sus principales cultivos eran el maíz, el frijol y la avena solamente para el autoconsumo, pero en menos de 4 años la mayoría de los agricultores estaban produciendo aguacate.
“Cambiaron los terrenos de cultivo de maíz por aguacate y así empezaron a tener nuevos ingresos y ahorita gracias a Dios el aguacate nos ha estado ayudando porque de esa manera el bosque ya no lo tocamos”, dijo Reynaldo Ávila Guzmán, comunero de la localidad.
La mayoría de las zonas de siembra de aguacate se ubican cerca del centro de la población y junto a la carretera que la comunica con la cabecera municipal de Zitácuaro, sin embargo, también hay algunas huertas en la parte boscosa, un amargo recuerdo de cuando los comuneros se repartieron las tierras que habían adquirido luego de la tala indiscriminada en la década de los 80.
Ahora, los pobladores confían en que el aguacate garantizará que las personas ya no tengan que cortar madera para sobrevivir, lo que genera la recuperación del bosque en esta localidad, donde se ubica una parte de la Reserva de la Biosfera de la Mariposa Monarca.
“Un bosque se regenera habiendo uno que otro árbol de los grandes, estamos viendo que sí porque en la parte más alta todo el bosque se ha regenerado solito, solamente hacemos trabajos para conservar”, dijo Reynaldo Ávila.
El boom aguacatero de la comunidad -alimentado por el dinero de las remesas- provocó que varios de sus pobladores regresaran a Carpinteros, donde actualmente viven unas 891 personas, 433 hombres y 458 mujeres de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Ahora el aguacate es el principal producto de la comunidad, generando un auge económico que no se había visto en décadas, sin la necesidad de volver a depender de la tala para sostener a las familias que viven en Carpinteros.
Entre 1985 y 2000, el bosque en la zona núcleo (donde se instala la mariposa monarca) de la reserva se ha recuperado de manera natural sin la intervención de los comuneros, mientras que la zona de amortiguamiento comenzó a ser reforestada a finales de 2005.
Sin embargo, la llegada del aguacate también provoca preocupación entre los comuneros indígenas, ya que ninguno ignora que esta planta consume mucha agua y este recurso siempre ha sido escaso entre los pobladores de Carpinteros.
“Ahora vemos que también tiene sus problemas, por ejemplo, a nosotros nos preocupa el bosque porque aquí es donde tenemos nuestros manantiales, la prioridad de nosotros es que los escurrideros del bosque sigan, si no nos vamos a quedar sin agua”, dijo Reynaldo Ávila.
Para asegurar que los manantiales y los veneros de agua se mantengan con un flujo constante, los pobladores primero tienen que solucionar el problema que crearon en la década de los 80, para recuperar los árboles que alguna vez talaron casi hasta el exterminio.
Aunque en Carpinteros ya nadie habla otomí, ni se practican muchas de las tradiciones indígenas que antes se llevaban a cabo, la mayoría de sus habitantes se siguen viendo como descendientes de los primeros pobladores de esta región del centro de México.
De acuerdo con Eloy Garduño Alvarado, comisariado de bienes comunales, uno de los legados que buscan mantener como comunidad indígena es el apego al bosque, como uno de los elementos más importantes para la supervivencia de sus habitantes.
“Lo que queremos hacer es dejarles un lugar mejor a nuestros hijos, para las familias que viven aquí y las nuevas generaciones, tenemos que trabajar para reforestar y dejar que el bosque nos dé lo que necesitamos para sobrevivir”, aseguró.
Con el apoyo de programas de reforestación del Gobierno del Estado y el Gobierno de Zitácuaro, así como organizaciones civiles como Alternare A.C., los pobladores de Carpinteros lograron reforestar más de 40 mil árboles tan sólo en el 2020 y 2021.
Por quinto año consecutivo, los comuneros indígenas lograron concluir dos etapas de reforestación de 20 mil árboles cada uno, con una supervivencia mayor al 80 por ciento, es decir, casi 9 de 10 árboles plantados sobrevivieron.
“Los de Alternare y los gobiernos se quedan sorprendidos cuando ven nuestros niveles, ahora sí que el alumno superó al maestro”, dijo orgulloso el comisariado, a sabiendas que los expertos consideran una reforestación muy exitosa cuando tuvo una supervivencia de apenas un 75 por ciento.
La mayoría de los árboles que se colocan en las reforestaciones provienen de Macho de Agua, Ocampo y Angangueo, donde los comuneros han logrado el acceso a programas de conservación ambiental de los tres niveles de gobierno.
