22 junio, 2021
El debate sobre la energía nuclear plantea las preguntas equivocadas. La pregunta importante es cómo emprendemos la transición hacia una economía regenerativa, descentralizada e incluyente que restaure el planeta y abone a la construcción de una sociedad más democrática
Twitter: @eugeniofv
Prácticamente desde sus inicios, la energía nuclear enfrentó una fuerte oposición entre los ambientalistas, y no sin razón. En la memoria de todos a lo largo de los años noventa estaba el fantasma de Chernóbil, y para los que habían logrado olvidarlo llegó en 2011 el colapso de la central de Fukushima, en Japón. La aparición de la crisis climática en la escena global, sin embargo, rompió lo que parecía ser un consenso bien consolidado. Desde por lo menos 2005 y con cada vez mayor urgencia se plantea la cuestión de qué hace más daño, si los combustibles fósiles o los nucleares. Se trata de una pregunta complejísima de responder, pero que, en realidad, no va al fondo del problema.
Dos episodios son evidencia del resurgimiento de la cuestión. El primero fue, hace unos meses, la polémica surgida en torno a informaciones de Peniley Ramírez y de Emilio Godoy —cada uno por su parte— sobre la central de Laguna Verde. Los dos reporteros recibieron respuestas muy agresivas de defensores de la energía nuclear, muchos de ellos partidarios de la defensa del planeta. El segundo es apenas de estos días, pues uno de los fundadores de la revista Jacobin, una de las más representativas de la izquierda en Estados Unidos, advirtió en las páginas del diario británico The Guardian que “si queremos combatir la crisis climática debemos apoyar la energía nuclear”. El texto es muy duro contra quienes se oponen a este tipo de generación de energía, a quienes tacha de paranoicos y prácticamente —aunque no con esas palabras— de ingenuos.
En el fondo del debate están las preguntas de si la energía nuclear es lo suficientemente segura como para que valga la pena impulsar un nuevo boom y de si es tan capaz o más de satisfacer la demanda energética como otras alternativas renovables, sin causar mayores daños a la naturaleza y a un costo competitivo. Sus defensores, en México como en todo el mundo, aseguran que es enormemente segura y llegan a afirmar que ya no puede fallar. También aseguran que en realidad tiene una huella ambiental similar a la de otras energías limpias, pues para todas hay que extraer minerales de la tierra o inundar enormes superficies de terreno.
Los detractores, en cambio, afirman que es imposible asegurar que no habrá nuevos accidentes, que esos accidentes siempre serán peores que cualquier efecto de sus alternativas y que los costos y complejidades de la energía nuclear son, sencillamente, imposibles de pagar. Ahí está el ejemplo de Gregory Jaczko, que estuvo a cargo de la Comisión de Regulación Nuclear de Estados Unidos durante el gobierno de Barack Obama y que ha dicho públicamente que se opone de plano a la generación de energía atómica, inclusive frente a la crisis climática.
Para quien no sea un técnico especializado en energía, el debate es complicadísimo y los argumentos de uno y otro lado parecen igualmente sólidos. Para alivio de todos nosotros, ese debate en realidad plantea las preguntas equivocadas. Aunque a los ingenieros les encante contar y comparar toneladas de carbono equivalente y a los economistas calcular costos y beneficios a distintos plazos para distintas fuentes de energía, el hecho es que todas tienen en común que están basadas en recursos finitos, aunque prometan energía sin fin. Ése es el problema de fondo.
Como ya hemos dicho antes y hay que repetir, una política energética realmente sustentable debería poner el énfasis en reducir la demanda al mismo tiempo que se apuesta por una transición hacia las energías renovables y cada vez más descentralizadas, de forma que su propia generación requiera de menores escalas, menores inversiones y menos recursos. La pregunta importante no es qué tecnología nos va a salvar, sino cómo emprendemos la transición hacia una economía regenerativa, descentralizada e incluyente que restaure el planeta y abone a la construcción de una sociedad más democrática.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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