Los datos confirman el crecimiento de suicidios de niñas, niños y adolescentes en México: tres cada día en el último año. Especialistas exploran qué pasa cuando un niño dice ‘no quiero vivir’ y ofrecen opciones para detectar intenciones de suicidio
Texto: Daniela Rea
Foto: Héctor García / Vanguardia
CIUDAD DE MÉXICO.- La Encuesta Nacional de Salud (ENSANUT), en su edición continua por covid-19, reveló que durante 2020 1,150 niñas, niños o adolescentes en México cometieron suicidio. Tres niñes y adolescentes cada día, un 12 por ciento más que el año 2019.
“¿Por qué un niño querría morir?”, se pregunta Áurea Xaydé Esquivel Flores, en el artículo “No fue un accidente”, publicado en la Revista de la Universidad. “La respuesta es complicada, por un lado, porque todo depende de la noción que el sujeto tenga de la muerte, la cual tiende a modificarse con la edad, de manera que no todo niño que se mata es suicida, pues no todos lo hacen deliberadamente y con la conciencia de terminar con sus vidas de manera definitiva”.
En cambio, cuando la claridad de acabar con la vida de manera definitiva está presente, continúa Áurea Esquivel, las principales razones son de tipo social (familias fragmentadas, violentas, abuso sexual, hostigamiento, la pérdida de un familiar) y, en menor medida, de tipo clínico (esquizofrenia, bipolaridad, desórdenes de personalidad). Los niños lo intentan más, las niñas tienen más éxito. “La respuesta es brutalmente sencilla, por otro lado, porque el mundo ofrece muchos motivos muy reales para sentir que la vida es demasiado terrible como para soportarla”.
La estrategia de contención de la pandemia implicó el cierre de los espacios de convivencia para niñes y adolescentes, escuelas, parques, bibliotecas, plazas públicas, lo cual mermó la interacción con sus iguales, el compartir sus conocimientos y aprender de sus compañeres, y la posibilidad de aprender a resolver conflictos.
El impacto emocional del encierro y del aislamiento se alcanza a advertir en el incremento del suicidio infantil y adolescente.
El terapeuta Juan Antonio Ortega, especialista en las prácticas narrativas, plantea que desde esa disciplina el suicidio debe dejar de mirarse “sólo desde un enfoque individual, que es la narrativa dominante, donde se mira desde los trastornos emocionales: ansiedad o depresión. El problema de una persona se coloca muchas veces en lo psicológico o fisiológico: muchas veces se explica que una mala o baja regulación en serotonina o dopamina, la depresión puede llegar al suicidio; o la depresión o ansiedad que no pueden manejar, pero siempre se individualiza: el niño, niña, adolescente que no está sabiendo responder a la vida”.
“Es importante que nos cuestionemos que no es una cuestión individual, el suicidio es reflejo de inequidades estructurales y factores que hay que visibilizar: hay factores sociales, políticos, económicos que están presentes. Estamos en un sistema económico desigual que deja pocas opciones a niñas, niños y adolescentes y aunque hay discursos, sobre los derechos de ellos, ellas, no se habita en políticas públicas”, dice Juan Antonio Ortega.
“El adultocentrismo es un sistema hegemónico donde hay una relación asimétrica entre los adultos que ostentamos el poder y los modelos de referencia, donde sólo nuestra voz es legitimada y entonces desde el adultocentrismo excluimos, legitimamos, deslegitimamos la mirada de niñes y adolescentes”.
Entre esos factores socioeconómicos que menciona Juan Antonio está el aislamiento y fragmentación de la vida comunitaria, por ejemplo.
“Habría que hablar de diferentes condiciones sociales para las infancias, de sistemas económicos, todos estamos trabajando y sólo volvemos a dormir, las ciudades dormitorio ya no están sólo en las periferias, y los niños están solos, desatendidos”.
En sus conversaciones, Juan Antonio ha recibido a adolescentes que han planteado a sus familias su deseo de no querer vivir.
“He conversado con chicos que me han dicho: `junté a mis papás y les dije que ya no quería vivir´. Algo que pasa es que creo que es importante mirar a los niños desde sus narrativas. Nosotros tenemos ya como catálogos preestablecidos de lo que es la ansiedad, la depresión y no nos ponemos a explorar, a investigar, a descubrir cuáles son los códigos, las formas que están usando”, dice Juan Antonio.
“Cuando este chico (de 16 años) les dice que ya no quiere vivir, los adultos pensamos en la muerte y suicidio y conversando con él, lo primero que me llamó la atención es cómo él juntó a la familia, a la hermana mayor, papá y mamá; su familia estaba en sus ocupaciones y voltean a él respondiendo desde el miedo, al grado del hostigamiento. Lo que él necesitaba expresar era el cansancio de la pandemia, de la soledad”.
Otro caso que recuerda Juan Antonio es el de un niño de 12 años que también manifestó su deseo de no vivir más, extrañaba a sus amigos.
“Es importante explorar con ellos lo que es morir: el deseo de lo que es estar en un espacio seguro, tranquilo. Morir no significa lo mismo para todos”.
A veces el deseo de morir es una resistencia a las estructuras del mundo adulto, dice Juan Antonio. “La soledad, los problemas sociales, culturales, políticos, se le cargan a la infancia y además se les deja la tarea de resolverlos solos, vas a terapia, que el psicólogo te quite esto. El mundo adulto no se cuestiona la dinámica familiar, social, estructural, sólo se le cuestiona al niño por qué está haciendo lo que está haciendo”.
—¿Qué pasa desde el momento en que el niño dice no quiero vivir (quiero estar en un lugar seguro) hasta la decisión de hacerlo?
—Eso me lo pregunté a mis 14 años que murió mi amigo de la secundaria, se colgó. Me parece que siempre estamos buscando muchas respuestas y muchas son permeadas desde la culpa individualizada: el niño carga, la familia carga, pero nunca se cuestiona todo el contexto. Para que alguien llegue a cometer suicidio es porque hay pocas posibilidades o pocas redes que sostengan a nuestros niñas, niñas y adolescentes. Los adultos no leemos otros códigos porque sólo la mirada adulta es legítima y me parece que el niño pasa al acto, lo mira como una opción porque no quieren sentir lo que ellos están sintiendo. En ese sentido no es una “puerta fácil”, es una resistencia a este abuso de poder adulto: una forma de decir que no estoy de acuerdo con el mundo adulto y me parece que se dan avisos, pero no escuchamos esas voces.
—¿Cómo escucharnos, acercarnos?
—Explorar, tratar de conocer el mundo de los niños y adolescentes, sus formas, sus códigos: si ellos son expertos en sus vidas preguntarles cómo están, y creerles. Más que echarnos discursos adultos, hay que preguntar, preguntar, preguntar, creerles, que nos vayan compartiendo su mirada del mundo y a partir de sus narrativas explorar y acompañarlos desde su mirada del mundo.
*Cuestionar nuestra forma de relacionarnos con los niños y adolescentes para acercarnos a ellos, porque puede ser que estén dando señales y como no están en nuestros códigos, como su voz no está legitimada, les castigan, les golpean, les regañan para que ya no se corten (cutting), esos códigos no son escuchados, y las infancias son otra vez violentadas, castigadas.
* No ver el suicido desde una cuestión moral como “la puerta fácil, la salida falsa”, son narrativas que tienen que ver con la moral.
*Visibilicemos el adultocentrismo que vivimos, las infancias son personas completas y su voz debe ser escuchada, legitimada.
*Es importante inmiscuirse en los procesos de las infancias, no sólo enviarlos a terapia a ellos que “son el problema”.
Si identificas alguna de las señales o conoces a alguien que esté en peligro:
*Llama a la LÍNEA DE LA VIDA del CONADIC 800-911- 2000, funciona las 24 horas de los 365 días del año a nivel nacional. Allí te atenderá una persona especialista y al final te ofrecerán información sobre centros especializados de tratamiento.
*Comunícate o escribe al CHAT DE CONFIANZA del Consejo Ciudadano que a través del programa ¡Sí a la Vida!, ofrece servicio psicológico gratuito las 24 horas de los 365 días del año a nivel nacional. El número telefónico es: 55-5533-5533
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Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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