Las dos principales especies que se siembran son el pinus pseudostrobus, también conocido como pino lacio o pinabete que crece alto y con poco follaje; así como el pinus devoniana, también conocido como pino michoacano o pino blanco que crece a lo ancho y es chaparro.
Sin embargo, muchos de los árboles se estresan al ser trasladados de un lugar a otro y pueden morir si no se adaptan a las nuevas condiciones climáticas a las que son sometidos durante las reforestaciones.
“Es bien difícil trasladar la planta, es bien complicado acomodarla y se maltrata, la mata de pino se estresa, lo que queremos es que la planta ya esté aclimatada para meterla, así como va a las áreas que hay que reforestar”, dijo Eloy Garduño.
Para lograr esto, la comunidad está trabajando en un vivero propio que comenzó a construir a mediados de 2020, cuando adquirieron más de 12 mil semillas que se han transformado en pequeñas plantas que dentro de dos años cubrirán el bosque de Carpinteros.
Como comisariado de esta localidad, Eloy Garduño aseguró que la meta del vivero es tener otros 12 mil árboles para 2022 a fin de que sea la propia comunidad la que genere sus propios pinos, sin depender de los programas de gobierno.
De esta manera Carpinteros busca que cada año se coloquen al menos 40 mil árboles nuevos, en su mayoría provenientes de su propio vivero para evitar que las plantas mueran en los traslados o intentando adaptarse al clima del lugar.
“Con los que tenemos no es suficiente, esa cantidad de árboles se va a utilizar para pocas áreas que tenemos, pero nos van a faltar más, esto no se acaba, al contrario, entre más se mete uno a revisar van saliendo más lugares donde dice uno ‘híjole ahí me faltó uno’”, aseguró Eloy Garduño.
En 2019, la comunidad de Carpinteros comenzó a cortar madera nuevamente como parte de un programa de aprovechamiento forestal en el que tienen permitido cortar árboles viejos y enfermos durante 10 años.
Reynaldo Ávila, quien antes se desempeño como comisariado de bienes comunales, aseguró que este permiso tiene la intención de abrirle paso a las nuevas generaciones de árboles que se van reforestando y eliminar las plagas que afectan a las áreas verdes.
Sin embargo, también hay una parte de la población de Carpinteros que considera un error volver a “trabajar el bosque” pues es una tentación constante la repartición de tierras para el plantío de aguacate.
“Yo creo que sí es importante que ya no se toque el bosque, hace unos meses anduvieron bajando mucho trozo que nada más veíamos como pasaba por aquí y la verdad es que no se nos avisa y no sabemos para qué se usa el dinero que sale de la venta de madera”, dijo uno de los habitantes.
Ante las dudas por la falta de transparencia de las autoridades comunales, Agapito Ávila Garduño, representante del consejo de vigilancia, aseguró que todas las decisiones se toman en las asambleas generales con acuerdos en los que participa toda la comunidad.
“Sabemos que hay gente que no está de acuerdo en que se aproveche el bosque, pero hay que hacerle entender que ya no es cortar nomás por cortar, prácticamente nos estamos llevando el árbol enfermo y dejando los sanos para que siga creciendo”, dijo Agapito.
Su trabajo consiste en realizar recorridos al menos dos veces por semana en toda el área boscosa de Carpinteros, desde el área de amortiguamiento hasta la zona núcleo, donde cada año arriban mariposas monarca.
“Aquí arriba no se toca para nada, en el núcleo solamente se hace la limpieza, andamos chaponeando y subimos para hacer las brechas cortafuegos, esas nos ayudan a que si se presenta un incendio no se pase para todos lados”, dijo Agapito.
En un recorrido por la zona, el representante del consejo de vigilancia aseguró que la nueva forma de “trabajar el bosque” ya no es talándolo sino cuidándolo, ahora las faenas comunitarias están enfocadas en limpiarlo para evitar incendios y vigilarlo para evitar que personas ajenas al lugar empiecen a bajar madera.
El cuidado del área boscosa implica hacer recorridos en el monte, revisar los linderos con las comunidades vecinas, participar en los trabajos de reforestación y limpieza, así como supervisar el trabajo de las personas que participan en las faenas.
“Todos los que tengan de 18 años para arriba tienen que participar, aquí nada de que nomás los que somos comuneros, aquí todos los mayores de 18 años y hasta 60 años tienen que hacer su trabajo para que se ganen su derecho”, dijo Agapito.
En la comunidad hay 224 comuneros, quienes tienen derecho sobre las tierras de Carpinteros, pero también la obligación de cuidar los árboles para garantizar el agua en esta localidad indígena.
