10 septiembre, 2021
Del mal llamado Woodstock mexicano, todos sabemos que una chava se encueró y que en algún momento cortaron la luz. Pero poco o nada se dice de la música que los grupos tocaron. Este sábado se cumplen 50 años
Texto: Uriel Salmerón
Fotografía: Cortesía archivo Excélsior
CIUDAD DE MÉXICO.- Ahora resulta que todos fueron a Avándaro. Hasta el Perro Bermúdez anduvo en esa bacanal de “pelos, mugre, sangre y muerte”, como tituló la revista Alarma! en su número 439. El mito del Festival de Rock y Ruedas se hace más grande con cada año que pasa y este 11 de septiembre cumple 50: oficialmente es un mitote. Del Woodstock mexicano, como lo han motejado varios escritores y periodistas, se ha dicho prácticamente todo en este tiempo, pero de la música que sirvió de soundtrack incidental en la peda de más de 200 mil jipitecas en Valle de Bravo no se ha dicho lo suficiente.
A principios de los 70, con el recuerdo de la masacre estudiantil de Tlatelolco aún fresco, la música romántica de Los Ángeles Negros, Raphael, José José, Juan Gabriel, Napoléon, Imelda Miller, Lupita D’Alessio y Gualberto Castro se escurría dulce por todas las frecuencias de radio y los canales de televisión. Para 1971, un año marcado por la aparición del Chavo del Ocho, la matanza del Jueves de Corpus y la figura heroica del Mantequilla Nápoles, el rock and roll mexicano dejó de ser un inofensivo pan con mermelada (y un poco de amor) para volverse macizo y lisérgico.
En el ambiente loco y juvenil de la primera generación de gringos nacidos en México, Carlos Monsiváis dixit, permeaban las ideas amorosas del hippismo —con todo y su revolución sexual—, la experimentación psicotrópica y la literatura de La Onda. Las bandas de rock de principios de los 70, a diferencia de sus antecesores, como Enrique Guzmán, los Teen Tops, Angélica María, César Costa o Los Rockin Devils, dejaron de lado los covers y comenzaron a componer música original y en inglés.
La Onda Chicana, como bautizaron a esa corriente heterogénea de bandas de rock mexicanas, se distinguió principalmente por su sonido metálico y distorsionado, además de letras más provocativas y menos ñoñas que las de las bandas de la década pasada. En esta nueva oleada los Chícharos dulces (Los Rockin Devils) se transformaron en Mari-mariguana (Peace and Love), el Hombre respetable (Los Hitters) se alivianó tras fumar Acapulco Golden (Ciruela) y hasta Popotitos (Teen Tops) le rezó a Satanás (El Ritual).
“La historia del rock en México comenzó a finales de los cincuenta cuando empezaron a aparecer los grupos fresas que tocaban un rock muy dulce y le cantaban al amor. En Avándaro comienzan a tocar los grupos más pesadones”, me cuenta Luis de Llano Macedo en una videollamada. El productor de grupos como Timbiriche y autodenominado “rockero frustrado” fue el principal organizador del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. El concierto de rock originalmente estaba pensado para amenizar una carrera de autos, pero esta nunca se llevó a cabo.
“En Avándaro había una influencia en esos momentos muy funky, todos querían ser Blood, Sweat and Tears (banda que fusionaba jazz, blues y rock). Todos querían ser bandas de metal”, menciona el hombre ligado a varios de los proyectos más exitosos de Televisa en el siglo pasado. “Estos sonidos pesados que empiezas a escuchar comienzan a desarrollarse.
El primer guitarrista pesadón que oí en mi vida fue Javier Bátiz, aunque no lo creas. Aunque no cantaba heavy metal, sus guitarras, sus requintos eran espectaculares. Tocaba de una forma increíble”, dice de Llano sobre uno de los músicos más influyentes de aquella época que, irónicamente, no tocó en el festival.
Javier Bátiz y La Revolución de Emiliano Zapata, probablemente dos de los actos más reconocidos del rock mexicano de principios de los 70 no tocaron en el festival. Quienes sí estuvieron, en cambio, fueron El Ritual, Bandido, Los Dug Dugs, El Epílogo, La División del Norte, Peace and Love, Tequila, El Amor, Three Souls in my Mind, Los Yaqui y Tinta Blanca. Los tijuanenses Love Army estaban programados para tocar, pero se quedaron varados en la carretera rumbo al festival.
Un puñado de estas agrupaciones estaban influenciadas por el groove de bandas como Canned Heat, el sabor de Chicago y la superguitarra latina de Carlos Santana. Otras incorporaban en su música algunos elementos del rock progresivo de King Crimson o el rock pesado de Led Zeppelin y Deep Purple. El común denominador de la Onda Chicana es que todas las bandas tocaban música original, cantaban en un inglés machucado y buscaban distanciarse de la generación y el sonido que los precedió.
“Las letras eran diferentes, los contenidos eran diferentes. La bataca sonaba de otra manera, sonaba más fuerte. El rock se volvió algo más pesado que impactaba a la gente en forma diferente. Fue un cambio radical cómo sonaba una banda, cómo sonaba un bajo, cómo sonaba una guitarra eléctrica. El nivel de cómo estaban tocando los grupos y lo que estaban diciendo en sus letras y lo que estaban sonando ya era otro mundo completamente”, agrega Luis de Llano.
En alguna entrevista, Jaime López, uno de los compositores más originales del rock mexicano y autor de “La Chilanga Banda”, me contó que su experiencia como asistente al Festival de Avándaro no había sido una muy estimulante que digamos. El músico tamaulipeco esperaba que el Woodstock mexicano tuviera la misma apertura artística que el Woodstock gringo había tenido un par de años antes. En la bacanal gabacha confluyeron propuestas tan disímiles como The Who, Jefferson Airplane, Ravi Shankar, Jimi Hendrix, Joan Baez, Credence Clearwater Revival y Janis Joplin.
López comentó en aquella entrevista que esperaba un concierto plural y variadito en Avándaro. Pero eso no pasó. En el festival de su imaginación, por ejemplo, Jaime quería ver en el escenario a Óscar Chávez, ‘El Caifán Mayor’, un músico abiertamente de izquierda y con la protesta grabada en su escudo de armas. Pero este no estuvo. Los Folkloristas —un grupo especializado en la ejecución de música tradicional de Latinoamérica—, me dijo, habrían sido una gran adición al festival. En su debraye, el cantante tamaulipeco se fue más lejos y se imaginó a Rigo Tovar tocando en el concierto de Valle de Bravo.
En Woodstock hubo rock, en todas sus expresiones y bifurcaciones, pero también se escuchó blues, folk, música indostaní y jazz. El ánimo era otro. Hendrix tocó el himno estadounidense como un blues distorsionado en protesta contra la guerra de Vietnam. En el Woodstock mexicano, a pesar de los motivos recientes, no hubo manifestaciones ni posicionamientos explícitos contra el gobierno. Quizás la aglomeración de más de 200 mil jóvenes tres meses después del Halconazo ya era en sí misma una declaración política que no necesitaba más.
Al final, en palabras de López, en lo musical, el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro no fue más que un “embotamiento de rockers para rockers y por rockers”.
Algunas postales del concierto masivo, como la fotografía de la Encuerada de Avándaro o la figura tenaz de Alejandro Lora, se inmortalizaron y siguen vigentes 50 años después. No obstante, con la música del festival no pasó lo mismo. “El problema de Avándaro fue que con los grupos no pasó nada. No había un movimiento suficientemente sólido para decir: va a estar esta banda y este grupo va a volver locos a todos”, confiesa Luis de Llano.
Exceptuando a Three Souls in My Mind, el grupo de Lora, que entonces cantaba en inglés y tenía que ver más con Grand Funk Railroad y el Blue Cheer que con lo que desarrollarían años después en “Abuso de autoridad” y “Perro negro y callejero”, parece que ninguno de los grupos de Avándaro, a pesar de su calidad, logró dar el siguiente paso. Ya sea por la falta de espacios en radio y televisión o la marginación a los hoyos funky — bodegones, fábricas abandonadas o cuartuchos en que se hacían conciertos clandestinos—, las bandas se vieron forzadas a disolverse, luchar con todo en contra o cambiar su estilo musical.
“Sólo los que se adaptaron pudieron continuar. Como la Revolución de Emiliano Zapata, que cambiaron de tocar rock a tocar baladas románticas. Mucha gente dijo que eran traidores, sí, pero también era gente que vivía de la música, de eso comían. Si no hacían eso, les iba a pasar lo que le pasó al 90 por ciento de los músicos de rock de esa generación”, señala Víctor Moreno, un historiador práctico del rock mexicano que vivió el festival de primera mano.
La Onda Chicana nació y murió con Avándaro, dice Moreno, quien a los 17 años era roadie —es decir, ayudaba a transportar los instrumentos y con todo lo que el grupo necesitara— de El Ritual. A 50 años, Avándaro es sinónimo de la represión, claro, de la rebeldía, quizás, del exotismo y el morbo que se vio en los medios, pero lamentablemente para las agrupaciones que participaron en su tarima, la música pasó a segundo o tercer término.
“El espectáculo era más la gente que los mismos grupos. De los grupos que tocaron ahí, la voz de Lora era la que más sonaba”, apunta de Llano Macedo. Three Souls In My Mind fue de las bandas que optaron por resistir y luchar cuando la cosa pintaba peor. El grupo chilango recorrió completito el circuito de los hoyos funky y ganó una base muy sólida de seguidores en esos años clandestinos. Una década y media después, ya como El Tri y cantando en español, el grupo de Álex Lora pudo romper el techo y logró el reconocimiento en el mainstream, el reconocimiento por el que pelearon desde los márgenes. Pero su caso fue único.
Hay dos cosas que casi toda la gente sabe sobre Avándaro: que, al menos, una chava se descubrió el torso al calor de la música y que la transmisión de radio del concierto fue cortada después de que Ricardo Ochoa, guitarrista de Peace and Love, dijera: “que chingue a su madre el que no cante”. Esto último sucedió mientras el grupo —con sus alientos y metales tipo Motown— interpretaba su himno “We got the power” (Tenemos el poder).
En el clímax de la canción, el músico de Peace and Love incitó a los chorromil pelados que estaban en Valle de Bravo a repetir a coro, en español, las palabras “tenemos el poder, tenemos el poder, tenemos el poder”, cosa que seguramente no cayó muy bien en la Secretaría de Gobernación echeverrista. En las letras de las bandas de la Onda Chicana había cierta inconformidad, reclamo y provocación, pero esta se perdió en la traducción.
El Ritual, por ejemplo, fue una de las bandas más experimentales y provocativas de su generación. En la música de la banda tijuanense se escuchan las influencias del rock pesado de Led Zeppelin y Uriah Heep, el progresivo de Jethro Tull, la psicodelia de Jefferson Airplane y el sabor latino de Carlos Santana y su “Abraxas”. Todo en uno. El grupo solamente sacó un disco y desapareció en 1972 después de los eventos derivados de Avándaro.
“No sabes el impacto que tuvo en las tocadas en vivo. Parecía que estabas viendo a un grupo gringo. Traían vestuario, equipote, eran muy buenos. Frankie (Barreño) es uno de los mejores cantantes que han cantado en el rock mexicano. Lo comparaban con Robert Plant de Led Zeppelin”, señala Víctor Moreno, quien apenas un par de años después integró Medusa, banda pionera de stoner metal en México.
El Ritual tenía un aura oscura tanto en su música como en sus letras. En el tema “Satanás”, uno de los más celebrados de su corto catálogo, Frankie Barreño, cantante y guitarrista del grupo, ofrece una introducción teatral y siniestra un tanto parecida a la que se escucha en la canción “Black Sabbath” de Black Sabbath. En la grabación se puede escuchar la súbita aparición de un órgano de iglesia, obra del tecladista Martín Mayo, a la vez que resopla el viento. Después entran a escena unos violines chirriantes que son interrumpidos por una carcajada y una letanía luciferina:
“Esperé una eternidad a que nacieras / Acariciaré tu alma como si fuera la mía / Pero hay un dios y haré todo lo posible para que no lo conozcas / Pestilencia, guerra, muerte y hambre son mis armas contra aquel que me envidie / ¿Ese es tu dios? ¿El que me conoce y te dejó venir hacia mí?/ Me río al contemplar al hombre sencillo/ Pecador, ¿eres mío? / Mientras mueras arderás en el infierno o mi nombre no es Lucifer”, recita Barreño, en inglés, al inicio de la canción con una voz siniestra.
“La mayoría de las bandas cantaban en inglés. Deberíamos de preguntarnos qué cantidad de población en la primera mitad de los setenta era bilingüe. Se cantaba en inglés porque querían internacionalizarse, porque decían que era la mejor manera de hacer rock. Era una idea dominante en esos momentos. Hay muchas bandas de la Onda Chicana que venían del norte y hablaban inglés como si fuera su segunda lengua”, me cuenta David Cortés Arce, un acucioso y preciso periodista especializado en rock mexicano.
En una canción como “Easy Woman”, cuyo título se tradujo en el álbum como “Mujer fácil – prostituta” y en vivo se anunciaba simplemente como “Puta”, los del Ritual se alejaron lo más que pudieron de la ñoñería y el recato de temas como “Tu cabeza en mi hombro”. “Ven querida, puedo sentir tu cara / sólo quiero sentir tus piernas/ sólo quiero tocar tu piel ahora / Te tengo cada vez que pago/ Así que no quiero esperar / Sólo quiero sentir tus piernas / Solamente quiero tocar tu piel”, canta Barreño en el tema.
Al igual que El Ritual y Peace and Love, los Dug Dugs fueron uno de las representantes del norte en el festival. El grupo de Durango, a diferencia de las dos bandas anteriormente mencionadas, siguió tocando durante los setenta y buena parte de los ochenta, aunque nunca tuvieron el impacto comercial que hubieran deseado. En Avándaro la banda de Armando Nava tocó temas como “Stupid People (Gente Tonta)”, “I Got the Feeling” (Tengo el sentimiento) y “Let’s make it now” (Hagámoslo ahora), su canción más famosa.
En el primer tema mezclaron rock ácido con algunos arreglos de mariachi, algo impensable para su época. “Estoy frustrado con con todo mi país / no hay relación ni civilización / La gente que permanece tonta yace en su propio pozo / No tienen sentimientos ni buenas vibras / Tengo que decir esto: son gente estúpida / No entienden, son gente estúpida / Son como una bala perdida, gente estúpida /¡Cambien, cambien, cambien, cambien!”, reclamaban los Dug Dugs en su brusco inglés.
En “Let’s make it now”, un tema que recientemente ha tenido cierta tracción y ha aparecido en un videojuego y una campaña de Uber, el grupo duranguense se muestra en su máximo grosor y regala un gran solo de batería de dos minutos y medio: “Estamos haciendo un cambio, hombre / El cambio que queremos, muchachos / ¡La gente se niega, Dios! / Y lo haremos ahora, ahora, ahora / Juntos ahora, ahora, ahora”.
Si bien estas no son todas las bandas que estuvieron en el festival, sus casos son representativos de lo que se hizo a inicio de los setenta. Con sus letras y música, estas agrupaciones buscaron emular a sus ídolos extranjeros, evidentemente, pero también agregaron cosas de su cosecha para lograr sonidos inconfundibles. El lenguaje, tal vez, fue una barrera que evitó que pudieran conectar con un público más amplio.
A menudo se considera que esta fue una década perdida para el rock mexicano. Sin embargo, lo que se sembró en Avándaro tuvo un impacto posterior en el desarrollo de ciertas escenas musicales. Tras el fin de la Onda Chicana, surgieron de manera casi inmediata una generación de bandas como Náhuatl, Toncho Pilatos, Ciruela, Medusa y Enigma, que junto al Ritual, Dug Dugs, Tinta Blanca, entre otros, podrían ser consideradas las precursoras del heavy metal en México.
“No se pueden clasificar totalmente como bandas de metal, pero creo que ahí es donde se empiezan a avizorar los primeros elementos del género que después afloraron en los años ochenta”, considera Cortés Arce.
Grupos de heavy metal como Luzbel, Khafra, Megatón, o después Transmetal, estarían influenciados de alguna manera por estas primeras bandas del rock pesado. La influencia de las bandas de Avándaro cambió el paradigma del rock mexicano en más de un sentido.
Three Souls in My Mind influyó y ayudó a definir la música de las siguientes generaciones en varias formas. Con un sonido más basado en el blues que en hard rock, la banda liderada por Alejandro Lora perfiló las bases de lo que sería el rock urbano en los ochenta y noventa. Grupos como Trolebús, Tex Tex, El Haragán y Compañía, Liran Roll, entre muchos otros, mamaron directamente del nuevo Three, del Three posAvándaro.
El sonido de esta banda no fue lo único que cambió, también lo hicieron las letras y el idioma en que cantaban. De la pluma de Alejandro Lora surgieron temas con una personalidad propia y en español. Por una parte, Lora registró el habla popular y la cotidianidad de los habitantes de la Ciudad de México. Ahí entran temas desmadrosos y humorísticos como “Chavo de onda”, “Oye, cantinero” y “Que viva el rock and roll”. Por otro lado, hizo suya la parodia y la crítica sardónica al poder. Lora descifró la fórmula que utilizarían bandas como Botellita de Jérez, La Lupita o Molotov años después.
Después del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro hubo varias repercusiones. Muchas, si no es que todas, publicaciones de rock fueron perseguidas y liquidadas. Revistas como Piedra Rodante, Dimensión, México Canta, ídolos del Rock y Pop sufrieron el rigor de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). En los años subsecuentes, las bandas de rock dejaron de existir para la TV y la radio y, los que sobrevivieron, tuvieron que ajustar su música a la norma o arriesgarse a tocar furtivamente.
“México fue víctima de un castigo por parte de los medios y el gobierno durante los setenta después de Avándaro porque hipócritamente consideraron que había sido una afrenta nacional haber hecho una orgía de drogas, sexo y la cantidad de estupideces que se dijeron. Cuando hice Avándaro cometí un gran error, porque invité a la prensa de espectáculos en lugar de invitar a la primera sección o la nota roja, porque lo que buscaban en sí era eso”, reflexiona Luis de Llano Macedo.
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