“El bosque nos genera agua, nos genera oxígeno, prácticamente tenemos todo con el bosque, porque imagínese si nos vamos a la ciudad pues no la hacemos, allá todo lo tienes que comprar y aquí tenemos agua, tenemos leña, tenemos todo lo que queramos”, dijo.
Cuando se le pregunta a Agapito que piensa de las decenas de incendios forestales que ocurren diariamente en Michoacán, con la finalidad de alterar el suelo para la siembra de aguacate, su respuesta es una advertencia:
“Mi recomendación es que si tienen bosque que lo cuiden, si tienen bosque y no lo cuidan prácticamente todos los veneros de agua se vienen abajo, los que están talando pues no saben lo que están haciendo porque se les va acabar el oxígeno, se les va a acabar el agua, se les va a acabar todo lo que produce el monte”.
Uno de los nuevos retos para los comuneros de Carpinteros es cambiar sus huertas por aguacate orgánico, un proceso que tarda de 3 a 5 años mientras las plantas y el suelo se “desintoxican” de los químicos que se utilizan para sembrar el oro verde.
El primero que comenzó esta práctica fue don Guadalupe Garduño Velázquez, quien anteriormente se desempeñó como comisariado de bienes comunales y ahora solamente se dedica a su huerto de aguacate.
“Decidí hacer el cambio por que los químicos hacen mucho daño, a los trabajadores y al medio ambiente, también para sacar más producto sano para que no se enferme la gente”, dijo Guadalupe Garduño.
Don Guadalupe aseguró que en la localidad abundan las enfermedades respiratorias recurrentes sobre todo en los niños, debido a la gran cantidad de pesticidas, foliares, fungicidas, fertilizantes y químicos que se utilizan.
Luego de fumigar, Don Guadalupe dice que sufren de irritación en la nariz, les lloran los ojos, tienen comezón y sarpullido en la piel, así como mareos y dolor de cabeza; en especial si no se utilizan equipos de protección adecuados.
“Hay productos muy fuertes que a veces fumiga uno y ya no están permitidos, pero a veces los que venden los agroquímicos te los venden y si uno no conoce termina comprando y son como bombas para el ambiente”, dijo Guadalupe.
Por eso decidió cambiar su huerta para certificarla como aguacate orgánico, a sabiendas de que su producción bajará hasta en un 20 por ciento y que sus productos terminarían siendo menos apetecibles estéticamente y, por lo tanto, más difíciles de vender.
Hasta que no logre la certificación adecuada, Guadalupe está en el limbo, porque no puede exportar su producto ni venderlo con la etiqueta de “orgánico”, lo que termina mermando sus ganancias mientras realiza la transición a huertos orgánicos y sustentables.
“No todo es el dinero, vale más la salud, porque cuando uno tiene ya uno una enfermedad terminal o un cáncer ya muy avanzado pues ni, aunque tenga todo el dinero del mundo se cura, yo creo que aquí vale más la salud, al cabo el día que uno se va no se lleva más que un puño de tierra y pues lo importante es vivir la vida sanamente”, aseguró.
Eloy Garduño Alvarado, comisariado de bienes comunales de la comunidad indígena otomí de Carpinteros, aseguró que son apenas cinco los productores que ya se mudaron a huertas orgánicas pero la intención es que toda la comunidad lo logre en los próximos años.
Luego de ver como las enfermedades respiratorias aumentan entre la población, en especial en los niños y menores de edad, los pobladores decidieron que cambiar por productos orgánicos es la mejor forma de proceder.
En lugar de pesticidas y químicos, los productores ahora hacen sus propios productos para ahuyentar las plagas usando plantas como chile, cebolla y tabaco, que a pesar de ser muy fuertes no tienen los efectos en la salud de sus contrapartes químicos.
“Sí sales cuando los están poniendo pues sí te pega, sobre todo los de chile o cebolla que sí te irritan, pero pasa una hora y ya, no queda el residuo, porque el químico luego tarda uno hasta 15 días en poder entrar a las huertas”, dijo Eloy Garduño.
Otra de las ventajas es evitar la muerte de cientos de abejas, ya que una parte de la población todavía tiene colmenas para la producción de miel, que estaban en peligro por el uso de agroquímicos.
Apoyados por asociaciones como Alternare, los productores como Don Guadalupe ahora trabajan sus propias ecotecnologías con la finalidad de tener huertos orgánicos y poder vender sus productos a un público totalmente distinto.
“La verdad es que es más trabajo porque las plagas son más agresivas sin los químicos, pero creo que vale la pena, lo que estamos viendo es que es el futuro y nosotros tenemos que encaminarnos hacia allá, poco a poco vamos a ir adaptándonos para no quedarnos atrás”, concluyó Don Guadalupe.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona